martes, 22 de diciembre de 2020

UNA TRADICIÓN DIFERENTE EN LA SIERRA DE SEGURA.

AQUELLAS TRADICIONES DE LA NAVIDAD

(j.t.)

Nos encontramos a las puertas de unas celebraciones de Navidad, fin de año y Reyes que inevitablemente viviremos de forma extremadamente particular. Este año nos ha traído una pandemia que estamos viviendo y sufriendo con angustia y mucha desolación, una pandemia que ha transformado repentinamente nuestra forma de vida, nuestros hábitos y costumbres, una pandemia que se ha llevado a muchos, especialmente mayores, que lucharon en mil batallas que les presentó la vida y que no han podido, por desgracia, superar este último obstáculo.

Serán unas celebraciones envueltas en cierta amargura y resignación, donde la precaución se hará presente a cada momento y la responsabilidad individual no debe de estar ausente de nuestros comportamientos. Pero intentaremos sobreponernos a estas dificultades, trataremos de dar ese aire festivo a todas las limitaciones impuestas y volveremos a decorar nuestros hogares con esa particularidad que siempre aportan estas fiestas. Y es que inevitablemente cuando llega el puente festivo de la Constitución y la Inmaculada empezamos a respirar un ambiente diferente, decoramos nuestras casas, los pueblos y ciudades se visten de luces de colores, la publicidad nos anima constantemente al consumismo navideño y nuestro corazón comienza a reblandecerse con aires de ternura y fraternidad. Y en el centro de todo, la familia, esa familia cercana en la distancia, o no tan cercana, que aprovecha estas fechas para salvar puentes y kilómetros para poder compartir ese espíritu que impregna estas celebraciones, este año con más restricciones, pero con la misma carga de buenos deseos.

Volverán las tradiciones, vestir el árbol, montar el belén, cantar villancicos y las abundantes comidas donde los platos de carne con pavo o pollo de corral, cabrito, cordero segureño o cochinillo tendrán protagonismo y donde no faltará el broche de unos buenos y tradicionales dulces de mantecados, roscos, hojaldres, turrones y cualquier otro suculento y típico manjar.

Y es que entramos en una época especial, en el llamado solsticio de invierno que está perfectamente enmarcado entre dos celebraciones de gran arraigo popular, Santa Lucía (13 de diciembre) y San Antón (17 de enero), ambas celebradas intensamente en nuestro entorno con esplendorosas luminarias siguiendo una tradición ancestral que también dice que sólo se cantarán aguilandos entre estas dos fechas pues de lo contrario podría traer desgracias a la familia o al colectivo. Y es que era muy habitual reunirse una cuadrilla con algún instrumento como una guitarra, laúd o bandurria, unos platillos, zambombas artesanales hechas aprovechando la vejigas de los cerdos sacrificados en las recientes matanzas, también de panderetas confeccionadas a base de colocar en una pequeña tableta unos pequeños platillos de hojalata sujetados con puntas por uno de los bordes y por el opuesto se labraban una especie de dientes de sierra en la madera que se deslizaban sobre otra tableta también con platillos de hojalata aunque esta sin dientes haciéndolas sonar a través de la fricción, y por supuesto de panderos elaborados con piel animal y botellas de anís sobre las que se deslizaban ruidosas cucharas. De esta forma se disponían a recorrer las calles de la población, tocando y cantando puerta a puerta, pero siempre acompañados de la figura del mochilero que solía ser el más atrevido y dicharachero del grupo, y se encargaba de llevar en un saco, alforjas o cesta todos aquellos productos que se recogían de la generosidad de los vecinos a los que, con su labia y gracia, convencía para aumentar el volumen de sus donativos.

Ya alrededor de las hogueras, la víspera de Santa Lucía, se oirán los primeros cánticos o aguilandos del año, y "hasta San Antón, pascuas son" ya lo dice el refrán. Durante este ciclo, cuadrillas de aguilanderos, que solían ser las mismas que las de animeros (cofradías de ánimas) recorrían las calles pidiendo el aguilando de casa en casa, de aldea en aldea, de cortijo en cortijo, como ya hemos dicho anteriormente.

¿Se reza o se canta? Expresaba con gracia el mochilero, a lo que respondían los vecinos “se reza”, en los casos en que hubiera muerto algún familiar y estar de luto o “se canta” en los demás casos. Todo el grupo rezaba alguna oración o cantaba, según el deseo manifestado, repitiendo las estrofas al cantar de un signo vehemente y gracioso u otro más punzante dependiendo de la generosidad que hubieren mostrado los visitados. No solían cantarse, salvo fueran solicitados, villancicos, siendo más bien coplillas y estrofas de ámbito popular que hacían referencia a acontecimientos tradicionales o acontecidos del lugar, de la que a continuación aportamos algunos ejemplos de las más usadas y populares:

Entra, entra mochilero

con la mochila en la mano

hinca la rodilla al suelo

“pa” que te den el aguilando.

 

Si no me das el aguinaldo

que anoche te lo pedí

que te dé un dolor de muelas

que no te puedas dormir.

 

Agulín, agulín,

aguilín, aguilando.

De aquí no me voy

sin el aguilando.

 

San José carpintero

nadie lo quiere

y su esposa María

por él se muere.

 

A esta casa hemos llegao

cuatrocientos en cuadrilla

si quieres que nos sentemos

sacar cuatrocientas sillas.

 

Si nos das el “aguilando”

no nos lo dé usted en bellotas,

que están las alforjas rotas

y no caben más que tortas.

 

La zambomba pide pan

y el carrizo pide vino

y el que la va tocando

bueno cachos de tocino.

 

A las 12 de la noche

llama María a José

levántate esposo mío

que el niño quiere nacer.

 

El 8 la Concepción

el 13 Santa Lucía

el 24 se ve cristo

en brazos de María.

 

En el portal de belén

hay un viejo haciendo botas

se le escapó la almara

y se pinchó las pelotas.

 

El aguinaldo te pido

no te lo pido por faltas

te lo pido con alegría

porque estamos en Pascua.

Como preámbulo a la festividad, en algunos lugares de la Sierra, teníamos las “misas de gozo”. Estas celebraciones se iniciaban el día 15 y tenían continuidad durante nueve días. Normalmente se celebraban a las 6 de la mañana para que la gente, al terminar la misa, pudiera ir a recoger la aceituna sin quitarle tiempo al jornal. Las misas resultaban bastante amenas, pues se cantaban villancicos durante su transcurso. Años después se hacían por la tarde después de la jornada de trabajo ya que el sol en estas fechas cae pronto, y así, después de la misa, aprovechar el momento para la relación social, donde unos comentaban la dura jornada de trabajo entre olivos y otros conversaciones diversas, mientras los que pertenecían al coro de la parroquia, se quedaban ensayando los villancicos a cantar en las celebraciones próximas. Pero esta vieja tradición fue decayendo en participación hasta llegar, hoy en día en toda la Sierra, a desaparecer.

Mientras tanto la mayoría de las mujeres, en sus hogares, realizaban los preparativos para la elaboración de los tradicionales dulces navideños. Porque si hay una época en la que los más golosos disfrutan, esa es la Navidad y Año Nuevo. Era momento en que las familias hacían de la fraternidad motivo de reunión, porque estas fechas tienen magia, especialmente para los más pequeños, de ilusión para aquellos que esperan con ansia la llegada de algún ser querido que está lejos el resto del tiempo, aunque para ser francos, también son tiempos de nostálgica en ocasiones, cuando en las celebraciones hay un hueco de algún allegado que ya no se va a volver a llenar. Ponerse juntos en torno a una mesa era la fórmula perfecta para convertir en excepcionales los momentos que se tenían que vivir, y entre risas y comentarios degustar ricas viandas que tendrían como colofón esos dulces tradicionales de elaboración casera como roscos de vino o de anís, hojaldres y mantecados; y como no, acompañados de alguna que otra copilla de la típica mistela segureña elaborada a base de café.

La vida ha cambiado, pero es particularidad nuestra que las tradiciones se pierdan, por eso me permito recomendaros que durante estas fiestas navideñas no perdamos el espíritu, el espíritu de la Navidad, ese espíritu que te hace sonreír más, te hace sentir más cercano a los demás, hace que tengamos el corazón más abierto y predispuesto a la solidaridad….en definitiva, hagamos de la Navidad ese tiempo en el que mantenemos en viva memoria a todos los que la distancia nos impide ofrecerles directamente nuestra afectividad, mientras para aquellos que se encuentren a nuestro lado, y dadas las particularidades de distanciamiento social que son altamente recomendables en este peculiar año, hagamos que sientan nuestra cercanía ante la ausencia de los besos y abrazos, hagamos que nuestra sonrisa salga del corazón, y  ofrezcámosles nuestros mejores deseos de felicidad en este tiempo tan complicado que nos está tocando vivir.

Feliz Navidad y Año Nuevo segureños y segureñas, allá donde estéis, disfrutar en paz de estas fiestas y mantengamos viva la tradición y la llama de la esperanza en que nos espera un tiempo mejor a todos.

lunes, 14 de diciembre de 2020

9º Premio Domingo Henares. EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA (2ª parte)

Desarrollamos la parte final de la narración de Pedro Pablo Cano Henares ganadora del IX premio de Relato Histórico Domingo Henares patrocinado por el Ayuntamiento de Puente de Génave, en el que se nos describe a través de un relato ágil centrado en las luchas y combates, que en estos parajes de la Sierra de Segura, se pudieron realizar durante la época medieval entre los habitantes cristianos de la serranía y los musulmanes del cercano reino de Granada. Continúen disfrutándolo.

Mapa de situación y extensión de los Campos de Hernán Pelea

EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA.

------------------continúa................

    No llegó a la hora de estar allí amagantado cuando escuchó el inequívoco sonido del trote de los caballos enemigos; cuando pasaban junto a él, espoleó a su brioso caballo que subió al trote la pared de la hoya en la que se encontraba y, súbitamente, apareció sobre sus enemigos. Estos, al verlo, no les dio tiempo a pensar, salvo preguntarse quién era ese demonio que surgía de las entrañas de la tierra, y, antes siquiera de poder tener otro pensamiento, ya el joven Hernán había asestado un mandoble mortal al jinete más cercano, que lo desmontó y dejó tendido cual largo era sobre la tierra; sin tiempo siquiera a reaccionar se lanzó sobre el segundo jinete y, con el brío de su caballo, lo arrasó, derribando a su oponente, al que asestó un espadazo que le abrió la cabeza en dos. El tercer jinete, al contemplar lo que ocurría, quedó paralizado con los ojos desorbitados; ya no le dio tiempo a más pensamientos, lo último que contempló fue el largo brazo del zagal atravesándole el pecho con su espada.

Paraje de la Majada de Calles

    Tras esta hazaña, el joven Hernán recogió las bellas cabalgaduras, todas ellas bien enjaezadas al estilo árabe con ricas monturas, eran buenos caballos árabes pero pensó que no eran comparables a sus magnifico ejemplar, los dejo atados y escondidos en la hoya de la que surgió y pensó ya solo quedaban once enemigos; visto lo visto, pensó que si él fuera su jefe habría dejado a dos caballeros guardando el corral de la Raja y habría mandado de tres en tres a su tropa para recoger lo mejor de los ganados y, como había acertado en que se dirigirían a Cueva Paria, las otras tres tropas se dirigirían una a Majá las Calles, que era donde estaban las yeguas, otra a el Pozo Purga, en donde estaban las ovejas primalas y los carneros, y el último a Monterilla, donde había otra paridera; las vacas pensó que las dejarían tranquilas, ya que al hacer el camino con ellas bregarían mucho más y lo que les interesaba era hacer rápido la vuelta. Como era el Pozo Purga lo que más a mano le quedaba, se dirigió hacia allí consciente de que sus enemigos ya habrían llegado y esperando que los mastines que guardaban a las primalas hicieran su trabajo, entorpeciendo y distrayendo a los moros, lo que le daría su oportunidad. A galope tendido no tardó en llegar y, como esperaba, los mastines estaban haciendo frente a los saqueadores; estos inteligentes y valientes perros no se amilanaban ante nada, ya habían descabalgado a un moro que, pie en tierra, maldecía su sino, sus compañeros trataban de lancear a los mastines, mientras primalas y carneros se desperdigaban aterrorizadas del espectáculo que contemplaban.

Paraje del Pozo de Purga

    Sin parar de galopar, se dirigió hacia el moro descabalgado y, antes de que este pudiera darse cuenta de lo que ocurría, fue lanceado, tras lo cual dos mastines se abalanzaron sobre él y solo se le escuchó pedir clemencia a su Dios; los otros dos atareados, como estaban tratando de lancear a los mastines y que estos no los descabalgaran, ni lo vieron venir, solo se percataron de su presencia cuando lo tenían encima; el segundo jinete ni tiempo tuvo de volver la lanza contra el furioso joven que lo atacaba: de un certero lanzazo lo descabalgó y lo dejó malherido.; no se paró a rematarlo, sabía que este era trabajo de los mastines, como así fue. Al tercero ya no lo pilló desprevenido, ya que había contemplado la anterior escena, y volvió rápidamente grupas contra el joven, el encontronazo fue bestial pero la fortaleza de nuestro joven y su caballo habían tirado por tierra a su enemigo que, dando trompazos, voltearon a tierra jinete y caballo, sin darle tiempo de reaccionar se abalanzaron sobre él los mastines que trataba de lancear y, tomando justa venganza, acabaron sin contemplación con él.

   Tras apaciguar y agradecer a sus mastines su bravura, como había hecho anteriormente, recogió los caballos de los moros, no porque pensara en que escaparan de aquel paraíso de ricos pastos, lo hacía para que si alguno de ellos iba en busca de su natural carencia en su careo, no pudiera alertar al resto de su enemigos de lo que estaba ocurriendo; en sus pensamientos se decía: “ya solo quedan ocho”. Volvió a lomos de su caballo, llamó a varios de los mastines y, junto a ellos al galope, enfiló hacia el camino que va a Monterilla, pensando cómo emboscar a sus siguientes rivales. No tardó en llegar a Monterilla y allí se encontró un cuadro parecido al anterior, los moros bregando con los mastines que, a dentelladas, se aferraban a las patas de los caballos de los intrusos, de tal manera que ya habían descabalgado a dos de ellos que, empuñando sus kabilas, daban estocadas al aire intentando alcanzar a los mastines, que se defendían con bravura y sin temor, a pesar de recibir alguna que otra cuchillada que ya había acabado con tres de estos poderosos perros, mientras tanto el tercero galopaba en la distancia tratando de coger los caballos de sus compañeros que, como alma que lleva el diablo, habían salido pies en polvorosa.

Paraje de la Monterilla

    La visión del joven guerrero a galope tendido acercándose a ellos montado en su pequeño pero valioso caballo, con sus largas piernas colgando que a lo lejos parecía que ayudaban al caballo en su galope impulsándolo con más brío, escoltado por cuatro grandes mastines a la carrera con la boca llena de espumarajos blancos que resaltaban aún más si cabe en su inmensa cabeza negra, ya no solo asombraba, daba verdadero pánico; los moros, al verlo más, pensaron en el mismo diablo que venía hacia ellos con sus perros del averno, y así era, pero este diablo era de carne y hueso y tan solo tenía diecinueve años. Al llegar a ellos, tanto jinete como perros se abalanzaron; el joven dio una estocada que arrancó de cuajo la mano de unos de los moros, volando por los aires la mano y la kabila que empuñaba. El moro, gritando de dolor, maldecía al tiempo que saltaron sobre él dos de los mastines que llegaban a la carrera; el otro moro no corrió mejor suerte, acabó con el cuello partido de un mordisco de estos poderosos canes; en cuanto al tercero, lo había perdido de vista en su loca carrera tras los caballos de sus compañeros, días después apareció sus caballo medio cojo y tuvieron que pasar varios meses antes de encontrarlo muerto en el fondo de un sima: en su loca carrera habían tropezado caballo y jinete con la boca de esta sima, con tal mala suerte que el caballo rodó con una pata malherido y el jinete en la caída se partió el cuello al caer en ella.

    El joven Hernán pensó que ya no era hora de sigilos ni celadas, sabía que su padre se acercaba y no debería de andar ya muy lejos, como así era, ya solo quedaban cinco de los intrusos, ya que el que dejaba atrás por el camino que cogió, o bien se tropezaría con los refuerzos que su padre traía o terminaría perdido, como así fue, por lo que no suponía ningún peligro para él. Se dirigió a trote corto, acompañado de sus cuatro mastines, a los que se les habían unido otros tres de los que allí estaban, tranquilamente, hacia Majá las Calles, sabía que allí no sería posible contar con la distracción de los mastines, ya que estos no eran especialmente amigos de las yeguas, que recelaban de ellos, por lo que no se hermanaban como con ovejas y cabras y dejaban a las yeguas pastar tranquilas con sus potrillos, pero pensó que solo quedan cinco y nosotros somos ocho, los siete mastines y él, más y con ventaja.

   Su empeño ya no era derrotar a sus enemigos, su objetivo era impedir que estos huyeran llevando consigo algunas yeguas, ya que del resto de ganado sabía que ya no les quedaba ni tiempo ni hombres para poder hacerlo y las gentes de su padre estarían al caer; tomando un respiro, caminó hacia su destino, siempre mirando a su izquierda por si veía a sus enemigos emprender la huida hacia el puerto que por ahí caía. Llego a la entrada de Majá las Calles y, a lo lejos, contempló como los cinco jinetes que quedaban revoloteaban alrededor de las yeguas que habían juntado; él los vio y ellos a él, su figura desgarbada se exageraba, montado sobre su pequeño caballo produjo grandes carcajadas a los moros que contemplaban cómo se acercaba. De los cinco, uno era el sobrino del alcaide de Baza, Aben-Zaid, y jefe de la expedición, por su tío conocía de la gran rivalidad que tenía con un gigantesco caballero de aquellos lares pero también sabía que ya había muerto, por lo que dedujo que debería de ser algún pariente el gigante que se acercaba, ya más cerca contempló el hermoso ejemplar que a lomos lo traía y recordó la historia que su tío le había contado sobre su viejo enemigo, y cómo éste, en la entrada y toma de Huéscar, había robado un semental y tres yeguas que eran propiedad del alcaide de esa villa, descendientes de las yeguas Saglawieh que al califa de Córdoba le entregaron como tributo los beduinos africanos; era esta estirpe de caballos la más sagrada para los sarracenos de al-Ándalus, por lo que la afrenta de su robo aún era recordada.

Alcazaba de Baza

   Desconociendo todo lo acontecido y pensando que sus nueve compañeros ausentes estarían al caer, pensó que sería gran honra matar a aquel imberbe y recuperar el semental que montaba, a buen seguro descendiente de aquellos robados en Huéscar, y lavar de paso el honor de todos los buenos musulmanes que entonces fueron agraviados; seguro estaba de su victoria, él que se había criado en la corte de Granada y había tenido los mismos maestros de armas que los hijos del Emir, él que montaba un hermoso caballo también de la sangre de los Saglawieh y portaba una espada jineta bellamente engalanada con rubíes y zafiros regalo del mismísimo Emir granadino, ¿qué tenía que temer de aquel destartalado joven de apenas barba en la cara?

   Al llegar a tiro de ballesta de ellos, el joven se paró desafiante y les grito: “¡quietos donde estáis bandidos sarracenos, pues no he de permitir que de aquí partáis con alguna de mis yeguas o ganados!”. Por respuesta sonaron unas risotadas de los sarracenos y el reto desafiante de su jefe a singular combate campal; él, sin descomponerse, aceptó dicho desafío diciendo su nombre y su estirpe, que su abuelo había derrotado a los moros de Baza en más de una ocasión con la misma espada que ahora él portaba, de lo acontecido a sus camaradas, y como él y sus mastines los habían derrotado y dado muerte, y cómo pensaba hacer lo mismo con ellos cinco; al oír esto ya no se antojaba tan fácil la pelea, pero como buen caballero ya no podía retrasarse y no le quedaba más que vencer o morir, mientras sus compañeros escuchaban asombrados lo que el joven relataba, a la vez que miraban a los perros gruñendo con las bocas aún machadas de la sangre de sus compañeros, temían una señal del valiente joven y que estos se abalanzarán sobre ellos.

   Establecidos los términos del duelo hicieron un gran círculo, en una parte de este se encontraban los cuatros jinetes que acompañaban al caballero nazarita, enfrente de ellos los siete mastines que obedientemente había dejado al acecho nuestro joven, en el centro los dos contendientes a lomos de sus respectivos caballos; el duelo comenzó y en la primera acometida espadas y jinetes chocaron en el aire, con tal virulencia había lanzado su golpe el joven Hernán que dobló el brazo de su oponente quebrándolo y lanzándolo lejos de su cabalgadura, no le dio tiempo a levantarse al joven emir bastetano cuando el largo brazo del cristiano le asestó un terrible golpe que le seccionó la cabeza de su tronco, volando esta con los ojos descompuestos del desgraciado mahometano; sus compañeros de correrías al ver esto volvieron grupas y picarón espuelas camino del puerto, con tal celeridad partieron que no pararon hasta llegar a la ciudad de Baza para enfrentarse a la ira de su caudillo Aben Zaid. Acabada ya la gran Pelea que el joven Hernán Martínez había tenido en solitario con los moros de Granada, poco a poco fueron apareciendo los mozos y peones que corrieron a esconderse en los covachos de la zona y, asombrados, contemplaron lo acontecido. No tardaron mucho tiempo en llegar los refuerzos al mando de su padre que seguían el reguero de sangre y muerte que tras de sí había dejado su hijo, cuando por fin se encontraron y tras comprobar que estaba de una pieza le espetó: “Bien puedes decir que eres nieto de quien eres”.

   Esta hazaña pronto recorrió toda la frontera entre moros y cristianos. De la gran Pelea de este Hernán contra moros de Granada, el joven, de todo el botín, solo conservó la silla y los jaeces del caballo que llevaba el joven emir bastetano, todo lo demás lo donó y repartió entre sus mozos y peones. Es a partir de ese día cuando a aquel lugar se le empezó a llamar los Campos de la gran Pelea de Hernán primero, para quedar posteriormente como Campos de Hernán Pelea. Estos hechos no pasaron desapercibidos para el comendador de Segura, que nombró al joven Hernán, al igual que a su abuelo Caballero de Sierra, a los pocos años ya comenzada la definitiva reconquista del reino de Granada, fue llamado por el maestre de la Orden de Santiago Alonso de Cárdenas junto a él, y en esta hueste coincidió con un pariente que era originario como él de la villa de Siles, Aparicio de Segura, con el que hizo gran amistad y se hermanaron en la lucha, de tal manera que el Maestre solía decir que de tener más caballeros como los primos de Segura, la guerra de Granada se ganaba en una sola campaña.

   Al terminar la guerra de Granada volvió el guerrero a su hogar de El Hornillo, donde ejerció como Caballero de Sierra hasta el fin de sus días, fue respetado y admirado por su singular Pelea y por sus hazañas en la guerra de Granada. Su espada se guardó por gran tiempo en la sede del concejo de la ya villa de Santiago de la Espada, y se dice que ésta tomo nombre “de la Espada”, por esta espada que tan bien defendió su territorio.

Santiago de la Espada. (El Hornillo)

   Epílogo: cuando los cuatro supervivientes de la Pelea de los Campos llegaron a Baza, con gran temor contaron lo ocurrido a su emir Aben-Zaid, éste, a punto estuvo de mandar cortarles las cabeza por haber abandonado el cuerpo de su sobrino, al que quería como a un hijo, pero se contuvo y pensó que gran parte de culpa era suya por haber pensado que, habiendo muerto su viejo enemigo, la victoria sería fácil y el botín grande; recordó como las tierras de la Encomienda de Segura estaba habitada por rudos montañeses, hombres libres apegados a sus montañas y privilegios, descendientes a su vez de los duros montañeses leoneses que tantos quebraderos de cabeza habían dado a sus ancestros musulmanes, en las duras luchas en este paraíso que era al-Ándalus.

   A fin de cuentas, fue él quien decidió esta entrada a Segura en vez de al Adelantado, habitado por siervos blandos y sin apego a un territorio, que era de un arzobispo al cual le preocupaban más los rezos que el bienestar de sus siervos; si bien el botín hubiera sido menor, habría evitado el ridículo de la derrota y de cómo un solo montañés había podido con catorce de sus mejores caballeros. A esto le vino a la mente la advertencia que le había hecho un adivina, una noche loca de su juventud, en una taberna del Albayzín, donde le predijo “guárdate de quien se llame Hernán”, había pensado que con la muerte de sus viejo enemigo esta había acabado, y, mira por donde, el nieto del mismo nombre lo había vuelto a perjudicar; pensó en tenerlo en cuenta y de momento no molestar más a la encomienda de Segura.

Pedro Pablo Cano Henares

Posdata: el maleficio no acabó aquí como pensó Aben-Zaid, tan solo siete años más tarde murió a manos de Hernán Pérez del Pulgar y García Osorio, en la Toma de la ciudad de Baza.

lunes, 30 de noviembre de 2020

9º Premio Domingo Henares. EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA (1ª parte)

Como va siendo tradición, en este blog, queremos dar difusión al relato ganador del premio Domingo Henares de Relato Histórico convocado por el Ayuntamiento de Puente  de Génave, en este caso en su novena edición, y que recayó en el relato de nuestro amigo Pedro Pablo Cano Henares que se centra a través de una narración histórica sobre diversas escaramuzas y combates entre los musulmanes de las tierras cercanas del Reino de Granada y los moradores de las antiguas aldeas de la Sierra de Segura y que dieron origen a la denominación de Campos de Hernán Pelea a esa gran altiplanicie cercana a Santiago-Pontones. Esperamos y deseamos disfruten de esta interesantísima narración que presentamos en dos entregas debido a su extensión.


Pedro Pablo Cano Henares
Pedro Pablo Cano Henares

EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNAN PELEA.

Habitaba en El Hornillo un hombre rudo y valiente de nombre Hernán Martínez; era hijo de Martín Hernández, uno de los primeros vecinos que hicieron y poblaron casa en el lugar de El Hornillo. Había nacido, como su padre y abuelo, en la villa de Siles, a los que siendo un niño acompañó desde ella al dicho lugar, que nombraron El Hornillo por haber hecho un horno junto a una fuente buena. Dicho horno lo había mandado hacer su abuelo, Hernán Sánchez, junto a su hermano menor, Asensio Sánchez. Le habían puesto por nombre el del abuelo por el gran parecido del nieto al abuelo: ambos eran rubios y de gran altura y fortaleza. Eran todos ellos señores de ganado de la dicha villa de Siles, ricos hombres, y su abuelo fue nombrado en sus tiempos caballero de Sierra; este era hombre de mucha honra que ganó, junto al Maestre Rodrigo Manrique, en la toma que hizo éste de la villa de Huéscar, al que acompaño y de la que obtuvo gran botín del que, especialmente, guardaban como joyas la descendencia del caballo semental y las tres yeguas que su abuelo les arrebató a los moros tras una escaramuza en una alquería en el cerco de la villa de Huéscar.

Era este Hernán Martínez de carnes apretadas, pero bien proporcionado de una gran altura, largos brazos y piernas; era Hernán conocido por su gran fuerza y arrojo, no sería la primera vez que levantara a su caballo a horcajo entre risotadas gritando “tú me llevas a mí y yo a ti”; para él, su caballo era como una extensión de sí mismo; era descendiente de aquel semental y yeguas que ganara su abuelo a los moros de Huéscar, de pura raza, de orejas enjutas y pequeñas, cara descarnada y grandes narices que absorbían los aires puros de la Sierra. Ojos negros como la pez, saltones, que parecía que se salían de sus órbitas, con un gran cuello largo y curvado, ancho pecho y cruz, de lomo recogido, redondas sus ancas, las costillas delanteras largas, que albergaban sus grandes pulmones capaces de largas galopadas, vientre escurrido y testículos redondos y recogidos, sus músculos bien marcados, finas y espesas crines que volaban con los aires altaneras como él, su cola gruesa en su nacimiento y fina y grácil en su punta, sus cascos fuertes, negros como sus ojos, y su pelo blanco como la nieve que los envolvía durante el invierno.

Santiago de la Espada, antiguamente El Hornillo

Este caballo era árabe puro, que ya quisieran para sí muchos señores de los moros de Granada; como todos los de su raza no era muy alto, y más cuando se juntaba con los caballos castellanos de la Orden, mucho más altos que él, pero a la carrera, ya fuera de corta o larga distancia, no había en todo el Común caballo que pudiera con él..

La figura de Hernán Martínez, montado en su caballo, era por todos reconocida, ese hombre montado a lomos de ese pequeño caballo enjaezado al estilo árabe, con una rica montura y sus largas trancas colgando casi a rastras, producía cierta risa por cómica, que sus vecinos se guardaban muy bien de demostrar en su presencia por respeto, primero, pero aún más temían la reacción y la fuerza de tal gigante, como muy bien sabían los moros de Baza como ahora veremos.

Fue su abuelo Hernán Sánchez, en su cabalgata hacia Huéscar junto al Maestre, cuando la primera vez que, con asombro, recorrió los ricos pastos veraniegos que albergaban los derredores del lugar del Hornillo, de los que ya había oído hablar a otros señores de ganado de la generosidad de estos pastos del extremo sur de la Encomienda. Estos estaban infrautilizados por la cercanía de la frontera granadina, de tal manera que, a la vuelta de la toma de Huéscar, el Maestre le concedió la merced de subir sus ganados a estos ricos pastos veraniegos; fue así como los señores del ganado de la villa de Siles, recorrían cada primavera las siete leguas grandes que les separaban de tan ricos pastos, y cada otoño regresaban a sus pastos invernales en los cuartos que la villa de Siles poseía en la Sierra Morena, esto fue así hasta que su hijo Martín, tras su muerte y junto a otros señores de ganados, construyó junto al famoso horno las primeras casas pobladas que dieron origen a la aldea, primero de El Hornillo y después villa de Puebla de Santiago, para quedar definitivamente como Santiago de la Espada.

Villa de Huéscar

Al viejo Hernán Sánchez le impresionó la abundancia de aguas, los amplios pastizales entre bosques de robles, pinos y encinas, la pureza de sus aires y el resguardo del lugar que lo hacía fácilmente defendible de las incursiones de los moros granadinos, ya que estos, para acceder a ellos, tenían que superar grandes puertos y aparecer en descubierto.

El viejo Hernán ideó un sistema de vigilancia preventivo, situando a sus mozos en lo alto de cerros estratégicamente escogidos, de tal modo que los moros eran avistados antes de terminar de subir los puertos, ya que antes de coronar éstos, los espesos bosques daban paso a altozanos carentes de árboles donde pudieran éstos aguardar celadas, y eran descubiertos; fue su ingenio el que ideó el sistema de alarma situando junto a los vigías unos grandes montones de leña mezclada con jumas verdes de pino que, al prender, liaban una gran humareda negra, visible desde todo el territorio, alertando de la presencia de enemigos. Su ingenio fue mucho más lejos ideando un sistema que consistía en tapar las lumbres con una gran manta, interrumpiendo las bocanadas de negro y espeso humo de tal manera que, según fueran estas bocanadas, podían decir por dónde venían los sarracenos, su número y hasta la clase de tropas que traían, previniendo a los cristianos y facilitándoles una rápida reacción para emboscar a los enemigos, de tal manera que cada vez eran menos los moros que se atrevían a subir los puertos.

Extensión de los Campos de Hernán Pelea

Tenía Hernán Martínez sobre las diecinueve primaveras cuando aconteció el hecho que le daría fama y honra. Hacía solo dos años de la muerte del abuelo, que no solo le había dejado en heredad el mejor de sus sementales, además le dejo su armadura y espada de caballero; tenía el abuelo debilidad por este nieto tan parecido a él en carácter y físicamente, que veía en él la prolongación de sí mismo. Desde muy pequeño se había preocupado en adentrarlo en el arte de las armas y era por entonces unos de los mejores escuderos de la encomienda de Segura, ya destacaba por su destreza con las armas pero, sobre todo, era un magnifico jinete, aventajado en la lucha a caballo.

Como hemos dicho, andaban los moros granadinos bastante apaciguados, ya sea por el temor al viejo Hernán o a su sistema defensivo, que llevaban unos años que habían desistido de subir los puertos para rapiñar los ganados cristianos, pero aquel año aconteció un hecho que altero el equilibrio en la frontera: era el 28 de febrero de 1482 y el marqués de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León y Núñez, se metió en la cocina del reino de Granada con la toma por sorpresa de la villa de Alhama; este acontecimiento llenó de euforia a las huestes castellanas, que cogieron el definitivo impulso para la conquista definitiva del Reino de Granada, como a los moros los llenó de rabia y ganas de revancha.

D. Rodrigo Ponce de León y Núñez

Ya finalizando la primavera, el alcaide de la ciudad de Baza, Aben-Zaid, con ánimo de revancha y buscando la gloria, conocedor de la muerte del viejo Hernán Sánchez, su enemigo, al que temía por su ingenio y determinación, pensó que era hora del desquite, y decidió enviar en una avanzadilla a su sobrino, junto a lo más granado de sus caballeros, a la Encomienda de Segura, pensando en ganar gran botín de ganados y ver la fortaleza de los cristianos para lanzar un ataque más serio y devolver a los cristianos el golpe de Alhama.

Encaminaron los catorce caballeros moros camino de los puertos, y enfilaron hacia Puerto Lézar, protegidos por los bosques. Iban los moros confiados ya que por este camino los protegía el bosque de la vistas indiscretas casi hasta lo alto del puerto, pero lo que no sabían era que Martín Hernández, nieto y heredero del viejo Hernán, tenía un mozo avispado, con vista de lince, vigilante en lo alto de la Morra de la Osa, que los divisó y rápidamente encendió la gran hoguera que tenía preparada, lo que provoco una gran bocanada de humo negro de las jumas verdes, para, a continuación, informar que eran catorce jinetes bien pertrechados los que subían el Puerto Lézar, a seguidamente se refugió en un covacho que, a este fin, tenía preparado.

A la primera hoguera rápidamente le siguieron otras dando el aviso de la incursión mora, hasta llegar al valle de El Hornillo, que aún no había sido construido, pero que ya era el lugar de refugio de la mayoría de pastores y señores de ganado. Martín Hernández había heredado de su padre no solo sus ganados sino también la responsabilidad de la defensa del lugar. Rápidamente juntó a todos los señores y mozos que allí había para salir al encuentro de las tropas granadinas, más sus preocupación era otra, ya que había mandado a su hijo Hernán a aquel remoto lugar para llevar ato y vigilar a los mozos que allí guardaban sus ganados, y sabía que el joven era decidido, más con la cabeza llena de hazañas que le había llenado su abuelo; temía no aguardara la llegada de refuerzos y arremetiera contra los moros, como finalmente ocurrió.

Paso del Puerto de Lezar

Al joven Hernán le encantaban estos lejanos pastizales, por lo que el encargo de su padre era para él un regalo. Le gustaba cabalgar sin descanso por aquel inmenso altiplano, conocía sus cerros así como sus llanos y, como era joven y osado, había explorado sus cuevas y simas, que abundaban en gran cantidad; le gustaba subir a lo alto del gran cerro al poniente, al que llamaban Banderillas; desde él se divisaba gran parte del territorio de la Encomienda de Segura: hacia poniente a sus pies veía el curso del río Aguamulas, con sus bravas aguas que correteaban raudas hasta el gran río grande, el Al-wādī l-kabīr de los musulmanes. En su unión sabía que había una mina de plata antigua, se decía que de los antiguos romanos, de la que aún extraía algo el concejo de Segura, la vista se perdía en el valle del río grande, que seguía su curso coleteando hacia la tierra de Hornos de Segura, con su rica vega, que por sí sola podía proveer de bastimento a toda la Encomienda; si miraba a entrante veía la verdadera magnitud de aquel altiplano prodigioso, que arrancaba con un interminable bosque de pinos y robles en la misma ladera del cerro en el que se encontraba, más en la distancia la vista se perdía en las hoyas que, como picaduras de sarampión, recorrían gran parte del territorio, en esta parte se mezclaban grandes manchas de bosque de pinos majestuosos, con tejos, robles y perpejones, con claros donde se daban los mejores pastos que uno pudiera imaginar.

Él conocía cada una de estas hoyas, que las había grandes y chicas en gran cantidad; algunas podían albergar un pequeño ejército a la celada que pasaba desapercibido, como bien le había enseñado su abuelo; la inmensidad de este altiplano era tal que, de no conocerlo bien, era fácil perderse, y había habido casos de gentes que estuvieron dando vueltas en él durante días hasta casi fenecer; pero él había tenido buenos maestros y conocía cada recoveco, sabía por dónde podía galopar sin miedo, como dónde había que tener extremo cuidado para no caer en la trampa que también eran esas hoyas y simas del terreno.

Cima del Banderillas

Cuando empezaron los borbotones de humo, estaba Hernán cerca de un lugar que llamaban Cueva Paria, que era una zona donde concentraban a las ovejas paridas, por su recogimiento y frescos pastos era ideal para las madres de su rebaño. Por las señales del humo supo que eran catorce caballeros sin ayuda de peones, ya que se trataba de una avanzadilla; sus mozos y peones sabían lo que había que hacer en estos casos y corrieron raudos a sus escondrijos a la espera de la llegada de la tropa principal, que vendría del valle de El Hornillo a no más tardar de tres o cuatro horas, la orden era abandonar los ganados y esperar agazapados sin perder de vista los movimientos del enemigo.

En cuanto Hernán tuvo conciencia de lo que ocurría, pensó rápido, como su abuelo le había enseñado, lo que haría el enemigo de estar él mismo en su situación; esta táctica era útil para adelantarse a los movimientos de los moros, como más adelante se demostró. Su primer pensamiento fue lo que pensarían los sarracenos al coronar el puerto y contemplar el espectáculo a sus pies. En esa época del año la mayoría de ganados estaban concentrados en ese extremo del altiplano por ser el más lejano, tenían la costumbre de ir recogiendo poco a poco a los ganados desde este punto que quedaba más al sur de su territorio, en dirección norte, pausadamente, agotando los pastos a su paso para terminar en el valle de El Hornillo ya cerca del otoño, cuando iniciaban su peregrinaje a los pastos invernales.

La visión de miles de ovejas, en su mayoría paridas, acompañadas de multitud de vacas y toros, junto a las mejores yeguas y sus potrillos, supuso para la tropa bastetana una aproximación del jardín de su paraíso; los moros, al contemplarlos y verlos desprotegidos, ya que mozos y peones, como tenían ordenado, habían desaparecido de su vista, no pensaron sino en la piel del oso sin haberlo cazado, y llenaron sus ojos de la cantidad de oro y honra que ganarían a la vuelta a su Baza natal.

Ganado pastando en los Campos de Hernán Pelea como antaño

Esta situación no era fruto de la casualidad, era una de tantas estratagemas defensivas del viejo Hernán, ya que al ver los ganados desprotegidos la tentación era tal que impedía a los moros avanzar, dando el tiempo que necesitaban las huestes castellanas para su defensa y, además, había una sorpresa nada grata para el enemigo: acompañando a los ganados se habían criado gran cantidad de mastines negros como la noche, si bien más pequeños que sus hermanos leoneses, en compensación eran más ágiles que estos; su color y temperamento los mimetizaba entre los matorrales, lo que hacía que pasaran desapercibidos para lobos y saqueadores hasta que ya era demasiado tarde para aguantar sus acometidas, de tal modo que mantenían a lobos lejos de los ganados y a los enemigos les podían causar más daño que otro tipo de tropas; así eran considerados estos perros gladiadores.

Los moros se apresuraron a lanzarse sobre los ganados, su intención era reunir el mayor número posible de ellos y coger camino de regreso a su querida Baza. Nada más descender el sendero que bajaba del puerto, espolearon sus caballos en dirección a un sitio recogido al que los cristianos llamaban la Raja, era este lugar una gran planicie rodeada de farallones a modo de corral, por lo que se podía utilizar como tal y su idea era esta: concentrar los ganados allí dejando a alguno de ellos de custodia, mientras los demás recorrían el terreno juntando más ganado para llevarlo hasta este lugar y desde allí emprender camino de regreso.

Campos de Hernán Pelea

Esto mismo pensó el joven Hernán que serían sus movimientos de estar en la piel de sus enemigos, por lo que se dirigió a lomos de su magnífico semental en dirección a este lugar, sin prisa, a trote corte para que los enemigos, aún bajado la vereda del puerto, no lo pudieran detectar. Cerca de la paridera se encontraban las hoyas más grandes y profundas, la mayoría cubiertas de un espeso bosque: este se encontraba en un margen del camino natural que conducía desde la Raja hasta la paridera. Dedujo que una vez los moros hubieran dejado un retén en la Raja al cargo de los primeros ganados allí reunidos, uno de los sitios al que primero se encaminaría sería a la paridera de la Cueva, ya que allí estaban las mejores ovejas con sus crías, por lo que decidió bajar a esta hoya y esperar, emboscado, a sus enemigos.

--------------------- continuará.....................

lunes, 16 de noviembre de 2020

LA FUENTE VIEJA. AHORA SÓLO UN RECUERDO

Nuestro pueblo conserva muchos rincones, lugares y parajes que guardan extraordinaria belleza, al tiempo que son emblema y divisa de la singularidad de nuestro pueblo y orgullo de su tradición y sus gentes. Pero hay otros que no han logrado perdurar en el tiempo, como es el caso de la añorada Fuente Vieja, que para los puenteñ@s era algo más que una simple fuente donde calmar la sed. En el siguiente artículo, Pedro Ruiz Avilés, hace una perfecta loa a este emblemático lugar al tiempo que intenta reivindicar su futura rehabilitación por las autoridades locales, sentimiento al que se suman todos los puenteñ@s, para conseguir que la Fuente Vieja deje de ser un recuerdo para volver a ser una realidad.  

BEBER AGUA FRESQUITA

“Lleváronse tus hadas

El lino de tus sueños

Esta la fuente muda

Y está marchito el huerto

Solo quedan lágrimas

Para llorar…¡No hay que llorar!”

(Antonio Machado, muerto de añoranza en el exilio en Colliure –Francia-)

Antes de que el agua potable de Los Prados de San Blas llegase a nuestros domicilios existían en nuestro pueblo media docena de fuentes: la mitad de uso mixto para consumo humano y para abrevar las bestias, y la otra mitad para exclusivo consumo humano. Pero indudablemente la más recordada por los que ya somos mayores es la Fuente Vieja*.

Ultimo aspecto de la Fuente Vieja

Enclavada entonces en los confines del pueblo. Se accedía a ella por varios caminos del pueblo: un caminillo terrero que partía de la carretera N-322 y dejaba a su derecha una huertecita con una higuera y chopos y álamos del arroyo Peñolite; una segunda que dejaba atrás la carretera, se adentraba en los llanos de La Vicaría y se llegaba a ella por la Vereda o Camino Real pasando un puentecillo; y la tercera que traspasaba los corrales de la calle del arroyo, y al lado, junto al citado puente, se hallaba el manantial. Justo en la confluencia del nombrado arroyo Peñolite con el de Las Canales o Canalejas.

Puente que daba acceso a la Fuente Vieja

Nuestra Fuente Vieja sirvió durante más de dos milenios como un espacio de descanso, concentración y lugar de abrevadero de viajeros, caminantes, trajimanes, partidas y ejércitos de diversa clase y condición, viajando desde las “Andalucías” a Murcia, Cartagena, Valencia o Tarragona. Su ubicación estratégica próxima a uno de los vados más importantes para el paso, en especial en invierno, del entonces más caudaloso río Guadalimar a través del Puente Viejo, por las calles Nueva y del Arroyo que forman parte de la Vía o Camino Real que enlazaba Levante con Andalucía y viceversa, la convertía en ineludible parada.

Por ejemplo, y según cuenta el historiador Plinio, acamparon en los llanos, y bebieron pues de su agua, los caudillos cartagineses Asdrúbal y el gran estratega Aníbal, con su ejército y los 38 elefantes guerreros camino de su, al final, fracasado intento de conquista de roma. Como también en su retirada hacia Gades (Cádiz) vencidos, y perseguidos, por Plublio Cornelio Escipión. Este general romano también debió pasar un tiempo (209 a.C.) con sus tropas bebiendo y aprovisionándose de agua de la fuente, ya que estableció un campamento en las cercanías del Arroyo del Ojanco (Los Baños).

Imagen de la construcción del Puente Viejo

Con más seguridad pasó, y se avitualló hasta ocho veces, San Juan de la Cruz, mandatado por la madre superiora Santa Teresa de Jesús para fundar los dos conventos carmelitanos de Caravaca (Murcia). Al no poder ésta asistir, obligada a marchar con urgencia a Sevilla.

Igualmente, hicieron parada de ida en la Guerra de la Independencia los ejércitos napoleónicos al mando del mariscal Dupont, y de vuelta tras su humillante derrota por las tropas españolas y sus aliados en Bailén. Y que dejarían cumplidas muestras de venganza quemando pueblos y villas de nuestra bella Sierra de Segura. Y es muy cierto pensar que el general Prim y su amigo el Marqués de Vinent, hicieron el kilómetro que los separaba desde la finca de La Vicaría hasta la fuente para beber el agua fresquita de la Fuente Vieja.

La Fuente Vieja
Más documentado estaría el paso, y estancia, durante la Guerra Civil del general republicano Miaja, y de parte de las Brigadas Internacionales dirigiéndose desde Albacete hacia el frente de Lopera y Andújar con la pretensión, no lograda de recuperar Córdoba y Sevilla. Con ellos viajó un afamado poeta. Miguel Hernández, que aprovechó un rato de descanso para dar un recital en la colectividad existente en nuestra aldea de El Tamaral.

La función hídrica de nuestra fuente no se interrumpió ni en los duros años de “pertinaz sequía” como la llamó un cursi en la postguerra (1939-47), y siguió manando agua, después dotada, ya en los pasados años setenta al remodelarse tras una inundación con sendos grifos en sus caños. Era todo un espectáculo contemplar, en cualquier hora y estación, a recias mujeres con sus cántaros en los ijares, niños con un par de botijos, o caballerías con damajuanas aprovisionándose de agua fresquita.

Situación de la Fuente Vieja respecto al casco urbano de Puente de Génave

Desgraciadamente hace unos años, una alevosa tormenta colmó el arroyo Peñolite, y esta vez la riada se llevó por delante la fuente. Un icono e imagen señera del Puente se perdía sin remedio. Pero muchos paisanos no nos resignamos a su pérdida definitiva. Por ello solicito a los representantes en las instituciones municipales que realicen las gestiones oportunas para conseguir devolver al pueblo su icono perdido, procediendo a la rehabilitación de la fuente, y si es posible de su venero, pues hay quien dice que lo destruyó la riada. El lugar que propongo para situarla sería en el parque que se ha habilitado justo enfrente, a la otra orilla del arroyo, creando junto a la escultura al aire libre que resultó premiada de las amapolas, y junto con unos cuantos bancos y árboles para la sombra, crear un espacio placentero para el reposo, conversaciones y charloteos varios. Y todo acompañado de un cartel explicativo, al estilo del existente en nuestro hermoso Salto de San Blas. Urbanitas, tenemos varios, y buenos en el pueblo, es por lo tanto cuestión de buscar financiación y pedirles que presenten una oferta que sea irrechazable. Pues, venga, sin más dilación. ¡manos a la obra!.

Pedro Ruiz Avilés. 2019

(*) Este escrito es un relato-leyenda y, por tanto su contenido puede no ser verdad. O sí.  


viernes, 30 de octubre de 2020

JORGE MANRIQUE. EL POETA GUERRERO DE SEGURA DE LA SIERRA

Insistiendo en el artículo publicado recientemente en el que se argumentaba sobre la veracidad de situar el nacimiento del destacado poeta del medievo español, Jorge Manrique, en la localidad de nuestra comarca Segura de la Sierra, volvemos a recoger más explicaciones y argumentos en el escrito del destacado historiador de nuestras tierras D. Genaro Navarro, quien realiza, en el siguiente artículo, una minuciosa explicación de las razones que le permiten asegurar que dicho poeta no nació en la localidad palentina de Paredes de Nava, como aseguran algunos, y si lo hizo en nuestra comarca, en Segura de la Sierra, que fue el lugar de residencia familiar y donde realizó muchas de sus extraordinarias composiciones literarias. 


SEGURA DE LA SIERRA, LUGAR DE NACIMIENTO DE JORGE MANRIQUE.

Ni los hechos y convulsiones internas que agitan a Castilla durante los reinados de Juan II y Enrique IV, época de transición en la que vivieron los Manrique y que presagia ya el Renacimiento, ni el refinado ambiente intelectual característico de aquella sociedad, en la que este noble linaje ganó tanta fama y gloria a través de las armas y las letras, ni aun siquiera la figura y personalidad de don Jorge y la suprema belleza de las Coplas a la Muerte del Maestre de Santiago, «maravilla literaria, tan única en la literatura como el Cantar del Cid o el Quijote», mueven hoy nuestro interés, estrictamente ceñido a espigar en campo ajeno datos y noticias sobre las que sustentar la tesis del posible nacimiento del gran poeta en Segura de la Sierra.

Placas conmemorativa a Genaro Navarro en Segura de la Sierra

A este propósito hemos consultado la «Antología de los Manrique», de Joaquín de Entrambasaguas, la «Crónica del Halconero», de Juan II, el prólogo de Augusto Cortina a la Obra Completa de Jorge Manrique, y, sobre todo, son de inapreciable valor los materiales acopiados por Antonio Serrano de Haro, escritor y diplomático vinculado afectivamente a la tierra jaenera, en su libro «Personalidad y destino de Jorge Manrique», libro admirable en el que con rigor histórico, seriedad de investigador y amplia erudición y dignidad de estilo, ha llevado a cabo una investigación tan profunda y minuciosa de la vida y obra del célebre poeta y guerrero, que, como ha escrito Vázquez Dodero, sus páginas «son el fruto de un trabajo tenaz, realizado con alma ecuánime y con mente clara, apasionada por la verdad». El ambiente histórico-político en que crece don Jorge, la mentalidad de la época, con sus altos ideales caballerescos, la vida privada, el círculo familiar, el lugar de nacimiento... nada se sustrae a la aguda pesquisa y examen crítico de Serrano de Haro.

Pero ciñéndonos, como hemos enunciado, al punto concreto del lugar de nacimiento de don Jorge, partimos de la autorizada opinión de Serrano de Haro quien, sin establecerlo de manera rotunda y categórica, más bien parece inclinarse por señalar la cuna del poeta en Segura de la Sierra, ya que como literalmente escribe «no está, en efecto, nada claro que fuera Paredes de Nava», si bien, en tanto no aparezcan datos definitivos, prefiere mantener viva la ilusión local de la villa palentina, que no tiene más fundamento histórico que haber ostentado su padre el título de Conde de Nava.

En cambio, como el propio autor afirma, hasta 1440, en que por herencia de su padre no adquirió don Rodrigo el señorío de Paredes de Nava, no hay motivo alguno para pensar que fijara en este lugar su domicilio. Hasta esta fecha lo que sí parece evidente y claro es la presencia y permanencia del Maestre, en Segura de la Sierra, de la que fue Comendador ya, desde la adolescencia. Segura de la Sierra es frontera con el Reino moro de Granada, y hemos de ver más adelante, cómo los más resonantes hechos de armas del Maestre tienen por escenario aquellas ásperas montañas. Es el mismo don Rodrigo, en su testamento, quien dice: «yo gasté allí lo más de mi tiempo según los trabajos en que anduve». Abundando en este orden de consideraciones y como dato significativo de la asidua presencia de D. Rodrigo en la tierra segureña, hace referencia Serrano de Haro al testamento de D. Pedro, primogénito de D. Rodrigo, ordenando el traslado a Uclés de los restos de su madre y hermanos, sepultados en la ermita de Santa María de la Peña, cerca de Segura, en la frontera de los moros, por el temor de que éstos, en tiempo de guerra, pudieran llevarse los amados restos familiares, lleva esto a la conclusión lógica, a la que desde luego nos adherimos, de que el verdadero hogar de D. Rodrigo Manrique, al menos durante su primer matrimonio, fue Segura de la Sierra, donde sus hijos y su mujer murieron y fueron enterrados, siendo lo normal que los miembros de una familia vengan al mundo en el lugar habitual de su residencia y sea éste también en el que entreguen su alma a Dios.

Monumento a Jorge Manrique en Paredes de Nava

Por todo ello, y algunas otras razones, tales como la presencia de la familia del Maestre, buscando la protección durante sus ausencias, en las fortalezas de sus parientes en el vecino reino de Murcia, limítrofe del de Segura, termina Antonio Serrano de Haro, evocando «largas soledades de la familia, aislada en Segura, con el temor a infiltraciones nocturnas de los moros sin el calor del padre, el fuerte varón. Aún en el caso de que no naciese D. Jorge en Segura, allí se desarrollaría seguramente su infancia». Empero, la ausencia de documentos, impide a Serrano de Haro confirmar categóricamente a Segura de la Sierra como lugar de nacimiento del poeta. Bien se advierte, que investigador tan concienzudo y veraz, no quiere de modo alguno llegar a conclusiones que no tengan fehaciente probanza, más el análisis objetivo de los factores enunciados, inclina la balanza de posibilidades a favor de Segura de la Sierra, juicio que vamos a intentar robustecer con el examen de otros antecedentes y hechos de gran significación y relieve.

Es una realidad indiscutible que, Jorge Manrique y aun su propio padre, no han tenido biógrafos. Cronistas e historiadores han narrado hasta la saciedad las virtudes militares riel padre y consagrado la fama literaria del hijo, pero en esa ingente bibliografía, ni el interés personal, ni el autor de la creación literaria, han merecido atención y de ahí los escasos datos que poseemos.

Segura de la Sierra

Una vez más, el brillo y el renombre del poeta, han oscurecido al hombre, y desde nuestra modestia, intentamos desvanecer las sombras que sobre el lugar de su nacimiento envuelven a la egregia figura. La ilustre estirpe de los Manrique pudo ser originaria de la Tierra de Campos, aunque su casa solariega no radicase precisamente en Paredes de Nava, sino en Carrión de los Condes, pero su afincamiento lo fue en tierras de la Encomienda de Segura, y en ellas tuvieron lugar la mayor y más importante parte de sus empresas y hazañas, y así, D. Rodrigo, que había nacido en 1406, a los doce años se cruza Caballero del Hábito de Santiago y muy poco tiempo después es Comendador de la Orden. En 1428, aparece pleiteando con el Concejo y vecinos de Segura, por haberle negado la posada debida a los Comendadores, y en 1434, «el segundo Cid», ya famoso por sus notables hechos de armas, logra la rendición de la plaza mora de Huesear, en la frontera segureña, cubriéndose de gloria y recibiendo del rey Juan II, trescientos vasallos solariegos en tierras de Alcaraz y veinte mil maravedíes de juro de heredad. En 1456 toma para el rey Enrique IV la importante plaza de Jimena, en tierras del Santo Reino de Jaén.

Monumento a Jorge Manrique en Segura de la Sierra

Antes, el 3 de mayo de 1439, el infante D. Enrique de Aragón, le otorgó poder para que continuase en la posesión «en que él había estado y estaba, del Maestrazgo de Santiago, e de las villas e logares e castillos e vasallos de dicho Maestrazgo», y días después, el 18 de los mismos mes y año, el Comendador de Segura, con el de la vecina Caravaca, alzaba la villa de Ocaña por el Infante, al que acompañó con ciento cincuenta rocines en marzo de 1440, en su entrada en Toledo contra la expresa prohibición del rey D. Juan. Cuando la nobleza, con el rey de Navarra y el infante D. Enrique, fueron vencidos en la batalla de Olmedo (19 de mayo de 1445), en la que murió el Infante, el rey D. Juan hizo nombrar en Ávila, Maestre de Santiago, al Condestable D. Álvaro de Luna, concurriendo a la elección todos los Comendadores de la Orden, excepto el de Segura, D. Rodrigo, que se alzó contra el nombramiento por ver mermados sus derechos al Maestrazgo para el que había sido nombrado por el rey de Aragón de acuerdo con el Papa.

Posesiones de la Orden de Santiago

Entonces, para reducir al Comendador de Segura, el rey envió una numerosa hueste, que al mando de D. García Lope de Cárdenas y del mariscal Diego Fernández, señor de Baena, tomaron la fortaleza y lugares de D. Rodrigo, en la Encomienda de Segura, excepto la de Hornos, en la que por medio de una ingeniosa estratagema infligió gran descalabro al mariscal, quien por verdadero azar salvó la vida, refugiándose en la villa de Siles. En febrero de 1448, parte D. Rodrigo de Segura, confiando la fortaleza a su hermano D. Fadrique, en socorro de la ciudad de Murcia, acosada por las tropas del rey, y meses después, en agosto de 1449. D. Fadrique, con diez mil hombres de a pie y a caballo, levanta el cerco que a Montiel tenían puesto las tropas de la corona, y en el que se encontraba sitiado D. Rodrigo. Por último, hemos de anotar que en la primera campaña de Enrique IV contra el reino de Granada, en 1455, entre los Capitanes del rey figura D. Rodrigo. También, como muestra de poder sobre estas tierras, en el aledaño campo de Montiel, se encuentra el pueblo actualmente llamado Villamanrique, antes Belmontejo, que cambió su nombre por gratitud hacia D. Rodrigo, que le había eximido de la jurisdicción de la Torre de Juan Abad, igualando el caso de Villarrodrigo, ante Albaladexo, que recibió el título de villa y el nombre del señor Maestre de la Orden de Santiago.

Emblema de la Orden de Santiago

Con estos y otros datos, que por no ser prolijos omitimos, hemos querido, dejar constancia de la asidua presencia de D. Rodrigo desde su adolescencia hasta las vísperas de su muerte, en la Encomienda de Segura, la más importante de la Orden de Santiago, cuyos confines se extienden hasta Alcaraz, el reino de Murcia, las tierras del Condestable D, Miguel Lucas de Iranzo, en el reino de Jaén, el Campo de Calatrava y el reino moro de Granada, por Huescar, conquistada por D. Rodrigo, en la línea fronteriza. «Dentro de esta extensa área montuosa —escribe Serrano de Haro— D. Rodrigo aprieta bien la hueste familiar asignando a sus hijos, Jorge y Rodrigo, las Encomiendas limítrofes de Montizón y Yeste y confiando al primogénito D. Pedro, cuando obtiene el Maestrazgo, la capital del pequeño reino de Segura.

«Mueren los componentes de una familia en el lugar que habitan y es éste donde nacen los hijos».

Otras presunciones, de no inferior valor indiciario, para poner de manifiesto el arraigo de la familia Manrique en Segura de la Sierra y el transcurso en ella de la mayor parte de su vida, son las que se refieren a su hacienda y bienes de fortuna. Lo normal siempre ha sido, y continúa siendo, que las familias tengan su asiento donde radican sus bienes, y éstos, en lo que al clan de los Manrique atañe, los suministra principalmente la Encomienda de Segura de la Sierra, la más rica de la Orden de Santiago, cuya principal fuente de ingresos la constituían los pastos, la madera y la caza. Pingües ingresos, siempre insuficientes empero, para cubrir los gastos del Maestre: el estado de Caballero, el brillo de la honra militar y la situación social de la nobleza, imponían cuantiosos dispendios y ostentaciones.

Non dejó grandes tesoros
ni alcanzó muchas riquezas
ni bajillas
más fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
e sus villas.


La vigilancia constante de las fronteras y el continuo batallar en que transcurrió la vida de D. Rodrigo, supone una empresa de gran importancia económica, habiéndose visto en múltiples ocasiones al frente de más de trescientos caballos. Vivió por esta causa en continuas dificultades económicas, sin que en nada las atenuase el Mayorazgo de Paredes, de muy menguados recursos, que no lo poseyó hasta 1440, y ello por poco tiempo, ya que lo perdió en 1445, después de la batalla de Olmedo, y no volvió a recobrarlo definitivamente hasta 1465. Esta presencia y ausencia sucesivas del Mayorazgo de Paredes de Nava, en el patrimonio de D. Rodrigo, hace necesariamente pensar en que no debió tener importancia para su economía. Lo importante para D. Rodrigo, lo mismo que para su hijo D. Jorge, es el decoro y brillo de su linaje y el servicio de la guerra, aunque ello comportase grandes y permanentes agobios económicos, y no es por tanto extraño que, por esta liberalidad y derroche, al ordenar su última voluntad se vea obligado a disponer el pago de las deudas contraídas en tierras de Segura y de Montiel «donde gastó lo más de su tiempo».

Carta de otorgamiento de Segura de la Sierra a la Orden de Santiago

Resumiendo, cuando antecede, podemos establecer las siguientes conclusiones:

- Que D. Rodrigo Manrique, en 1418, a los doce años de edad, se cruza Caballero del Hábito de Santiago y es Comendador de la Orden en Segura de la Sierra, con cuyo Concejo aparece pleiteando en 1428.

- Que, a lo largo de toda su vida, la mayor parte de sus empresas militares tienen lugar en la frontera de Segura con los moros de Granada.

- Que, en el territorio de esta Encomienda, es donde radica la fuente más importante de sus rentas e ingresos.

- Que es entre los vasallos de este feudo, donde hace sus levas.

- Que el Señorío de Paredes de Nava, no lo recibe hasta 1440 cuando ya, según algunos autores, había nacido don Jorge, y aun suponiendo que el nacimiento tuviese lugar en la primera mitad de este mismo año, como afirman otros, se hace difícil pensar en el desplazamiento de doña Mencía, su madre, en estado de buena esperanza, desde la comarca de Segura hasta las distantes tierras de Paredes de Nava dejándose tres hijos de corta edad, siendo el mayor don Pedro de cinco años; al tiempo que no es lógico enviar a su esposa al centro de poder del rey castellano Juan II, con el que D. Rodrigo estaba enfrentado.

Mausoleo de Juan II de Castilla

Si don Rodrigo no fue señor de Paredes hasta después de la muerte de su padre, acaecida en 21 de septiembre de 1440, y si hasta entonces —advierte Serrano de Haro— no hay ningún motivo para suponer que fijara en Paredes su domicilio conyugal, y además «en vida de la madre no consta que la familia viajara», no será arbitrario pensar que otro lugar distinto de Paredes pudo ser el del nacimiento del inolvidable lírico, pues si éste acaeció en 1439 o en la primera mitad de 1440, y su padre no heredó el Señorío hasta el último tercio de este año, la conclusión apuntada se desprende por sí misma. Harta razón asiste, pues, a Serrano de Haro, cuando afirma, con referencia a la cuna del poeta, que «no está, en efecto, nada claro que fuera Paredes de Nava», y para añadir, comentando el traslado de los restos familiares desde Segura, «que no cabe más elocuente dato que éste para probar que el verdadero hogar de don Rodrigo Manrique en el período de su primer matrimonio fue Segura de la Sierra».

Casa natal de Jorge Manrique

Por lo que respecta a doña Mencía, primera esposa de don Rodrigo y madre del poeta, aún persisten en Segura de la Sierra en pobre estado de conservación, algunas nobles piedras presididas por el escudo de armas de los Figueroa, señalando el solar de sus mayores y el lugar que le prestó amparo en su infancia y de donde salió para unir su vida a la azarosa de don Rodrigo Manrique. No debe tampoco olvidarse que doña Mencía de Figueroa, aquella de la que nunca se supo que abandonara el hogar familiar, nació, vivió y murió en Segura de la Sierra, y allí, en la ermita de Nuestra Señora de la Peña, fue enterrada con algunos de sus hijos, hasta que en 1481 el primogénito don Pedro ordenó el traslado de los restos al Convento de Uclés, donde ya les aguardaban los de su esposo, el Maestre, y su hijo don Jorge, muerto este último, como se sabe, en el asalto del Castillo de Garcimuñoz, en 1479.

Escudo de los Figueroa en Segura de la Sierra

Al no existir dato que autorice fijar el nacimiento en Paredes de Nava, otro puede ser su lugar de origen, y en ninguno concurre, como ocurre en Segura de la Sierra, tal cúmulo de circunstancias que permiten señalarlo como patria chica del poeta. Cierto que tampoco en esta villa existen documentos fidedignos, mas téngase en cuenta que el archivo y la villa misma fueron reducidos a un montón de cenizas durante la invasión francesa, pero de todos modos valor de testimonio vivo tienen, esas nobles piedras, a las que acaba de hacerse alusión.

Por estos motivos, y porque en todo caso allí transcurrió la infancia del poeta, ha sido fácil a Serrano de Hato imaginar a don Rodrigo rodeado de hijos, familiares y criados, contando y comentando aventuras y lances de la guerra, «ante la gran fogata con que atenuarían las noches heladas de Segura», montear en las escabrosidades y «riscos de Segura, bien provistos de jabalíes, venados y lobos», o verlo en la iglesia parroquial ante la imagen de Nuestra Señora de la Peña «iniciarse en la piedad de la mano de su madre». «Sería ella, como señora de la región, quien se ocuparía de que el templo estuviera atendido». También hincaría su rodilla ante la imagen de Santiago en la capilla del Castillo. «La fortaleza de Segura, avizora de los caminos de Granada, era una fortaleza de fe», y allí se inició y forjó el sentimiento religioso de Jorge Manrique. Este mismo sentimiento religioso lleva posteriormente al poeta a incluir en su poesía amorosa unos piadosos versos a la pasión de San Vicente Mártir, cuya imagen quedaría fijada en su retina ante el retablo dedicado a este Santo en la ermita que, para conmemorar la conquista de Segura, el día de San Vicente Mártir de 1212, por los Caballeros santiaguistas, se erigió en el contiguo cerro que todavía se llama de San Vicente.

Localización de las Ermita de San Vicente Mártir en Segura de la Sierra

El ejercicio de la Caballería, consustancial con la nobleza, era el más considerado, y don Jorge, formado a la sombra de su padre hizo honor a la tradición familiar, siguiendo el oficio de las armas.

El Maestre D. Rodrigo
Manrique, tanto famoso
e tan valiente.

Vamos, pues, a situarlo ante los acontecimientos bélicos en que participó, para que podamos ver cómo, al igual que su padre, las empresas y expediciones militares en que participó, tienen por escenario la frontera militar con el reino de Granada, de las que no suele alejarse, como no sea para intervenir en las escaramuzas y banderías de la nobleza.

Vivió sobre las armas, pero casi siempre acompañando a su padre en sus campañas, o patrullando los campos de la Mancha durante las discordias civiles. Así, ayuda a don Rodrigo a rendir la fortaleza de Alcaraz, sometiendo definitivamente el Marquesado de Villena a la Corona. Pelea también brillantemente a su lado en las conquistas de Uclés y de Ocaña. Muerto don Rodrigo, cae prisionero en Baeza al intentar tomar la plaza, pero ahora también lucha, como siempre, formando parte de la confederación familiar de los Manrique, al servicio de sus parientes y aliados, los Benavides. Esta misma motivación es la que le lleva a sostener los derechos de su primo don Alvaro de Estúñiga, al Priorato de San Juan, usurpado por don Juan de Valenzuela, a quien venció con fuerzas numéricamente muy inferiores cerca de Ajofrín. La influencia y personalidad de don Rodrigo Manrique, transcienden de su feudo de Segura de la Sierra, dejándose sentir en las Encomiendas limítrofes de Yeste —poseída por su hijo don Pedro—, en la de Montizón, de la que es Comendador don Jorge; la de Caravaca e incluso en el Reino de Murcia, donde imperan los Fajardo, sus parientes y aliados.

Fortaleza de Alcaraz

El estado de Caballero es un alto honor que comporta arduas obligaciones, pero si se trata de tan claro linaje, como el de los Manrique, la gloria, la honra y el heroico esfuerzo se sostienen sobre una continua sucesión de hazañas, que por nada ni por nadie deberán ser superadas. Como el teatro de las luchas de los Manrique es la inquieta frontera de Segura, porque la defensa de la fe de Cristo y la reconquista del territorio nacional es la gran tarea que incumbe a don Rodrigo, allí monta la guardia a lo largo de su vida, y para que ésta sea más efectiva y prevenir posibles riesgos, por medio de alianzas y lazos de sangre, extiende su actividad a otros dominios y desde luego a la Encomienda de Montizón, en el punto de sutura entre Sierra Morena con Sierra Segura, y es por ello por lo que Montizón viene a ser como una pieza en el dispositivo militar de la limítrofe Encomienda de Segura, y don Jorge, un Capitán del Maestre, aunque en ocasiones se vea forzado a intervenir en las pugnas señoriales, en una de las cuales sería mortalmente herido ante los muros del Castillo de Garcimuñoz. La única ciudad a la que estuvo vinculado por su matrimonio, y porque entonces era el centro político de España, fue Toledo, pero aparte de estas esporádicas ausencias de Montizón, no se encuentra mención de su presencia y de contacto alguno con la Tierra de Campos, aunque le perteneciesen las tercias de Villafruela.

Castillo de Garcimuñoz

A la vista de estos datos, y considerando que, de la opinión de los autores, y entre ellos, la muy autorizada de Serrano de Haro, se viene a la consecuencia de que no hay motivos para señalar Paredes de Nava como lugar de nacimiento de Jorge Manrique, lógicamente se desprende que otro lugar hubo de serlo, y es indudable que en ningún otro concurren las circunstancias que señalan a Segura de la Sierra como cuna del poeta. En lo sucesivo, sería ya imperdonable que a Jorge Manrique no se le incluya en el repertorio de grandes poetas españoles que nacieron o vivieron en lo que actualmente es provincia de Jaén.

 

Genaro Navarro.