viernes, 29 de diciembre de 2023

LAS RONDALLAS NAVIDEÑAS

Es tiempo de concordia y de buenos deseos, donde las familias se reúnen en torno a unas mesas para degustar sabrosos y abundantes manjares, cuestión que se ha convertido en tradicional. Como de otro tiempo perduran otras tradiciones que han logrado subsistir al paso del tiempo invadido de modernidad. Puede que una de esas tradiciones que ya no resultan frecuentes de ver por nuestras calles, en este tiempo de Navidad y Fin de Año, sean las rondallas que recorrían los rincones de las aldeas y pueblos serrano-segureños inundando de alegría con sus canciones y villancicos el ambiente de concordia propio de este tiempo navideño. Queremos, desde este Blog, rendir homenaje a aquellas rondallas que se pierden en el recuerdo de aquel otro tiempo.   

CANTAR PARA LA NAVIDAD

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No es que sea una tradición muy arraigada en nuestros pueblos y aldeas, pero si es cierto que no resulta extraño poder ver y, sobretodo, escuchar cánticos al compás de alguna guitarra o bandurria que, siguiendo el ritmo marcado por panderetas y zambombas, servían de melodía para esos cánticos propios de la Navidad.

Rondalla tradicional

Estas estampas propias de las fiestas en torno a la Natividad del Señor, permanecen en la memoria de nuestros mayores como estampas fijas que emanan nostalgia de otro tiempo. Son recuerdos de una infancia donde un grupo nutrido de jóvenes se organizaba para recorrer las calles de la localidad en medio de cánticos, júbilo y risas. Evidentemente predominaban los tradicionales cánticos de villancicos mezclando, en ocasiones, otras composiciones de arraigo popular. La ronda empezaba siempre ya avanzada la tarde y las calles donde residían las más lozanas mocicas eran los puntos preferidos de destino. Ellas, o sus madres, respondían ofreciendo algunos dulces regados con ligeros tragos de algún licor como el anís o la mistela. La alegría era la nota dominante, pues los aguinaldos recibidos en forma de licor iban animando tanto los cuerpos como las voces, llevándolas, con tono desenfadado incluso a la misma exageración desafinada.

Cánticos de villancicos

Este singular pasacalle que ofrecía la llamada rondalla, necesitaba de muy poca preparación, pues las cuadrillas de amigos tenían fácil acceso al simple instrumental. Alguien aportaba sus conocimientos de guitarra y los que carecían de habilidades musicales, siempre podían tener a mano una simple pandereta hechas clavando en una madera las chapas recogidas en los bares de las botellas de cerveza o de refrescos o zambomba que se había realizado aprovechando la piel seca de la reciente matanza, sin renunciar a la recurrente botella de Anís del Mono a la que, con una simple cuchara, resultaba sencillo extraerle ese sonido acristalado que resaltaba sobre los demás. También podía servir cualquier trozo de caña o madera, de no más de 40-50 cm. de longitud, que se rajaba dividiendo en dos partes aproximadamente la mitad de su extensión, proporcionando así un plus de compás y armonía.

Botella de anís convertida en instrumento musical

Como ya hemos apuntado, las cancioncillas eran básicamente villancicos que, por tradición oral, pasaban de generación en generación. Todos tenemos en nuestra memoria la melodía de aquel “Dime niño de quién eres todo vestido de blanco...” o “Hacia Belén va una burra ring-ring…”, o el “Pero mira como beben los peces en el río…”, y muchos otros que residen en vuestra memoria. Había un repertorio amplio de villancicos e inalterable año tras año que se iban repitiendo en medio de un amplio despliegue de amistad y camaradería.

Artesanal pandereta.

El día seleccionado siempre sería el 24 de diciembre, día de Nochebuena, siendo, en ocasiones más de una las rondallas que se atrevían a difundir su peculiar arte musical. Como hemos dicho, serían las mozas pretendidas o cortejadas, si es que ya no ejercían oficialmente de novias de los improvisados cantantes, los objetivos principales. Se iba de casa en casa desde la sobremesa del día 24 hasta los momentos previos a la tradicional cena familiar de Nochebuena. 

Preparados para iniciar el recorrido

Después de la Misa del Gallo se volvían a reunir las cuadrillas de amigos, para, ahora en ambiente totalmente festivo, cantar y beber por todos los rincones de la población donde repartían alegría al compás de su música, siendo muchos los vecinos quienes salían a las puertas de sus casas para canturrear al unísono los tradicionales villancicos y ofrecer alguna copa de licor para soportar mejor el frío invernal y poder mantener más fácilmente el jolgorio y la algarabía propios del espíritu navideño. Eran momentos donde lo importante sería ofrecer unos villancicos a cada uno de los vecinos en medio de una alegría comunitaria donde lo único importante era sentir y ofrecer cariño a través de la música.

José Antonio Molina Real

viernes, 15 de diciembre de 2023

CON SABOR A TRADICIÓN FAMILIAR

 LOS CHURROS DEL VELA

Cuando los clientes se presentan en la Churrería-Bar Vela, en Puente de Génave, y solicitan, como ya va siendo habitual, cada mañana un sabroso desayuno a base de churros y chocolate caliente, siempre elaborado con los mejores productos; no alcanzan a saber, en su gran mayoría, que detrás de esa simple actividad comercial se esconde una tradición familiar que se acerca a casi un siglo. Los churros del Vela se remontan a las primeras décadas del S. XX, y siguen elaborando este simple pero apreciado manjar desde 1928.

Segunda y tercera generación juntos, con Dª.Magdalena Sánchez
 y Mª Ángeles Vela al frente

Efectivamente, por aquel entonces, en plena dictadura del General Primo de Ribera durante el reinado de Alfonso XIII, Vicente Vela inició la andadura de este negocio familiar lanzándose a repartir en los cortijos y poblaciones de la Sierra de Segura, siempre a lomos de sus mulas, sus churros. Este producto se convirtió en el tradicional agasajo que las familias ofrecían a sus invitados para celebraciones y acontecimientos familiares, especialmente las bodas, aunque también solía acudir a alguna festividad religiosas o patronal en estos lugares de nuestra Sierra. Los caminos no eran fáciles de transitar y con sus mulas cargadas de aceite, harina y todo tipo de ollas y de elementos necesarios para su elaboración, emprendían camino, bajos los rigores del frío en invierno o el sofocante calor en verano, hacia los lugares donde eran requeridos para acompañar cualquier celebración con, por aquel entonces, privilegio de degustar un chocolate con churros. Realizaban un hornillo preparando una masa mezclando barro y paja, para, de esa forma y con las propias manos, ir dándole forma circular al lugar donde poner el recipiente con el aceite que será calentado a base de leña que era introducida por la parte inferior a través de un orificio abierto a ras de suelo en esa particular construcción. Había que procurar que el lugar fuera lo más plano posible para que el trabajo fuera más fácil y así encajar ese recipiente redondo con asas repleto de aceite donde se freiría la masa recién preparada compuesta de harina, agua y un poco de aceite y sal. El calor lo proporcionaba la leña que los propios lugareños abastecían para evitar así el peso de su transporte, no sin antes haber negociado con ellos su justo precio. Tampoco podía falta junto a este fuego las ollas de chocolate, los pucheros de café y agua caliente que así se mantenían con el suficiente calor.

Hornillo tradicional en Puente de Génave

Con el paso del tiempo, Rafael Vela Marín, allá a principios de los años cincuenta, coge el relevo de su padre junto a su esposa Magdalena Sánchez, quienes dejan a un lado esta exclusiva labor para ampliar su actividad de forma ambulante por los principales pueblos y aldeas de toda la Sierra de Segura, aunque sin dejar de acudir a determinados eventos o ferias y fiestas, donde se instalaban a cubierto de unas lonas sujetadas por unos largos palos que hundían en unos bidones cargados de tierra para formar, a modo de tenderete, un improvisado cobertizo que les protegiera del sol o de la posible lluvia, formando así una verdadera churrería ambulante.

Con esta dinámica siguieron, durante décadas, elaborando churros y, con esa dura forma de negocio, seguir con la tradición de la elaboración de sus, ya famosos en la comarca, churros. Será una de sus hijas, concretamente María Ángeles Vela Sánchez, la que seguirá con esta tradicional actividad familiar en su tercera generación. Ella aprendió el oficio en la propia casa familiar de la calle Goya, ya de pequeña, viendo como sus padres realizaban todos sus preparativos, para en festivos y domingos salir a realizar su trabajo en su hornillo artesanal de adobe que, de manera fija, tenían instalado en plena carretera nacional Córdoba-Valencia a su paso por Puente de Génave, frente al popular Bar Iberia, después llamado Bar El Pintor. Allí iba María Ángeles siempre que podía a ayudar a sus padres y fruto de ello fue que se hiciera cargo del negocio para dar continuidad a esa tradición familiar.

Ángel Gómez, junto a Mª Ángeles elaborando
sus famosos churros

Más tarde, ya en 1991, decidió, junto a su marido Ángel Gómez abrir un bar, el Bar Vela, también a pie de la carretera nacional, junto al puente que salvaba el Arroyo de Peñolite. Allí, además de dar servicio a sus clientes con todo tipo de bebidas y unas suculentas y sabrosas tapas, seguirá elaborando sus famosos, para todos los serranos-segureños, churros con chocolate, especialmente en días festivos y también durante los días de fiestas patronales. Por este motivo, los churros del Bar-Churrería Vela siguen siendo la principal atracción de esas primeras horas de las mañanas, por lo que, sabedores de ello, a su local acuden a propósito clientes no sólo de Puente de Génave, sino también de otras poblaciones de toda la Sierra de Segura.

Por esta, y otras razones, el Bar Vela se ha convertido en un referente para toda la Sierra de Segura. Lugar de encuentro donde poder degustar unas sabrosas tapas como lo pueden ser huevos de codorniz, ajoatao, mollejas, gambas al ajillo, diversos arroces, embutidos caseros, galianos y otros diversos tipos de elaboraciones. También su cocina es reconocida y se sirven completos menús diarios en una estupenda carta. Allí, tanto Ángel como su hijo Agustín junto con, al que podemos considerar uno más de la familia, Abelardo se encargan del servicio de barra mientras que María Ángeles ayudada por su nuera o su hija Nazaret se encarga de las labores de cocina, dando una total atención al cliente que disfruta de su amplio local y, principalmente en verano, de sus dos terrazas, una interior, casi suspendida sobre el cauce del arroyo Peñolite, y la otra exterior a pie de la carretera nacional.

La tercera generación de Churrería Vela al completo.

Sin ninguna duda, el Bar-Churrería Vela se ha convertido en un lugar de referencia y conocido por sus churros en toda la comarca, y una parada obligatoria para no dejar de saborear ese simple, pero rico manjar, especialmente los fríos días de invierno; porque no nos engañemos, a quién no le apetecen unos churros con chocolate caliente a primeras horas de la mañana…..

José Antonio Molina Real

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Fotos Diario Jaén.


jueves, 30 de noviembre de 2023

EL RECOVERO. UN OFICIO DE OTRO TIEMPO

 

En nuestra sierra, las economías familiares estaban basadas en el autoconsumo, se intentaba producir todo aquello que se necesitaba y los ingresos monetarios eran escasos, se limitaban a los esporádicos jornales que se prestaban al señorito o terrateniente local, a la propia administración o a una eventual venta de un pedazo de tierra o vivienda. Por otro lado, los salarios eran muy bajos, y el trabajo no estaba valorado; en algunos casos no cubrían las necesidades básicas de las familias. Como ejemplo nos cuentan que en estos pueblos había familias que, tras la temporada de recolección de la aceituna en las zonas bajas de la sierra, en los profundos valles, volvían a sus casas debiéndole aun dinero al llamado “recovero”.

Los recoveros eran personas que, desde la época de la posguerra española se dedicaban a recabar artículos y hacer mandados de pueblo en pueblo, así como revender en el vecindario todo aquello que la tierra ofrecía a los aldeanos, ya que se utilizaba, con bastante frecuencia, el trueque para pagar sus compras, siendo los huevos de ave y productos de temporada los más utilizados. Se dedicaban a la venta ambulante generalmente comerciando con paños, telas, menaje o pescado en salazón. Para muchas familias que vivían en zonas rurales aisladas era casi el único contacto con un mundo exterior que no dejaba de crecer y desarrollarse. No sólo se dedicaban a vender o intercambiar productos, ya que hacían también las veces de recaderos llevando encargos, cartas o productos a determinadas personas de los pueblos cercanos; y todo ellos por caminos, a veces, intransitables.

Existían algunos artículos que las unidades familiares no producían directamente como tejidos, calzado, alimentos especiales…, y tenían que adquirirlo de otros vecinos o desplazarse a los comercios de las poblaciones cercanas. La única posibilidad de obtenerlos era mediante el trueque con sus excedentes. Cualquier producto era bueno para la transacción: huevos, trigo, lana, gallinas y pollos, pellejos de animales (pieles), productos de la huerta, etc.

Para facilitar el intercambio los productos que intervenían siempre se valoraban en la moneda en curso legal, la peseta o el real, aunque esta no interviniera físicamente. Hubo algunos productos que debido a su oferta y a su demanda llegaron a convertirse en verdadera moneda de cambio. En torno al intercambio de huevos se llegó a crear todo un negocio. Bien los recoveros o bien los comercios iban recogiendo los huevos, los embalaban cuidadosamente en jaulas o cajas de madera envueltos en paja o virutas, y los almacenaban hasta la llegada de los camiones que semanalmente los transportaban hasta las grandes ciudades para su posterior venta.

Fue tan grande la demanda que algunos vecinos de la parte alta de la Sierra de Segura vieron la oportunidad de negocio e intentaron en cierto modo industrializar el proceso, construyendo algunas modestas granjas, quedando todavía algunas en Santiago-Pontones como vestigios de aquellas primarias explotaciones. A finales de los años 60 empezó el declive, ya que se construyeron explotaciones cerca de las ciudades, consiguiendo un producto más barato al reducir los costes, entre otros el del transporte, y estas granjas se transformaron o acabaron por desaparecer.

También era muy común en las transacciones las pieles de animal, y se hacía a través del pellejero, que valoraba y controlaba la calidad de las pieles. Por esta comarca comerciaban pellejeros que remanecían principalmente de las poblaciones cercanas a nuestra sierra de la provincia de Murcia, donde destacaba especialmente el municipio de Archivel, de Albacete y algunos incluso de tierras levantinas.

Otro producto que se utilizaba para trocar era la leña, único combustible de la época, destacando en esta actividad los habitantes de la aldea de Los Pinares eran los que más intercambiaban usando la madera como moneda de cambio.

La escasez y el trueque, aunque de forma obligada, también contribuía, al ahora tan de moda, reciclaje y al aprovechamiento de los recursos. Las alpargatas y ropa vieja se intercambiaban por otros productos y prendas nuevas. Esta mercancía era transportada a las fábricas de Alcoy, donde se transformaba en nuevas.

Localidad de Archivel

Servicios como la cocción del pan en hornos privados, o la molienda del trigo, se pagaban en especie, es decir con los propios panes o la propia harina. La cantidad de harina que se le entregaba al molinero se le denominaba maquila y era descontada de la molida total. Los molineros más pícaros vestían prendas de puños anchos de modo que al recoger la harina que les correspondía por sus servicios, obtenían el extra del producto que se quedaba en sus mangas; de aquí la expresión: tener la manga ancha.

Estamos ante una figura clave en el comercio de este tiempo. El recovero eran meros intermediarios, que a cambio de un pequeño margen recorrían la sierra a lomos de sus caballerías, más tarde pequeñas furgonetas con la mejora de caminos y carreteras, vendiendo el género en pequeñas aldeas, cortijadas y lugares recónditos. Adquirían las mercancías en los comercios de las poblaciones más grandes, como Puente de Génave, Orcera o Santiago de la Espada. Sus rutas duraban varios días y después de vender todos sus artículos volvían cargados con los productos que les habían entregado sus compradores, que les servían de medio de pago en los comercios. Los huevos era una mercancía delicada para su transporte por descuidados caminos, y siempre se corría el riesgo de perder lo ganado.

Fueron muchos los recoveros que comerciaron por nuestras aldeas, destacando José Flores, de Promaguillo; Máximo Rodríguez, de las Casas de las Tablas; su hermano Bautista, de Los Anchos; Serafín Carrillo, de Las Espumaredas; Ángel Fernández de Las Canalejas; José el Chotero de Los Goldines o Florencio de Fuente Segura. En Pontones hubo una recovera, Presentación Molina “la Gorda” que además de la dureza del oficio tenía que añadir la condición de ser mujer. Junto con su madre recorrieron durante 25 años las aldeas más próximas a Pontones vendiendo telas. Cuando llegaban a algún cortijo exponían su mercancía en la casa de alguna vecina, y allí mismo realizaban la venta, siendo su beneficio determinado por la compra de tela en metros y la venta al mismo precio en varas, ya que una vara era igual a 0,8 metros.

Los medios de comunicación fueron mejorando y las infraestructuras fueron permitiendo que los vecinos de las aldeas pudieran acceder a las poblaciones más grandes. De esta manera el recovero, poco a poco, fue perdiendo su función de intermediario y acabó por desaparecer o se convirtió en lo que en la actualidad llamamos vendedor ambulante.

Aldeas de Los Anchos

Fue una época difícil y dura, en la cual vivir en las aldeas serranas suponía un gran sacrificio, siendo los recoveros los únicos que podían aportar esa pequeña dosis de bienestar a sus habitantes, siendo el nexo de unión con poblaciones cercanas. Un reconocimiento y homenaje a todas las personas que hicieron la vida más fácil y llevadera gracias a su esfuerzo y entrega, especialmente un reconocimiento a los últimos vendedores, carteros, peones camineros… y todos aquellos que llegaban a las aldeas de nuestra Sierra de Segura para aportar ese bienestar a sus habitantes, en muchas ocasiones, olvidados.


sábado, 18 de noviembre de 2023

EL FERROCARRIL BAEZA-UTIEL. CRÓNICA DE UN FRACASO.

EL PROYECTO Y SU DESARROLLO EN LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA, SEGUNDA REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL.


La línea férrea, Baeza-Utiel, concebida para conectar el valle del Guadalquivir con la región levantina, siguiendo un itinerario alternativo al que se había establecido a mediados del siglo XIX por el paso de Despeñaperros, cuando ya se encontraba prácticamente concluida, se paralizó primero, y abandonó definitivamente poco tiempo después. Así se frustraron, una vez más, las esperanzas de cuantos habían visto en este proyecto ferroviario un medio para sortear el aislamiento secular y contribuir al desarrollo socioeconómico de las provincias de Jaén y Albacete; una frustración que resultaba tanto más dolorosa y escandalosa por lo que suponía de despilfarro de varios miles de millones de pesetas. El ferrocarril Baeza-Utiel arranca tras la instauración de la dictadura de Primo de Rivera y se extiende hasta los primeros años de nuestra democracia en las postrimerías del S.XX poniendo así punto final a una larga historia plagada de sinsentidos y contradicciones.

Trazado de la línea Baeza-Utiel

1.      INICIO DEL PROYECTO.

La primera referencia que tenemos sobre un trazado similar al que luego seguiría la línea Baeza-Utiel la encontramos en el proyecto sobre ferrocarriles de Francisco Coello en 1855. Este geógrafo nacido en Jaén, concibió un plan ferroviario alternativo al diseño radial predominante, con un trazado de líneas transversales, mucho mejor adaptadas a las condiciones topográficas de la Península Ibérica y basado en la posibilidad de enlazar las costas atlántica y mediterránea. Desde su presentación, poco más se supo de este trazado hasta que a finales del siglo XIX, una serie de particulares, solicitaron autorización para el establecimiento de varios ferrocarriles de distinto ancho y diferente longitud que trataban de enlazar el valle del Guadalimar con la comarca de La Loma, o bien la Sierra de Segura con tierras manchegas, pero todos ellos acabaron desestimándose.

El primer precedente claro del ferrocarril Baeza-Utiel lo encontramos en el Plan de Ferrocarriles Secundarios recogido en una Ley de mediados de 1904. En ella se clasificaban los proyectos ferroviarios en aquellos sin subvención directa del Estado y los que tenían interés estatal. Dentro de estos últimos, en abril de 1905, se incluía un trazado que partía de la localidad valenciana de Requena, y por Casas Ibáñez y Albacete, finalizaría en Alcaraz, donde concluía también otro proyecto que partía de Valdepeñas y pasaba por Infantes y Villanueva de la Fuente. El centro ferroviario proyectado en Alcaraz sería una estación término sin ningún sentido aparente, por lo que el Plan se complementó, a finales de 1905, con un trazado desde Baeza hasta Alcaraz, pasando por Úbeda y Villacarrillo, un trazado más lógico y mucho más atractivo para los inversores ferroviarios.

D. Juan Isla Domenech. Ingeniero responsable del
Plan de Ferrocarriles Secundarios.

De esta forma, a mediados de 1910, se abrió concurso para adjudicar el proyecto sin que tuviera gran resonancia y aceptación porque las condiciones de construcción y explotación de la línea debieron ser muy poco atractivas, creando alarma social en las ciudades que atravesaría, especialmente en Albacete, donde se convocó asamblea para tratar tal circunstancia. De nada sirvió pues una segunda subasta, dos años después, arrojó el mismo resultado que la primera. Un nuevo fracaso que no hizo desistir a las instituciones y fuerzas políticas y sociales involucradas en la creación del ferrocarril. Se celebraron nuevas asambleas, se crearon comisiones integradas por miembros de todas las provincias afectadas y se incrementó la presión de fuerzas políticas y populares ante los poderes públicos para conseguir la ansiada línea que comunicaría Baeza con Utiel. Pero todo fue en vano.

2.      EL PROYECTO EN LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA.

Sin embargo, no fue hasta la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera cuando la persistente reivindicación de asociaciones y entidades colectivas se vio secundada por múltiples pronunciamientos a título individual de personalidades de reconocido prestigio social e intelectual de las dos provincias de Jaén y Albacete, utilizando incluso las páginas de la prensa nacional, con artículos claramente reivindicativos, exigiendo a los miembros del directorio militar que pusieran en marcha los mecanismos pertinentes para que la línea fuera una realidad después de más de dos décadas.

D.Rafael Benjumea. Conde de Guadalhorce
Ministro de Fomento en la Dictadura de Primo de Rivera 

No sabemos hasta qué punto fueron efectivas estas peticiones individuales y colectivas, pero lo cierto es que el Plan Preferente de Ferrocarriles de Urgente Construcción aprobado a comienzos de 1926, incluía una línea denominada en el texto legal como “Baeza a empalmar con la (línea) de Cuenca-Utiel”, o sea, la unión de las dos líneas de ferrocarriles secundarios que se habían propuesto en 1905, con la única modificación de la estación término de la línea, no siendo Requena sino la cercana localidad de Utiel. Aprobada oficialmente, las instituciones oficiales de Jaén y Albacete intensificaron las gestiones ante el Ministerio de Fomento para acelerar el inicio de las obras. En esta ocasión la delegación jiennense se mostró mucho más diligente que la albacetense, ya que sus vínculos políticos con el directorio presidido por Primo de Rivera.

El primer escollo serio que hubo de salvar el ferrocarril Baeza-Utiel estuvo relacionado con el establecimiento definitivo de distintas porciones del trazado tanto en la provincia de Jaén como en la de Albacete. En la primera, el problema radicaba en la dirección a seguir a partir de esa estación término. Inicialmente se había previsto seguir un itinerario similar al diseñado por Francisco Coello a mediados del siglo XIX, sin embargo, la fuerte presión de los grandes propietarios de la Loma de Úbeda, a la que muy pronto se sumó la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Jaén, obligó, después de muchas tiranteces, a modificar ese recorrido en su tramo inicial. Las opiniones de aquellos terratenientes se reflejaron perfectamente en los numerosos escritos de la Cámara, rubricados en ocasiones por el Presidente de la Cámara Agrícola provincial. En ellos se dejaba meridianamente claro que, reproducimos textualmente: “seguir el trazado por la cuenca del Guadalimar es la utopía más enorme que puede alimentarse, puesto que habían de cruzarse los ríos tantas veces como kilómetros haya de recorrido, en lo que se invertiría una enorme millonada tan perfectamente inútil, como lo sería la semilla tirada a boleo en tierra infructífera. En cambio, siguiendo el valle del Guadalquivir se atravesaban pueblos que sólo al nombrarlos dan la sensación de riqueza que poseen, riqueza que por falta de vías comunicativas no sale espontáneamente a los mercados, y cuando sale, lo hace en condiciones anormales y con un bajo precio, perjudicando de manera ostensible al productor e imposibilitando el desarrollo natural y lógico de la industria y el comercio”. Así pues, en lugar de discurrir por el valle del Guadalimar, el trazado se desvió por el valle del Guadalquivir y la cara sur de La Loma de Úbeda, con la consiguiente satisfacción de los propietarios agrícolas de La Loma y del conjunto de la población residente en todas las agrociudades que surcaba el ferrocarril, profundamente decepcionadas después de que a finales del siglo XIX se variara el recorrido de la línea Linares-Almería, alejándola definitivamente de estas tierras. Esa modificación originó una cierta polémica que resucitaría varias veces a lo largo de la historia de la línea: se acusaba al general Saro, y por extensión a los grandes terratenientes de la zona por la que discurría el nuevo trazado, de haber variado éste a su antojo, por puro interés personal, a sabiendas de que tal modificación suponía un encarecimiento de las obras y una mayor carga para las arcas públicas. En ese momento aún no se conocían las enormes complejidades técnicas que traía aparejada esa decisión, que acabó convirtiéndose en un verdadero lastre para el desarrollo del ferrocarril.

Monumento en Úbeda al Gral. Leopoldo Saro

En la provincia de Albacete aún se demoró más la decisión sobre el diseño definitivo del trazado, que también estuvo acompañado de una cierta controversia. Durante muchos años se contempló como solución más apropiada para enlazar este ferrocarril con la línea de Cuenca a Utiel, el desvío a la altura de Robledo, para buscar desde allí la dirección de La Roda y luego la de Iniesta y Minglanilla hasta desembocar en la línea de Cuenca. Semejante propuesta implicaba dejar al margen del Baeza-Utiel a la ciudad de Albacete, que tan activa se había mostrado siempre en la lucha por su consecución. Semejante propuesta no tardó en ser contestada por los detractores de este trazado, quienes advirtieron que era “una fantástica derivación propia para ser defendida por lo que saben poca geografía”. Para demostrarlo de manera fehaciente, elaboraron un pequeño estudio sobre ambas variantes en el que se demostraba que el trazado que pasaba por la capital de la provincia era más conveniente que el desvío por La Roda puesto que resultaba menos complicado desde el punto de vista topográfico y permitía un recorrido más extenso del ferrocarril por tierras albacetenses, con lo cual se ampliaban las perspectivas de desarrollo a más localidades y, en definitiva, podía beneficiar a un mayor volumen de población. Por otro lado, el trazado resultaba mucho más aconsejable desde el punto de vista económico, tanto por la importancia que a este respecto tenía la ciudad de Albacete, como por la mayor riqueza agrícola de las zonas por las que atravesaba. Con tales argumentos, apoyados mayoritariamente por la sociedad civil albacetense, el diseño del trazado se recondujo y acabó estableciéndose por la capital de la provincia, aprovechando para ello la misma estación que se había inaugurado en 1855 para acoger el ferrocarril de Madrid a Alicante; una decisión que volviera a suscitar una nueva polémica. En efecto, esta nueva “estación de conjunto” necesitaba una ampliación sustancial que chocaba de frente con la expansión del casco urbano, por lo que muy pronto se pensó en desplazar las instalaciones ferroviarias para que éstas no interfirieran con el desarrollo urbanístico. Sin embargo, la solución no era tan fácil como algunos habían previsto en un principio. De hecho, se formaron distintos anteproyectos durante la Segunda República y en los primeros años de posguerra, pero la solución era tan compleja que aun transcurrirían muchos años hasta que se adoptara una solución definitiva. Y entonces esa decisión ya no estuvo condicionada en modo alguno por el ferrocarril Baeza-Utiel.

D. Luis San Gil. Ingeniero Jefe del proyecto en 1927

La línea tenía una longitud total de 364,9 km, de los que 249,6 km correspondían al tramo entre la Estación de Baeza y Albacete, y 115,3 km al comprendido entre esta última ciudad y Utiel. En la provincia de Jaén la línea contaba con 8 estaciones y 10 apeaderos; en la de Albacete con otras 8 estaciones y 12 apeaderos, y en la de Valencia con 2 estaciones y 3 apeaderos. Como puede advertirse, el número de apeaderos era muy superior al de estaciones, lo que delata la fuerte presión que llegaron a ejercer las autoridades locales y algunos grandes propietarios agrarios para que la línea se acercara a sus municipios o a sus propiedades, a cambio de lo cual cedieron gratuitamente el suelo para el emplazamiento del viario y las edificaciones ferroviarias.

Además de esas edificaciones de mayor o menor envergadura, el establecimiento del viario en sus distintas fases históricas requirió de otra infraestructura mucho más potente y compleja, entre la que sobresalían los 107 túneles de distinta longitud y dificultad que hubo que excavar para salvar algunos de los principales obstáculos del trazado. Su extensión conjunta superaba los 28 km, lo que nos da una buena idea de la dificultad y encarecimiento de las obras. Así mismo hubo que levantar un total de 25 viaductos, también de muy variada extensión y complejidad. A todo lo anterior se sumaban las numerosas obras de cementación de trincheras, reforzamientos de taludes, etc., que en distintos tramos del recorrido resultaron tan complicadas y costosas como las anteriores. Téngase en cuenta que en algunas de esas partes del trazado existían graves problemas derivados de la inestabilidad de los suelos, que sólo era posible corregir mediante la construcción de enormes diques de cemento con capacidad para contener los deslizamientos y desprendimientos en masa.

Viaducto sobre el río Guadalimar

3.      INICIO DE LAS OBRAS Y PRIMERA PARALIZACIÓN.

Para la ejecución de todas esas obras de infraestructura, el trazado se dividió en cuatro grandes secciones de diferente longitud. A su vez, cada sección se subdividió en distintos trozos en razón de la mayor o menor complejidad y coste económico de cada uno de ellos. Los estudios técnicos de esas secciones se aprobaron escalonadamente entre principios de 1927 y mediados de 1928. Acto seguido se anunciaron las subastas de las obras de explanación, fábrica, edificios, túneles y accesorios correspondientes a cada sección. Tras la adjudicación, dieron comienzo las obras en los primeros trozos subastados a finales de septiembre de 1927. De inmediato, en la práctica totalidad de los municipios afectados, se incrementaron de un modo apreciable las expectativas de empleo, y en todos ellos se observó una mejora sustancial de los niveles de vida del conjunto de la población. Es más, en algunas localidades las necesidades de mano de obra crecieron de tal modo que se llegaron a generar corrientes inmigratorias hacia los mismas de una cierta relevancia demográfica. Así sucedió, por ejemplo, en Beas de Segura, donde el inicio de las obras del ferrocarril vino a coincidir con los primeros trabajos de levantamiento de la presa del Tranco, lo que originó una situación de pleno empleo nunca antes conocida en esta localidad serrana, o en Úbeda y Baeza, en los que las tasas de paro se redujeron sustancialmente y aminoraron la tremenda presión social que venían soportando estas dos agrociudades. Igual puede decirse de los pequeños municipios manchegos por los que discurría el ferrocarril, donde las obras actuaron como un auténtico revulsivo demográfico.

Desgraciadamente, ese bienestar social duró muy poco tiempo ya que a principios de agosto de 1930 las obras del ferrocarril se paralizaron por falta de consignaciones presupuestarias. Los Ayuntamientos y las Diputaciones provinciales de Jaén y Albacete iniciaron entonces todo tipo de movilizaciones ante el Ministerio de Fomento, pero no consiguieron que sus intensas gestiones dieran ningún fruto positivo, probablemente por la fuerte inestabilidad política de aquel momento de transición.

Trabajadores en la línea Baeza-Utiel

4.      EL PROYECTO EN LA SEGUNDA REPUBÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL.

Tras la proclamación de la segunda República en abril de 1931, lejos de mejorar, las perspectivas empeoraron de forma alarmante. Una Ley promulgada a comienzos de 1932, declaró nulo el Plan Preferente de Ferrocarriles de 1926 por el que se había creado la línea Baeza-Utiel, lo que vino a descartar cualquier posibilidad de relanzamiento de las obras paralizadas. Un poco más tarde el Ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, que ya se había mostrado partidario de no gastar ni una peseta más en la apertura de nuevas líneas, firmó un duro decreto en el que acusaba a los redactores de aquel Plan de haberlo acordado alegremente en un viaje entre Madrid y El Escorial “sin parar en las potencialidades económicas del país y sin estudiar siquiera el rendimiento económico de cada línea ni tener en cuenta indeclinables conveniencias nacionales”. En consecuencia, a partir de la entrada en vigor de esa norma todas las líneas que se encontraban en ejecución y no respondían a intereses generales, sino a deseos o aspiraciones locales, quedaban al margen de la financiación estatal, que en lo sucesivo sólo se comprometía a aportar un tercio del costo de las obras que quedaran por ejecutar.

Como era de prever, la reacción de las autoridades municipales y provinciales no se dejó esperar por mucho tiempo. En una coyuntura especialmente crítica desde el punto de vista social y económico, como la que se vivió durante los primeros momentos republicanos, la oportunidad que representaba el ferrocarril ya no residía tanto en su capacidad para romper el aislamiento, sino en su eficacia a la hora de generar empleo alternativo al que proporcionaba el sector agrario, que tampoco pasaba entonces por sus mejores momentos. Por esa razón, dirigentes socialistas de las provincias de Jaén y Albacete, aunque no desautorizaron públicamente a Prieto, e incluso se negaron a participar en algunos de los actos de desagravio programados a raíz de esta decisión, tampoco dejaron de maniobrar en la sombra para tratar de contrarrestar los efectos laborales de esta medida, que dejaba al partido y a las instituciones en las que gobernaba en una situación muy debilitada frente a la clase trabajadora, cada vez más radicalizada por la carencia de perspectivas de empleo.

D. Indalecio Prieto

Las muestras de la inquietud popular afloraron en la multitudinaria asamblea celebrada a principios de junio de 1933 en Albacete, a la que acudieron, además de centenares de personas a título individual, los principales representantes institucionales de esa provincia y de las de Jaén, Ciudad Real, Cuenca y Valencia. En ese acto multitudinario volvió a exigirse al gobierno que pusiera fin a esa paralización del ferrocarril que situación que tanto perjuicio económico y malestar social estaba acarreando. Para comunicar esa demanda, una comisión surgida de la asamblea se trasladó a Madrid a fin de conversar y entregar directamente al Ministro de Obras Públicas el escrito donde se recogían todas sus reivindicaciones. Éstas y otras acciones del mismo tenor, contribuyeron a la creación de un clima social muy similar al que había precedido al establecimiento del ferrocarril, dejando todo en manos de una decisión de índole político que viniera a dar satisfacción a las presiones recibidas.

Esa esperada decisión se produjo tras el primer gran cambio de gobierno que sucedió a las elecciones republicanas de finales de 1933. Un Decreto de febrero del año siguiente firmado por el nuevo Ministro de Obras Públicas, Rafael Guerra del Río, venía a reactivar las obras de todas aquellas líneas férreas en las que ya se llevaban invertidas una gran cantidad de caudales públicos, que un país como España no podía permitirse el lujo de despilfarrar, máxime si dichas líneas venían a completar el sistema radial de ferrocarriles, como era el caso de la línea Baeza-Utiel. De acuerdo con ello, el texto legal establecía que todas las líneas comprendidas en el Plan Preferente de Ferrocarriles de 1926, más aquellas otras acordadas por el Parlamento e iniciadas con anterioridad a esa fecha, cuyas obras se encontraran en curso de ejecución, proseguirían por cuenta exclusiva del Estado. Por el contrario, no se iniciarían obras en ninguna otra línea cuya ejecución no hubiera comenzado, aun cuando estuviera incluida en dicho Plan. De cara a la finalización de las obras, las líneas afectadas se clasificaban por “orden de urgencia para su terminación”, de acuerdo con lo que se hubiera invertido en cada una de ellas hasta ese momento (31 de diciembre de 1933), así como de lo que quedara por invertir. Aunque los datos que figuraban en los anexos que acompañaban al Decreto estaban equivocados, no cabe ninguna duda de que el ranking estaba encabezado por el ferrocarril Baeza-Utiel, en cuya ejecución se llevaban gastados, en la fecha citada, un total de 110,6 millones de pesetas del total de 227,6 millones de pesetas presupuestados inicialmente. Parecía lógico, en consecuencia, que una obra pública en la que ya se había invertido casi el 65 % de su coste total, no se abandonara y se malgastaran así unos fondos públicos que tanto esfuerzo había costado conseguir.

D. Rafael Guerra del Río

Consecuentemente, a partir de la promulgación de ese decreto las obras se retomaron en el mismo punto en el que se habían abandonado cuatro años antes. Pero la reactivación fue sumamente efímera, ya que, tras el inicio del levantamiento militar de julio de 1936, y el posterior desencadenamiento de la guerra civil, las obras sufrieron una brusca ralentización, si bien no llegaron a paralizarse por completo. El hecho de que la zona por la que discurría la línea hubiera permanecido leal al gobierno legítimo de la Republica, permitió seguir aplicando al trazado ferroviario distintas partidas presupuestarias hasta mediados de 1937, año en el que se aprobaron pagos por un valor cercano a los 6,5 millones de pesetas en las cuatro secciones del ferrocarril. Desde entonces, la acuciante asfixia financiera del gobierno republicano sólo permitió inversiones muy diminutas, incapaces por sí solas para sufragar las mínimas labores de conservación de las explanaciones y obras de fábrica que se habían ejecutado hasta ese momento.

Esa falta de consignaciones ocasionó enormes perjuicios derivados del deterioro que experimentaron algunos trozos del trazado, que obligó a rehacerlos casi por completo una vez concluido aquel episodio bélico tan absurdo como sangriento.


Eduardo Araque Jiménez.

viernes, 27 de octubre de 2023

11º Premio Domingo Henares. EL MOLINO (2ª parte)

 EL MOLINO.

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El fraile guardó silencio mientras le sostenía la mirada, hasta que el caballero se desentendió y comenzó a roer la madera con la daga.

–Lo que sucede en estas villas –comenzó don Álvaro sin reparos– es lo mismo que viene aconteciendo en cualquier lugar de la creación divina. Nuestro Señor castiga a los hombres por sus faltas, y no se salva nadie: ni cristianos ni infieles, ni nobles ni menesterosos, ni laicos ni religiosos. Todos sufren por igual la ira de Dios. Desde hace años las cosechas se pierden por falta de lluvias y los más desdichados deambulan por los campos comiendo cualquier cosa, raíces o alimañas; los más sediciosos acaban abandonando los campos y se dedican al pillaje y al bandidaje, pero ni ellos escapan del castigo divino, pues una gran pestilencia azota a todo el orbe conocido y, si bien la hambruna puede ser capeada por las familias más pudientes, este mal se ceba con todos por igual.

Ruedas del molino harinero.

–¿Y qué males han cometido los hombres para que Dios los castigue con tanta severidad?

Don Álvaro miró a fray Federico con cierta incredulidad.

–¿Acaso todo esto que os relato es absolutamente nuevo para vuestra persona? ¿Acaso de donde venís se libran los hombres de padecer la ira del Señor?

–No, por desgracia. Sufrimos los mismos males que caen sobre estas sierras, y otros que no tienen nada que ver con la mano de Dios, puesto que en las ciudades castellanas los linajes de la nobleza se dedican a disputarse el gobierno de las mismas, luchando entre ellas y destruyéndose a sí mismas en vez de hacer la guerra al infiel, que aprovecha nuestra debilidad para acometer con sus aceifas de forma cada vez más osada.

–Al tanto estamos de esto que nos contáis, pues nosotros mismos lo hemos vivido no hace mucho tiempo, cuando una hueste granadina intentó arrebatarnos la fortaleza de Siles, que, si no es por el socorro organizado por el maestre de la Orden, bien pudiéramos estar ahora mismo en una mazmorra mahometana.

Castillo de Siles,

–¿Creéis, pues, que todos estos males que padecemos son obra de Dios? ¿Y qué pecados ha podido cometer la raza humana para ser escarmentada con tanta inclemencia? Pero, ¿dónde está la piedad de Dios? No. El Señor es clemente y misericordioso, y todos estos males no son por obra suya, sino a causa de los desaciertos de los hombres, que infligen el mal contra sí mismos. El Señor nos recibe en su reino con los brazos abiertos, nos perdona por nuestros pecados y nos procura una vida eterna alejada del sufrimiento y las maldades que los hombres cometemos en la tierra. No es Dios quien nos manda el hambre, la enfermedad y la guerra, sino que somos los propios hombres quienes esparcimos la semilla del mal. Nuestro Señor, en cambio, es quien nos salva y nos libra de estos padecimientos.

Se hizo un silencio profundo pues ninguno de los presentes podía rebatir este último sermón de fray Federico. El peso de su hábito se hizo evidente, arrinconando la altanería que el brillo de los aceros provoca en quien los empuña; la palabra había vencido y la superstición huía, humillada por la evidencia.

–Decidme, si tenéis aún respeto a un siervo de Dios, ¿qué delito cometió ese hombre para ser prendido por la justicia de la Orden? –esta vez no fue una petición, sino un imperativo que derrumbó las reticencias de ambos caballeros.

–Padre –comenzó don Álvaro mientras don Nuño agachaba la cabeza, humillado–, este hombre encabezó una asonada en contra de la justa autoridad que don Gonzalo Rodríguez de Castro representa. Convenció a todos los vecinos de Xénabe de negarse a satisfacer los tributos que por derecho corresponden a su señor, de tal manera que tenían preparada una celada para cuando el recaudador se presentase en la Torre de la Tercia para disponer de ellos. Como fuese despedido de Xénabe con graves humillaciones, al poco nos presentamos con nuestro señor don Gonzalo para castigar tal osadía y procurar hacer prevalecer los derechos de servidumbre que los freires de la Orden de Santiago poseen sobre los vecinos de esta Encomienda. Pero no se amedrentaron al vernos llegar con nuestros estandartes e intentaron presentar batalla con las pocas armas de que disponían, por lo que dimos buena cuenta de algunos de ellos, mientras que el resto claudicaba a nuestra autoridad. Excepto este hombre que tenemos aquí, que fue el culpable de que su mujer pereciera en la refriega porque se expuso insensatamente frente a la espada desnuda de don Gonzalo. No contento con ver morir a su esposa, juró venganza contra don Gonzalo, hiriéndole de palabra, por lo que, por todos estos delitos, se dispuso que fuese ajusticiado en la horca. Mas logró evadirse de la mazmorra donde estaba retenido, sin que aún sepamos cómo. Y así hemos estado cercándole durante los últimos dos días con sus dos noches. Por lo que mañana tornaremos a Xénabe, donde se dará cumplida sentencia.

Rebelión campesina.

Fray Federico guardó silencio, luego agachó la cabeza y recitó una imperceptible oración en latín. Al cabo de un instante, que se hizo eterno para don Álvaro, tomó la palabra:

–Responded con sinceridad, don Álvaro. ¿Qué habría hecho vuestra merced en caso de verse en la piel de este hombre? ¿Acaso no habríais defendido a vuestra familia con la misma furia? ¿No habríais derramado hasta la última gota de vuestra sangre por socorrerla? ¿Por salvar vuestro honor? No, a este hombre no podéis castigarlo ya, porque bastante castigo le habéis infligido. Cumplir la sentencia que le tenéis impuesta no será sino liberarlo, porque el Señor, en su infinita misericordia, lo acogerá en el reino de los cielos y los liberará de todos los males, pesares y aflicciones que esta vida terrenal nos regala.

–Padre –respondió don Álvaro bastante atribulado–, tened la merced de asistirme, sin más tardar, en la confesión de mis pecados.

Don Nuño observó desconcertado cómo, en un arrebato de su camarada de armas, aquel fraile, aparecido como un ángel redentor, se disponía a concederle la gracia de Dios. Recelaba de los pecados que pudiese relatar, pues consideraba que a don Álvaro le flaqueaba el ánimo, y no lo tenía en buena estima porque eran demasiadas las veces que lo había sentido cuestionarse las obligaciones de su oficio. Sin embargo, pese al exceso de escrúpulos que éste siempre había demostrado, don Nuño sabía que en el combate era un caballero formidable, de los que saben qué hacer y cómo hacerlo en medio de la más comprometida lid. Y allí estaba él, apartado de cualquier otro hombre que morase en aquel molino por esa noche, solo, mientras el preso dormía entre terribles pesadillas que le hacían pronunciar palabras incomprensibles y removerse continuamente en el rincón donde había caído rendido; y su compañero se confesaba, con murmullos inaudibles, al siervo de Dios con quien tan extrañamente se habían cruzado. Se percató de que tal situación le incomodaba, por lo que, con gestos lentos y suaves, fue aposentándose con su espada y su rodela bien prestas, la daga dispuesta bajo el sayo, disimulado todo bajo su capa, fingiendo como el que va a echar un duermevela con absoluta despreocupación.

Símbolo franciscano.

Al poco, fraile y caballero se alzaron y retornaron cerca de la lumbre y de don Nuño, que levantó la mirada con aire somnoliento, e incorporándose propuso:

–Don Álvaro, ya que estáis en paz con Nuestro Señor, haga vuestra merced una guardia mientras yo reposo, porque, aunque la noche no se presta a sobresaltos, pequemos en exceso de ser precavidos. En cuanto sintáis el peso del cansancio, no dudéis en levantarme para que os dé el relevo, pese a que no sea llegado aún el momento preceptivo.

Propuso de tal manera porque sospechó que a lo largo de la noche podría ser traicionado por quien, en función de su juramento, debía apoyarlo en ese trance, y estimó que, si don Álvaro planeaba alguna celada contra su persona, no iba a darle la oportunidad de prepararla a conciencia, por lo que prefirió simular un sueño en la primera hora, antes de verse sorprendido más adelantada la noche y con un adversario que acabase de descansar.

–Me parece bien. Id a descansar en buena hora, que yo velaré por nuestras personas – respondió don Álvaro.

–Si no ven inconveniente los señores caballeros, me ofrezco a cubrir la última guardia – añadió fray Federico–, pues acostumbrado estoy a madrugar para los maitines. Y ahora acompañaré a don Álvaro con mis últimas oraciones del día.

–Sea, pues.

Hizo ademán don Nuño de conciliar el sueño de manera presta y sin impedimentos, manteniendo en verdad, como se dice, un ojo cerrado y otro abierto, a la espera de cualquier movimiento fuera de lugar de su camarada, que, para su entendimiento, habíase convertido en desertor de su causa y esperaba de él cualquier emboscada.

Como pasaban los minutos y allí nada se movía, a excepción de que el fraile también había decidido dejar volar sus pensamientos por el mundo de los sueños, empezó a impacientarse y a sentirse incómodo, pues ni dormía ni velaba, y estaba intentando hacer con el cuerpo lo contrario que con la mente. Así que, al cabo, se incorporó disimulando un falso desvelo.

–Parece que me cuesta esta noche conciliar el sueño.

–A mí también, don Nuño.

Permanecieron en silencio unos eternos segundos, en los que don Nuño intentó escudriñar qué pensamientos prosperaban en la mente de su adlátere, imaginándose que estaba pasando por todo tipo de remordimientos y desazones, pues hasta él era capaz de discernir que aquel preso había sido víctima de un terrible infortunio y que sus acciones habían sido, desde el punto de vista de los fueros internos que deben regir a todo cristiano viejo, completamente dignificantes de su persona. Pero también consideraba que, cuando uno había luchado por su honor, esforzándose y sacrificando hasta la última gota de su sangre, una vez que la derrota se presenta por la inescrutable voluntad de Dios, se debía aceptar tal designio y someterse al veredicto del vencedor. Por eso, aunque el sermón de fray Federico había calado en la consideración previa que poseía de su presa, no se cuestionaba lo más mínimo la posibilidad de impedir que respondiese ante la justicia de su señor, don Gonzalo Rodríguez de Castro, y en ello empeñaría su honor y su vida si fuese necesario.

Maestre de la Orden de Santiago.

–¿Don Nuño –dijo de pronto don Álvaro–, no creéis que a Fray Federico le sobra la razón?

¿Que a este infeliz ya no podemos infligirle castigo alguno?

–Yo no creo nada, salvo los votos que realicé en mi juramento de fidelidad –respondió con brevedad.

–Hay muchas veces que me cuestiono si la naturaleza de mis acciones enfada a Nuestro Señor, muchas veces en que he desenvainado mi espada contra otros cristianos, unos armados, otros indefensos, en pro de defender los privilegios de aquel a quien sirvo. Pero a veces dudo de que los privilegios de don Gonzalo estén en conformidad con la voluntad de Dios.

–Quizá deberíais dejar vuestra espada envainada para siempre y plantearos vestir un hábito –volvió a responder con sequedad; luego, cediendo un poco a la consideración, añadió:– Escuchad bien, don Álvaro, sabed que os considero uno de los mejores caballeros que campean por estas sierras. Os he visto en muchos combates y sé de lo que sois capaz. Es un honor para mí haber peleado hombro con hombro con vuestra merced en las más difíciles ocasiones que un guerrero puede verse. Os respeto y os estimo por esto, pero también debo advertiros de que nada ni nadie me impedirá llevar a este preso a recibir el justo castigo que se merece por sus ofensas a don Gonzalo.

–No habéis entendido nada, don Nuño. Ni vuestra merced ni don Gonzalo Rodríguez de Castro ni el mismísimo diablo pueden castigar ya a este hombre.

Se hizo el silencio y ambos caballeros permanecieron en su mismo puesto durante un tiempo que se hizo infinito, cada uno con sus pensamientos y sus tribulaciones, casi sin cruzarse miradas, sin más comentarios, sin movimientos bruscos, como si esperasen que, en lo que dura una oración, el astro cercenase la noche con sus primeros rayos. La tormenta había amainado y ya no llovía. A cambio, cada cierto tiempo se escuchaba el agudo silbido del viento, que penetraba por mil rendijas del molino profiriendo una llamada endiablada. Pasó la noche y don Álvaro se dejó vencer por el sueño, reposando sin mayor cuidado que el de abrigarse convenientemente con la capa. Don Nuño recelaba al principio, pero acabó por cerrar los párpados mientras soñaba que hacía guardia en un molino junto a un río, acompañado de un monje y otro caballero, para que un preso, al que había estado persiguiendo durante dos días, no tuviera la tentación de escapar.

Con los primeros rayos del sol, don Nuño volvió a abrir los ojos y descubrió con espanto que estaba solo en la cámara del molino. La luz entraba clara y radiante por el ventanuco y el aire llegaba fresco y con un intenso olor a tierra mojada; el rumor del río era menos intenso que unas horas antes y dejaba apreciar un melódico piar de todo tipo de aves que en el bosque de ribera hallaban alimento y cobijo.

Se maldijo mil veces y, enfurecido, se aprestó a vestir sus armas con la mayor celeridad. Apretaba los dientes de rabia mientras manipulaba las hebillas de sus correajes, ciñéndose adecuadamente la vaina de su espada y la rodela en su brazo izquierdo. El portón del molino estaba abierto de par en par, por lo que marchó con presteza hacia el exterior con la esperanza de hallar no muy lejos de allí a su cabalgadura, esperando que los traidores hubiesen tenido al menos la consideración de no haberle privado de ella. Al salir se dio de bruces con una realidad que no había podido ni tan siquiera imaginar: a pocas varas del molino, en un claro, descansaban los tres hombres que habían pasado la noche con él, sentados en grandes piedras en torno a una fogata, cocinando algo sobre ella. Inmediatamente lo miraron y le invitaron con gestos a aproximarse.

Al llegar junto a ellos advirtió que sus semblantes carecían en absoluto de la tensión que reflejaban en horas pasadas; el preso mantenía las manos maniatadas, por delante del vientre, y asía con ellas una escudilla con gachas y un cucharón con el que daba buena cuenta de ellas. Si no fuese por el cordel que le impedía liberar sus manos, nadie diría que fuese a abandonar el mundo terrenal ese mismo día. Don Álvaro, embutido en su coraza, con la espada ceñida y envainada, y la rodela y el capacete reposando a su izquierda, recibía en aquel instante su ración de gachas de manos de fray Federico. Le sonreía suavemente, con honestidad, y le invitaba con gestos a recibir su parte del desayuno. Fray Federico era quien guisaba junto al fuego y quien repartía las raciones, con el mismo semblante desenfadado, sereno, como si se presentase un provechoso día por delante.

Aún desconfiado, don Nuño se aproximó al grupo, ocupando el hueco libre sin tan siquiera proponérselo. Observaba incrédulo al preso comer con lentitud, con un semblante que denotaba una resignación que escasas horas antes habría sido imposible de prever. De vez en cuando, a éste, se le perdía la mirada hacia el horizonte, a los valles y las cumbres que desde las inmediaciones del molino dejaban entrever los caminos de las sierras. No había tensión, no había miedo, ni tan siquiera tristeza, su faz era la de un hombre que aceptaba su destino fuese el que fuese. Tampoco se atisbaba ni lo más mínimo un sentimiento de derrota o sometimiento: estaba allí como si aquel fuese su lugar.

–En cuanto apuremos este desayuno y aprestemos los caballos, tornaremos a Xénabe a dar con nuestro señor, don Gonzalo.

–He considerado su consejo de ayer, don Nuño –indicó fray Federico-, y he decidido asistir al juicio que este hombre tiene con la justicia de la Orden, que es la justicia de Dios en la tierra.

Al escuchar eso, Don Nuño volvió a sentir cierta desconfianza.

–¿Y a qué se debe ese cambio de parecer? ¿No teméis llegar a deshora a encontraros con vuestro hermano?

–¡Oh! No os aflijáis por eso. Sin duda mi hermano tiene multitud de atenciones en este instante. Sin embargo, Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó en el Sermón de la Montaña que dichosos son los pobres de espíritu y los que lloran y los humildes y los que tienen hambre y sed de justicia...

–Sí, sí –interrumpió don Nuño–, todos conocemos las Bienaventuranzas.

–Callad, insensato –espetó don Álvaro–, y respetad la palabra del Señor.

–No estamos ante la administración de ningún santo sacramento, don Álvaro. Y guardaos de pronunciar palabras de las que podáis arrepentiros.

–¡No, por el amor de Dios! No discutan vuestras mercedes –intervino fray Federico arbitrando en tal discordia–. Sin duda, don Nuño no ha pretendido ofender a nadie. Sosegaos. Relajen su orgullo.

Dependencias de la Torre de la Tercia. Génave

–¿Qué pretendéis entonces asistiendo a la ejecución de este hombre?

–Vuestra merced lo ha dicho. Asistir a este hijo de Dios en el momento en que deba rendir cuentas a la justicia de la Orden –comprendiendo que don Nuño aún lo observaba con desconfianza, añadió:– Oíd, don Nuño, poco antes del alba, como es costumbre en nuestra orden franciscana, me he despertado para rezar mis oraciones y, al mismo tiempo, cumplir con mi palabra de ayudar a guardar este campamento. Al poco, Santiago se ha desperezado y el Señor nos ha iluminado con su inspiración, así que hemos mantenido un coloquio muy provechoso, por el cual, aquí donde lo veis, Santiago se ha sometido a los designios divinos y va a recibir la gracia de Dios con humildad y resignación; porque él sabe ya que será recompensado en la vida eterna y que esta noche cenará a la derecha de Dios, con su hija y con su esposa, que lo están esperando con los brazos abiertos. Nuestro Señor, en su infinita misericordia, le ha perdonado por todos sus pecados, y está en disposición de aceptar su destino.

–Don Nuño –habló entonces Santiago–, debéis saber, y lo mismo le he manifestado a don Álvaro, que no os guardo rencor por lo que, en estos últimos días, hemos litigado. Soy consciente de que vuestra merced es un caballero y tiene unas obligaciones y unos juramentos que por honor debe cumplir. Guardad, pues, la conciencia tranquila. Y por mi parte, para poder recibir la misericordia del Señor con plenas garantías, debo saber que vuestra merced también me perdona si en algún momento ofendí vuestra condición con la desobediencia que he mostrado en los últimos días.

Don Nuño no daba crédito a lo que escuchaba, pues la rebeldía, la rabia y el odio que durante los últimos días aquel reo había mostrado eran absolutamente opuestos a la mansedumbre que ahora ofrecía. Como era soldado acuchillado, no dejaba de recelar de las verdaderas intenciones de todos aquellos que, con tan buen agrado, compartían el desayuno con él.

–¡Válgame el Señor! ¿Qué otra prueba de su misericordia necesitamos? –exclamó de pronto fray Federico al tiempo que, alzándose sobresaltado, señalaba con su mano libre hacia el monte circundante.

A cierta distancia, junto a un roquedo que le servía de abrigo, estaba el jumento que se había ahuyentado la noche anterior, en perfectas condiciones, pastando descuidadamente los brotes tiernos que previamente olisqueaba.

–Ni los lobos se aventuraron anoche –opinó don Álvaro.

–Esto es una prueba divina de que el Señor ha perdonado a Santiago Yáñez, pues andaba mi ingenio intentando averiguar la manera de hacer el camino sin tener que hacer sufrir más a esta criatura y el Señor nos envía este presente.

Relucían las aguas del gran río al reflectar los rayos del sol, algo crecidas por las lluvias pasadas y con esa coloración ocre que muestran cuando fluían removidas, y brillaban las alamedas con sus hojas plateadas, bailando al compás de la brisa que bajaba por el valle, mientras mil sonidos descompasados rompían cualquier atisbo de monotonía en la naturaleza. Una atmósfera nítida y brillante lo envolvía todo y el calor de la mañana se imponía sobre sus cuerpos cansados y maltrechos, templando sus músculos y penetrando en sus humedecidos huesos. Sus aceros relucían exultantes y las diferentes cabalgaduras ramaleaban con obediencia, cuando se dispusieron a abandonar el paraje del molino y enfilaron la senda del viejo puente para tomar el camino de Xénabe.

Caminaron entre coloquios y silencios, discurriendo sobre la bondad de Dios, los castigos divinos o los pecados humanos; sobre las lluvias y las cosechas que se perdieron y las que estaban por llegar; sobre sucesos acaecidos allende los montes, en la vieja Castilla, en los llanos manchegos o en las Andalucías; sobre las últimas incursiones y luchas con los moros, recitando algunos versos que narraban historias de caballeros enamorados, de duelos singulares, de victorias cristianas.

Ninguno parecía mostrar ni el más mínimo grado de patetismo ante el inminente futuro que le deparaba a Santiago Yáñez, ni tan siquiera él mismo, que de buen grado se dejaba conducir ante una muerte segura. Y esta resignación hacía pensar a don Nuño, en meditaciones silenciosas y personales que no pensaba compartir con nadie: “¿qué habría hecho vuestra merced en caso de verse en la piel de este hombre?”. Esas palabras escapaban y tornaban una y otra vez de la mente de don Nuño.

“Luchar, yo habría muerto luchando. A mí no me llevarían ante el verdugo con la mansedumbre de un cordero como a este infeliz. Yo no soy de los que suplican indulgencias a mis enemigos; yo soy un caballero que vende cara su piel y prefiero condenarme mil veces en el infierno que empeñar mi honor y mi libertad, que verme de rodillas ante el verdugo. Prefiero mil veces morir con una espada en la mano, peleando por mi dignidad, cumpliendo la venganza que justamente me pertenecería si me viera en la misma posición que este desgraciado, al que todo le fue arrebatado por la codicia de su señor, porque fue la codicia lo que llevó a don Gonzalo a exprimir a sus siervos. Es la ambición y la rapacidad de ciertos señores lo que provoca que siervos fieles como estos acaben embistiendo hacia la autoridad que el Señor les concedió; y son monjes como éste los que aplacan la furia y la irritación de los siervos que deciden morir como cristianos viejos antes que dejarse humillar como un perro; son estos religiosos los que convencen al vulgo de que se resignen a vivir en la más completa obediencia. Pero una cosa es ser leal, fiel, honrado, y otra cosa es vivir degradado, ser dócil, carecer de dignidad. Son despreciables, no merecen medrar en esta vida en la que un hombre con valor y con razonamiento puede vivir y morir con honor, haciendo respetar su persona, sirviendo con lealtad, pero sin dejarse maltratar por ningún señor, ¡ni por el mismísimo rey de Castilla! No, a mí este astuto monje no me convencería jamás de aceptar con tan descarada vergüenza una servidumbre tan indigna. Yo soy un hombre libre y elijo por quién he de morir”.

Al poco, se adentraron por las callejuelas de Xénabe, dirigiendo sus caballerías hacia el recinto fortificado, mientras algunas mujeres vestidas de riguroso luto y otros hombres de armas de toda condición salían al paso para contemplarlos.

–Recordad –dijo fray Federico dirigiéndose a Santiago Yáñez, mostraos reverente con don Gonzalo y evitaréis torturas y sufrimientos innecesarios.

Pedro Herreros Cejas

Nota del Autor:

Me he tomado algunas licencias históricas en pos de la belleza del relato. Por ejemplo, el molino harinero, cuyas ruinas podemos encontrar hoy en Puente de Génave, data del siglo XVI, aunque por qué no suponer que hubo con anterioridad otra edificación que fuese reformada en tales fechas.

Tampoco se ha querido reproducir con exactitud académica la forma de narrar del pasado, ni en la morfología ni en el léxico. Soy consciente de que este relato caerá en manos de lectores del siglo XXI y no he querido estar constantemente consultando diccionarios ni obligar a los lectores a hacer lo mismo. Aunque sí he intentado mantener ciertas formas arcaicas para buscar esa belleza literaria que consideramos más importante que cualquier corrección histórica.

En definitiva y apuntando un par de ideas para el debate literario, mi mayor preocupación ha sido la de crear un argumento que invite a reflexionar cómo, a pesar de la distancia temporal, los seres humanos libramos continuamente las mismas batallas. Del mismo modo, se debe señalar que, en este mundo, a veces los héroes no son precisamente quienes creemos.

 

BIBLIOGRAFÍA

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