martes, 31 de enero de 2023

CON SABOR A TRADICIÓN. LAVAR LA ROPA

 CUANDO LAVAR LA ROPA NO ERA SOLO LAVAR LA ROPA.

Por José Antonio Molina Real ( jt)

Hubo un tiempo en el que las cosas cotidianas no resultaban tan fáciles como en la actualidad. Eran tiempos en los que el trabajo diario se convertía en algo arduo y complicado. Cuestiones tan simples hoy en día como es abrir un grifo para tener agua, darle al interruptor para obtener luz, encender el fuego en la cocina o lavar la ropa se convertían en verdaderas “aventuras” donde el ingenio y la habilidad de las mujeres eran lo que predominaba. Y digo mujeres porque había tareas exclusivas, en aquella sociedad, que sólo las mujeres realizaban.

Mujeres lavando a orillas del río.

El agua tenía que ser recogida en cántaros que después se guardaban en las cantareras de cada casa y que debían de llenarse a diario en las fuentes próximas a los municipios, en el caso de Puente de Génave era la Fuente Vieja el lugar donde muchas mujeres realizaban diversos desplazamientos a llenar cántaros y botijos, que cargaban, una vez llenos, apoyados en sus caderas a lo largo de la calle del Arroyo; así fue hasta que se instalaron las fuentes públicas en la plaza de la Iglesia y otra frente al cuartel en la carretera, allá por el año 1938, con agua traída desde la fuente de los Prados de San Blas. Por otro lado, los candiles. en aquellos hogares más humildes, o las velas si eran familias más adineradas, eran encendidos cuando la noche empezaba a imponer su oscuridad frente al sol de atardecer. También los fogones eran lugar donde la responsabilidad de la mujer se presuponía por su propia condición femenina, no sólo encendiendo la lumbre en la chimenea, sino también arrimando pucheros y calderos para, con verdadero sabor tradicional, preparar suculentos guisos y preparados procedentes de la matanza.

Antigua Fuente Vieja en Puente de Génave.

Pero, en esta ocasión, nos centraremos en la labor periódica de lavar y acondicionar la ropa, tarea que se realizaba a mano y normalmente en lugares habilitados a tal efecto, bien a orillas de un riachuelo, arroyo o río. Está claro que en nuestro municipio será el río Guadalimar el principal protagonista, concretamente en su paraje de Las Moreas, lugar preferido por tener un fácil acceso y poca profundidad, aunque cualquier lugar del río a su paso por el pueblo era aprovechable llegándose incluso hasta la chopera que existe una vez pasado el Puente Nuevo. Allí se desplazaban las mujeres cargadas con sus canastas de mimbre, su jabón de sosa de elaboración casera y sus losas de madera acanalada que permitían frotar la ropa con más eficacia y que hábilmente confeccionaban los artesanos carpinteros como Miguel Trillo, Juan Vicente Linares, Celestino Martínez o los hermanos Morcillo de la calle del Arroyo, que resultaban más útiles que las piedras planas y lisas que algunas, que no se podían permitir el gasto, colocaban en la misma orilla del río.

Losa artesanal de madera.

La tarea no era nada simple. En el lugar se solían concentrar amigas y vecinas, que previamente habían concertado el momento adecuado que en verano solía ser de buena mañana para evitar el rigor del calor estival y en invierno para aprovechando el solecito de las primeras horas de la tarde, y así no sólo lavar la ropa sino también poder compartir animadas conversaciones. Allí tenían que acudir con la pesada carga, para después arrodillarse sobre unas piedras que permitieran el acceso al agua y, en esa incómoda postura, y sobre la losa de madera, restregar una y otra vez la ropa y el jabón hasta que finalmente, aprovechando la corriente de agua del propio río, proceder al aclarado de las diversas prendas que después se tendían al sol sobre cualquier mata de juncos o algún frondoso matorral, para así volver a las cestas de mimbre lo más secas posible, cuestión que aligeraba peso, y ser nuevamente transportadas hasta los respectivos hogares. Ni siquiera para esa labor de llevar esa pesada carga era bien vista la presencia masculina, incluso estaba mal vista socialmente.

Lavando en el río.

Pero hay una connotación paralela a esa actividad de lavar públicamente y de forma agrupada la ropa de casa por parte de aquellas mujeres de Puente de Génave, mujeres humildes en su mayoría ya que esa tarea en las pocas familias pudientes del municipio era realizada por la servidumbre, y no es otra que la de la socialización. Una socialización exclusivamente femenina en una sociedad donde el hombre gozaba de prácticamente todos los privilegios. Dicho de otra forma, esos lugares donde se lavaba la ropa se convirtieron en un pequeño rincón donde una mujer podía conversar con libertad, donde podía ser ella misma y hablar sin miedo a tener su propia opinión. Era un lugar donde además de limpiar una camisa o una sábana, muchas aprovechaban para lavar su conciencia y sus penas libres de la coacción pública masculina, bien sea del padre o del marido. Además, era casi que el único punto de encuentro que una mujer podía encontrar para conversar con otras mujeres por lo que más que un espacio para lavar la ropa era un lugar para socializar, eso sí, sin descuidar la tarea materna de cuidado de los hijos menores que acompañaban a sus madres y aprovechaban el espacio y el tiempo para divertirse junto al agua bajo la supervisión materna.

Era el lugar donde no solo se sacaban los trapos sucios, literalmente hablando, para adecentarlos, sino que se sacaban todos los “trapos sucios” y cotilleos sociales que ocurrían en la localidad; incluso cuando las conversaciones se volvían un poco picantes por su contenido siempre había la que advertía a las demás que tuvieran cuidado porque “había ropa tendida”, en clara referencia a la población infantil que las acompañaba. Era lugar de secretos que después de contarlos se convertían el “secretos a voces” porque se difundían rápidamente por todo el pueblo.

Lavadero público nuevo en Puente de Génave. Construido en 1952

En Puente de Génave, como en cualquier otro municipio, esa tarea se convirtió en preocupación de las autoridades que intentaron ubicar en un lugar, más o menos céntrico, una construcción adecuada y protegida a dicha actividad. Y apareció el lavadero público como lugar confortable y protegido por una techumbre que diera sombra y protegiera de la lluvia al que se consiguió llevar el agua sobrante de las dos fuentes públicas, reseñadas con anterioridad, a través de una canalización, la cual se embalsaba en diferentes piletas que servían para diferentes usos de lavado o aclarado, piletas que eran rodeadas de losas de piedra acanaladas con ranuras horizontales que servían para frotar la ropa y con la suficiente altura e inclinación para evitar que las mujeres se arrodillaran y tuvieran que doblar en exceso su ya dolorida y maltrecha espalda. Nos encontramos en una época donde la Guerra Civil está presente en la vida de los puenteños cuestión que no impidió que las autoridades regularan, con una normativa y ordenanzas, el uso del lavadero público.

Trabajo y tertulia en el lavadero público

Pero que existiera un lugar determinado para realizar las tareas que anteriormente se realizaban junto a las orillas del río no significa que se perdiera la esencia de seguir siendo espacio y punto de encuentro femenino, un lugar de flujo y transmisión de información sobre aspectos diversos de la contidianidad de Puente de Génave. Era un espacio donde la mujer contaba con menor presión social y familiar y, por tanto, muy propicio para dar rienda suelta a sus particulares criterios lejos del control masculino, donde el respeto entre las usuarias llegaba al punto de mantener siempre el orden interno en la utilización de las diversas piletas de agua, incluso había confraternidad y la ayuda mutua era una actitud muy asidua, compartiendo el jabón casero elaborado a base de sosa cáustica o la lejía de ceniza que blanqueaba, en cierta forma, la ropa, especialmente las sábanas, y que era un compuesto que se obtenía de echar ceniza en un cubo de agua (una parte de ceniza y cinco partes de agua), para posteriormente calentar la mezcla y esperar a que se enfriara para después que la ceniza se posara en el fondo del cubo, obtener una disolución de óxido de potasio de color amarillento que se colaba para poder utilizarla. El objetivo de todas era evitar los llamados “asores” o manchurrones amarillentos propiciados por la mala aplicación del jabón en la pieza. Llegaba a tal punto el orden no escrito que, las posibles enemistades entre vecinas, llevaba a evitar coincidencias presenciales para evitar roces personales.

Fabricando jabón de sosa casero

Hoy, la función de estos lugares o lavaderos públicos parece relegada a cumplir una función histórica que ayuda a explicar la evolución y la historia de cada pueblo. La llegada de la lavadora y su generalización en el uso de muchos hogares, a partir de mediados de los años 70 del siglo pasado, fue poniendo fin a este arduo y duro trabajo que realizaban las mujeres, pero también propició la desaparición de ese particular espacio de libertad que ofrecía a las mujeres puenteñas un lugar donde hablar de sus cosas, contarse sus penas y alegrías o simplemente pasar un rato agradable con conocidas y vecinas. El lavadero de nuestro pueblo era lugar de socialización, diversión y esparcimiento del que las mujeres volvían al hogar con el ánimo ´curado´ para poder afrontar nuevas tareas y nuevas obligaciones.


lunes, 16 de enero de 2023

MIGUEL HERNÁNDEZ EN JAÉN (1936-39)

Considerado como uno de los grandes poetas de la literatura española, Miguel Hernández tuvo que vivir años convulsos de la historia de España, y fue Jaén lugar donde residió durante este tiempo. Por esa razón, desde el blog, reproducimos el artículo de Juan Antonio Muñoz Castillo que nos aproxima a la vida de este insigne personaje y a su estancia por tierras jienenses donde compuso sus obras más famosas.

MIGUEL HERNÁNDEZ, JAÉN Y LA GUERRA CIVIL (1936-1939)

No cabe duda que Miguel Hernández fue “el más genial epílogo” de todo el grupo poético conocido como Generación del 27. El más genial epílogo, pero también el más humilde, el más humano y el más terrenal de todos aquellos que integraron este grupo. Además, el que, con mayor intensidad vivió la Guerra Civil, parte de la cual vivió en nuestras tierras del sur de Jaén.

Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante,1942), con una producción que apenas si supera los 180 poemas, es, sin embargo, el más rotundo, humilde, humano y terrenal de todos los poetas de la Generación del 27. Sin lugar a dudas es un poeta, y un creador literario, que convierte a toda su obra en el testimonio imborrable de su compromiso con un partido político, el comunista, que fue el que buscó capitalizar y dirigir a todo el bando republicano, cuestión que no se materializó pese a los intereses de Moscú. Miguel Hernández fue el valedor, difusor y publicita de esa estrategia comunista formulada por los dirigentes de la República, colaborando con sus jefes militares y políticos, y siempre utilizando su excelente lenguaje lírico, comprometido y honesto a favor de la causa republicana.

Su centro de instrucción fue el Quinto Regimiento, embrión del Ejército Popular Republicano, y su primer campo de batalla el frente de Madrid ejerciendo de zapador, pero sus dirigentes, en especial el líder miliciano Enrique Lister, advirtieron que sería más útil con la pluma que con las armas. Así de ser simple miliciano en la primera brigada mandada por Valentín González “el Campesino”, pasó a convertirse en comisario de cultura y ser responsable del “Altavoz del Frente” en el IX Cuerpo del Ejército, que era quien resistía el avance de los sublevados en la parte norte de los frentes andaluces, en una franja que iba desde Cabeza de Buey en Badajoz hasta Alcalá la Real en Jaén, un frente muy estabilizado al que se incorpora en marzo de 1937, y donde se estaba actuando en continuas ofensivas en Lopera y Porcuna, así como el Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar, que todavía resistía el envite republicano desde agosto de 1936.

Miguel Hernández llega a Jaén recién casado con Josefina Manresa, natural de Quesada a la que conoció en su Orihuela natal. Cumpliendo su misión de motivación de las tropas y de comunicador propagandista, acudió en bastantes ocasiones a las posiciones de primera línea de frente en el Santuario, donde sus proclamas animaban a los sitiadores y desmoralizaban a los sitiados, viviendo de forma directa el tristemente recordado bombardeo de la capital del Santo Reino que provocó la cifra de 159 muertes, ordenado por Queipo de Llano y que ha pasado a la historia por ser el primer bombardeo que sufrió la población civil en esta contienda.

Dentro de su misión propagandística debemos adjudicarle la creación del periódico “Frente Sur” para unificar la prensa prorepublicana en la zona de Jaén, y aunque tenía solo cuatro páginas sucedió al periódico “Democracia” de claro talante socialista. De todas formas, en Jaén, y aunque era un frente muy estable, una vez conseguido vencer el asedio del Santuario de la Virgen de la Cabeza el día 1 de mayo, no era una zona tranquila en el bando republicano pues las disputas entre comunistas y anarquistas estaban a la orden del día, representados por sus dos líderes Tomás Villén “Cencerro” y José Poblador “Pancho Villa”, hasta que se militarizan las milicias y es detenido el máximo responsable anarquista del frente del sur Francisco Maroto, dejando en frente en la zona de Jaén en manos de líderes comunistas, cuestión a la que influyó decisivamente las intervenciones de Miguel en Radio Jaén y sus artículos en “Frente Sur”.

Podemos adivinar que Jaén fue muy importante para Miguel Hernández, no sólo por su vinculación a través de su esposa, Josefina Manresa, sino porque, ante la enorme estabilidad del frente sur, es en Jaén donde alcanza la máxima inspiración y escribe la mayoría de sus principales poemarios como son “El hombre acecha” o “Viento del pueblo” del que destacamos la Elegía a Federico García Lorca o la composición, hoy himno de la provincia, “Aceituneros”; también aquí compuso “El herido” posiblemente inspirado en sus visitas al hospital de campaña de Valdepeñas de Jaén o su obra teatral “El labrador de más aire”.

Sólo abandonó Jaén, en un corto espacio de tiempo, para acudir al Congreso de Intelectuales de Valencia, siendo aquí donde los dirigentes comunistas pensaron en su valía como instrumento para acudir a otros lugares de contienda con la finalidad propagandista y motivadora de la tropa, por lo que pronto fue destinado a Castuera, en Badajoz, donde el bando republicano mantenía un frágil frente de combate que se vendrá abajo en la primavera de 1938, a pesar de poner en marcha en ese nuevo destino el periódico “Altavoz del frente” y colaboró en otra publicación llamada “Frente extremeño”, específico para aquel lugar de combate en Castuera, editado junto a sus amigos y colaboradores José Herrera y Pedro Garfías, siendo momentos de poca producción poética. Además, fue instrumento de difusión política de la República al ser llevado a Paris, Copenhague, Estocolmo, Leningrado, Moscú, Kiev y Jarkov asistiendo a diferentes eventos culturales y sociales. Se puede decir que su dedicación pasó a ser casi exclusiva de índole política, empezando un verdadero proceso de recesión poética. A su regreso fue destinado al frente de Teruel con la finalidad de seguir motivando en el combate a las tropas republicanas pero la derrota supuso una enorme frustración, incluso una degradación en su salud con una anemia cerebral y varios episodios de agotamiento físico que propiciarían, más tarde, su proceso de tuberculosis que le llevaría a la muerte. Llegó a ser evacuado del frente a un hospital militar en Benicássim donde coincidió con Antonio Buero Vallejo que ejercía como enfermero.

El último año de guerra de Miguel Hernández lo vivió en la zona de Levante, básicamente en el cuartel general del ejército republicano en Paterna, en Valencia, y la ciudad de Cox, en Alicante, que era donde se había trasladado su familia. Pero la suerte de la guerra estaba echada y en su parte final, una vez entregada Madrid, inició su huida, pero fue descubierto en la localidad de Moura, ya en Portugal, y entregado por el gobierno fascista portugués a las autoridades de frontera españolas y posteriormente encarcelado hasta su muerte. Es posible si hubiera permanecido en Jaén, sin llegar a su enorme compromiso con los dirigentes republicanos, su fin podría haber sido distinto.

 

Juan Antonio Muñoz-Castillo

(Adaptación art. Rev. Argentaria)