lunes, 30 de noviembre de 2020

9º Premio Domingo Henares. EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA (1ª parte)

Como va siendo tradición, en este blog, queremos dar difusión al relato ganador del premio Domingo Henares de Relato Histórico convocado por el Ayuntamiento de Puente  de Génave, en este caso en su novena edición, y que recayó en el relato de nuestro amigo Pedro Pablo Cano Henares que se centra a través de una narración histórica sobre diversas escaramuzas y combates entre los musulmanes de las tierras cercanas del Reino de Granada y los moradores de las antiguas aldeas de la Sierra de Segura y que dieron origen a la denominación de Campos de Hernán Pelea a esa gran altiplanicie cercana a Santiago-Pontones. Esperamos y deseamos disfruten de esta interesantísima narración que presentamos en dos entregas debido a su extensión.


Pedro Pablo Cano Henares
Pedro Pablo Cano Henares

EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNAN PELEA.

Habitaba en El Hornillo un hombre rudo y valiente de nombre Hernán Martínez; era hijo de Martín Hernández, uno de los primeros vecinos que hicieron y poblaron casa en el lugar de El Hornillo. Había nacido, como su padre y abuelo, en la villa de Siles, a los que siendo un niño acompañó desde ella al dicho lugar, que nombraron El Hornillo por haber hecho un horno junto a una fuente buena. Dicho horno lo había mandado hacer su abuelo, Hernán Sánchez, junto a su hermano menor, Asensio Sánchez. Le habían puesto por nombre el del abuelo por el gran parecido del nieto al abuelo: ambos eran rubios y de gran altura y fortaleza. Eran todos ellos señores de ganado de la dicha villa de Siles, ricos hombres, y su abuelo fue nombrado en sus tiempos caballero de Sierra; este era hombre de mucha honra que ganó, junto al Maestre Rodrigo Manrique, en la toma que hizo éste de la villa de Huéscar, al que acompaño y de la que obtuvo gran botín del que, especialmente, guardaban como joyas la descendencia del caballo semental y las tres yeguas que su abuelo les arrebató a los moros tras una escaramuza en una alquería en el cerco de la villa de Huéscar.

Era este Hernán Martínez de carnes apretadas, pero bien proporcionado de una gran altura, largos brazos y piernas; era Hernán conocido por su gran fuerza y arrojo, no sería la primera vez que levantara a su caballo a horcajo entre risotadas gritando “tú me llevas a mí y yo a ti”; para él, su caballo era como una extensión de sí mismo; era descendiente de aquel semental y yeguas que ganara su abuelo a los moros de Huéscar, de pura raza, de orejas enjutas y pequeñas, cara descarnada y grandes narices que absorbían los aires puros de la Sierra. Ojos negros como la pez, saltones, que parecía que se salían de sus órbitas, con un gran cuello largo y curvado, ancho pecho y cruz, de lomo recogido, redondas sus ancas, las costillas delanteras largas, que albergaban sus grandes pulmones capaces de largas galopadas, vientre escurrido y testículos redondos y recogidos, sus músculos bien marcados, finas y espesas crines que volaban con los aires altaneras como él, su cola gruesa en su nacimiento y fina y grácil en su punta, sus cascos fuertes, negros como sus ojos, y su pelo blanco como la nieve que los envolvía durante el invierno.

Santiago de la Espada, antiguamente El Hornillo

Este caballo era árabe puro, que ya quisieran para sí muchos señores de los moros de Granada; como todos los de su raza no era muy alto, y más cuando se juntaba con los caballos castellanos de la Orden, mucho más altos que él, pero a la carrera, ya fuera de corta o larga distancia, no había en todo el Común caballo que pudiera con él..

La figura de Hernán Martínez, montado en su caballo, era por todos reconocida, ese hombre montado a lomos de ese pequeño caballo enjaezado al estilo árabe, con una rica montura y sus largas trancas colgando casi a rastras, producía cierta risa por cómica, que sus vecinos se guardaban muy bien de demostrar en su presencia por respeto, primero, pero aún más temían la reacción y la fuerza de tal gigante, como muy bien sabían los moros de Baza como ahora veremos.

Fue su abuelo Hernán Sánchez, en su cabalgata hacia Huéscar junto al Maestre, cuando la primera vez que, con asombro, recorrió los ricos pastos veraniegos que albergaban los derredores del lugar del Hornillo, de los que ya había oído hablar a otros señores de ganado de la generosidad de estos pastos del extremo sur de la Encomienda. Estos estaban infrautilizados por la cercanía de la frontera granadina, de tal manera que, a la vuelta de la toma de Huéscar, el Maestre le concedió la merced de subir sus ganados a estos ricos pastos veraniegos; fue así como los señores del ganado de la villa de Siles, recorrían cada primavera las siete leguas grandes que les separaban de tan ricos pastos, y cada otoño regresaban a sus pastos invernales en los cuartos que la villa de Siles poseía en la Sierra Morena, esto fue así hasta que su hijo Martín, tras su muerte y junto a otros señores de ganados, construyó junto al famoso horno las primeras casas pobladas que dieron origen a la aldea, primero de El Hornillo y después villa de Puebla de Santiago, para quedar definitivamente como Santiago de la Espada.

Villa de Huéscar

Al viejo Hernán Sánchez le impresionó la abundancia de aguas, los amplios pastizales entre bosques de robles, pinos y encinas, la pureza de sus aires y el resguardo del lugar que lo hacía fácilmente defendible de las incursiones de los moros granadinos, ya que estos, para acceder a ellos, tenían que superar grandes puertos y aparecer en descubierto.

El viejo Hernán ideó un sistema de vigilancia preventivo, situando a sus mozos en lo alto de cerros estratégicamente escogidos, de tal modo que los moros eran avistados antes de terminar de subir los puertos, ya que antes de coronar éstos, los espesos bosques daban paso a altozanos carentes de árboles donde pudieran éstos aguardar celadas, y eran descubiertos; fue su ingenio el que ideó el sistema de alarma situando junto a los vigías unos grandes montones de leña mezclada con jumas verdes de pino que, al prender, liaban una gran humareda negra, visible desde todo el territorio, alertando de la presencia de enemigos. Su ingenio fue mucho más lejos ideando un sistema que consistía en tapar las lumbres con una gran manta, interrumpiendo las bocanadas de negro y espeso humo de tal manera que, según fueran estas bocanadas, podían decir por dónde venían los sarracenos, su número y hasta la clase de tropas que traían, previniendo a los cristianos y facilitándoles una rápida reacción para emboscar a los enemigos, de tal manera que cada vez eran menos los moros que se atrevían a subir los puertos.

Extensión de los Campos de Hernán Pelea

Tenía Hernán Martínez sobre las diecinueve primaveras cuando aconteció el hecho que le daría fama y honra. Hacía solo dos años de la muerte del abuelo, que no solo le había dejado en heredad el mejor de sus sementales, además le dejo su armadura y espada de caballero; tenía el abuelo debilidad por este nieto tan parecido a él en carácter y físicamente, que veía en él la prolongación de sí mismo. Desde muy pequeño se había preocupado en adentrarlo en el arte de las armas y era por entonces unos de los mejores escuderos de la encomienda de Segura, ya destacaba por su destreza con las armas pero, sobre todo, era un magnifico jinete, aventajado en la lucha a caballo.

Como hemos dicho, andaban los moros granadinos bastante apaciguados, ya sea por el temor al viejo Hernán o a su sistema defensivo, que llevaban unos años que habían desistido de subir los puertos para rapiñar los ganados cristianos, pero aquel año aconteció un hecho que altero el equilibrio en la frontera: era el 28 de febrero de 1482 y el marqués de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León y Núñez, se metió en la cocina del reino de Granada con la toma por sorpresa de la villa de Alhama; este acontecimiento llenó de euforia a las huestes castellanas, que cogieron el definitivo impulso para la conquista definitiva del Reino de Granada, como a los moros los llenó de rabia y ganas de revancha.

D. Rodrigo Ponce de León y Núñez

Ya finalizando la primavera, el alcaide de la ciudad de Baza, Aben-Zaid, con ánimo de revancha y buscando la gloria, conocedor de la muerte del viejo Hernán Sánchez, su enemigo, al que temía por su ingenio y determinación, pensó que era hora del desquite, y decidió enviar en una avanzadilla a su sobrino, junto a lo más granado de sus caballeros, a la Encomienda de Segura, pensando en ganar gran botín de ganados y ver la fortaleza de los cristianos para lanzar un ataque más serio y devolver a los cristianos el golpe de Alhama.

Encaminaron los catorce caballeros moros camino de los puertos, y enfilaron hacia Puerto Lézar, protegidos por los bosques. Iban los moros confiados ya que por este camino los protegía el bosque de la vistas indiscretas casi hasta lo alto del puerto, pero lo que no sabían era que Martín Hernández, nieto y heredero del viejo Hernán, tenía un mozo avispado, con vista de lince, vigilante en lo alto de la Morra de la Osa, que los divisó y rápidamente encendió la gran hoguera que tenía preparada, lo que provoco una gran bocanada de humo negro de las jumas verdes, para, a continuación, informar que eran catorce jinetes bien pertrechados los que subían el Puerto Lézar, a seguidamente se refugió en un covacho que, a este fin, tenía preparado.

A la primera hoguera rápidamente le siguieron otras dando el aviso de la incursión mora, hasta llegar al valle de El Hornillo, que aún no había sido construido, pero que ya era el lugar de refugio de la mayoría de pastores y señores de ganado. Martín Hernández había heredado de su padre no solo sus ganados sino también la responsabilidad de la defensa del lugar. Rápidamente juntó a todos los señores y mozos que allí había para salir al encuentro de las tropas granadinas, más sus preocupación era otra, ya que había mandado a su hijo Hernán a aquel remoto lugar para llevar ato y vigilar a los mozos que allí guardaban sus ganados, y sabía que el joven era decidido, más con la cabeza llena de hazañas que le había llenado su abuelo; temía no aguardara la llegada de refuerzos y arremetiera contra los moros, como finalmente ocurrió.

Paso del Puerto de Lezar

Al joven Hernán le encantaban estos lejanos pastizales, por lo que el encargo de su padre era para él un regalo. Le gustaba cabalgar sin descanso por aquel inmenso altiplano, conocía sus cerros así como sus llanos y, como era joven y osado, había explorado sus cuevas y simas, que abundaban en gran cantidad; le gustaba subir a lo alto del gran cerro al poniente, al que llamaban Banderillas; desde él se divisaba gran parte del territorio de la Encomienda de Segura: hacia poniente a sus pies veía el curso del río Aguamulas, con sus bravas aguas que correteaban raudas hasta el gran río grande, el Al-wādī l-kabīr de los musulmanes. En su unión sabía que había una mina de plata antigua, se decía que de los antiguos romanos, de la que aún extraía algo el concejo de Segura, la vista se perdía en el valle del río grande, que seguía su curso coleteando hacia la tierra de Hornos de Segura, con su rica vega, que por sí sola podía proveer de bastimento a toda la Encomienda; si miraba a entrante veía la verdadera magnitud de aquel altiplano prodigioso, que arrancaba con un interminable bosque de pinos y robles en la misma ladera del cerro en el que se encontraba, más en la distancia la vista se perdía en las hoyas que, como picaduras de sarampión, recorrían gran parte del territorio, en esta parte se mezclaban grandes manchas de bosque de pinos majestuosos, con tejos, robles y perpejones, con claros donde se daban los mejores pastos que uno pudiera imaginar.

Él conocía cada una de estas hoyas, que las había grandes y chicas en gran cantidad; algunas podían albergar un pequeño ejército a la celada que pasaba desapercibido, como bien le había enseñado su abuelo; la inmensidad de este altiplano era tal que, de no conocerlo bien, era fácil perderse, y había habido casos de gentes que estuvieron dando vueltas en él durante días hasta casi fenecer; pero él había tenido buenos maestros y conocía cada recoveco, sabía por dónde podía galopar sin miedo, como dónde había que tener extremo cuidado para no caer en la trampa que también eran esas hoyas y simas del terreno.

Cima del Banderillas

Cuando empezaron los borbotones de humo, estaba Hernán cerca de un lugar que llamaban Cueva Paria, que era una zona donde concentraban a las ovejas paridas, por su recogimiento y frescos pastos era ideal para las madres de su rebaño. Por las señales del humo supo que eran catorce caballeros sin ayuda de peones, ya que se trataba de una avanzadilla; sus mozos y peones sabían lo que había que hacer en estos casos y corrieron raudos a sus escondrijos a la espera de la llegada de la tropa principal, que vendría del valle de El Hornillo a no más tardar de tres o cuatro horas, la orden era abandonar los ganados y esperar agazapados sin perder de vista los movimientos del enemigo.

En cuanto Hernán tuvo conciencia de lo que ocurría, pensó rápido, como su abuelo le había enseñado, lo que haría el enemigo de estar él mismo en su situación; esta táctica era útil para adelantarse a los movimientos de los moros, como más adelante se demostró. Su primer pensamiento fue lo que pensarían los sarracenos al coronar el puerto y contemplar el espectáculo a sus pies. En esa época del año la mayoría de ganados estaban concentrados en ese extremo del altiplano por ser el más lejano, tenían la costumbre de ir recogiendo poco a poco a los ganados desde este punto que quedaba más al sur de su territorio, en dirección norte, pausadamente, agotando los pastos a su paso para terminar en el valle de El Hornillo ya cerca del otoño, cuando iniciaban su peregrinaje a los pastos invernales.

La visión de miles de ovejas, en su mayoría paridas, acompañadas de multitud de vacas y toros, junto a las mejores yeguas y sus potrillos, supuso para la tropa bastetana una aproximación del jardín de su paraíso; los moros, al contemplarlos y verlos desprotegidos, ya que mozos y peones, como tenían ordenado, habían desaparecido de su vista, no pensaron sino en la piel del oso sin haberlo cazado, y llenaron sus ojos de la cantidad de oro y honra que ganarían a la vuelta a su Baza natal.

Ganado pastando en los Campos de Hernán Pelea como antaño

Esta situación no era fruto de la casualidad, era una de tantas estratagemas defensivas del viejo Hernán, ya que al ver los ganados desprotegidos la tentación era tal que impedía a los moros avanzar, dando el tiempo que necesitaban las huestes castellanas para su defensa y, además, había una sorpresa nada grata para el enemigo: acompañando a los ganados se habían criado gran cantidad de mastines negros como la noche, si bien más pequeños que sus hermanos leoneses, en compensación eran más ágiles que estos; su color y temperamento los mimetizaba entre los matorrales, lo que hacía que pasaran desapercibidos para lobos y saqueadores hasta que ya era demasiado tarde para aguantar sus acometidas, de tal modo que mantenían a lobos lejos de los ganados y a los enemigos les podían causar más daño que otro tipo de tropas; así eran considerados estos perros gladiadores.

Los moros se apresuraron a lanzarse sobre los ganados, su intención era reunir el mayor número posible de ellos y coger camino de regreso a su querida Baza. Nada más descender el sendero que bajaba del puerto, espolearon sus caballos en dirección a un sitio recogido al que los cristianos llamaban la Raja, era este lugar una gran planicie rodeada de farallones a modo de corral, por lo que se podía utilizar como tal y su idea era esta: concentrar los ganados allí dejando a alguno de ellos de custodia, mientras los demás recorrían el terreno juntando más ganado para llevarlo hasta este lugar y desde allí emprender camino de regreso.

Campos de Hernán Pelea

Esto mismo pensó el joven Hernán que serían sus movimientos de estar en la piel de sus enemigos, por lo que se dirigió a lomos de su magnífico semental en dirección a este lugar, sin prisa, a trote corte para que los enemigos, aún bajado la vereda del puerto, no lo pudieran detectar. Cerca de la paridera se encontraban las hoyas más grandes y profundas, la mayoría cubiertas de un espeso bosque: este se encontraba en un margen del camino natural que conducía desde la Raja hasta la paridera. Dedujo que una vez los moros hubieran dejado un retén en la Raja al cargo de los primeros ganados allí reunidos, uno de los sitios al que primero se encaminaría sería a la paridera de la Cueva, ya que allí estaban las mejores ovejas con sus crías, por lo que decidió bajar a esta hoya y esperar, emboscado, a sus enemigos.

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lunes, 16 de noviembre de 2020

LA FUENTE VIEJA. AHORA SÓLO UN RECUERDO

Nuestro pueblo conserva muchos rincones, lugares y parajes que guardan extraordinaria belleza, al tiempo que son emblema y divisa de la singularidad de nuestro pueblo y orgullo de su tradición y sus gentes. Pero hay otros que no han logrado perdurar en el tiempo, como es el caso de la añorada Fuente Vieja, que para los puenteñ@s era algo más que una simple fuente donde calmar la sed. En el siguiente artículo, Pedro Ruiz Avilés, hace una perfecta loa a este emblemático lugar al tiempo que intenta reivindicar su futura rehabilitación por las autoridades locales, sentimiento al que se suman todos los puenteñ@s, para conseguir que la Fuente Vieja deje de ser un recuerdo para volver a ser una realidad.  

BEBER AGUA FRESQUITA

“Lleváronse tus hadas

El lino de tus sueños

Esta la fuente muda

Y está marchito el huerto

Solo quedan lágrimas

Para llorar…¡No hay que llorar!”

(Antonio Machado, muerto de añoranza en el exilio en Colliure –Francia-)

Antes de que el agua potable de Los Prados de San Blas llegase a nuestros domicilios existían en nuestro pueblo media docena de fuentes: la mitad de uso mixto para consumo humano y para abrevar las bestias, y la otra mitad para exclusivo consumo humano. Pero indudablemente la más recordada por los que ya somos mayores es la Fuente Vieja*.

Ultimo aspecto de la Fuente Vieja

Enclavada entonces en los confines del pueblo. Se accedía a ella por varios caminos del pueblo: un caminillo terrero que partía de la carretera N-322 y dejaba a su derecha una huertecita con una higuera y chopos y álamos del arroyo Peñolite; una segunda que dejaba atrás la carretera, se adentraba en los llanos de La Vicaría y se llegaba a ella por la Vereda o Camino Real pasando un puentecillo; y la tercera que traspasaba los corrales de la calle del arroyo, y al lado, junto al citado puente, se hallaba el manantial. Justo en la confluencia del nombrado arroyo Peñolite con el de Las Canales o Canalejas.

Puente que daba acceso a la Fuente Vieja

Nuestra Fuente Vieja sirvió durante más de dos milenios como un espacio de descanso, concentración y lugar de abrevadero de viajeros, caminantes, trajimanes, partidas y ejércitos de diversa clase y condición, viajando desde las “Andalucías” a Murcia, Cartagena, Valencia o Tarragona. Su ubicación estratégica próxima a uno de los vados más importantes para el paso, en especial en invierno, del entonces más caudaloso río Guadalimar a través del Puente Viejo, por las calles Nueva y del Arroyo que forman parte de la Vía o Camino Real que enlazaba Levante con Andalucía y viceversa, la convertía en ineludible parada.

Por ejemplo, y según cuenta el historiador Plinio, acamparon en los llanos, y bebieron pues de su agua, los caudillos cartagineses Asdrúbal y el gran estratega Aníbal, con su ejército y los 38 elefantes guerreros camino de su, al final, fracasado intento de conquista de roma. Como también en su retirada hacia Gades (Cádiz) vencidos, y perseguidos, por Plublio Cornelio Escipión. Este general romano también debió pasar un tiempo (209 a.C.) con sus tropas bebiendo y aprovisionándose de agua de la fuente, ya que estableció un campamento en las cercanías del Arroyo del Ojanco (Los Baños).

Imagen de la construcción del Puente Viejo

Con más seguridad pasó, y se avitualló hasta ocho veces, San Juan de la Cruz, mandatado por la madre superiora Santa Teresa de Jesús para fundar los dos conventos carmelitanos de Caravaca (Murcia). Al no poder ésta asistir, obligada a marchar con urgencia a Sevilla.

Igualmente, hicieron parada de ida en la Guerra de la Independencia los ejércitos napoleónicos al mando del mariscal Dupont, y de vuelta tras su humillante derrota por las tropas españolas y sus aliados en Bailén. Y que dejarían cumplidas muestras de venganza quemando pueblos y villas de nuestra bella Sierra de Segura. Y es muy cierto pensar que el general Prim y su amigo el Marqués de Vinent, hicieron el kilómetro que los separaba desde la finca de La Vicaría hasta la fuente para beber el agua fresquita de la Fuente Vieja.

La Fuente Vieja
Más documentado estaría el paso, y estancia, durante la Guerra Civil del general republicano Miaja, y de parte de las Brigadas Internacionales dirigiéndose desde Albacete hacia el frente de Lopera y Andújar con la pretensión, no lograda de recuperar Córdoba y Sevilla. Con ellos viajó un afamado poeta. Miguel Hernández, que aprovechó un rato de descanso para dar un recital en la colectividad existente en nuestra aldea de El Tamaral.

La función hídrica de nuestra fuente no se interrumpió ni en los duros años de “pertinaz sequía” como la llamó un cursi en la postguerra (1939-47), y siguió manando agua, después dotada, ya en los pasados años setenta al remodelarse tras una inundación con sendos grifos en sus caños. Era todo un espectáculo contemplar, en cualquier hora y estación, a recias mujeres con sus cántaros en los ijares, niños con un par de botijos, o caballerías con damajuanas aprovisionándose de agua fresquita.

Situación de la Fuente Vieja respecto al casco urbano de Puente de Génave

Desgraciadamente hace unos años, una alevosa tormenta colmó el arroyo Peñolite, y esta vez la riada se llevó por delante la fuente. Un icono e imagen señera del Puente se perdía sin remedio. Pero muchos paisanos no nos resignamos a su pérdida definitiva. Por ello solicito a los representantes en las instituciones municipales que realicen las gestiones oportunas para conseguir devolver al pueblo su icono perdido, procediendo a la rehabilitación de la fuente, y si es posible de su venero, pues hay quien dice que lo destruyó la riada. El lugar que propongo para situarla sería en el parque que se ha habilitado justo enfrente, a la otra orilla del arroyo, creando junto a la escultura al aire libre que resultó premiada de las amapolas, y junto con unos cuantos bancos y árboles para la sombra, crear un espacio placentero para el reposo, conversaciones y charloteos varios. Y todo acompañado de un cartel explicativo, al estilo del existente en nuestro hermoso Salto de San Blas. Urbanitas, tenemos varios, y buenos en el pueblo, es por lo tanto cuestión de buscar financiación y pedirles que presenten una oferta que sea irrechazable. Pues, venga, sin más dilación. ¡manos a la obra!.

Pedro Ruiz Avilés. 2019

(*) Este escrito es un relato-leyenda y, por tanto su contenido puede no ser verdad. O sí.