Como va siendo tradición, en este blog, queremos dar difusión al relato ganador del premio Domingo Henares de Relato Histórico convocado por el Ayuntamiento de Puente de Génave, en este caso en su novena edición, y que recayó en el relato de nuestro amigo Pedro Pablo Cano Henares que se centra a través de una narración histórica sobre diversas escaramuzas y combates entre los musulmanes de las tierras cercanas del Reino de Granada y los moradores de las antiguas aldeas de la Sierra de Segura y que dieron origen a la denominación de Campos de Hernán Pelea a esa gran altiplanicie cercana a Santiago-Pontones. Esperamos y deseamos disfruten de esta interesantísima narración que presentamos en dos entregas debido a su extensión.
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Pedro Pablo Cano Henares |
EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNAN PELEA.
Habitaba en El Hornillo un hombre rudo y valiente de nombre
Hernán Martínez; era hijo de Martín Hernández, uno de los primeros vecinos que
hicieron y poblaron casa en el lugar de El Hornillo. Había nacido, como su
padre y abuelo, en la villa de Siles, a los que siendo un niño acompañó desde
ella al dicho lugar, que nombraron El Hornillo por haber hecho un horno junto a
una fuente buena. Dicho horno lo había mandado hacer su abuelo, Hernán Sánchez,
junto a su hermano menor, Asensio Sánchez. Le habían puesto por nombre el del
abuelo por el gran parecido del nieto al abuelo: ambos eran rubios y de gran
altura y fortaleza. Eran todos ellos señores de ganado de la dicha villa de
Siles, ricos hombres, y su abuelo fue nombrado en sus tiempos caballero de
Sierra; este era hombre de mucha honra que ganó, junto al Maestre Rodrigo
Manrique, en la toma que hizo éste de la villa de Huéscar, al que acompaño y de
la que obtuvo gran botín del que, especialmente, guardaban como joyas la
descendencia del caballo semental y las tres yeguas que su abuelo les arrebató
a los moros tras una escaramuza en una alquería en el cerco de la villa de
Huéscar.
Era este Hernán Martínez de carnes apretadas, pero bien proporcionado de una gran altura, largos brazos y piernas; era Hernán conocido por su gran fuerza y arrojo, no sería la primera vez que levantara a su caballo a horcajo entre risotadas gritando “tú me llevas a mí y yo a ti”; para él, su caballo era como una extensión de sí mismo; era descendiente de aquel semental y yeguas que ganara su abuelo a los moros de Huéscar, de pura raza, de orejas enjutas y pequeñas, cara descarnada y grandes narices que absorbían los aires puros de la Sierra. Ojos negros como la pez, saltones, que parecía que se salían de sus órbitas, con un gran cuello largo y curvado, ancho pecho y cruz, de lomo recogido, redondas sus ancas, las costillas delanteras largas, que albergaban sus grandes pulmones capaces de largas galopadas, vientre escurrido y testículos redondos y recogidos, sus músculos bien marcados, finas y espesas crines que volaban con los aires altaneras como él, su cola gruesa en su nacimiento y fina y grácil en su punta, sus cascos fuertes, negros como sus ojos, y su pelo blanco como la nieve que los envolvía durante el invierno.
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Santiago de la Espada, antiguamente El Hornillo |
Este caballo era árabe puro, que ya quisieran para sí muchos
señores de los moros de Granada; como todos los de su raza no era muy alto, y
más cuando se juntaba con los caballos castellanos de la Orden, mucho más altos
que él, pero a la carrera, ya fuera de corta o larga distancia, no había en
todo el Común caballo que pudiera con él..
La figura de Hernán Martínez, montado en su caballo, era por
todos reconocida, ese hombre montado a lomos de ese pequeño caballo enjaezado
al estilo árabe, con una rica montura y sus largas trancas colgando casi a
rastras, producía cierta risa por cómica, que sus vecinos se guardaban muy bien
de demostrar en su presencia por respeto, primero, pero aún más temían la
reacción y la fuerza de tal gigante, como muy bien sabían los moros de Baza como
ahora veremos.
Fue su abuelo Hernán Sánchez, en su cabalgata hacia Huéscar junto al Maestre, cuando la primera vez que, con asombro, recorrió los ricos pastos veraniegos que albergaban los derredores del lugar del Hornillo, de los que ya había oído hablar a otros señores de ganado de la generosidad de estos pastos del extremo sur de la Encomienda. Estos estaban infrautilizados por la cercanía de la frontera granadina, de tal manera que, a la vuelta de la toma de Huéscar, el Maestre le concedió la merced de subir sus ganados a estos ricos pastos veraniegos; fue así como los señores del ganado de la villa de Siles, recorrían cada primavera las siete leguas grandes que les separaban de tan ricos pastos, y cada otoño regresaban a sus pastos invernales en los cuartos que la villa de Siles poseía en la Sierra Morena, esto fue así hasta que su hijo Martín, tras su muerte y junto a otros señores de ganados, construyó junto al famoso horno las primeras casas pobladas que dieron origen a la aldea, primero de El Hornillo y después villa de Puebla de Santiago, para quedar definitivamente como Santiago de la Espada.
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Villa de Huéscar |
Al viejo Hernán Sánchez le impresionó la abundancia de aguas,
los amplios pastizales entre bosques de robles, pinos y encinas, la pureza de
sus aires y el resguardo del lugar que lo hacía fácilmente defendible de las
incursiones de los moros granadinos, ya que estos, para acceder a ellos, tenían
que superar grandes puertos y aparecer en descubierto.
El viejo Hernán ideó un sistema de vigilancia preventivo, situando a sus mozos en lo alto de cerros estratégicamente escogidos, de tal modo que los moros eran avistados antes de terminar de subir los puertos, ya que antes de coronar éstos, los espesos bosques daban paso a altozanos carentes de árboles donde pudieran éstos aguardar celadas, y eran descubiertos; fue su ingenio el que ideó el sistema de alarma situando junto a los vigías unos grandes montones de leña mezclada con jumas verdes de pino que, al prender, liaban una gran humareda negra, visible desde todo el territorio, alertando de la presencia de enemigos. Su ingenio fue mucho más lejos ideando un sistema que consistía en tapar las lumbres con una gran manta, interrumpiendo las bocanadas de negro y espeso humo de tal manera que, según fueran estas bocanadas, podían decir por dónde venían los sarracenos, su número y hasta la clase de tropas que traían, previniendo a los cristianos y facilitándoles una rápida reacción para emboscar a los enemigos, de tal manera que cada vez eran menos los moros que se atrevían a subir los puertos.
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Extensión de los Campos de Hernán Pelea |
Tenía Hernán Martínez sobre las diecinueve primaveras cuando
aconteció el hecho que le daría fama y honra. Hacía solo dos años de la muerte
del abuelo, que no solo le había dejado en heredad el mejor de sus sementales,
además le dejo su armadura y espada de caballero; tenía el abuelo debilidad por
este nieto tan parecido a él en carácter y físicamente, que veía en él la
prolongación de sí mismo. Desde muy pequeño se había preocupado en adentrarlo
en el arte de las armas y era por entonces unos de los mejores escuderos de la
encomienda de Segura, ya destacaba por su destreza con las armas pero, sobre
todo, era un magnifico jinete, aventajado en la lucha a caballo.
Como hemos dicho, andaban los moros granadinos bastante apaciguados, ya sea por el temor al viejo Hernán o a su sistema defensivo, que llevaban unos años que habían desistido de subir los puertos para rapiñar los ganados cristianos, pero aquel año aconteció un hecho que altero el equilibrio en la frontera: era el 28 de febrero de 1482 y el marqués de Cádiz, D. Rodrigo Ponce de León y Núñez, se metió en la cocina del reino de Granada con la toma por sorpresa de la villa de Alhama; este acontecimiento llenó de euforia a las huestes castellanas, que cogieron el definitivo impulso para la conquista definitiva del Reino de Granada, como a los moros los llenó de rabia y ganas de revancha.
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D. Rodrigo Ponce de León y Núñez |
Ya finalizando la primavera, el alcaide de la ciudad de Baza,
Aben-Zaid, con ánimo de revancha y buscando la gloria, conocedor de la muerte
del viejo Hernán Sánchez, su enemigo, al que temía por su ingenio y
determinación, pensó que era hora del desquite, y decidió enviar en una
avanzadilla a su sobrino, junto a lo más granado de sus caballeros, a la
Encomienda de Segura, pensando en ganar gran botín de ganados y ver la
fortaleza de los cristianos para lanzar un ataque más serio y devolver a los
cristianos el golpe de Alhama.
Encaminaron los catorce caballeros moros camino de los
puertos, y enfilaron hacia Puerto Lézar, protegidos por los bosques. Iban los
moros confiados ya que por este camino los protegía el bosque de la vistas
indiscretas casi hasta lo alto del puerto, pero lo que no sabían era que Martín
Hernández, nieto y heredero del viejo Hernán, tenía un mozo avispado, con vista
de lince, vigilante en lo alto de la Morra de la Osa, que los divisó y
rápidamente encendió la gran hoguera que tenía preparada, lo que provoco una
gran bocanada de humo negro de las jumas verdes, para, a continuación, informar
que eran catorce jinetes bien pertrechados los que subían el Puerto Lézar, a
seguidamente se refugió en un covacho que, a este fin, tenía preparado.
A la primera hoguera rápidamente le siguieron otras dando el aviso de la incursión mora, hasta llegar al valle de El Hornillo, que aún no había sido construido, pero que ya era el lugar de refugio de la mayoría de pastores y señores de ganado. Martín Hernández había heredado de su padre no solo sus ganados sino también la responsabilidad de la defensa del lugar. Rápidamente juntó a todos los señores y mozos que allí había para salir al encuentro de las tropas granadinas, más sus preocupación era otra, ya que había mandado a su hijo Hernán a aquel remoto lugar para llevar ato y vigilar a los mozos que allí guardaban sus ganados, y sabía que el joven era decidido, más con la cabeza llena de hazañas que le había llenado su abuelo; temía no aguardara la llegada de refuerzos y arremetiera contra los moros, como finalmente ocurrió.
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Paso del Puerto de Lezar |
Al joven Hernán le encantaban estos lejanos pastizales, por
lo que el encargo de su padre era para él un regalo. Le gustaba cabalgar sin
descanso por aquel inmenso altiplano, conocía sus cerros así como sus llanos y,
como era joven y osado, había explorado sus cuevas y simas, que abundaban en
gran cantidad; le gustaba subir a lo alto del gran cerro al poniente, al que
llamaban Banderillas; desde él se divisaba gran parte del territorio de la
Encomienda de Segura: hacia poniente a sus pies veía el curso del río
Aguamulas, con sus bravas aguas que correteaban raudas hasta el gran río
grande, el Al-wādī l-kabīr de los musulmanes. En su unión sabía que había una
mina de plata antigua, se decía que de los antiguos romanos, de la que aún
extraía algo el concejo de Segura, la vista se perdía en el valle del río
grande, que seguía su curso coleteando hacia la tierra de Hornos de Segura, con
su rica vega, que por sí sola podía proveer de bastimento a toda la Encomienda;
si miraba a entrante veía la verdadera magnitud de aquel altiplano prodigioso,
que arrancaba con un interminable bosque de pinos y robles en la misma ladera
del cerro en el que se encontraba, más en la distancia la vista se perdía en
las hoyas que, como picaduras de sarampión, recorrían gran parte del territorio,
en esta parte se mezclaban grandes manchas de bosque de pinos majestuosos, con tejos,
robles y perpejones, con claros donde se daban los mejores pastos que uno
pudiera imaginar.
Él conocía cada una de estas hoyas, que las había grandes y chicas en gran cantidad; algunas podían albergar un pequeño ejército a la celada que pasaba desapercibido, como bien le había enseñado su abuelo; la inmensidad de este altiplano era tal que, de no conocerlo bien, era fácil perderse, y había habido casos de gentes que estuvieron dando vueltas en él durante días hasta casi fenecer; pero él había tenido buenos maestros y conocía cada recoveco, sabía por dónde podía galopar sin miedo, como dónde había que tener extremo cuidado para no caer en la trampa que también eran esas hoyas y simas del terreno.
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Cima del Banderillas |
Cuando empezaron los borbotones de humo, estaba Hernán cerca
de un lugar que llamaban Cueva Paria, que era una zona donde concentraban a las
ovejas paridas, por su recogimiento y frescos pastos era ideal para las madres
de su rebaño. Por las señales del humo supo que eran catorce caballeros sin
ayuda de peones, ya que se trataba de una avanzadilla; sus mozos y peones
sabían lo que había que hacer en estos casos y corrieron raudos a sus
escondrijos a la espera de la llegada de la tropa principal, que vendría del
valle de El Hornillo a no más tardar de tres o cuatro horas, la orden era
abandonar los ganados y esperar agazapados sin perder de vista los movimientos
del enemigo.
En cuanto Hernán tuvo conciencia de lo que ocurría, pensó
rápido, como su abuelo le había enseñado, lo que haría el enemigo de estar él
mismo en su situación; esta táctica era útil para adelantarse a los movimientos
de los moros, como más adelante se demostró. Su primer pensamiento fue lo que
pensarían los sarracenos al coronar el puerto y contemplar el espectáculo a sus
pies. En esa época del año la mayoría de ganados estaban concentrados en ese
extremo del altiplano por ser el más lejano, tenían la costumbre de ir
recogiendo poco a poco a los ganados desde este punto que quedaba más al sur de
su territorio, en dirección norte, pausadamente, agotando los pastos a su paso
para terminar en el valle de El Hornillo ya cerca del otoño, cuando iniciaban
su peregrinaje a los pastos invernales.
La visión de miles de ovejas, en su mayoría paridas, acompañadas de multitud de vacas y toros, junto a las mejores yeguas y sus potrillos, supuso para la tropa bastetana una aproximación del jardín de su paraíso; los moros, al contemplarlos y verlos desprotegidos, ya que mozos y peones, como tenían ordenado, habían desaparecido de su vista, no pensaron sino en la piel del oso sin haberlo cazado, y llenaron sus ojos de la cantidad de oro y honra que ganarían a la vuelta a su Baza natal.
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Ganado pastando en los Campos de Hernán Pelea como antaño |
Esta situación no era fruto de la casualidad, era una de
tantas estratagemas defensivas del viejo Hernán, ya que al ver los ganados
desprotegidos la tentación era tal que impedía a los moros avanzar, dando el
tiempo que necesitaban las huestes castellanas para su defensa y, además, había
una sorpresa nada grata para el enemigo: acompañando a los ganados se habían
criado gran cantidad de mastines negros como la noche, si bien más pequeños que
sus hermanos leoneses, en compensación eran más ágiles que estos; su color y
temperamento los mimetizaba entre los matorrales, lo que hacía que pasaran
desapercibidos para lobos y saqueadores hasta que ya era demasiado tarde para
aguantar sus acometidas, de tal modo que mantenían a lobos lejos de los ganados
y a los enemigos les podían causar más daño que otro tipo de tropas; así eran
considerados estos perros gladiadores.
Los moros se apresuraron a lanzarse sobre los ganados, su intención era reunir el mayor número posible de ellos y coger camino de regreso a su querida Baza. Nada más descender el sendero que bajaba del puerto, espolearon sus caballos en dirección a un sitio recogido al que los cristianos llamaban la Raja, era este lugar una gran planicie rodeada de farallones a modo de corral, por lo que se podía utilizar como tal y su idea era esta: concentrar los ganados allí dejando a alguno de ellos de custodia, mientras los demás recorrían el terreno juntando más ganado para llevarlo hasta este lugar y desde allí emprender camino de regreso.
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Campos de Hernán Pelea |
Esto mismo pensó el joven Hernán que serían sus movimientos
de estar en la piel de sus enemigos, por lo que se dirigió a lomos de su
magnífico semental en dirección a este lugar, sin prisa, a trote corte para que
los enemigos, aún bajado la vereda del puerto, no lo pudieran detectar. Cerca
de la paridera se encontraban las hoyas más grandes y profundas, la mayoría
cubiertas de un espeso bosque: este se encontraba en un margen del camino
natural que conducía desde la Raja hasta la paridera. Dedujo que una vez los
moros hubieran dejado un retén en la Raja al cargo de los primeros ganados allí
reunidos, uno de los sitios al que primero se encaminaría sería a la paridera
de la Cueva, ya que allí estaban las mejores ovejas con sus crías, por lo que
decidió bajar a esta hoya y esperar, emboscado, a sus enemigos.
--------------------- continuará.....................
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