viernes, 25 de enero de 2019

LAS LUMINARIAS. SAN ANTÓN Y EL RITO DEL FUEGO.

El fuego es un elemento que desde siempre ha atraído al ser humano y ha pasado a ser protagonista de ritos ancestrales paganos anclados en la antigüedad para convertirse en nuestros tiempos motivo de celebración religiosa. La luminarias, también llamadas hogueras en otros lugares, son tradicionales durante todas las épocas del año, aunque adquieren mayor significado en las épocas de solsticio y equinoccios como simple herencia de esos ritos que se pierden en el tiempo. Si hay una celebración que se repite en toda la geografía española son la luminarias en honor de San Antón al darse la circunstancia que este santo tiene la advocación del cuidado y protección de los animales, cuestión que era esencial para las labores agrarias, alcanzando así mayor significado en las zonas rurales como lo es nuestra comarca, donde desde siempre ha tenido especial relevancia en la mayoría de sus pueblos de la Sierra de Segura, en especial en Peñolite y Puente de Génave.
Luminaria San Antón. Peñolite.

LAS LUMINARIAS DE SAN ANTÓN EN PEÑOLITE Y PUENTE DE GÉNAVE.

Por José Ant. Molina Real

La fiesta de «Luminarias» que se celebra la noche del 16 de enero en la mayoría de localidades de la Sierra de Segura, y de forma más particular en Peñolite y Puente de Génave, se realizan en honor a San Antonio Abad por la advocación que este santo eremita representa hacia la producción tradicional agrícola y ganadera serrana que ha supuesto, a lo largo del tiempo, la forma de subsistencia esencial para el desarrollo de la economías familiares de las gentes de la comarca de la Sierra de Segura.
Procesión San Antón. Peñolite. (fot. Diario Jaén)
Pero antes de entrar en análisis debemos considerar que son diversas las motivaciones y advocaciones que se sirven del ritual del fuego como elemento diferenciador, siendo durante el invierno cuando más se realizan estas luminarias, al concentrarse en esta estación un mayor número de tradiciones y manifestaciones populares relacionadas con el ciclo agrario, básicamente debido a que es un momento en el que el trabajo en el campo exige menor dedicación, además como punto culminante de esa “magia” de la naturaleza, donde un campo ahora dormido dará paso a la recuperación de la vida con la llegada de la primavera, siendo el punto culminante de esa magia el encontrar la noche más larga del año que anunciará el solsticio de invierno a finales de diciembre, momento en el cual el sol, a quien el ser humano siempre ha rendido culto, comienza a imponerse a la noche haciendo cada vez los días más largos. Se abren pues, con el invierno, las puertas a costumbres y ritos ancestrales siendo el fuego, como simbolismo de culto a un sol fuente de luz y muestra de vida mientras la tierra duerme, el protagonista de ritos y costumbres que se sucederán desde entonces hasta febrero.
Luminaria de San Antón. Génave
El fuego junto a cencerradas, colgar manojos de hierbas aromáticas en puertas y ventanas, las esquilas, y otros simbolismos más, han sido algunas de las múltiples formas que se han utilizado, a través de los tiempos, para ahuyentar malos espíritus, combatir plagas o paliar los efectos nocivos que sobre las cosechas y personas provocaban “seres maléficos”; y que con la cristianización se vinculó con la purificación de las almas o la protección espiritual, completándose con la bendición a personas, animales domésticos y alimentos como señal de salud y buenos augurios. Dentro de este contexto mágico-festivo, será el invierno, donde debemos considerar múltiples manifestaciones en las que el fuego es el principal protagonista. En nuestro entorno destacaremos  celebraciones por la Inmaculada -luminaria de La Pura- en Segura de la Sierra (8 diciembre), Santa Lucía en Benatae y Segura de la Sierra (13 diciembre), las de San Antón en Peñolite, Génave, Villarrodrigo y Puente de Génave entre otros lugares (16 enero), San Sebastián en la población de Quesada (20 enero), San Vicente en Segura de la Sierra (22 enero), Virgen de la Paz en Beas de Segura (24 enero), las de la Candelaria en Orcera (2 de febrero) y las de San Blas en La Puerta de Segura (3 enero) entre otras.
Luminaria de la Virgen de la Paz. Beas de Segura
Los ritos y creencias eran asociados a los solsticios y equinoccios, momentos considerados como mágicos por la mayoría de las culturas de la antigüedad, especialmente los solsticios de invierno y verano. Por ese motivo, y tras la cristianización, se buscó vincular estas celebraciones paganas a momentos bíblicos importantes, como la Navidad en el solsticio de invierno, o advocaciones de santidades como el equinoccio de primavera con San José, el solsticio de verano con San Juan -momento de fiesta mayor en Peñolite con espectaculares luminarias-, o el equinoccio de otoño con la fiesta de los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael; teniendo, por tanto, estas celebraciones cristianas un origen claramente pagano, que ha ido difuminado y asimilando estas costumbres a través de los tiempos, aunque han conservado el uso del fuego conservado como testigo de rito pagano y elemento tradicional.
Luminaria de Navidad. Arroyo del Ojanco

Como claro ejemplo de asimilación de festejos y celebraciones en el solsticio de invierno, que es el que nos ocupa, debemos nombrar que eran tradicionales en la antigua Grecia, el culto popular de Dioniso como dios de la vendimia y el vino; eran las llamadas Dionisíacas que se celebraban alrededor del solsticio invernal como celebración de la cosecha realizada y con carácter propiciatorio de la fertilidad de tierras y resurrección de la naturaleza que empezaba, en ese momento, un nuevo ciclo y todo ello en medio de festejos, caracterizados por la gran alegría que se compartía con toda la comunidad. Posteriormente, la cultura romana, en gran parte heredera culturalmente de la antigua Grecia, llevaban a cabo la celebración de las Saturnalias, es decir, fiestas dedicadas a Saturno como dios protector de la Naturaleza, y que tenían una duración de una semana. Después de ceremonias de carácter religioso, había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos; cesaba toda actividad pública en tribunales, escuelas, comercios, campañas militares, etc…, y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio, salvo el de la cocina; se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas, bien surtidas, a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos diversos y de azar, entre otras destacadas celebraciones; teniendo todas ellas en el fuego una presencia constante y común.
Luminaria de la Candelaria. Orcera
Por eso, y como clara herencia de aquel otro tiempo, en enero son tradicionales luminarias en honor a San Antón, santo patrón que tiene su advocación y protección en los animales, por lo que para la mayoría de la gente del entorno rural  supone un centro claro de devoción al depender su frágil economía de subsistencia de la utilización, en sus tareas agrarias, de diverso tipo de ganado. Era bastante común en diversos lugares de celebrar su día con la tradición de no uncir o hacer uso de los animales, ni tan siquiera se les ataba; sino todo lo contrario, se solía dar descanso y comida abundante y especial,  siendo una posibilidad enviarles libremente al monte para que se tomasen, por así decirlo, un día de libertad. Hasta los arrieros, molineros y otros gremios que empleaban animales en el desempeño de sus labores, solían tomarse muy en serio esta norma. El día de San Antón, amén de fiesta para los animales, lo era también para sus amos.
Luminaria de San Antón. Villarrodrigo
Tradicional era acudir a misa con algunos animales, y aunque las bestias se quedasen en la puerta mientras duraba la función religiosa, al término de ésta, el párroco salía al exterior y los animales eran bendecidos como señal religiosa de salubridad y durabilidad del ganado y animales de compañía, especialmente perros, muy útiles para las labores de pastoreo. Algo de eso queda todavía hoy en muchos pueblos y ciudades, que no quieren perder esas antiguas costumbres, aunque ahora han alcanzado especial protagonismo las mascotas familiares, en las, cada vez más populares, bendición de animales organizadas en el ámbito parroquial. Posteriormente eran encendidas luminarias que se convertían en punto de encuentro y reunión de vecinos y conocidos. Allí se hablaba, se comentaba circunstancias y particularidades del lugar e incluso se llegaba a cantar y bailar cuando aparecía alguna guitarra; también las brasas resultantes se convertían en el elemento necesario para asar algún tipo de carne o embutido compartido entre el vecindario al mismo ritmo que la bota de vino o los vasos de cuerva no dejaban de regar gargantas, y todo ellos en torno al calor del fuego que compensaba el duro clima de invierno de nuestra Sierra; en medio del griterío infantil que, corriendo en torno al fuego, tenía la excusa perfecta en esta celebración para prolongar sus horas de juego, siendo el fuego un elemento novedoso de fiesta y diversión. Ese fuego que propiciaba la comunicación vecinal, conformando los elementos a quemar aquellos trastos, muebles o utensilios deteriorados por el paso del tiempo que eran arrojados al fuego como elemento de renovación, siendo el fuego el verdadero juez que elimina lo viejo, purificando de esa forma aquellos nuevos instrumentos y utensilios que la unidad familiar disponga para su sustitución.
Correfuego por San Blas. La Puerta de Segura
Hablamos del fuego como elemento de unión, como elemento protector, como elemento de rito y fiesta, como elemento de purificación, puesto que lo que se quema es aquello viejo, aquello inservible, los restos de poda o los trastos viejos para así empezar un nuevo tiempo con ilusiones renovadas y nuevas perspectivas de mejor cosecha en una nueva temporada de trabajo. Era tradicional voltear o saltar las luminarias, incluso a lomos de caballerías, para así librarse de posibles males y enfermedades, normalmente en número de tres, cinco o siete ocasiones; siguiendo así el designio bíblico de los números impares. Eso es así en las luminarias de San Antón en nuestra tierra, cumpliendo esa misión de acción de gracias por la reciente cosecha de aceituna, de ofrenda ante la nueva cosecha venidera cuando el sol comienza a vencer a la sombra de la noche su particular batalla que provocará una primavera donde la tierra volverá a brotar en la vida, y de acción protectora con los principales protagonistas del trabajo del campo como son los animales, elementos clave para la subsistencia de los campesinos.
Cuerva y palomitas en la luminaria de San Antón. Peñolite

En la actualidad, las luminarias vinculadas al ciclo de la vida en nuestra comarca son habituales en diferentes épocas del año, pero destacan las que se realizan en honor de San Antón, siendo Peñolite y Puente de Génave dos localidades donde se conserva una profunda tradición que se pierde en la memoria del tiempo. Destacaremos que por su dimensión en Peñolite son pocas las luminarias que se encienden, mientras que en Puente de Génave serán alrededor de 20 las luminarias que invaden sus calles y plazas, ahora ya no impulsadas por aquellos arrieros o propietarios de ganado como devoción al patrón de los animales, sino surgidas de forma espontánea de la confraternidad entre vecinos o cuadrillas de amigos que, con días de antelación, se reúnen y planifican su confección. Algunos irán recogiendo trastos viejos, leña o restos de poda entre las olivas o cerca del río, otros se encargarán de recoger el dinero para comprar aquello que servirá para comer o beber y también habrá gente que se encargue de confeccionar la cuerva o las rosas (palomitas) para degustar mientras las brasas se ponen a punto y la carne alcanza el punto idóneo en el fuego para ser consumida. Será el día 16 de enero, cuando empieza a caer la luz del sol, cuando se irán acumulando en mitad de la calle toda la leña que se pretende quemar a lo que se sumarán algunos trastos o muebles viejos o utensilios inservibles para prenderles fuego y comenzar el ritual del tradicional fuego purificador. El lugar suele ser el habitual de otros años aunque hoy en día puede ser variable dentro de la calle o barrio, siendo la luz que desprende en la noche -de ahí el nombre de luminarias- y el acogedor calor que desprende un verdadero efecto llamada para todos los vecinos. Es el momento de las aportaciones altruistas, donde aparece el vino o la confección de una gustosa cuerva para ir calentando el ambiente de la celebración mientras las rosas o palomitas se convierten en degustación obligada. Entre palabras, comentarios diversos, risas que dan ambiente festivo y conversaciones distendidas, el fuego irá devorando todo dando lugar a algunas brasas, que serán idóneas para degustar, posteriormente, carnes y embutidos de la reciente matanza, aunque bien es cierto que, en la actualidad, las matanzas sean ya un fenómeno poco habitual.
Asando carne. San Antón. Puente de Génave
Sea como sea, la tradición continúa; puede que ahora pese más el concepto social que su connotación mágica o religiosa, pero lo que no ha variado ni un ápice es el aspecto fraternal y de relación humana que conforma, en su sentido amplio, esa vinculación tradicional que estructura a la gente como parte de un colectivo al que llamamos pueblo, siendo la luminaria la perfecta excusa para propiciar la posibilidad de relacionarse, conversar y pasar un buen rato con amigos, conocidos o vecinos. La tradición es parte esencial de un pueblo y tanto Peñolite como Puente de Génave ha sabido mantener las luminarias en honor a San Antón como una tradición que debería perpetuarse a lo largo del tiempo.
Para finalizar mostramos una pequeña colección de fotografías que muy gentilmente nos ha enviado José Miguel, de Guadalinfo en Puente de Génave, que intenta mostrar con imágenes el proceso de elaboración de las luminarias en Puente de Génave. Al mismo tiempo agradecemos las fotografías cedidas para ilustrar el artículo, en especial al amigo Joaquín Castillo.










lunes, 14 de enero de 2019

PUENTE DE GÉNAVE. ESTUDIO SOCIO-HISTÓRICO

Hace casi un cuarto de siglo se publicó en el programa de fiestas este estudio socio-histórico sobre la población de Puente de Génave firmado por Ramón Gallego Martínez. En él se puede observar la evolución de la población en nuestro pueblo al tiempo que se ofrecen detalles sobre lugares y particularidades, desconocidas para la gran mayoría, especialmente de lugares que estuvieron habitados en otros momentos y que ahora permanecen como un simple recuerdo para sus gentes. Imprescindible su lectura para entender la evolución humana y la ocupación del territorio en Puente de Génave. 

AVANCE SOBRE EL ESTUDIO SOCIO-HISTÓRICO DE PUENTE DE GÉNAVE HASTA 1900.

Estas breves notas solo pretenden esbozar una serie de características que quizás puedan ayudarnos a comprender mejor nuestro pueblo y nuestro pasado. Intentaremos responder a algunas preguntas ciertamente poco complicadas a primera vista, ero inabordadas hasta la fecha. Dudas como el por qué somos un municipio tan reciente, cómo se conformó su estatus municipal, por qué se formó como municipio o quiénes realmente lo fueron conformando. Asimismo intentaremos rebatir esa “vox populi” que afirma que Puente de Génave no tiene pasado.
Término municipal de Puente de Génave

Las tierras de nuestro pueblo se vieron tempranamente pobladas por grupos humanos durante el Paleolítico Inferior (Pleistoceno Medio 700000-130000 B.P.) y el Paleolítico Medio (Pleistoceno Superior 130000-8000 B.P.) (1). Constatable en las terrazas del río Guadalimar y en el Arroyo del Muerto. Durante el Paleolítico Superior (35000-8000 B.P.) la evidencia material nos sugiere que algunos grupos humanos se asentaron en Los Corillos, el Llano de Moya, el Cerro Mirallejo o el Valle del Arroyo de Peñolite.
Terrazas fluviales del Río Guadalimar
La falta de investigaciones nos lleva a dar un gran salto hasta la Edad de Bronce (1800-700 A.C.), época en la que nuevamente existen evidencias de poblamiento en las tierras de nuestro municipio. Los asentamientos son muy numerosos para un espacio de tiempo tan corto, destacando el de los Cerros de las Hermanas, el Cerro Millarejo, el Gurugú, la Cabecilla, Cuerda de Lucas o el Peñón de Paules entre otros. No sabemos si todos estos grupos humanos fueron contemporáneos unos de otros, aunque si podemos afirmar que guardan el mismo patrón de asentamiento de yacimientos encontrados en otros municipios cercanos como La Puerta de Segura, Génave, Beas, Villarrodrigo o Bienservida.
Cerros de las Dos Hermanas desde La Vicaría
No será hasta la Alta Edad Media cuando encontraremos un núcleo habitado con cierta continuidad hasta la época actual. Ello no es casualidad si tenemos en cuenta que la mayoría de los núcleos urbanos importantes de la comarca dejan ver sus inicios en la época musulmana, con la salvedad de Beas, Segura de la Sierra, Santiago-Pontones y Hornos de Segura que tienen una historia realmente amplia en el tiempo. Hasta inicios de la Edad Media la población del municipio no se consolida en lugar fijo alguno sino que dependiendo de su cultura material los distintos grupos humanos ocupan diversos asentamientos.
Torres de Peñolite
A comienzos de la Edad Media existe un asentamiento humano en lo que hoy llamamos las Torres de Peñolite y que entonces se denominaba simplemente Peñolite. Suponemos que eran campesinos dedicados al cultivo de la tierra esencialmente y que por los restos de su cementerio y de la fortificación pudieron constituir un núcleo relativamente importante. No sabemos si tras la conquista de esta tierra en 1242 por los castellanos, la población musulmana siguió habitando en Peñolite algún tiempo. Lo cierto es que en 1575 y según las Relaciones topográficas de Felipe II era un despoblado aunque “parecía haber seydo grande edefiçio e población”. En estos años existían ya dos dehesas para el ganado, según estas mismas relaciones topográficas de 1575, La Dehesa Catenilla, que todavía existe como tal en la actualidad y la Dehesa del Entredicho. Ello nos da una idea de la actividad económica tan precaria que se realizaba por estos lares en aquel tiempo. El molino situado junto al Puente Viejo estaba habitado por inmigrantes en 1743, las fuentes se refieren a él como “el molino que se dicen de Génave”. Las Relaciones Topográficas hablan de este mismo molino pudiendo presumirse que estuviera habitado desde épocas anteriores, aunque es lógico pensar que no estuviera utilizado de forma continuada (2).
Portada de las Relaciones Topográficas de Felipe II
Algunos datos que permiten demostrar por qué la vega del río Guadalimar no está poblada en los siglos XVII y XVIII, o bien lo está escasamente si nos referimos al Molino del Puente  Viejo y su utilización por los habitantes cercanos, apuntan a la existencia del bandidaje en la zona (bandoleros, que es el término más popular y romántico). Todos sabemos la importancia de esta tierra, desde la época romana (Puente Viejo o Puente Mocho), como lugar de comunicación entre Levante, La Mancha, la Sierra y Andalucía. Ello fue aprovechado por algunos delincuentes para asaltar y dar muerte a los viajeros del Camino Real; no debemos olvidar la gravísima crisis social, política y económica que padece España en esta época y que puede ayudar a comprender fenómenos como este (3). La primera documentación sobre el asalto y asesinato de un viajero se fecha en 1682 junto a la aldea de Paules, “muerto a balazos y puñaladas” decían las crónicas. De muchos otros viajeros asesinados nunca se supo nada como demuestra el hecho que en 1756 se encuentren “los huesos de un sirviente en un corral de cabras” situado en el camino hacia la Mancha o que al año siguiente (1757) se encuentren los huesos de varios hombres naturales de Infantes en la misma área. No se habla de restos sino de huesos (4). Conocemos los nombres de varios de estos salteadores de caminos de la época, como el llamado “Parreño” (1772), que era de La Puerta; “Salvador” y el “Jesuso” que eran de Beas y asesinaron, entre otros, a dos viajeros de Begíjar en la Cuesta del Madroño (1811); “El Monago” también de La Puerta, ladrón al que mató la Justicia de Segura en 1835, y como ellos muchos más.
Puente Mocho. 

Durante la segunda mitad del siglo XVIII se inicia tímidamente el proceso de poblamiento del término por parte de grupos de inmigrantes procedentes en su mayor parte de la comarca. Son numerosos los pequeños y medianos labradores con tierras propias, siendo el colectivo de jornaleros muy escaso en cuanto a número. Así encontramos que Peñolite está habitado en 1700. La Cornicabra en 1740, Paules en 1779, Las Torres en 1793, El Cortijo de Las Ánimas en 1801, Casablanca en 1805, La Vicaría en 1814, el Cortijo del Pizorro en 1815, Los Avileses o Cortijo de Avilés en 1816, Royo Zángano en 1817, Cortijo de Rojas en 1820,  Las cuevas de Tamaral en 1831, el Cortijo de Las Hermanas o Cortijos Nuevos en 1833, el Cortijo de la Cuesta del Madroño en 1842 y Puente de Génave en 1843.A partir de esta fecha se acelera paulatinamente el ritmo de la inmigración y ésta cambia sustancialmente en sus efectivos. La mayoría de los trabajadores son jornaleros y jornaleras, que también las había. Los lugares de origen se encuentran no sólo en la comarca sino también en las provincias de Albacete y Ciudad Real, y en toda la costa mediterránea desde Valencia hasta Murcia y Almería; pero destaca sobre todo la provincia de Murcia con lugares como Mula, Moratalla, Caravaca y Tortana. Baste el dato, para ilustrarlo, que en 1855 de los 57 adultos fallecidos en el municipio de La Puerta de Segura, el 47,5% no había nacido en la localidad, siendo este porcentaje incluso mayor en Puente de Génave, llegando a superar el 70% según años.
Aldea de Cortijos Nuevos. Puente de Génave
Otro denominador común es su pobreza extrema, puesto que llegan con lo puesto y cuando mueren se entierran de limosna. Este tipo de inmigración es realmente espectacular a partir de mediados de siglo XIX, manteniéndose el ritmo hasta principios del siglo XX. La pobreza la podemos ilustrar con datos del año 1855 referentes al municipio de La Puerta de Segura ya que el 40,7% de la población fallecida eran pobres absolutos, siendo en algunos años posteriores el índice de pobreza absoluta superior al 75%, como lo fue 1885, provocada por la epidemia de cólera que afectó de forma importante a la comarca.
Mapa de las zonas afectadas por la epidemia de cólera de 1885
A principios del siglo XX decaerán estos porcentajes tan nefastos. Se trata en cualquier caso de porcentajes reales y sostenidos a lo largo de muchos años y que nos dan una idea de las terribles condiciones de vida de la época de cambio al siglo XX. Esta situación se veía agravada por las constantes epidemias como la de sarampión de 1849, las de cólera morbo en 1855 y 1885. El aumento de población y el hecho de ser un lugar de fáciles comunicaciones favoreció también el flujo de mendigos de la más variada edad, especialmente ancianos, así como de familias enteras que tenían que mendigar para subsistir. Realmente son patéticos los casos de los niños muertos de frío y hambre pidiendo limosna, como queda escrito en un día de Reyes de 1813 en Peñolite (4).
Práctica de la mendicidad.
En este  breve resumen hemos visto que nuestro pueblo tiene un pasado sin grandes personajes históricos, sin sucesos o acontecimientos dignos de explotación o análisis histórico chauvinista. He tratado de dar unas impresiones sobre aspectos de la vida diaria y cotidiana, a veces amarga, pero próxima a la realidad.


BIBLIOGRAFÍA

(1)    Champion, T. “prehistoria de Europa”. Ed. Crítica. Barcelona 1988
(2)    García Serrano, Rafael. “Relación de los pueblos de Jaén de Felipe II”. B.I.E.G. 1976
(3)    Domínguez Ortiz, A. “Hª. de España: Antiguo Régimen” Ed. Alianza. Madrid 1981
(4)    Archivo parroquial de La Puerta de Segura. 1570-1900


Ramón Gallego Martínez