domingo, 25 de noviembre de 2018

LOA A UN PUEBLO Y SUS GENTES

Todos los que tenemos nuestros orígenes en cualquier pueblo de nuestra Sierra de Segura consideramos que el nuestro es particularmente mejor a los demás, entrando en una dinámica de justificaciones que corroboren nuestra afirmación, buscando mil y un argumentos para llegar a la conclusión que como nuestro pueblo no hay ninguno. Pero rara vez nos hemos atrevido a escribir sobre esas particularidades que lo hacen especial y diferente a los demás, por lo que el escrito de nuestro paisano Antonio Soria Guillen, que se atrevió a publicar en un libro de fiestas de hace más de 15 años, adquiere singular notoriedad por saber concretar en palabras todo la carga emocional que cualquiera de nosotros llevamos dentro en referencia a eso que valoramos como único y especial, nuestro pueblo.

MI PUEBLO, PUENTE DE GÉNAVE

Por Antonio Soria Guillen

Mi pueblo se prepara, como cada día, para una nueva jornada de trabajo, es un pueblo bonito; mi pueblo se va haciendo grande desde su bautismo hace ya setenta años. Mi pueblo es joven y tiene historia porque los romanos nos dejaron un trozo de su arte arquitectónico. Yo era muy niño y por lo tanto vivía ajeno a las luchas internas de unos hombres que deseaban tener un pueblo, algo suyo y que no dependiera de sus vecinos de La Puerta. Cuando se tiene un hijo los padres quieren lo mejor, y cuando los hombres poseen tierras, construyen casas y levantan fábricas en su suelo yermo, lo quieren hacer suyo y también deseándole lo mejor. Así fue como aquella Entidad Local Menor en la que yo vivía se convirtió en dueña de su patrimonio para salir de su anonimato, y el Puente, mi pueblo, nació a la vida para convertirse en uno de los municipios más jóvenes de la provincia.
Puente de Génave. Vista general
Tiempos difíciles, sí, porque una República vacilante se enfrentaba a una nación vocinglera y hambrienta que pedía el fin de los acaudalados para que los pobres pudiesen comer. Pan, trabajo y libertad, gritaban las voces exultantes de los menos favorecidos. Mi pueblo escapaba al vendaval desenfrenado amparándose en su propia idiosincrasia que no era otra que su carácter propenso a ocuparse solamente de sus necesidades, y los pobres no envidiaban a sus amos que a la postre eran los forjadores del paulatino crecimiento del pequeño núcleo que ya iba tomando forma.
Restauración del puente romano S. I
Mi pueblo contaba desde el tiempo de los romanos, y esa fue su herencia, con un puente de piedras de un solo ojo; las aguas del Guadalimar hacían de espejo cuando el sol de mayo cambiaba su color rojo de las lluvias por el cristal inmaculado de su cauce. Había una iglesia de paredes blancas y una torre no muy alta pero altiva que se asentaba humilde en su plaza donde chirriaban los vencejos volando por encima de la torre; también recuerdo una fábrica de harina en la misma carretera, dos almazaras, un casino y el nuevo puente que semejaba un gigante frente al viejo que lloraba su abandono, pues a la granítica majestad del puente nuevo, al viejo lo calzaban con tablas y algún que otro remiendo en menoscabo a su ancestral origen.
El Puente Viejo desde el Puente Nuevo.
¿Qué dónde está mi pueblo? A no ser por la belleza y riqueza de su entorno, el pueblo no existiría. Ya desde un principio cavaron en las entrañas en busca de un filón de plata y plomo que se cruzaba en el camino de sus tierras. El yacimiento sigue ahí, dormido, ubicado en lo que se conoce por la “mina”. Las explotaciones cesaron por sus altos costes, y porque no era tierra para mineros y sí para los agricultores que hendían sus arados y sus azadas en busca de una cosecha que emergía por la abundancia de sus aguas. Mi pueblo nació a orillas del Guadalimar que riega sus huertos y da vida a los frutales que fructifica la generosidad de sus tierras húmedas. Además de nuestra riqueza olivarera que es patente, nuestro perímetro cuenta con una extensa vegetación que va desde el álamo blanco al chopo y al pinar también. Majuelos, escaramujos, el carrizo, el alcaucil, el cantueso, el labiérnago, el lentisco, etc… Y así una variada y exótica vegetación que brota por la bondad de una tierra capaz de sumergirnos en el manantial de su exuberancia. Todo esto es una realidad a la que se unen montes y sus frondas, encinas y quejigos, el nogal y la higuera, y allí donde no existe arboleda se dan cita la retama y el tomillo, el romero, el hinojo y la camomila, y de origen humano existen las plantaciones de eucaliptos, cipreses y pinos de los llamados piñoneros. Tal variedad sólo es posible en el Puente, porque mi pueblo, es una ruta que se realiza por el cuadrante noroeste de la provincia, es una zona donde confluyen los límites de territorios dispares como Sierra Morena Oriental, el Condado y la Sierra de Segura.
Paraje del Pizorro en Puente de Génave
Si damos un paseo saliendo del pueblo podremos admirar un paisaje que nubla nuestros ojos. Oteando el horizonte contemplamos un núcleo rural que aglutina en un montón de piedras; son las casas en ruina de los Avileses y Cortijos Nuevos que lloran su pasado entre dos montes que prevalecen en el tiempo. El cerro de la “Hermanilla Alta” configura ubres que amamantan la tierra preñada de su entorno. Al lado opuesto otro núcleo de viviendas resiste la embestida de los siglos y continúa vivo anclado en su alta loma sembrada de olivares; es el Tamaral que se niega a morir, como lo hizo el cercano Paules.
La Hermanilla Alta.
Siguiendo nuestro paseo alcanzamos una carretera paralela a un arroyo que nos llevará a otra pedanía. Nos dirigimos a Peñolite dando vista a unas torres que se suponen atalaya y avanzadilla de los árabes cuando éstos dominaban la península, por lo que podemos deducir que en aquellos tiempos ya había moradores a las puertas de la población.
Las Torres de Peñolite.
Peñolite viene a ser como un brazo del Puente, ha crecido y sus habitantes se esforzaron para que sobreviviera, y a fe que lo consiguieron. Electricidad, alcantarillado y pavimentación de calles hicieron de Peñolite un emplazamiento modelo y un ejemplo a seguir. Aquí premiaban a los matrimonios que tuvieran hijos, y aquí hay una almazara en la que se molturan miles de kilos de aceituna con la maquinaria más sofisticada y que reemplazó a las arcaicas piedras de antaño.
Peñolite
Este es mi pueblo, y como todos los pueblos, tiene un patrón al que le rinden culto y le recuerdan con fiestas en el mes de mayo. San Isidro Labrador es el santo que enciende pasiones cuando es primavera, la gente sencilla, hacendados y labradores no pudieron elegir mejor. En la iglesia parroquial que ya cumplió sus cien años, ocupa lugar preferente como único patrón, los puenteños lo veneran con gran amor.
Procesión en honor a San Isidro Labrador. Puente de Génave
Estamos en el Puente y en el mes de mayo, llega la feria, y siendo tan repetida año tras año, nos encontramos que asistimos a ella como si fuese la primavera. A la sencillez y necesidad de otros tiempos, ahora vivimos el esplendor de una feria que nos empuja a festejarla intensamente, yo diría desenfrenadamente. Me acuerdo las que viví antes de la guerra con caballitos, bombones y caramelos y también toros. Por diez céntimos permanecía media hora montado en los caballitos, me hartaba de golosinas y entre piernas de  los músicos que entraban tocando en la plaza, yo me colaba a los toros y disfrutaba de lo lindo en aquel ruedo improvisado junto a la iglesia. Había juego de canicas y aplaudía a los titiriteros cuando hacían sus números. En aquella época la gente se divertía con muy poco.
Viejas atracciones de feria. La Ola.
Año tras año los puenteños esperaban sus fiestas, y allá por los cuarenta, desde la capital, yo recomendé un novillero a mis amigos Santiaguete, Marcelo y Julianete para que actuara en nuestro pueblo. Al regreso le pregunté cómo le había ido, explicándome que además del triunfo valoraba como se había volcado la gente con él siendo nuestra gente acogedora en un pueblo extraordinariamente bonito. En nada me extrañó su respuesta, pues estaba convencido que la generosidad y amabilidad de las gentes de mi pueblo no me iban a defraudar.
Cartel taurino. Fiestas 1954
Y si alguien se pregunta por qué los puenteños volvemos una y otra vez a las fiestas en honor a San Isidro, le puedo asegurar que aun siendo lo mismo cada año, siempre son distintas pues la relación y comunión entre la vecindad es lo que le da ese matiz singular. Las luces, el colorido, la acogida al forastero, la música y los toros es para que disfrutemos haciendo honor a nuestro sentir de puenteños y podremos recitar sin miedo este decir:

¡Viva la feria del Puente,
Que nadie se meta en líos,
No vaya a ser que la gente,
Te eche de cabeza al río!
Desfile de la banda de música acompañada de cabezudos
Es necesario hacer hincapié y felicitar a la banda de música por una razón, mejor dos razones; por su uniformidad y buen hacer así como porque es la nuestra, la de todos los puenteños de corazón. Fue un acierto su creación y yo los envidio porque me traen recuerdos de mi niñez. Quise ser músico y lo hubiera logrado sin la trágica muerte del que fue mi maestro, el siempre recordado D. Emilio Cebrián.
Panorámica de Puente de Génave
Nuestro pueblo, mi pueblo, es una bonita realidad, realidad que alegra los corazones de los que tenemos la suerte de vivir en él y los que en la distancia lo añoran, porque es un pueblo bonito, abierto y único. Puente de Génave, has cambiado mucho. Ahora tienes bancos, almacenes, supermercados, buenos lugares para la gastronomía, nuevos pobladores, nuevas calles y nueva vida volcada al trabajo y el progreso. Fue de niño cuando te viví como Entidad Local Menor, y ahora he vuelto y me siento extraño por todo lo que has cambiado, pero no me importa, desde mi silencio te sigo adorando, sí, a ti, a Puente de Génave, mi pueblo que también lo fue de mis mayores.
D. Antonio Soria Guillen fallecíó el 19-VII-2019

lunes, 12 de noviembre de 2018

ESA ESTRUCTURA OXIDADA EN LA PARED DEL EMBALSE DEL TRANCO

La mayoría de los que, de una forma u otra, estamos vinculados con la Sierra de Segura, en alguna ocasión hemos pasado por la carretera que pasa por encima de la pared de la presa del Tranco. Justo al lado, algunos habrán observado una estructura metálica, ya muy oxidada y deteriorada, y se habrán preguntado qué función pudiera tener tal artilugio que parece emerger de las aguas del pantano. Pues bien, con este artículo de Fernando Frías se nos proporciona la debida explicación a esa misteriosa estructura, aportando unos interesantes datos sobre su funcionalidad que parece olvidada, en este momento, en el tiempo.

EL ELEVADOR DEL EMBALSE DEL TRANCO.

Por Fernando Frías.

Para todo amante de la Sierra de Segura, sea nacido en ella o no, la imagen de la silueta del Tranco (no voy a ser tan incauto como para añadirle la inexplicable coletilla de “de Beas”) serpenteando majestuosamente entre las cimas de la sierra permanece grabada en la retina de cualquiera que la haya podido contemplar. Ciertamente el Tranco cambió la fisonomía y el paisaje serrano, y aunque los beneficios y rentabilidades económicas para sus habitantes podríamos considerarlos de dudosos en un principio, en la actualidad se ha integrado plenamente en su paisaje y forma parte importante de su riqueza medio-ambiental que supone la base de la explotación turística de nuestro entorno, cuestión que está proporcionando a muchas personas, especialmente jóvenes, un medio de vida y sustento que ha paliado, notablemente, el fenómeno migratorio.
Visión desde la carretera sobre la pared del embalse del Tranco

Está claro que la planificación y ejecución de la presa supuso un duro golpe a la vida de muchas personas e incluso muchos lugares y cortijadas con sus fértiles huertas, como Bujaraiza, que desaparecieron bajo sus aguas, rompiendo estructuras y cortando caminos lo que vino a dificultar enormemente la vida de sus gentes. Una vida marcadamente dura donde los habitantes de la sierra han visto durante muchos siglos como su comarca, ejemplo de territorio dotado de abundantes recursos naturales, ha venido a satisfacer  y favorecer intereses externos, que incidieron en su empobrecimiento y desertificación.
Isla del poblado de Bujaraiza en el embalse del Tranco

Debemos considerar que el desarrollo económico y demográfico de las Sierra de Segura siempre estuvo muy condicionado por su orografía y aunque en el fondo de los valles existían algunas zonas de huerta, la mayor parte del territorio es muy montañoso y abrupto, sin una posibilidad expansiva de aprovechamiento agrícola o ganadero, pero precisamente esa orografía ha posibilitado a lo largo del tiempo unas grandes extensiones de bosques, por lo que no es de extrañar que, tradicionalmente, las principales actividades económicas de la zona fueran las relacionadas con la silvicultura, y su principal recurso la madera. Todos conocemos que su riqueza forestal fue objeto de una particular atención y control por parte del Estado, que declaró, allá por el año 1748, todo su basto territorio como “Provincia Marítima” a efectos de sus aprovechamientos madereros, por constituir una materia prima estratégica para los astilleros de la Armada, además de servir para la construcción de obras y edificios públicos, y ya, desde mediados del S. XIX hasta mediados del S. XX para las traviesas del ferrocarril, explotación que se mitigó notablemente después de la declaración por parte de la UNESCO como Reserva de la Biosfera en 1983, a lo que siguió su declaración como Parque Natural en 1986 y Zona de Especial Protección para Aves (ZEPA) en 1987.
Mapa de situación del embalse del Tranco

De hecho, las Sierras han contado desde muy antiguo con grandes extensiones de pinos carrascos, negrales y laricios, variedad esta última muy apreciada para la edificación y para la construcción naval. Por si eso fuera poco, al estar situada en la cabecera del Guadalquivir resultaba idónea para la obtención de grandes piezas de madera que posteriormente podían ser enviadas río abajo hasta Córdoba o Sevilla, donde servían como vigas de grandes edificios o como piezas y mástiles de embarcaciones. La importancia de la extracción de la madera llegó hasta el punto de que en 1748 fue constituida por Decreto la Provincia Marítima de Segura, figura que permitió al Estado apropiarse de prácticamente todo el aprovechamiento maderero de la zona en perjuicio de los montes comunales, y de hecho condenando a la miseria a muchas familias que hasta entonces dependían de pequeños trabajos relacionados con el aprovechamiento silvícola.
Provincia marítima y vías de salida madereras

Con el paso del tiempo la importancia de la madera para la construcción de edificios y buques fue disminuyendo, y de hecho la Provincia Marítima dejó de existir hacia 1836, pero pronto apareció una nueva industria devoradora de árboles: el ferrocarril. Los pinos laricios resultaron ser, de nuevo, idóneos para la construcción de instalaciones, material rodante y, sobre todo, traviesas, y durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX las talas de árboles fueron aún más frecuentes que antes.
Bosque de pino laricio en el paraje de río Madera

La extracción de madera solía hacerse mediante cuadrillas de trabajadores que se desplazaban por la Sierra montando aserraderos provisionales en los que cortaban y daban forma a las piezas necesarias (principalmente traviesas). Posteriormente se lanzaban a los arroyos y ríos (a menudo construyendo lanzaderos provisionales que permitieran un desplazamiento suave, impidiendo golpes que pudieran deteriorarlas), para llevarlas a las zonas llanas del curso alto del Guadalquivir, donde se iban acumulando.
Trabajos de explotación tradicional maderera

La madera, finalmente, era transportada a lo largo del río formando enormes maderadas, a veces de decenas de miles de piezas que eran hábilmente guiadas por los gancheros. El proceso de la extracción de madera (que fue magistralmente retratado por José Luis Sampedro en El río que nos lleva, novela convertida más tarde en película) dependía por lo tanto de que el curso del Guadalquivir permaneciese practicable, y más aún si tenemos en cuenta que en la época ni las carreteras ni los vehículos de transporte eran demasiado abundantes, que digamos.
Acumulación de partidas madereras para su extracción fluvial por gancheros

Pero entonces llegó la presa del Tranco. Aunque el proyecto original venía de casi dos décadas atrás, la construcción de la presa del Tranco se inició en 1929-1930, finalizando en 1944. Se trató de una obra de ingeniería muy notable: en su época era la mayor presa de España, la segunda de Europa y la tercera del mundo, y además tuvo que afrontar diversas dificultades técnicas que obligaron incluso a modificar sustancialmente el proyecto en plena construcción, impermeabilizar varias áreas rocosas y alguna que otra cueva. Pero, en fin, dejaremos esas cuestiones para otro día, por si algún experto quiere contarlas; para nuestra historia lo que cuenta es que la presa constituía una pared de noventa metros de altura justo en el camino de la madera.
Características del embalse del Tranco

Pero debemos considerar que, además, esta obra surgía en el momento más inoportuno, es decir, tras la Guerra Civil y con la consiguiente destrucción de infraestructuras, especialmente ferroviarias, por lo que se calculó era necesario sustituir al menos seis millones de traviesas deterioradas o destruidas por el conflicto, a las que había que añadir otros dos millones más cada año para reposiciones y nuevas construcciones. Y claro, si buena parte de esas traviesas tenían que salir de las cada vez más esquilmadas Sierras de Segura, habría que hacer algo para salvar la barrera de la presa.
Acumulación maderera dispuesta a ser transportada por el elevador de la presa

Posiblemente se hayan fijado en cualquiera de las visitas realizadas, y si no es así, les invito a que se fijen, que en la misma pared de la presa del Embalse del Tranco existe una extraña estructura metálica. Ni su aspecto ni su evidente abandono facilitan la identificación del artefacto, que lo mismo podría ser algún resto de la maquinaria empleada en la construcción de la presa, allá por los años 30 y primeros 40 del pasado siglo. Pero no.  Su historia y uso es bastante más curioso, y para comprenderla tenemos que remontarnos mucho más atrás.
Aspecto actual del elevador de la presa del Tranco

En otros embalses existían canales que llevaban el agua desde el curso superior del río, manteniendo una cota similar a la de la coronación de la presa. Sin embargo, en el Tranco no era posible adoptar una solución así, entre otras cosas porque la madera podía provenir de cualquier parte de la cuenca del embalse.
Y aquí es donde entra en juego el famoso artilugio, que no es ni más ni menos que un elevador de madera. El elevador permitía que las piezas llegasen flotando hasta la presa y desde allí fueran subidas hasta la coronación de la misma. Una vez elevadas, volvían a bajar hasta el cauce del Guadalquivir por un lanzadero. Una idea muy simple, ¿verdad? O no.
Gráfico del proceso de elevación de la madera para salvar la pared del embalse

Para empezar, el elevador no existía; fue creado expresamente por la empresa Boetticher y Navarro. Consiste básicamente en una doble cadena dotada de una especie de garras a las que se enganchaban las piezas. La cadena se deslizaba mediante unos rodillos colocados en los engarces de los eslabones, y era movida por dos ruedas tractoras situadas en la parte superior del ingenio; en la parte inferior (y casi siempre cubierto por las aguas del embalse) hay un par de ruedas que sirven como tensoras. La cadena está recubierta por una malla metálica que impedía que las piezas que pudieran desprenderse cayeran al interior del mecanismo, atascándolo o averiándolo.
Detalle del mecanismo del elevador

La longitud del montaje permite su uso incluso con muy poca agua embalsada; de hecho, las fotografías más recientes de esta entrada fueron tomadas con el embalse lleno hasta tan solo un 40% de su capacidad, pero como puede apreciarse el extremo inferior sigue sumergido, así que aún podría utilizarse. Otro dato interesante es que la anchura del elevador y la disposición de las garras muestran que fue diseñado especialmente para elevar traviesas, aunque la documentación de la época indica que admitía también piezas de otros tipos y tamaños.
Extracción tradicional de la madera en la Sierra de Segura

No he encontrado información acerca del motor que movía el ingenio. Dado que se puso en marcha antes de la finalización de la construcción de la presa, es probable que al principio funcionase con un motor de gasolina o incluso fuera accionado por un camión o algún otro vehículo, pero posteriormente, cuando ya se pudo contar con la electricidad procedente de la central del Tranco, debió contar con uno o dos motores eléctricos. En cualquier caso su rendimiento era notable: estaba diseñado para elevar quinientas piezas por hora (lo cual suponía la friolera de 8.000 piezas en una jornada de dieciséis horas), si bien admitía incrementar el ritmo hasta en un 50% adicional. Se calcula que en 1944 elevó nada menos que 300.000 traviesas.
Acumulación de traviesas

Traviesas que necesitaban bajar de nuevo hasta el río, y ese era otro problema. Las piezas se deslizaban por un canal que discurría en parte atravesando un túnel, y que se supone que debía ir lleno de agua para suavizar en lo posible la bajada; sin embargo no siempre debió ser así, ya que se comenta que en más de una ocasión las maderas acababan incendiándose por el calor generado por la fricción con las paredes del túnel. En cualquier caso, donde no podía faltar el agua era en la balsa de recepción de las piezas, para amortiguar su caída y evitar que acabasen hechas pedazos.
Detalle de la construcción de la pared del embalse y del canal de deslizamiento

Es difícil calcular cuántas traviesas llegó a elevar el ascensor a lo largo de sus alrededor de dos décadas de funcionamiento, aunque quizá no tantas como se esperaba en un principio, ya que las cifras muestran que las apropiaciones de madera para traviesas fueron siendo de menor volumen año tras año. Un hecho que se refleja también en el estado de los montes: comparando las fotografías de la época con las actuales puede apreciarse que la masa forestal ha crecido muy notablemente, a pesar de que las sacas de madera siguen produciéndose, para gran pesar de los serranos. Pero ahora la madera es transportada por camiones, y el viejo elevador se ha quedado como una reliquia tecnológica que, a pesar de encontrarse en un estado sorprendentemente bueno, quizá merecería algo más de atención por parte de los gestores del Parque Natural, ¿no les parece?
Posterior extracción de la madera en vehículos de motor

Otra de las curiosidades que nos depara la presa es su nombre: al igual que el embalse, su denominación oficial es el Tranco de Beas, en alusión a la localidad de Beas de Segura… a la que no pertenece. De hecho la presa pertenece a partes prácticamente iguales a los términos municipales de Santiago-Pontones y Hornos de Segura, y la totalidad del vaso del embalse se reparte también entre ambas poblaciones. El término municipal de Beas se queda a bastante distancia del embalse, y de hecho ni siquiera llega hasta el cauce del Guadalquivir.
Aspecto actual de la presa del Tranco

¿Cuál es el motivo de esta denominación? La única explicación que he encontrado es que durante la construcción de la presa los ingenieros vivían en Beas, aunque no suena muy convincente, siendo la más probable que era el paso natural para salir de la zona alta de la sierra y poder acceder a la villa de Beas de Segura, ya que la palabra tranco viene a significar paso angosto y dificultoso. Pero, en cualquier caso, y dado que más de setenta años después de la inauguración del embalse aún hay gente muy dolida con el hecho de que haya sido “hurtado”, aunque sea solo de nombre, a sus legítimos propietarios, yo les recomiendo que si van por allí se limiten a hablar del Tranco, a secas. Que así lo conocemos todos.