martes, 30 de abril de 2019

ACTIVIDAD ECONÓMICA Y POBLACIÓN EN LA SIERRA DE SEGURA

Las formas y dinámicas económicas de los habitantes de la Sierra de Segura ha mantenido, hasta la mitad del S. XX, una profunda base en la tradicional explotación del territorio. La dificultad de su orografía propició una ocupación del mismo a través de un hábitat disperso que fue el primero en ser abandonado al producirse los flujos migratorios de los años 60, dando paso a un largo tiempo de inmerecido olvido, propiciado por la carencia de comunicaciones, que nos ha mantenido alejados de las nuevas dinámicas de desarrollo económico. Con el trabajo del profesor Eduardo Araque se hace un repaso a ese pasado próximo donde la economía de los serranos era exclusivamente agraria. Este artículo nos presentará diferentes consideraciones sobre la extraordinaria riqueza natural de la Sierra de Segura y la forma en la que sus gentes han ido adaptándose a su explotación en un tiempo no muy lejano, dando clara muestra de las posibilidades económicas y formas de vida rural en nuestro entorno. 
Municipios de la Sierra de Segura


TERRITORIO Y PATRIMONIO RURAL EN LA SIERRA DE SEGURA.

Tres han sido históricamente las formas de explotación que los habitantes de nuestra sierra han instrumentalizado como actividad económica, siendo la explotación maderera la fórmula más arcaica de extracción de recursos naturales en nuestro entorno, cuestión que ya abordamos en la anterior publicación. Es por tanto necesario mostrar otras formas de explotación que a lo largo del tiempo se han producido en nuestra sierra.
La segunda de las actividades, según criterio cronológico, ya que se inició de forma masiva como base económica en el último tercio del siglo XIX, es la explotación de una cabaña ganadera integrada mayoritariamente por ejemplares de ovino y caprino. Esta actividad fue, poco a poco, ganando peso específico en la mayor parte de los municipios serranos hasta llegar a convertir a toda esta zona montañosa en uno de los principales enclaves ganaderos de la región andaluza por su abundancia y diversidad de pastos. No obstante se debe mencionar que se ha sostenido en el tiempo por el establecimiento de un sistema estacional de desplazamiento de pastores y ganados entre las altas cumbres de la Sierra de Segura y las más bajas estribaciones de Sierra Morena Jienense.
Oveja de la variedad Segureña
Frente a la importancia de las actividades silvo-pastoriles, la tercera y última actividad económica ha sido la agricultura, que ha ocupado secularmente un plano secundario, en parte por los propios condicionantes naturales a los que se enfrentaba la expansión del terrazgo, y, en parte, por las restricciones jurídicas que aquí se daban a la posesión y disfrute de la tierra. Es necesario recordar que esa es otra de las grandes singularidades que ofrecen estos ámbitos montañosos de nuestra sierra, su extraordinaria prevalencia de la propiedad municipal y estatal frente a la propiedad privada. Ambas formas de propiedad pública alcanzaron desde antiguo cotas realmente espectaculares que condicionaron sobremanera la libertad de uso de un bien tan escaso en la montaña mediterránea como la tierra apta para el cultivo, cuestión que se afianzó en el proceso desamortizador de Madoz a mediados del S. XIX,  que privatizó tierras en las zonas fértiles de los valles andaluces y, por el contrario, sirvió aquí para afianzar la propiedad pública de los montes, que no sólo se mantuvieron al margen de la almoneda, sino que se deslindaron y amojonaron para reforzar el dominio que sobre ellos poseían el Estado y los ayuntamientos, procurando excluir de sus dominios toda clase de uso agrícola. Ambas merecen un análisis más detallado.
La Sierra, núcleo de actividad silvo-pastoril
ACTIVIDAD ECONÓMICA GANADERA. Los últimos trashumantes.

El segundo sostén en importancia de la economía agraria serrana fue la ganadería de ovino y caprino, explotada en régimen extensivo mediante un peculiar sistema de trasterminancia, o lo que es lo mismo, una trashumancia de corto recorrido, plenamente implantada ya en el siglo XVI a baja escala, tal y como atestiguan las relaciones topográficas de Felipe II. Según la información contenida en esta fuente, el municipio que con los años llegaría a alcanzar una mayor importancia ganadera, no ya sólo en estas sierras sino en toda Andalucía, fue Santiago de la Espada, también conocido como Puebla de Santiago o El Hornillo, se había fundado por ganaderos procedentes de Siles y Segura de la Sierra que todos los años se desplazaban con sus rebaños hasta estas altas tierras para que los animales pudieran aprovechar los abundantes pastos que se les ofrecían durante la estación veraniega.
Feria tradicional de ganado en La Puerta de Segura a mediados S. XX

Disponemos de muy pocos datos desagregados por municipios sobre los efectivos que históricamente integraron la cabaña ganadera serrana, considerando que el volumen de los rebaños iría aumentando con el paso de los años, llegando hasta principios del S. XX, considerando como centro referente a Santiago de la Espada. Se debe hacer reseña que en este municipio serrano, en la primera década del siglo XX, había más de 50.000 cabezas de ganado ovino, pertenecientes en su mayoría a la raza autóctona de ovino segureño, a las que había que unir otras 10.000 cabezas de caprino muy mezcladas y alrededor de un millar de cabezas de vacuno. Una década después el ganado lanar ya superaba ampliamente las 63.000 cabezas mientras que el ganado caprino se había duplicado alcanzando las 21.000 cabezas en 1922 y el vacuno se acercaba ya a las 5.000 cabezas. Desde estos momentos de comienzos de los años veinte el censo de las tres especies comenzó a reducirse paulatinamente hasta tocar fondo a principios de la década de los sesenta, cuando se contabilizaban poco más de 19.000 ejemplares de ovino, alrededor de tres centenares de caprino y menos de un centenar de vacuno.
Pastoreo de vacuno en Santiago-Pontones
En una proporción muy elevada, si pudiéramos cuantificarlo, semejante estado de decadencia se explicaba por la profunda crisis en la que se hallaba inmerso el sistema de explotación trashumante que se siguió históricamente entre los pastaderos de las porciones más elevadas de las sierras de Segura y el secular invernadero que conformaba toda la cara sur de la porción jiennense de Sierra Morena, completamente privatizada tras la desamortización y consagrada a este uso tan rentable, siendo sólo un reducido grupo de ganaderos los que preferían tierras murcianas.
Con la llegada de los primeros fríos otoñales, generalmente a finales de septiembre, se producían los desplazamientos de ganados desde las cumbres de la Sierra de Segura hasta los lugares cercanos de la Sierra Morena, donde los pastores eran conocidos como “los pontoneros”. El calificativo respondía al hecho de que Pontones era la cuna del segundo grupo más importante, tras el de Santiago de la Espada, de los pastores y rebaños que hacía cada año este trayecto en busca de pastos. Iniciaban a pie el camino que les conducía hasta las fincas de la porción jiennense de Sierra Morena, cuyos pastaderos habían contratado previamente con sus dueños para toda la invernada, o sea, hasta los últimos días de abril o los primeros de mayo. En ese momento del año se producía el regreso hacia los pastos de altura de los respectivos términos de procedencia de los rebaños. Así un año tras otro hasta que el sistema comenzó a resquebrajarse por la concatenación de varios factores de distinta naturaleza e importancia, siendo el principal el notable encarecimiento que experimentaron los pastos de estas invernadas.
Inicio de la trashumancia hacia los pastos de Sierra Morena

El encarecimiento vino provocado por el aumento de la demanda de estos pastos de las montañas de la Sierra Morena jienense pues la política de repoblación forestal que comenzó a ejecutarse en toda la Sierra de Segura después de la guerra civil, redujo de un modo apreciable las superficies abiertas al pastoreo en los montes y de ahí la creciente demanda de pastos en otros lugares y su correspondiente alza de sus precios a la que no podían hacer frente la mayor parte de los ganaderos segureños.
Por otro lado, no conviene desdeñar el importante papel que desempeñó la escasa capacidad de reemplazo generacional que caracterizó a la actividad ganadera a partir de los años sesenta, motivada, esencialmente, por la alta tasa de emigración, que se cebó de un modo muy especial sobre la fracción más joven de la población serrana, pero también por la dureza del modo de vida pastoril y por los pocos visos de futuro que ofrecía la explotación ganadera extensiva, incapaz de competir con los modernos sistemas de cría intensiva del ganado que tanto se expandieron en España en esos momentos. Para completar este cuadro decadente hay que hacer alusión a la invasión que sufrieron muchos de los caminos ganaderos tradicionales por los que se desplazaban los ganados y formaban parte sustancial del sistema de explotación. Tanto la repoblación forestal como el avance de los campos de cultivo y otros elementos como la conversión de muchos caminos en pistas asfaltadas para facilitar las comunicaciones terrestres, vinieron a interceptar esos caminos sin que ninguna autoridad pública hiciera nada por evitarlo, lo que dificultó enormemente el mantenimiento de la cabaña ganadera serrana, que por estrictas razones meteorológicas tenía que estar desplazándose continuamente a lo largo del año.
La cabaña trashumante cruzando el Puente Mocho
Sólo las fuertes inyecciones económicas en forma de primas ganaderas que introdujo la Política Agraria Común a partir de 1986 fue capaz de conseguir el reverdecimiento de la actividad pecuaria en nuestra sierra. Tal circunstancia no se tradujo, sin embargo, en la recuperación del viejo sistema de explotación trashumante, que se redujo hasta límites testimoniales, sino en la implantación de uno bien distinto en el que los movimientos estacionales de hombres y ganados quedaron circunscritos a radios muy cortos que no solían traspasar, generalmente, los límites de la localidad donde estaban censados los ganados.
En los últimos años se ha avanzado de forma considerable en el reconocimiento y cartografiado de la fracción más importante del patrimonio territorial al que dio origen el régimen de explotación extensiva de la ganadería, por lo que hoy conocemos con precisión la clase y distribución de las distintas vías pecuarias a través de las cuales se desplazaban hombres y animales. Incluso se han puesto en marcha algunas acciones encaminadas a experimentar la dureza del peculiar modo de vida de los ganaderos trashumantes, acompañando en su recorrido a los últimos pastores que actualmente realizan la trashumancia. Pero aún quedan otros muchos aspectos sobre los que hay que seguir profundizando para tener una visión integral del verdadero significado de este peculiar sistema de explotación ganadera y de todos los elementos patrimoniales asociados a él.
Pastando en las tierras altas de Segura de la Sierra
ACTIVIDAD ECONÓMICA DE EXPLOTACIÓN AGRÍCOLA Y LA OCUPACIÓN POBLACIONAL DEL TERRITORIO.

Como en el conjunto de la montaña mediterránea andaluza, la expansión de la agricultura tropezó en estas sierras con las consabidas dificultades topográficas, edáficas y climáticas que imponían unas fuertes pendientes generalizadas, la debilidad agronómica de los suelos y las bajas temperaturas mínimas imperantes durante la mayor parte del año. Junto a ellas, desde mediados del siglo XIX se hizo patente una limitación jurídica mucho más severa, la cual impedía la conquista agrícola del suelo a todos aquellos que no demostraran fehacientemente su condición de propietarios de la tierra sobre la que pretendían extender los cultivos. Los procesos de delimitación y amojonamiento de los montes públicos a los que antes nos referimos, muy tímidos e imperfectos en sus primeros momentos, fueron perfeccionándose con el paso de los años hasta conseguir excluir casi por completo las fracciones del terrazgo agrícola de estos espacios, que quedaron vinculados exclusivamente a los aprovechamientos agrícolas y ganaderos.
Ocupación agraria del olivar en el Valle del río Trújala
La ampliación decimonónica de la superficie labrada quedó limitada, por tanto, a las tierras de propiedad privada, bien a las que desde antiguo gozaban de esa condición jurídica, bien a las que se privatizaron tras la desamortización. Las situadas en las vertientes de los valles, incluso en las porciones más escabrosas, se ocuparon de inmediato por nuevas plantaciones de olivar, que quedaron así intercaladas para siempre en las grandes masas pinariegas o en las zonas de pastos de los montes de titularidad pública. La función del olivar en estos ámbitos no era tanto la de proporcionar una raquítica cosecha como la de hacer visible y afianzar la propiedad privada sobre esas tierras ásperas en las que muy pronto se hicieron visibles los problemas erosivos. En los fértiles fondos de valle, de suelos profundos y menos expuestos a los rigores climáticos, logró arraigar un policultivo de subsistencia mediante el cual pudo afrontarse, no sin ciertos episodios críticos, la fase de crecimiento demográfico de la segunda mitad del siglo XIX.
Arando zonas de cultivo próximas a la aldea
Pero la delimitación estricta de usos del suelo por la que tanto había peleado la naciente administración forestal no pudo resistir el fuerte empuje que se derivó del extraordinario incremento poblacional que se registró en la Sierra de Segura durante la primera mitad del siglo XX, quedando establecido en un 85,5% entre 1900 y 1950. Excluida cualquier posibilidad de intensificación de la agricultura, la única respuesta que cabía a la pujante demanda de alimentos provenía de la ampliación del espacio agrícola a costa de las superficies ocupadas por la vegetación natural, ya fueran de uso ganadero o forestal. Y, desde luego, prescindiendo de cualquier consideración sobre la naturaleza jurídica de las tierras susceptibles de roturación y puesta en cultivo, buena parte de las cuales sólo eran capaces de soportar un sistema de agricultura itinerante con largos periodos de descanso del terrazgo entre un ciclo y otro de cosechas.
Aldea de Poyotello
De este modo surgieron las primeras roturaciones arbitrarias de los montes públicos, pequeñas porciones de terrazgo dispuestas entre las masas de arbolado cuya posesión no era reconocida por sus legítimos propietarios, a diferencia de las roturaciones autorizadas por las cuales los detentadores satisfacían anualmente un canon al Estado o a los ayuntamientos. Mientras que estas últimas se mantuvieron más o menos estables, sin grandes cambios en las superficies por las que se extendían, el número de roturaciones arbitrarias se disparó al compás del incremento poblacional, constituyéndose en el principal foco de conflictos y en el más grave de los problemas a los que se enfrentó la gestión de los montes públicos durante la primera mitad del siglo XX. No era para menos si tenemos en cuenta la enorme extensión que llegaban a alcanzar las tierras roturadas en distintas porciones de estos macizos en las que el uso agrícola se consideraba completamente incompatible con la conservación del medio. Sirva como ejemplo que sólo en los montes estatales de Santiago de la Espada y Pontones, así como en dos montes de la misma pertenencia de Hornos de Segura, llegaron a contabilizarse tras la guerra civil más de 2.000 roturadores que poseían en conjunto una superficie ligeramente superior a las 3.000 ha, lo que arrojaba un promedio por roturador que no alcanzaba las 1,5 ha.
Explotación olivarera en tierras roturadas
Muy próximas a las minúsculas parcelas de cultivo ganadas al monte, los roturadores construyeron toda clase de habitáculos elaborados con materiales provisionales, que se fueron transformando con el tiempo en viviendas estables, más o menos precarias en razón de las posibilidades económicas de cada roturador. Así se apuntaló definitivamente una estructura del poblamiento única en Andalucía, integrada por centenares de minúsculas aldeas que se dispersaban por cada uno de los términos municipales serranos, que llegaron a aglutinar en algunos momentos un mayor número de habitantes que la propia cabecera del término. En su localización se tuvieron en cuenta las variadas posibilidades que ofrecía el medio, y de una manera muy especial la proximidad a alguna fuente u otra corriente permanente que les permitiera a los vecinos disponer de agua durante todo el año. El nomenclátor que acompañaba al censo de población de 1930, uno de los más exhaustivos que se conocen sobre estas sierras, daba cuenta de la atomización extrema que alcanzaba el hábitat en gran parte de los municipios serranos, particularmente en aquellos situados en el extremo nororiental de estos macizos. Entre todos los municipios destacaba Santiago de la Espada (484,7 km2), donde se contabilizaban 116 entidades de población, seguido de Segura de la Sierra (224,4 km2), con 104 entidades y Pontones (197,4 km2), con 71 entidades.
Aldea de la Capellanía
Todo este entramado territorial entró en crisis y se descompuso de una forma alarmante a partir del inicio de los años cuarenta, coincidiendo con la puesta en marcha de los trabajos de repoblación forestal que de forma sistemática se desarrollaron en estas sierras en ésa y en las décadas siguientes para la explotación maderera destinada al ferrocarril. A pesar de la fuerte conflictividad social que suscitó la actuación reforestadora, por cuanto suponía la erradicación de viviendas y tierras de cultivo que eran el único medio de habitación y de subsistencia de multitud de familias serranas, nada pudo hacerse por evitar la desaparición de centenares de esos caseríos, cortijadas y aldeas al desaparecer también la posibilidad de explotación agraria. Como tampoco pudo frenarse el éxodo masivo que de forma voluntaria emprendieron otros miles de familias en esos mismos momentos, comenzando por aquellas que residían en las entidades de población más pequeñas, donde las condiciones de existencia se habían vuelto realmente insoportables.
Aldea abandonada de Miravete cerca de Pontones
Hay que considerar que de estos núcleos de población, sólo una ínfima parte disponía de luz eléctrica, pero en tan pésimas condiciones que apenas disponían de unas horas para disfrutar de ella; el abastecimiento de agua se realizaba en las fuentes próximas a las aldeas o directamente del río, cuyas aguas también servían para lavar y asearse; la inmensa mayoría de las viviendas carecían de ventilación y en ellas compartían un mismo espacio hombres y animales, dando origen a un clima de insalubridad en el que eran muy frecuentes las enfermedades; en fin, un mísero panorama vital en el que se carecía de los más elementales servicios a los que tenía derecho cualquier ser humano, máxime bajo un régimen político que se autoproclamaba defensor de la justicia social. Aunque no suele formar parte de la causalidad general que se invoca a la hora de explicar la amplitud del fenómeno migratorio en estas sierras, está claro que estas pésimas condiciones de existencia, en muchos casos, pesaron bastante más que la falta de oportunidades laborales a la hora de tomar una decisión individual de tanta trascendencia como la emigración definitiva, lo que vendría a explicar que la Sierra de Segura disminuyera a menos de la mitad su censo de población entre 1960 y 1986.
Ese abandono masivo de amplias porciones del territorio serrano dio origen de forma súbita al florecimiento de unos paisajes de absoluta desolación en los que las viviendas completamente derruidas o semiderruidas se entremezclaban con los campos de cultivo y otros elementos del sistema agrario como caminos, acequias, eras, etc…, en los que la invasión de la vegetación espontánea avanzaba a un ritmo vertiginoso, señal inequívoca de claro abandono. El mecanismo de la expropiación forzosa al que se recurrió masivamente para dotar de mayor eficacia a la política de repoblación forestal impidió conservar la propiedad del terrazgo agrícola y de sus viviendas asociadas, de manera que en numerosas cortijadas y aldeas no fue posible, ni siquiera, reconstruir y recuperar como viviendas secundarias esa fracción del hábitat.
Aldea abandonada de La Canaleja
Para finalizar y a modo de conclusión, decir que a pesar de que se han dado pasos muy importantes durante los últimos años en pos del conocimiento científico de la Sierra de Segura, a día de hoy quedan múltiples y variados aspectos sobre los que la investigación ha progresado mucho más lentamente. Hasta ahora han primado los aspectos naturalistas a la hora de explicar la excepcionalidad de nuestras montañas, en lo que ha influido, sin duda, el establecimiento en 1986 de la figura de Parque Natural. Se olvida muy a menudo que fue precisamente en el momento de la declaración del espacio protegido cuando se apostó abiertamente por compatibilizar la preservación del medio con el inexcusable desarrollo económico que requería la población que más había contribuido con su generoso esfuerzo a la creación de aquella figura. Era, sencillamente, una cuestión de estricta justicia social.
Delimitación del Parque Natural
En este contexto de armonización de intereses es en el que cobra todo su significado cualquier propuesta de análisis y evaluación del patrimonio rural acumulado durante siglos en nuestra sierra. Ante todo porque constituye una parte esencial de las señas de identidad comarcales que no puede permanecer en el olvido por más tiempo mientras asistimos impasibles a su deterioro y destrucción. Pero también porque esa fracción patrimonial puede convertirse en un activo fundamental de desarrollo a través de programas encaminados a su divulgación. A nuestro modo de ver, ésta es una de las acciones prioritarias que deberían incorporarse con urgencia a las nuevas propuestas de relanzamiento socioeconómico del espacio protegido.

Por Eduardo Araque Jiménez (Adaptación)

viernes, 12 de abril de 2019

LA SIERRA DE SEGURA. RIQUEZA PERDIDA

La vida de los habitantes de la Sierra de Segura ha ido sufriendo cambios que la han ido acercando a la modernidad. No obstante no podemos decir que nuestra Sierra sea una territorio excesivamente bien dotado en cuanto a servicios y comunicaciones. Ni la tan deseada autovía ni la ya olvidada línea de ferrocarril le están dando posibilidades de progreso. A pesar de la situación actual, que relega a nuestro territorio a un inmerecido olvido, debemos considerar, que la Sierra de Segura ha tenido especial importancia por su extraordinaria riqueza natural que la sabiduría popular ha ido aprovechando a lo largo del tiempo. Es en ese contexto en el que se centra el estudio del profesor Eduardo Araque Jiménez sobre las posibilidades económicas y formas de vida rural en nuestro entorno, en un tiempo no excesivamente lejano. En este presente apartado será la explotación del bosque segureño la que centre la atención del estudio, dejando para otra publicación la economía basada en la actividad agraria tradicional.


TERRITORIO Y PATRIMONIO RURAL EN LA SIERRA DE SEGURA.


Aunque debemos de considerar que es un conjunto de formaciones montañosas integrado en el sector prebético de la Cordillera Bética, las sierras de Segura, Cazorla y de las Villas (también llamada de las Cuatro Villas -Villacarrillo, Villanueva del Arzobispo, Iznatoraf y Sorihuela del Guadalimar-), desde el punto de vista político-administrativo se consideran tres comarcas independientes. A pesar de esta diversidad, en el último medio siglo ha sido muy frecuente, a nivel mediático, identificar de forma injusta la totalidad del macizo y del parque natural que las engloba con el equívoco nombre de sierra de Cazorla a pesar que es la sierra de Segura la que representa casi el 70% de su extensión y será sobre este entorno geográfico de la sierra de Segura sobre la que profundizaremos en su evolución económica histórica y la repercusión en su poblamiento.
Mapa de situación del Parque Natural de la Sierra de Segura, Cazorla y Las Villas
Hay que resaltar que por su orientación y posición, da origen a una alta pluviosidad, siendo frecuente alcanzar más de 1000 mm anuales de lluvias, lo que hace de este enclave montañoso el principal nudo hidrográfico de la mitad meridional de la Península Ibérica. Además del Guadalquivir y Segura, aquí tienen su origen algunos de los afluentes de cabecera más caudalosos de esas dos grandes arterias fluviales que recorren y dan vida a buena parte del sur y sureste peninsular. Semejante abundancia de precipitaciones en unos contextos regionales extremadamente secos o semiáridos hizo que desde un primer momento la política hidráulica fijará toda su atención en estas tierras, y a comienzos del siglo XX, esta zona se convirtió en uno de los escenarios peninsulares más apropiados para la localización de distintos embalses de regulación, imprescindibles para atender las crecientes demandas de agua y de electricidad provenientes de los fértiles campos y de las incipientes aglomeraciones industriales localizadas en los grandes valles formados por sus dos principales ríos.
Mapa de distribución hidráulica del Parque Natural
Tres han sido históricamente las formas de explotación que los habitantes de nuestra sierra han instrumentalizado como actividad económica y, precisamente, esta abundancia de precipitaciones es la base de la primera de esas actividades económicas centrada en la explotación de sus bosques, entre la que desde antiguo despertó un especial interés el pino laricio o salgareño (Pinus nigra), conocido también como “pino de Segura”, por sus variadas utilidades y enormes posibilidades de explotación mercantil. De hecho, durante la mayor parte de los tres últimos siglos el aprovechamiento de esa y de otras especies maderables, así como de los restos leñosos de todas ellas, se convirtió en una actividad hegemónica dentro de la economía agraria serrana por su alta capacidad para generar riqueza y empleo, aunque no siempre se le sacara a estos recursos el suficiente beneficio para las comarcas, especialmente durante la vigencia de la Provincia Marítima.
Distribución comarcal de la provincia de Jaén
Otra de esas actividades, iniciada a comienzos del siglo XX, es la explotación de una cabaña ganadera integrada mayoritariamente por ejemplares de ovino y caprino, que poco a poco fue ganando peso específico en la mayor parte de los municipios serranos hasta llegar a convertir a toda esta zona montañosa en uno de los principales enclaves ganaderos de la región andaluza por su abundancia y diversidad de pastos. Aunque se ha sostenido en el tiempo por el establecimiento de un sistema estacional de desplazamiento de pastores y ganados entre las altas cumbres de las sierra de Segura y las más bajas estribaciones de Sierra Morena.
Frente a la importancia de las actividades silvo-pastoriles, la tercera y última actividad económica ha sido la agricultura, que ha ocupado secularmente un plano secundario, en parte por los propios condicionantes naturales a los que se enfrentaba la expansión del terrazgo, y, en parte, por las restricciones jurídicas que aquí se daban a la posesión y disfrute de la tierra. Es necesario recordar que esa es otra de las grandes singularidades que ofrecen estos ámbitos montañosos de nuestra sierra, su extraordinaria prevalencia de la propiedad municipal y estatal frente a la propiedad privada. Ambas formas de propiedad pública alcanzaron desde antiguo cotas realmente espectaculares que condicionaron sobremanera la libertad de uso de un bien tan escaso en la montaña mediterránea como la tierra apta para el cultivo, cuestión que se afianzó en el proceso desamortizador de Madoz a mediados del S. XIX,  que privatizó tierras en las zonas fértiles de los valles andaluces y, por el contrario, sirvió aquí para afianzar la propiedad pública de los montes, que no sólo se mantuvieron al margen de la almoneda, sino que se deslindaron y amojonaron para reforzar el dominio que sobre ellos poseían el Estado y los ayuntamientos, procurando excluir de sus dominios toda clase de uso agrícola.
Pino laricio o salgareño
ACTIVIDAD ECONÓMICA DE EXPLOTACIÓN FORESTAL.

Aunque la explotación de los recursos forestales de las Sierras de Segura está documentada desde antiguo, pero no fue hasta el primer tercio del siglo XVIII cuando alcanzó unas ciertas dimensiones con la necesidad de disponer de grandes cantidades de vigas de madera y otro tipo de piezas para la construcción de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla impulsó al Ministerio de Hacienda a desplegar todos los mecanismos técnicos y jurídicos que tenía a su alcance para hacerse con el control de tan suculento recurso. A partir de aquí la explotación fue en aumento y, poco después, el Ministerio de Marina siguió los pasos al de Hacienda, de modo que no quedó más remedio que establecer un régimen alterno de aprovechamientos madereros mediante el cual los dos entes ministeriales explotaba y extraía los troncos de arbolado de estas sierras y los transportaba por vía fluvial hasta Sevilla para reenviarla hasta el arsenal gaditano de la Carraca, donde se empleaba en la construcción de distintas partes de los navíos de la armada española. No sin tensiones ni conflictos, este régimen se mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo XIX, cuando se abolieron todas las jurisdicciones privativas, y muy especialmente el particular régimen de administración de la denostada provincia marítima de Segura de la Sierra.
Mapa de situación de la Provincia Marítima.
Tras unos breves años en los que se redujo la esquilmación de nuestra sierra de forma considerable, a mediados del siglo XIX se inició una etapa no muy diferente a la anterior, pues crecieron de un modo desorbitado las extracciones madereras de los montes para la fabricación de traviesas para la una red ferroviaria española en enorme expansión en ese momento, así como la apertura de numerosos pozos mineros o la construcción de miles de viviendas, incrementándose notablemente la demanda, sometieron a los montes a una intensa presión que tuvo consecuencias aciagas para la cubierta vegetal, que desapareció a un ritmo vertiginoso en numerosos tranzones, dando paso a fenómenos erosivos de una cierta consideración.
Extracción de de traviesas  
A diferencia de la fase anterior, en ésta la madera se elaboró casi por completo en el interior de los montes, como sucedió con las traviesas para el ferrocarril, o bien sufrió una primera transformación antes de ser empleada en la entibación de los pozos mineros (apeas) o en la construcción del armazón de las nuevas viviendas (vigas, tablas, etc.). Numerosas serrerías volantes distribuidas por los montes se consagraron durante años a atender las peticiones de las múltiples compañías y particulares que se dedicaban al comercio maderero a mayor o menor escala. La intensa actividad que desplegaron todas ellas resultó sumamente eficaz desde una perspectiva económica y social por su capacidad de generación de empleo, lo que redundó en una mejora generalizada de las condiciones de vida de una parte de la población serrana.
Traviesas acumuladas en el embalse del Tranco
Después de la severa reducción que experimentó la extracción de madera a partir del primer tercio del siglo XX y, sobre todo, durante la etapa republicana, al reducirse la obra pública; de nuevo al finalizar la guerra civil se volvió a una sobrexplotación maderera, llegándose a superarse ampliamente los niveles anteriores en los momentos de máximo auge de la autarquía franquista. La urgencia en la reconstrucción del tendido ferroviario así como la reparación de una parte del material rodante y de múltiples instalaciones ferroviarias seriamente dañadas durante la contienda impulsaron al Estado a establecer los mecanismos legales para destinar toda la producción de madera de las sierras de Segura a este fin estratégico de primer orden, erigiéndose RENFE a partir de entonces en la principal beneficiaria de este recurso.
Serrería en Vadillo-Castril
Junto a la madera, en el último cuarto del siglo XIX emergieron con fuerza otros aprovechamientos secundarios por su menor capacidad de generación de ingresos para las arcas públicas, pero que, sin excepciones, desempeñaban un papel social y ecológico trascendental al proporcionar rentas y empleo a partir de la eliminación de los despojos procedentes de las talas acumulada en los montes. Todos estos residuos vegetales constituían un serio pasto para las llamas en cualquier momento, por lo que su eliminación resultaba una excelente labor de profilaxis forestal ya que contribuía en gran medida a la disminución del riesgo de incendio en los montes. Así sucedía, por ejemplo, con los tocones y el ramaje, cuyo alto contenido en resina propiciaba la obtención de la pez o alquitrán vegetal, un producto muy demandado en todo el litoral mediterráneo para el calafateado de las embarcaciones de madera. Otra parte de los restos leñosos se utilizó tradicionalmente en la fabricación de carbón vegetal, muy valorado cuando se empleaban maderas de más calidad como la encina, el quejigo o el roble melojo; aunque cuando empezaron a escasear estas especies nobles se recurrió a los pinares que, si bien no proporcionaban un carbón de tanta calidad, tenían una fácil salida tanto en el mercado comarcal como en el provincial debido a su extendido uso en los hogares y en los diferentes tipos de hornos artesanales.
Extracción de carbón vegetal
Mucho más moderna resulta la obtención de esencias a partir de la cocción de distintas plantas aromáticas y medicinales como la mejorana, el espliego, el tomillo y el romero, cuya expansión en estas sierras se inició en las postrimerías del siglo XIX. La abundancia de plantas y la relativa facilidad de su procesamiento empujaron a numerosos habitantes de estas sierras a consagrarse laboralmente a su recolección y a la posterior fabricación de esencias durante los meses veraniegos, una vez que habían concluido las faenas de recolección cerealista. De esta forma todos cuantos se ocupaban en estas labores podían obtener unos ingresos suplementarios que nunca venían mal a las depauperadas economías familiares. Igualmente en el período finisecular podemos situar el arranque de la etapa más floreciente en el aprovechamiento del esparto, auspiciada por el empleo creciente de esta fibra en la confección de distintos enseres domésticos y, sobre todo, en la fabricación de capachos para la industria de extracción de aceite, que empezaba a proliferar en la provincia de Jaén en ese momento. Durante muchos años el trabajo del esparto, de base artesanal, no traspasó el ámbito de la unidad familiar, donde todos los individuos con aptitudes se dedicaban al trenzado y preparación de la fibra, que luego era vendida a los intermediarios locales para su posterior distribución comercial.
Recolección de esparto
Por último, en este rápido repaso a la explotación de los principales recursos vegetales no queremos omitir la extracción de resina que durante algunos años de la segunda mitad del siglo XX se llevó a cabo en distintos montes de la sierra de Segura, especialmente donde abundaba el pino negral (Pinus pinaster). La extrema escasez de este recurso en el mercado nacional obligó a poner en marcha la explotación resinera de estos montes en plan experimental, si bien muy pronto hubo que abandonarla, entre otras cosas porque el aprovechamiento resinero se demostró incompatible con el maderero, y se optó abiertamente por este último, cuyo aprovisionamiento se consideraba mucho más urgente.
Actividad resinera
Otro aspecto de la explotación de nuestros montes fue el aprovechamiento relacionado con la naturaleza del sustrato litológico centrado en la cal dada la abundancia de materia prima, mediante la cocción de pequeños fragmentos de roca caliza. La proliferación de hornos de cal (caleras) estuvo íntimamente relacionada con el notable desarrollo de obras de mampostería que llevaban aparejadas distintas actuaciones forestales, particularmente los diques transversales a los cauces, que formaban parte de los trabajos de corrección hidrológico-forestal, y los muros de contención para defensa de las vías de saca de los montes, que tanto proliferaron a partir de la segunda década del siglo XX. También haremos mención a la obtención de yeso, aunque con consideración puntual y de escasa importancia, compartiendo procedimiento similar al de la cal.
Calera para la extracción de la cal
El conjunto de estas actividades vinculadas a las funciones de producción de los montes generó un valioso patrimonio material que sigue siendo en gran parte desconocido en nuestros días. Desconocemos su distribución territorial ni su localización, lo cual dificulta su interpretación, pero el recuerdo en sus gentes y algún tipo de documentación, permite identificar muchos de estos elementos descritos a pesar de la pérdida que en la memoria colectiva se ha producido. Igualmente resultan muy poco conocidos los procesos de distribución y transporte hasta el mercado de los productos elaborados o semielaborados con origen en nuestra sierra. Especialmente llamativa resulta la desatención que hasta la fecha se ha prestado al transporte fluvial de madera, sin duda la actividad de mayor calado social y económico durante siglos.
Elevador de maderas en el embalse del Tranco 
De forma muy superficial se ha estudiado la organización social de los pineros que era el nombre con el que se conocía a los trabajadores que participaban en las labores de transporte fluvial de la madera, y las funciones que desempeñaban cada grupo de ellos dentro de las conducciones fluviales, pero poco sabemos acerca del volumen de piezas transportadas por cada uno de ellos, así como de su distribución en el tiempo o los cambiantes puntos de origen y destino de las maderadas. Destacamos incluso, como claro ejemplo del poco aprecio patrimonial, el escaso cuidado que tiene el elevador de madera del pantano del Tranco. Este artilugio, único en su género en nuestro país, construido en la posguerra, durante algunos años permitió sortear con éxito la infranqueable barrera que constituía el impresionante muro de esta obra hidráulica. El elevador era, en realidad, una cinta sinfín, provista de ganchos que recogía las piezas que llegaban flotando a través de las aguas del embalse y las elevaba hasta la parte superior del muro de la presa. Una vez allí, la madera podía cargarse en camiones y seguir su camino por vía terrestre, o bien devolverse a las aguas del Guadalquivir a través de un túnel excavado en la parte opuesta de la pared de la presa a la que se encontraba el elevador. Para dar una ligera idea de la eficacia de este artilugio, baste con señalar que durante algunos años llegaron a elevarse por él más de 300.000 piezas de madera.


Por Eduardo Araque Jiménez. (Adaptación)