miércoles, 31 de enero de 2024

UN EMBALSE, DE ÉPOCA ÁRABE, EN LA SIERRA DE SEGURA.


Investigadores de la Universidad de Sevilla cartografían y datan una presa y un embalse andalusíes del siglo XII en la Sierra de Segura. Efectivamente, la presa de la Garganta del Ciervo es uno de los escasos ejemplos que aún se conservan en la península ibérica de presas de embalse andalusíes. Además, su sistema constructivo se aleja por completo de la tradición constructiva hispanorromana de este tipo de estructuras hidráulicas y se relaciona más con la forma de construir las presas orientales.

Ubicación topográfica del embalse islámico de la Albuhera.

EMBALSE ANDALUSÍ DE LA ALBUHERA.

Un equipo liderado por la Universidad de Sevilla y coordinado por el profesor Santiago Quesada ha cartografiado, caracterizado y datado científicamente esta infraestructura hidráulica medieval musulmana. Los hallazgos obtenidos han permitido conocer para qué servía esta presa, cómo era el sistema de derivación y almacenamiento de agua, calcular la capacidad del embalse, la superficie de las tierras irrigadas o las causas del colapso del dique. Un conocimiento imprescindible para comprender qué significó esta obra y cómo eran los paisajes asociados a estas láminas de agua artificiales de al-Andalus.

Sección de la Garganta del Ciervo, situación del embalse

El conocido poeta y ajedrecista andalusí Abenamar o Ibn Ammar, amante y ministro de al-Mu’tamid, tuvo una agitada e intensa vida que pasó conspirando e intrigando por varias taifas de al-Andalus. Desde una de ellas, le escribió una elegía al rey poeta de Sevilla en la que le solicitaba perdón por sus múltiples traiciones y felonías. En la poesía recuerda, con nostalgia, las noches que pasaban ambos durante su juventud en un embalse, junto a una presa o azud en Silves. Tras un largo periplo por diferentes territorios, Abenamar fue engañado y capturado, en torno al año 1084, en la ciudad de Segura (Jaén). Desde allí es trasladado a Córdoba, donde fue adquirido en una subasta por al-Mu’tamid. Tras ser perdonado por éste, cometió una nueva deslealtad, lo que provocó que el emir lo acabara matando con sus propias manos.

Sección transversal del embalse

En Silves no quedan huellas de la obra hidráulica que menciona Abenamar en su poesía, por lo que no es posible saber cómo era el lugar acuático evocado en el poema. Sin embargo, en el territorio de Segura, en el actual Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas al noreste de la provincia de Jaén, todavía quedan vestigios de una presa andalusí que transformó un terreno rural en una albuhera o pequeño mar. Esta barrera fluvial taponó el cauce del río Trújala a su entrada en un desfiladero que las fuentes árabes llaman el estrecho o la garganta del ciervo. Esta antigua construcción es una importante fuente de información primaria, útil para conocer cómo funcionaban las presas de contención andalusíes destinadas a almacenar recursos hídricos. Sin embargo, hasta el momento no había sido objeto de estudio estructural, de análisis paramentales o de levantamientos rigurosos y detallados.

Reconstrucción volumétrica del embalse

Las labores de toma de datos, análisis de fuentes y ensayos de laboratorio, tanto en el embalse de la Albuhera como en la presa de la Garganta del Ciervo, se iniciaron en el verano de 2020 y han finalizado en 2023. Actividades que han sido la última etapa del “Proyecto Segura”, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación dentro del Programa Estatal de Investigación, Desarrollo e Innovación. Un trabajo que recoge, íntegramente, la exhaustiva investigación arquitectónica que, de manera ininterrumpida, ha realizado este equipo desde el año 2003 sobre el sistema de infraestructuras, torres y castillos rurales existente en la Sierra de Segura.

Estribo izquierdo del embalse
(visión aguas arriba)

Se ha utilizado para ello un método basado en medios como los drones y técnicas digitales como la georreferenciación SIGs, nubes de puntos y levantamientos topográficos o fotogramétricos. El innovador empleo de estas herramientas y tecnologías significa una transformación total en la adquisición de fuentes de conocimiento del numeroso patrimonio rural disperso que aún se conserva en Andalucía. Sobre todo, cuando no hay posibilidades o viabilidad económica para realizar excavaciones arqueológicas.

La arquitectura de la presa es descrita por vez primera a mediados del siglo XII por al-Zuhrī en su Libro de la Geografía, lo que confirma la importancia que tuvo esta obra en su época. El texto describe el paisaje que surgió de la transformación de un campo en un mar y menciona que la barrera fue mandada levantar por Ibn Hamušk, un andalusí que gobernó Segura entre los años 1147 y 1169 y que frenó, durante casi 25 años, junto con su yerno Ibn Mardanīš, emir de la taifa de Murcia, la expansión almohade hacia el levante peninsular. Debido a esa descripción medieval, esta estructura hidráulica ha sido objeto de interés por la historiografía arabista contemporánea. Los datos obtenidos en esta investigación dan respuesta a muchos de los interrogantes que hasta el momento se planteaba esta disciplina.

Estribo izquierdo del embalse
(visión aguas abajo)

Los análisis de Carbono-14 han permitido confirmar que los datos cronológicos aportados por las fuentes árabes son correctos, ya que el intervalo de fechas obtenido coincide sustancialmente con el periodo en el que los andalusíes citados controlaron ese territorio. Estos resultados, cruzados con los obtenidos en el estudio de los materiales, técnicas constructivas y la estratigrafía, confirman que la presa fue levantada durante el periodo de las segundas taifas de al-Andalus (1144-1172), que surgieron tras la crisis del poder central almorávide y la consolidación de los almohades.

Visualización de los restos del embalse en el cauce del río Trújala

Esta barrera de contención fluvial fue construida en fábrica de calicanto, encofrada exteriormente con tableros de madera o tapiales. Sus caras externas todavía conservan abundantes restos del revoco calicostrado original y son visibles los mechinales para el alojamiento de las agujas de madera. Este sistema constructivo se aleja por completo de la tradición constructiva hispanorromana de este tipo de estructuras hidráulicas e indica que la tecnología empleada se relaciona más con la forma de construir las presas orientales. El propio al-Zuhrī indica en su descripción, que el modelo del dique de la Garganta del Ciervo fue la gran presa de Màrib, una emblemática infraestructura de la antigüedad, construida en el antiguo reino de Saba –actual Yemen– cuyo colapso ocurrido en el año 575 d.C. viene incluso referido en el Corán.

Situación geográfica del embalse

La presa andalusí tuvo una longitud de coronación de unos 40 metros, una altura de 14 metros y una anchura de 11 metros. Como ocurría en el dique de Màrib, la presa de Segura también tenía aliviaderos o desagües a ambos lados de su coronación. La lámina de agua del embalse tendría una superficie aproximada de 6 hectáreas y un perímetro o costa que rondaría los 2 kilómetros. El volumen estimado del vaso de agua tenía una capacidad media de 0,18 hectómetros cúbicos, que servirían para suministrar agua a una superficie de tierra de unas 145 hectáreas. Ese volumen de agua habría sido suficiente, hoy en día, para abastecer a una población de 2700 habitantes durante un año. Sin embargo, el embalse de la Albuhera no sirvió para suministrar agua a ninguna población, sino para irrigar un campo rural. Como la presa yemení, la presa andalusí en la Sierra de Segura tenía una doble finalidad: por un lado, embalsar las aguas del río Trújala en una hondonada natural del terreno y, por otro, derivarlas hacia terrenos con uso agrícola o ganadero.

Zona de riegos del agua del embalse

Según Santiago Quesada, el sentido de la presa y el embalse habría sido construir un almacenamiento de agua para irrigar terrenos vinculados a una explotación agropecuaria del siglo XII, dedicada a ganadería, prados irrigados o cultivos de secano. Una infraestructura hidráulica que habría formado parte de un proceso de colonización agrícola musulmán basado en un modelo específico de fincas privadas, caracterizadas por albergar una reserva hídrica de notables dimensiones. El pequeño mar o “albuhera” habría servido para regar los terrenos de una posible almunia existente en el paraje de Amurjo o Hamusgo, cuyo propietario pudo haber sido Ibn Hamušk.

Reconstrucción virtual del embalse

El trabajo desarrollado sobre el conjunto hidráulico de la presa de Garganta del Ciervo y del embalse de la Albuhera contribuye a dar claves fundamentales para el conocimiento de estas infraestructuras andalusíes y revela datos muy valiosos que arrojan luz sobre su funcionamiento. Los resultados obtenidos aportan información muy relevante sobre cómo fueron las formas de suministro hídrico en el ámbito rural de al-Andalus y dan una insospechada visión de un paisaje irrigado durante el siglo XII.

Referencias bibliográficas

Artículo.-El embalse andalusí de la Albuhera (al-buḥayra), la presa de Garganta del Ciervo (ḥalq al-ayyil) y el rafal de Amurjo (Hamušk). Una contribución a los paisajes irrigados del s. XII en al-Andalus. Revista Al-Qanṭara XLIV 2, julio-diciembre 2023, e17. ISSN-L 0211-3589. DOI: 10.3989/alqantara.2023.017

Libro.-Torres, castillos e infraestructuras andalusíes en la Sierra de Segura. Caracterización territorial, espacial, métrica y constructiva. Resultados del “Proyecto Segura”. Santiago Quesada-García. Sevilla: HAC University Books. ISBN: 978-84-120786-4-0


lunes, 15 de enero de 2024

CUANDO EL GARBANCERO RECORRÍA LAS CALLES DE LOS PUEBLOS

El comercio ambulante realizado por el hombre nace, desde la antigüedad, de la necesidad social de intercambiar o vender productos para satisfacer las necesidades de las personas de nuestros pueblos y aldeas. La figura de "el garbancero", que recorría las calles de nuestros pueblos anunciando que vendía o cambiaba la, en aquellos tiempos, apreciaba mercancía, se convirtió en un personaje que sirvió de base para la alimentación de las personas, especialmente, más humildes, aportando garbanzos crudos y los deliciosos garbanzos torraos.

EL GARBANCERO.

Por José Ant. Molina Real ( j t )

No resultaba nada extraño escuchar las voces, a media mañana, por las calles del pueblo, de Antonio el “garbancero”. Voces que alentaban a las mujeres y chiquillería que acudían rápido a rodear su bien cargado burro, del que colgaban unos serones confeccionados a base de tela gruesa, llamados colgos, en los que, bien tapados, se encontraba su preciada mercancía, que no era otra que los garbanzos.

El garbancero a lomos de su burro.

Antonio tenía vinculación con Puente de Génave, aunque él residía en la próxima localidad albaceteña de Reolid. Esa vinculación se la daba su hermano Francisco, apodado “Sieterrabias” que junto a su esposa, Dolores Alarcón conocida como “la Maniche”, vivían en el barrio de Las Ánimas. De esta forma, al tener techo familiar donde alojarse, le hacía asiduo visitante de nuestro pueblo, donde vendía o cambiaba su mercancía que no sólo se componía de garbanzos, pues también podía llevar, en ocasiones, guijas o cacahuetes. Esto le permitía poder desplazarse a algunos otros pueblos cercanos de la Sierra de Segura, especialmente en tiempos de fiestas y celebraciones.

Garbanzos torraos..!!

Efectivamente, al grito de “¡ garbanzos torraos !”, “¡ el garbancero !”, “¡ los cambio o los vendo !” era repetitivo, y lo iba pregonando por todos los rincones del pueblo, sin importar la hora, pues sabía que la respuesta a sus gritos iban a ser un goteo continuo de mujeres y niños que solían llevarle una taza o vaso rebosando de garbanzos crudos, que serían depositados en uno de los colgos que colgaban de los lomos de su apreciado animal de carga, para buscar en otro colgo los garbanzos torraos que daba a cambio pero siempre solo algo más de la mitad de esa misma taza o vaso, que junto al tamaño más reducido de los crudos respecto a los torraos le aportaba una suculenta cantidad de mercancía de ganancia.

Burro cargado con los "colgos"

Desde hace mucho tiempo, Antonio "el Garbancero", se dedicaba a tostar garbanzos, los cuales vendía aquí en el pueblo y en los cercanos, y como no, en las fiestas de San Isidro. Llevaba unas medidas de madera, a modo de pequeños vasos de distinto tamaño, generalmente usados para la venta, aunque la mayoría de los garbanzos los cambiaba por crudos utilizando para ello el mismo recipiente que los clientes le aportaban. Los chiquillos no entendíamos de operaciones comerciales ni de ganancias, lo único que queríamos era llevarnos a la boca aquel suculento, para nosotros, manjar al que teníamos acceso sin necesidad de pagar por él; aunque algunas veces se pasaba en la cantidad de yeso que les aplicaba, y te ponías el bolsillo y la boca completamente blancos, incluso se notaba en el sabor al comerlos, pero peor era otras veces, al utilizar garbanzos de mala calidad y te rompías las muelas para cascarlos y que todos solíamos llamar “balines”.

Cubilete de madera que servía de medida

Esta dinámica de compra venta de garbanzos, y también de alguna otra leguminosa, yendo de pueblo en pueblo, de forma ambulante, dejándose la garganta en cada rincón tenía detrás un arduo trabajo. El garbanzo se sembraba por el mes de marzo y se cosechaba a últimos de julio o primeros de agosto, siendo muy abundante en tierras manchegas próximas. Allí, en esos pueblos manchegos, se desplazaba Antonio para ayudar en esa recolección y después cargar sus caballerías para llevar el producto a su domicilio, donde serían elaborados. El trabajo de recolección era especialmente duro pues se debía de hacer básicamente a mano, arrancando las matas cuando el garbanzo estaba ya granado, produciendo esto esfuerzo y bastantes callos o ampollas en las manos que derivaban en heridas que, al contacto con las vellosidades pegajosas de la planta llamada “salitre”, producían un escozor que obligaba a liarse y protegerse las manos con telas a modo de guantes.

Mata de garbanzos a punto de recolección.

Antonio tenía en su casa de Reolid, en la parte trasera, la cuadra, donde comparten espacio su preciado burro y un buen acopio de leña para calentarse durante los fríos inviernos manchegos, pero también allí tenía un pequeño horno de piedra; horno que llenaba con la suficiente madera para calentarlo. Mientras la leña se iba convirtiendo en ascuas, iba sacando los garbanzos de unos viejos sacos de rafia donde habían estado enfriándose después del proceso de cocerlos a base de agua y sal. Una vez secos los depositaba en unos cestos de pleita o esparto donde les añadía algo de yeso y los removía bien hasta que consideraba que todos habían quedado impregnados de ese material que iba a evitar que cuando se introdujeran en el caliente horno se pudieran llegar a quemar. Después, cuando a su entender el viejo horno alcanzaba la temperatura idónea, introducía los garbanzos durante aproximadamente media hora para que poco a poco fueran adquiriendo el calor suficiente para quedar perfectamente tostados. Una vez comprobado que el producto alcanzaba la idoneidad para ser degustados los retiraba con sumo cuidado de que no se impregnaran de ceniza ni tampoco de quemarse las manos, para dejarlos enfriar en unos cedazos que se había gobernado para así, ir removiéndolos con la destreza necesaria para que el yeso sobrante fuera desprendiéndose y evitar que el consumidor llegara a notar ese sabor áspero que tiene, para después dejarlos enfriar. Todo este proceso podía alargarse durante casi un día al tener muy limitado el espacio de su rudimentario horno.

Garbanzo crudo.

Debemos considerar que el garbanzo siempre ha tenido la consideración de ser alimento para pobres, pero, a pesar de ello, siempre ha estado en todo tipo de mesas siendo fue uno de los alimentos por excelencia en los cortijos o en las casas de familias distinguidas ya que era la base del conocido cocido o del potaje elaborado a base de garbanzos y verduras, para llenar tanto el estómago de jornaleros como de los ricos propietarios de esas tierras.

El garbancero no era el único que recorría las calles de Puente de Génave, en particular, o otros pueblos y aldeas de la Sierra de Segura, en general, pues otros personajes podían llegar a ofrecer de forma ambulante otras mercancías como miel “¡ a la rica miel..., hoy llevo arrope de miel !”, higos secos “! llevo los higos...!”, altramuces “¡altramu... cesss!”, plantas aromáticas y medicinales, también picón para los braseros, algunas legumbres o incluso cal para encalar las viviendas. Este negociar comprando, vendiendo o permutando géneros fue ejercida de forma ocasional y de acuerdo con los productos propios de cada época del año, por lo que no era nada raro que se escucharan diversas voces por las calles de nuestros pueblos. En la memoria, igualmente, se me agolpa en los últimos años la ausencia de los artesanos, que cargados con las herramientas del propio oficio recorrían las calles del pueblo ofreciendo su trabajo para reparar, componer, retirar o comprar todo aquello que no estuviese en buen uso o no se necesitara en el hogar. Estos fueron los afiladores, estañadores, traperos, deshollinadores, gallineros, pieleros “¡¡el pielerooo…, quién vende ??”. El afilador hacía girar la piedra de esmeril para afilar cuchillos, tijeras, hachas, etc… y los niños fijos en el haz luminoso proyectado por la rozadura del metal con la piedra, permanecíamos fijos hasta finalizar la faena. En muchas ocasiones estas visitas ambulantes eran anunciadas por los pregoneros que haciendo sonar su trompetilla recorrían los pueblos pregonando la presencia de estos comerciante y vendedores.

Trompetilla utilizada por los pregoneros.

El comercio ambulante realizado por el hombre nace, desde la antigüedad, de la necesidad social de intercambiar o vender productos para satisfacer las necesidades de las personas de nuestros pueblos y aldeas. La tendencia muy acentuada de estos nuevos tiempos donde resulta tan fácil llegar a cubrir nuestras necesidades con el comercio de proximidad o el realizado a través de internet, nos ha llevado a olvidar y a no valorar ni conservar estos recuerdos de oficios del pasado que fueron básicos para la vida de nuestras gentes, y un pueblo que no valore su pasado será un pueblo sin historia.