lunes, 15 de enero de 2024

CUANDO EL GARBANCERO RECORRÍA LAS CALLES DE LOS PUEBLOS

El comercio ambulante realizado por el hombre nace, desde la antigüedad, de la necesidad social de intercambiar o vender productos para satisfacer las necesidades de las personas de nuestros pueblos y aldeas. La figura de "el garbancero", que recorría las calles de nuestros pueblos anunciando que vendía o cambiaba la, en aquellos tiempos, apreciaba mercancía, se convirtió en un personaje que sirvió de base para la alimentación de las personas, especialmente, más humildes, aportando garbanzos crudos y los deliciosos garbanzos torraos.

EL GARBANCERO.

Por José Ant. Molina Real ( j t )

No resultaba nada extraño escuchar las voces, a media mañana, por las calles del pueblo, de Antonio el “garbancero”. Voces que alentaban a las mujeres y chiquillería que acudían rápido a rodear su bien cargado burro, del que colgaban unos serones confeccionados a base de tela gruesa, llamados colgos, en los que, bien tapados, se encontraba su preciada mercancía, que no era otra que los garbanzos.

El garbancero a lomos de su burro.

Antonio tenía vinculación con Puente de Génave, aunque él residía en la próxima localidad albaceteña de Reolid. Esa vinculación se la daba su hermano Francisco, apodado “Sieterrabias” que junto a su esposa, Dolores Alarcón conocida como “la Maniche”, vivían en el barrio de Las Ánimas. De esta forma, al tener techo familiar donde alojarse, le hacía asiduo visitante de nuestro pueblo, donde vendía o cambiaba su mercancía que no sólo se componía de garbanzos, pues también podía llevar, en ocasiones, guijas o cacahuetes. Esto le permitía poder desplazarse a algunos otros pueblos cercanos de la Sierra de Segura, especialmente en tiempos de fiestas y celebraciones.

Garbanzos torraos..!!

Efectivamente, al grito de “¡ garbanzos torraos !”, “¡ el garbancero !”, “¡ los cambio o los vendo !” era repetitivo, y lo iba pregonando por todos los rincones del pueblo, sin importar la hora, pues sabía que la respuesta a sus gritos iban a ser un goteo continuo de mujeres y niños que solían llevarle una taza o vaso rebosando de garbanzos crudos, que serían depositados en uno de los colgos que colgaban de los lomos de su apreciado animal de carga, para buscar en otro colgo los garbanzos torraos que daba a cambio pero siempre solo algo más de la mitad de esa misma taza o vaso, que junto al tamaño más reducido de los crudos respecto a los torraos le aportaba una suculenta cantidad de mercancía de ganancia.

Burro cargado con los "colgos"

Desde hace mucho tiempo, Antonio "el Garbancero", se dedicaba a tostar garbanzos, los cuales vendía aquí en el pueblo y en los cercanos, y como no, en las fiestas de San Isidro. Llevaba unas medidas de madera, a modo de pequeños vasos de distinto tamaño, generalmente usados para la venta, aunque la mayoría de los garbanzos los cambiaba por crudos utilizando para ello el mismo recipiente que los clientes le aportaban. Los chiquillos no entendíamos de operaciones comerciales ni de ganancias, lo único que queríamos era llevarnos a la boca aquel suculento, para nosotros, manjar al que teníamos acceso sin necesidad de pagar por él; aunque algunas veces se pasaba en la cantidad de yeso que les aplicaba, y te ponías el bolsillo y la boca completamente blancos, incluso se notaba en el sabor al comerlos, pero peor era otras veces, al utilizar garbanzos de mala calidad y te rompías las muelas para cascarlos y que todos solíamos llamar “balines”.

Cubilete de madera que servía de medida

Esta dinámica de compra venta de garbanzos, y también de alguna otra leguminosa, yendo de pueblo en pueblo, de forma ambulante, dejándose la garganta en cada rincón tenía detrás un arduo trabajo. El garbanzo se sembraba por el mes de marzo y se cosechaba a últimos de julio o primeros de agosto, siendo muy abundante en tierras manchegas próximas. Allí, en esos pueblos manchegos, se desplazaba Antonio para ayudar en esa recolección y después cargar sus caballerías para llevar el producto a su domicilio, donde serían elaborados. El trabajo de recolección era especialmente duro pues se debía de hacer básicamente a mano, arrancando las matas cuando el garbanzo estaba ya granado, produciendo esto esfuerzo y bastantes callos o ampollas en las manos que derivaban en heridas que, al contacto con las vellosidades pegajosas de la planta llamada “salitre”, producían un escozor que obligaba a liarse y protegerse las manos con telas a modo de guantes.

Mata de garbanzos a punto de recolección.

Antonio tenía en su casa de Reolid, en la parte trasera, la cuadra, donde comparten espacio su preciado burro y un buen acopio de leña para calentarse durante los fríos inviernos manchegos, pero también allí tenía un pequeño horno de piedra; horno que llenaba con la suficiente madera para calentarlo. Mientras la leña se iba convirtiendo en ascuas, iba sacando los garbanzos de unos viejos sacos de rafia donde habían estado enfriándose después del proceso de cocerlos a base de agua y sal. Una vez secos los depositaba en unos cestos de pleita o esparto donde les añadía algo de yeso y los removía bien hasta que consideraba que todos habían quedado impregnados de ese material que iba a evitar que cuando se introdujeran en el caliente horno se pudieran llegar a quemar. Después, cuando a su entender el viejo horno alcanzaba la temperatura idónea, introducía los garbanzos durante aproximadamente media hora para que poco a poco fueran adquiriendo el calor suficiente para quedar perfectamente tostados. Una vez comprobado que el producto alcanzaba la idoneidad para ser degustados los retiraba con sumo cuidado de que no se impregnaran de ceniza ni tampoco de quemarse las manos, para dejarlos enfriar en unos cedazos que se había gobernado para así, ir removiéndolos con la destreza necesaria para que el yeso sobrante fuera desprendiéndose y evitar que el consumidor llegara a notar ese sabor áspero que tiene, para después dejarlos enfriar. Todo este proceso podía alargarse durante casi un día al tener muy limitado el espacio de su rudimentario horno.

Garbanzo crudo.

Debemos considerar que el garbanzo siempre ha tenido la consideración de ser alimento para pobres, pero, a pesar de ello, siempre ha estado en todo tipo de mesas siendo fue uno de los alimentos por excelencia en los cortijos o en las casas de familias distinguidas ya que era la base del conocido cocido o del potaje elaborado a base de garbanzos y verduras, para llenar tanto el estómago de jornaleros como de los ricos propietarios de esas tierras.

El garbancero no era el único que recorría las calles de Puente de Génave, en particular, o otros pueblos y aldeas de la Sierra de Segura, en general, pues otros personajes podían llegar a ofrecer de forma ambulante otras mercancías como miel “¡ a la rica miel..., hoy llevo arrope de miel !”, higos secos “! llevo los higos...!”, altramuces “¡altramu... cesss!”, plantas aromáticas y medicinales, también picón para los braseros, algunas legumbres o incluso cal para encalar las viviendas. Este negociar comprando, vendiendo o permutando géneros fue ejercida de forma ocasional y de acuerdo con los productos propios de cada época del año, por lo que no era nada raro que se escucharan diversas voces por las calles de nuestros pueblos. En la memoria, igualmente, se me agolpa en los últimos años la ausencia de los artesanos, que cargados con las herramientas del propio oficio recorrían las calles del pueblo ofreciendo su trabajo para reparar, componer, retirar o comprar todo aquello que no estuviese en buen uso o no se necesitara en el hogar. Estos fueron los afiladores, estañadores, traperos, deshollinadores, gallineros, pieleros “¡¡el pielerooo…, quién vende ??”. El afilador hacía girar la piedra de esmeril para afilar cuchillos, tijeras, hachas, etc… y los niños fijos en el haz luminoso proyectado por la rozadura del metal con la piedra, permanecíamos fijos hasta finalizar la faena. En muchas ocasiones estas visitas ambulantes eran anunciadas por los pregoneros que haciendo sonar su trompetilla recorrían los pueblos pregonando la presencia de estos comerciante y vendedores.

Trompetilla utilizada por los pregoneros.

El comercio ambulante realizado por el hombre nace, desde la antigüedad, de la necesidad social de intercambiar o vender productos para satisfacer las necesidades de las personas de nuestros pueblos y aldeas. La tendencia muy acentuada de estos nuevos tiempos donde resulta tan fácil llegar a cubrir nuestras necesidades con el comercio de proximidad o el realizado a través de internet, nos ha llevado a olvidar y a no valorar ni conservar estos recuerdos de oficios del pasado que fueron básicos para la vida de nuestras gentes, y un pueblo que no valore su pasado será un pueblo sin historia.


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