domingo, 23 de noviembre de 2014

AQUEL DÍA DE AQUEL VERANO EN EL CINE LUMBRERAS

 RECUERDOS Y VIVENCIAS


(jt...)

Se puede decir que se pierde en mi memoria el momento que tuvimos que irnos del pueblo. La vida en Puente de Génave no era fácil y los jornales por trabajos en el campo, cada día más escasos, no eran suficientes para mantener con dignidad la vida familiar. Eran muchos los cantos de sirena que llegaban desde las lejanas tierras del levante español, lugar elegido por muchos paisanos que, con anterioridad, habían tomado la decisión de irse a buscar nuevas oportunidades y fórmulas de trabajo que permitieran la subsistencia personal.
 
No se puede decir que aquel día de principios de verano que, a hora temprana, cogimos el Terne con destino a Albacete fuera consciente que ya nada iba a ser igual en mi vida. Ciertamente el viaje lo cogí con mucha ilusión en aquel momento, pues se daba la circunstancia que iba a subir, después de una breve escala en Albacete, a un vetusto tren que nos llevaría a nuestro destino final y eso siempre era emocionante para un chiquillo como yo.
La nueva tierra se mostró generosa con nosotros pero la nueva dinámica no estaba exenta de añoranza por todo lo que se había quedado atrás. Mis abuelos, mis tíos, mis primos, mis amigos….ahora sólo estaban en el recuerdo y eso era excesivo tributo para una mente infantil como la mía. Por esa razón siempre daba respuesta positiva al incentivo que mis padres utilizaban para motivarme en mis estudios y allí iba a pasar todos los veranos después de un largo e intenso curso en el que debía estudiar y trabajar sin descanso si quería tener la compensación de ir al pueblo.

La verdad es que ese hecho no podía considerarlo un regreso, nunca podía serlo cuando para mi aquella casa, la de mis abuelos, la catalogaba como mía y a los amigos y conocidos como mi gente, la que me había arropado desde edades muy tempranas. Fueron las circunstancias, las malditas circunstancias económicas las que empujaron a mis padres a abandonar esa tierra para refugiarse en otro lugar extraño pero con más posibilidades de vida. No entendía en aquel momento por qué lo habían hecho, por qué sin pedirme opinión me llevaron a ese lugar, sin río, sin eras, sin arroyos donde poder ir a coger moras; además la gente era diferente, con otras costumbres, con otro ritmo de vida, con otra actitud, era un lugar con más gente, con más coches pero con más soledad. En el pueblo nadie era extraño y en ese nuevo lugar todos eran extraños. Mí vuelta siempre era un alivio, era estar en mis raíces, era estar con mis gentes y por lo tanto era estar en mi casa.

No puedo decir que la dinámica en esos días caluroso de verano fuera especialmente atractiva, pero siempre había lugar a la improvisación y a la aventura, y aquel día no iba a ser diferente. Eran casi las cinco de la tarde de un verano cualquiera. Mi impaciencia estaba provocando cierto nerviosismo a mi abuela. Ella no dejaba de repetirme que no eran horas de estar en la calle y que la gente debía descansar. Yo no podía perder ni un minuto en echar una siesta que me resultaba inútil, una siesta que me robaba vivencias, y aunque tenía razón en que el sol castigaba las tardes del Puente, yo siempre le repetía que a mí no me iba a pasar nada.
Aquella calurosa tarde, mi abuela había conseguido  retenerme en la casa y la espera para poder escaparme se me hizo eterna. Algún coche ruidoso subía ya la calle San Isidro, seguramente a recoger alguna hortaliza de las huertas la cañá de Peñolite; y esa mínima actividad fue suficiente excusa para solicitar y conseguir el deseado permiso. Subir a la plaza era algo mecánico en mi, siempre que podía me guardaba un pequeño trozo de pan de la comida que ofrecía a los peces de colores que nadaban, pienso que aburridos, en la prisión que suponía el pequeño estanque de la  fuente. Qué alegría me daba ver cómo chapoteaban por recoger un poco de miga y cómo disfrutaba yo al sentirme dominador de esa situación. Después, por la calle de atrás, a ver el río. Si había suerte incluso podría cazar alguna rana despistada. Con un palo en la mano me abría paso entre los juncos, pero aunque mi sigilo era máximo, las veía una tras otra saltar al agua hasta que desaparecían de mi vista; no puedo presumir de haber sido una gran cazador, pero sí puedo dármelas de ser bastante hábil en el lanzamiento de piedras que rebotaban sobre las tranquilas aguas mientras yo contaba…uno, dos, tres, cuatro, cincoooo!!!! Y lo volvía a intentar una y otra vez hasta que el juego se volvía monótono y alcanzaba el aburrimiento.
De pronto, una idea se cruzó en mi pensamiento. Habrá cine, me pregunté. La única forma de averiguarlo era ver las carteleras. La esquina de los Priscilos no estaba lejos y allí me dirigí deseando que la película de esta semana fuera más de mi agrado. La de la semana pasada fue una de Fumanchú y, aunque Louis de Funes estaba muy gracioso, no me llegó a gustar mucho.

Al llegar no pude contener la lógica emoción, en el colorido cartel aparecía la leyenda de “El Cid” y de forma inconsciente levanté ese palo, del que por fortuna no me había desprendido, para blandirlo en mi mano, a modo de justiciera espada; por fin, mis sueños de caballero se verían reflejados en la pantalla. Mi mirada, no exenta de ansiedad, se concentró en ver cada uno de los fotogramas que aparecían encerrados en aquella estructura de madera protegida por una vieja tela metálica. No eran muchos, pero los Hermanos Lumbreras no habían tenido el suficiente cuidado al colocarlos y había dos que no se veían bien al estar superpuestos, apareciendo en el que estaba detrás la  figura entrecortada de un caballo. Y sí, era el fotograma en el que aparecía Charlton Heston, poderoso sobre su caballo Babieca, vestido con aquella majestuosa capa que ondeaba al viento. Mi intención fue utilizar mi palitroque, a modo de espada, e introducirlo entre los huecos de la tela metálica para dejar al descubierto aquella impresionante estampa. De pronto escuché una voz ronca y fuerte que me asustó….. ¡¡¡nene…anda tate quieeeto, no ties otra cosa qu’hacer!!! 
Lo miré y, casi avergonzado, volví la esquina hacia la carretera. Al pasar por delante de la fuente, siempre miraba aquel impresionante escudo presidiendo la construcción de ladrillo rojo, y aunque no sabía lo que significaba, yo siempre lo miraba, su cruz roja en el centro me recordaba a antiguas batallas medievales. Bebí agua como disimilando mientras aquel hombre seguía mirándome desde la puerta de la tienda de Luna.
Tenía una gran noticia que comunicar a mis amigos. Ponían  una magnífica película y consideraba que era algo que teníamos que compartir. Todos contestaron prácticamente lo mismo…“si me deja mi madre…. “, iré”. No cabía en mi pensamiento que nadie pudiera perderse semejante espectáculo, era algo que no alcanzaba a comprender, era Charlton Heston y Sofía Loren, era “El Cid” y yo quería vivirlo con todos mis amigos. Olvidé que yo también tenía que pedir permiso a mi abuela, y tengo que confesar que tuve cierto miedo a que surgiera algo que me impidiera asistir,  aunque sabía que, si mis primos iban,  no tendría ningún problema. Además de mis amigos, vendrían también las chiquillas de la pandilla y eso haría todavía más especial aquella noche de verano.
La tarde estaba languideciendo ya, el sol perdía fuerza por detrás de La Terrera y el momento se acercaba. Había que cenar rápido porque habíamos quedado en la acera de la carretera, junto al bar Nacional. Y, cuando ya estábamos todos, nos pusimos en marcha, enfilamos el puente nuevo, las risas y la escandalera que llevábamos apagaban el ruido de los coches que pasaban muy pegados a nosotros. Y en un santiamén llegamos al cine de invierno, con sus puertas cerradas a conciencia tras unas rejas metálicas; no nos importó adentrarnos en la frondosa oscuridad que ofrecía el camino de tierra que, junto a él, nos llevaba al cine de verano,  situado justo detrás. Allí una tenue luz apenas permitía iluminar la taquilla y la puerta de acceso, eso sí, bien custodiada por Fernando el Municipal al que todos llamábamos “el porra”. He de confesar que el verlo allí, junto a la puerta de entrada, sentado en su silla de madera con el asiento de enea y apoyado en la pared, me causaba cierta envidia ya que él podía ver todas las películas y además sin pagar.
¡Por fin estábamos dentro!, corrimos a por nuestra silla al fondo del recinto, junto al bar, donde estaban amontonadas. Debíamos coger un sitio bueno, centrado y delantero; tan sólo una potente luz situada sobre la cabina de proyección iluminaba todo el recinto y eso hacía que nuestra sombra se reflejara en la tierra y la gravilla con la que se había acondicionado nuestro coqueto cine de verano. Aquella noche estaba prácticamente lleno y nosotros no dejábamos de bromear con las chiquillas que, como es lógico, se habían sentado todas juntas delante del grupo de los chicos. Las risas y las bromas cesaron de golpe cuando la luz se apagó y la proyección del NO-DO, con su estruendosa música, emitió un sinfín de reportajes que, para nosotros, no guardaban especial interés. Después, los “trailers” sobre las próximas proyecciones, sólo consiguieron  impacientarme más, hasta que por fin apareció en la pantalla el tan esperado título, “EL CID”, que con unas letras majestuosas, y acompañadas de una música grandilocuente, daba paso a la deseada historia. Todo era silencio, la atención máxima y poco a poco me iba metiendo en la piel del personaje, tan sólo algún que otro “corte” en la proyección conseguía abstraerme de aquel estado de atención pues siempre iba acompañado de diversos silbidos. Todo discurría como lo imaginaba, con acciones propias de un caballero,….qué digo caballero, de un héroe que impartía justicia y admiración entre los que le rodeaban, incluso de su amada Jimena a pesar de lo difícil que resultó su amor. Incluso en el momento del anunciado descanso, cuando las luces iluminaron otra vez el recinto, no me moví de mi asiento, los otros iban y venían, compraban gaseosas, pipas o chicles bazoka en el minúsculo bar, pero yo permanecí ensimismado  pensando en lo extraordinario que era aquel personaje y lo que a mí me hubiera gustado ser un héroe como él.
La proyección se reanudó, y las secuencias se sucedían en la pantalla y en mi imaginación. La incómoda silla hacía que otros se movieran sobre ella con inquietud, la seca enea no dejaba de marcase en la parte del muslo que el pantalón corto no podía cubrir;  pero ni sus chascarrillos y bromas lograban distraer mi atención. No podía permitirme el lujo de perder detalle. Aunque sí, he de confesar que sí, que hubo un instante en el que mi atención se desvió de la pantalla, fue justo cuando Doña Jimena cayó rendida en los brazos de Don Rodrigo, y se declararon su amor. La pasión se percibía en sus ojos mientras sus labios se acercaban lentamente; sí en ese momento la miré y pude comprobar que ella también me miraba, fue un momento mágico, roto por los silbidos de la gente que no pudo ver el beso de rigor por los cortes de la estricta censura de aquel tiempo, un momento que acabó con un cruce de sonrisas no exentas de inocente vergüenza.

Aquel momento fue distinto, aquello me inquietó, y la idea de que aquella chiquilla, a la que yo adoraba en silencio, se hubiera fijado en mi inundó mi pensamiento. La película continuó, y aunque las heroicidades del Mío Cid siguieron hasta el momento de su muerte, mi atención ya no fue tan directa, me resultaba difícil controlar mi mirada que inconscientemente se desviaba hacia su perfil, el perfil de una cara iluminada por la tenue luz que emanaba de la pantalla.
Y de pronto el final, la potente luz amarillenta se encendió para iluminar el recinto y todos nos levantamos. La volví a mirar, le sonreí y rápidamente desvié la mirada hacia la salida donde Fernando el Municipal se afanaba en abrir los portones a los que la gente se dirigía para buscar otra vez el oscuro pasadizo que formaban el cine de invierno y el seco cauce del arroyo. Todos juntos caminábamos por la acera de la carretera rumbo “a aquel lao”, bajo una noche de verano estrellada. Los comentarios de los chiquillos se solapaban con las risas de las chiquillas, y mi pensamiento en aquella mirada, en esa mirada que aquel instante me ofreció, y mi silencio se confundía con el sueño de que, tal vez, tal vez algún día, yo sería su Rodrigo y ella mi Jimena.
  
Quiso el destino que no quedaran muchos días de estancia en el pueblo para poder disfrutar de todas esas sensaciones nuevas. Mis padres habían venido a por mí, en un breve viaje, pues sus obligaciones laborales sólo permitían una corta estancia que daba poco más que para ver a la familia, y casi sin darme cuenta, ahí estaba yo, frente al cine Lumbreras, que seguía con sus puertas herméticamente cerradas, en la parada del autobús de UBESA. La realidad del tiempo hacía que se iniciara un nuevo ciclo que finalizaría con mi regreso nuevamente a mis raíces el próximo verano. 

(jt...)

jueves, 13 de noviembre de 2014

SEIS MESES PARA SAN ISIDRO....

Es tradicional de los pueblos mediterráneos hacer un pequeño recordatorio de las fiestas patronales cuando se cumple exactamente medio año para que el calendario señale el inicio de una nueva edición del periodo festivo. Evidentemente eso no se produce en nuestro pueblo, tradicionalmente no hay nada que nos recuerde que se ha pasado el ecuador del ciclo festivo, tan sólo nuestro amigo Andrés "Pasteles", en ocasiones, se encarga de día a día realizar su particular cuenta atrás. No es que se pretenda iniciar aquí esta dinámica pero nos ha parecido adecuado recordarlo con la publicación del pregón de fiestas que este pasado San Isidro realizó, de forma significativamente brillante, nuestro paisano José Pareja Garcia.                                                                                               
PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SAN ISIDRO 2014.

Por José Pareja García


“Los puentes del Puente”

                    (entre el pasado y el presente)



Buenas tardes, queridas paisanas y paisanos, amigas y amigos todos.

Permitidme que empiece agradeciendo a la Comisión de Fiestas, al Ayuntamiento, y con él, al alcalde, a nuestro alcalde, el honor que para mí supone el estar hoy aquí, ante todos vosotros anunciando el comienzo de nuestra fiesta Grande, nuestras fiestas de San Isidro. Un honor que quiero compartir con mi hermano Julián (aquí entre nosotros), porque sé que lo hace  suyo,  y que lo siente y lo agradece tanto como yo.

Dos palabras iniciales: la primera de ellas es ¡Gracias! Gracias a todos por venir, por estar aquí, y por compartir este momento conmigo; y si gracias  es  la primera palabra, ¡Perdón! es la segunda. Perdón por mi atrevimiento –también por estar yo aquí. Solamente la ilusión y el cariño con que estoy me van a poder  justificar.
José Pareja Garcia

Cuando se me ofreció que este año fuera yo quien pronunciara este Pregón, en el que no soy versado, me asaltó la duda de qué podría yo contar a mis paisanos tras el dilatado paréntesis que durante años había diluido muchos de mis referentes.

Decidí entonces que “los recuerdos” iban a ser el hilo conductor de mi discurso… aquellos recuerdos que me dejé cuando salí del Puente, los que viví  en otros lugares, en contrapunto con los que me perdí por no estar aquí, y finalmente los que me  encontré cuando volví. Tenemos un  maravilloso pueblo, pensé. Por el Puente Viejo me alejaré en busca de los  recuerdos del pasado… y por el Puente Nuevo regresaré     hasta encontrarme con los del presente. De ahí que haya querido titular este escrito:“Los puentes del Puente”.

Como escribe nuestro cercano paisano Antonio Muñoz Molina: “Contar y escuchar historias (como pueda ser ésta),  no es un capricho, ni una sofisticación intelectual: es un rasgo universal de la condición humana, que está en todas las sociedades y arranca en la primera edad de la vida”. 

Para contar la mía, mi historia, y de la mano de otro paisano -este algo más “canalla”, Joaquín Sabina- os propongo que me acompañéis en un viaje a través del tiempo. Así pues, como canta en una de sus canciones:
 

                          Ocupen  su localidad,

y  presten todos atención,

a  punto está de pronunciarse…       …el Pregón.

(bueno, creo que él decía : a punto está de levantarse…   …el telón)
 
Día del Pregón. Toda la familia junto a nuestro Alcalde

¡Vamos con la historia! Yo nací  aquí, en el Puente, y aquí viví la más maravillosa infancia que un niño pueda soñar. Vivíamos en la Plaza de la Iglesia, junto a un portalón que aún existe (según se entra desde la calle S. Isidro a la derecha; mi casa está ahora pintada de un suave color salmón). Vivía con mi hermano Julián, con mi madre Julia -“la Julia”, ¡Qué gran madre!- y también con una gran abuela, con mi abuela María, a la que todos conocían  por “la tía María la gitana”, una mujer que arrancó de cuajo un “puñao” de hojas del calendario de su época,  cuando todavía eso no daba igual. Habíamos perdido a mi padre, muy joven, unos años antes, cuando trabajaba en la fábrica, en la Cooperativa de San Isidro. Mi abuelo José, su  padre, a quien yo no conocí, había sido cabrero.  Entonces era costumbre tener en las casas una o dos cabras para abastecerse de leche (seguro que los mayores lo recordáis). Por la mañana temprano, los dueños llevaban sus cabras a un punto de encuentro (creo que era debajo del Puente Nuevo), y mi abuelo salía con todas ellas al campo a pastorear. Al atardecer, cuando regresaban, curiosamente cada cabra se iba separando del rebaño cuando llegaba a la altura de su corral… ¡Hay que ver qué  pueblo, eh! ¡Hasta  las cabras eran listas!
Mi abuela María con mi madre Julia y mi tío Juan Antonio

Teníamos una tienda que vendía de “casi tó”, incluidos unos caramelos que envolvían unos cromos con los jugadores de futbol de la época y que los críos pegábamos en un álbum con el  superglue  de entonces -una pasta de agua y harina-  hasta completarlo para luego obtener como premio una pelota de goma. Eran tiempos difíciles y  “las pelotas de goma” eran escasas (no como ahora). Por eso siempre había un jugador,  un Casillas, un Iniesta de la época, que se resistía a dar la cara. Recuerdo a mi abuela sentada  a la luz de un candil, investigando los caramelos, uno a uno, hasta encontrar al rebelde jugador. Luego, cuando salíamos mi hermano y yo a la calle con la pelota, los chiquillos, con razón, venían a quejarse a la tienda. Mi abuela, en jarras, les soltaba: “mis nietos son los que más caramelos comen de ‘tos’ “y se quedaba tan pancha. 

Viviendo frente a la iglesia era fácil ser monaguillo. Compartí sacristía con Monita, Boliches y Gabriel el de la Mesinda (hoy ausentes entre nosotros, pero seguro que  en el recuerdo y en el cariño de todos), y con Pablito… Pablo (que también anda por ahí).

Por Todos los Santos recorríamos juntos Peñolite, el Tamaral, los Avileses, los Cortijos Nuevos (no recuerdo si también íbamos al cortijo Casablanca) pidiendo para las ánimas benditas del Purgatorio (cuando por entonces todavía existía). Luego pasábamos la noche de los difuntos tocando las campanas y comiendo “casaos”. De lo que recaudábamos -¡cosas de niños!-, distraíamos algunas perras-gordas para hacernos los hombrecillos y fumarnos nuestros primeros cigarrillos canarios en la torre de la iglesia durante la noche. A la mañana siguiente, Don Pedro, el cura, ¡que no sé  muy bien cómo se enteraba!, a su manera nos enseñaba que años más tarde iba a estar prohibido fumar en lugares cerrados.                                              

En la escuela del cura Don Pedro hice mi primer máster. Hoy, después de tantos años, no consigo borrar de mi memoria a ninguno de los 33 reyes godos, ni las comarcas españolas, ni  la fórmula del interés compuesto…
La escuela de D. Pedro en la calle San Isidro

Mi pueblo fue mi gran parque de atracciones antes de que se inventaran los Terra Mítica o los Euro-Disney. Por verano, al río a bañarnos -3 días: por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo. Ya de mayor, me pregunté muchas veces si esta familia no podría haber sido un poco más numerosa. Los baños furtivos  con los monaguillos  en el Charco del Lobo y en la Pantaleona, los tebeos de Roberto Alcazar y Pedrín al frescor de la sacristía, el carrusel de los caballitos en la plaza junto a la calle del Arroyo (frente a un gran corral que igual celebraba corridas de toros que almacenaba aceitunas, ¡seguro que lo recordáis!), empujando a los caballitos hasta hacerlos girar para conseguir montar de balde. Por S. Marcos, a espantar el diablo;  luego, los viajes a la Agracea a visitar a mis tíos y primos por la matanza, o a varear las olivas en la recogida de la aceituna… Y en verano a la era,  con el trillo, los mulos… o a la feria de la Puerta con la abuela y con mi hermano, montados en el remolque de un camión lleno de sillas que llevábamos cada uno de casa… Lo que no entendí nunca es por qué luego volvíamos a pie por la orilla del Río. ¡Supongo que no se había inventado aún el  billete de “ida y vuelta”!

Y  llegados aquí, y ya que hemos cogido confianza, dejadme que os cuente una anécdota:

En la Iglesia recibíamos una revista que traía vidas de santos, niños ejemplares y algún que otro pasatiempo. Nos invitaban a participar en la revista, y recuerdo que en una ocasión preguntaban “cuál  era el animal más representativo de la Iglesia”. Nosotros nos lanzamos y  contestamos enseguida. Unas semanas más tarde aparecía en la revista que era el Pelícano porque estaba grabado en la puerta del Sagrario, y a continuación una nota que decía: “Mención especial merecen los feligreses de la Parroquia de San Isidro de Puente de Génave porque han contestado que el animal más representativo es “la mona” porque sus hijos son los monaguillos. ¡Ahí queda el nivel!
El día de mi primera comunión junto a mi amigo Pablo García González, acompañado de familiares y vecinos de la calle San Isidro

Y se acercaron los años 60, y el éxodo de mucha gente desde nuestra Andalucía y desde nuestro querido pueblo hacia otros  lugares…

Una fresca mañana de primavera, en el coche de Santiaguete (¿lo recordáis?) toda la familia salimos hacia la Tierra Prometida, sin que nadie nos hubiera dicho antes que había un Paraíso para los del Puente. Aterrizamos en el Levante alicantino, en Alcoy, ciudad industrial, prospera, con mucho trabajo (3 turnos de 8 horas cada día, casi como ahora) y con un constante ruido de lanzaderas en los telares de sus fábricas.

Los principios, no lo negaré, fueron duros: nueva gente, nuevas costumbres, nuevo idioma… Pero al final todos  salen, ¡y no íbamos a ser menos los del Puente! Alcoy, nuestra tierra de acogida nos trató  con paciencia, afecto  y resignación. Allí crecí a lo alto, a lo ancho, académica  y sentimentalmente. Me casé con Chelo (que también anda por aquí) y tuvimos 3 maravillosos hijos -perdonadme, pero esto nos pasa a todos los padres cuando hablamos de los hijos.  Pasé  media vida en el equipo de trabajo de IBM, y desde hace unos años lo hago en una naviera (Balearia) que seguro que muchos de nuestros paisanos conocen en sus viajes a Mallorca. Actualmente vivimos en Alicante, y aunque todos no cabéis en casa, de uno en uno, o de dos en dos, podéis venir cuando queráis.

Aquí junto a mi madre Julia y mi hermano Julian
Durante todo este tiempo vinimos alguna vez al Puente, casi siempre deprisa, hasta que hace ya unos cuantos años, un subidón de nostalgia me inundó y le dije a Chelo:   “No te preocupes porque, si no encontramos nada, mi pueblo está muy bien situado, cerca de unas maravillosas sierras y de camino a unos ricos  “Patrimonios Artísticos”. Y volvimos, volvimos por San Isidro. Ese día la primavera apuntaba hermosa por el valle del Guadalimar y los olivos descansaban merecidamente después de haber entregado su fruto a unas gentes, que desde siempre les mimaban con ternura porque ellos eran su futuro y habían sido su presente en otros tiempos de mayor apuro. La mañana era algo fría, quizá compensando con una necesaria suavidad térmica los cálidos momentos que algo más tarde se producirían. Llegamos al Molino Anica, y el amigo Tomás me hizo la pregunta de rigor:

- ¿Y tú de quién eres? :

- Me costó mucho situarle, hasta que finalmente le dije: Mi tío era Juan Antonio, el Barbero.

Lo que vino a continuación no me resulta fácil contarlo aquí…,   (y tampoco sería justo cansaros con este relato tan personal)…, un emocionado abrazo en un cariñoso encuentro con mi prima redimió un montón de injustas ausencias.

Y hurgando en el baúl de los recuerdos, (como diría la paisana), salí corriendo atravesando  el Puente Viejo en busca del Cine Maripaz, del surtidor de gasolina y la farmacia que había frente al bar del Pintor, de la Fonda de la Manuela, de la casa de los pobres, de la Fuente Vieja… Y me pregunté:  ¿Por qué se han escondido? ¿Por qué no están? Finalmente,  la cuerva y los borrachuelos , siempre presentes, me regresaron por el Puente Nuevo a la realidad… Y me encontré con una espléndida Coral Faustino Serrano (¡Gracias Seve!), una magnifica banda de música llena de instrumentos de metal y viento (la Agrupación Musical San Isidro Labrador), una importante almazara, ferias de todos los colores -la del Ecoliva, la de los pueblos,…-, una Vicaría que apunta al futuro y fabrica también de “casi tó”, y tantas y tantas  otras. Ah,  y una explosiva presencia en ese fenómeno digital que es Internet y las Redes Sociales: galerías de fotos, videos, blogs… Yo creo que los puentes del Puente, con permiso de la Torre Eiffel, son lo más fotografiado  en Facebook.
Los puentes del Puente

Y que decir de la hospitalidad…  la hospitalidad del Puente apareció al momento. Y como no quiero dejar en el olvido a muchas y a muchos no voy a nombrar a algunas y a algunos, pero os puedo asegurar que un montón de paisanos nuestros hoy ya son de los míos -bueno, de  Chelo y míos, de los nuestros.

Hace unos años, en un acto como este, decía nuestro alcalde que el Puente es muy joven y que muchos de nuestros padres y de nuestros abuelos contribuyeron de manera vertiginosa a fundarlo  a principios del siglo XX. Parece un milagro que en tan poco tiempo se haya conseguido un  Puente tan diferente: un Puente vivo, potente, moderno, innovador, atractivo, hospitalario y  habitable -así,  al menos, lo percibo yo.

Un pueblo es su clima y su paisaje, su historia, su tradición y sus lugares, su aroma, sus sonidos… y su gente.

Y de ésta quiero  hablaros, de su  gente. Y lo voy a hacer, como no podría ser de otro modo, desde la perspectiva que me ha proporcionado cierta  distancia, temporal  y  física.

Os he contado que estoy ligado a una naviera que une la península con las islas Baleares. Pues bien, cuando veo en los barcos gente que viene cargada con las típicas ensaimadas,  pienso: “El que las ha hecho ha nacido en mi pueblo”...

…Y cuando en alguno de los viajes que hacemos para ver a nuestra hija Ruth que vive en Berlín (y que hoy no está aquí),  me pierdo curioseando en alguna de las muchas galerías de arte que hay por allí, reconozco una firma en un cuadro y leo “Ydañez”, me digo con orgullo: “Este artista es del Puente,  como yo”…
Con mis primas, un bonito reencuentro

…O si, ojeando un libro, me tropiezo con estos versos:             

En aquel pueblo,

el  camposanto no era un lugar triste.

Descansaba en la parte más  suave y soleada de la ladera.

Y en el pliegue más verde de su falda de seda,

palpitaban  los vivos.

Pues esto, esto  también lo ha escrito una paisana nuestra, Amparo, la hija de Juan Antonio, el barbero, mi  prima…


Y que me decís del amigo Moisés, derramando vitalidad, dando conferencias y escribiendo libros, explicando el secreto de nuestros dulces caseros y animándonos a vivir mejor haciendo nuestro propio pan…

…O  cuando me encuentro  los magníficos reportajes  ornitológicos del paisano Paco, y tantos y tantas  otras  que espero me sepan perdonar los interesados por no enumerarlos  aquí.
Mi familia al completo.

Voy acabando. Existe una vieja y sabia bendición que dice:

         “Ojalá tengas familia, ojalá tengas amigos, ojalá tengas un pueblo” 

Pues aquí estoy, con casi toda mi familia, con un montón de buenos, nuevos y viejos  amigos, y con todos vosotros… en  mi pueblo.  ¿Qué más puedo pedir?

Y ya, antes de “los vivas festivos”, dejadme que os enseñe unas fotos que he preparado. Les he puesto una pieza de música, Entre dos aguas, de un andaluz universal, Paco de Lucía. Entre dos aguas, es la música que hoy quiero que sirva para entrelazar mis dos mundos: el del agua dulce del Guadalimar que me vio nacer y crecer, y el de la salada agua del Mediterráneo que me está viendo madurar y envejecer. ¡Espero que os guste!
Mi pueblo
Mi mar
Mi río

Como veis, El Puente me ha “recuperao”, me ha “ atrapao”  y me ha  “cautivao”.

 Sólo me resta desearos a todos que estos días sean de total alegría con vuestras familias, con vuestros amigos y con vuestros “forasteros”.   Y un especial recuerdo para quienes tienen menos suerte  y no lo pueden pasar tan bien. 

Puenteños  y puenteñas

¡Que suba el telón! y

¡Que empiece la Fiesta!

¡Viva San Isidro! y ¡Viva el Puente de Génave !

Muchas gracias por vuestra atención.