martes, 24 de septiembre de 2013

TAL DIA COMO HOY........

Si, efectivamente, recuperamos la sección "Tal día como hoy......" en este caso de hace 80 años, pues precisamente en este día, 24 de septiembre, ocurrió algo insólito en nuestro pueblo, y es que la Comisión Gestora que gobernaba nuestro ayuntamiento no se pudo reunir al no haber suficiente número de concejales, aplazándose la sesión hasta el día 29 del mismo mes, siendo el acta que reproducimos la correspondiente a esa sesión supletoria. En ella comprobamos la enorme preocupación de sus integrantes por temas relacionados con la financiación municipal, no sólo en el apartado de aplicación de cobro de impuestos a determinados vecinos, cuyo nombre es recogido en el acta, sino también en completar la liquidación total de las cuentas pendientes con el ayuntamiento de La Puerta de Segura. También llama la atención la circunstancia de la descripción y distribución que se hace del salón plenario para realizar las sesiones del recien creado ayuntamiento..............



Sesión de la Comisión Gestora del 29  de Septiembre supletoria a la ordinaria convocada para el 24 de Septiembre de 1933



En Puente de Génave, a veinticuatro de Septiembre de mil novecientos treinta y tres y hora de las diez se reunieron en sus salas capitulares, los señores de la Comisión Gestora,  D. Cándido Ortega García, D. Santiago Idañez Idañez y don  Eladio Bellón Nares, bajo la presidencia de don  Valentín Amador Herrera  Teniente Alcalde en funciones  por ausencia del Presidente don Gil Antonio  Campayo Martínez  al objeto de celebrar la sesión supletoria a la ordinaria del día veinticuatro de los corrientes que no pudo celebrarse por falta de número de concejales, con asistencia de mi el Secretario habilitado.

Seguidamente se dio cuenta  y lectura del acta de la sesión anterior, que fue aprobada.

Acto seguido fue dada cuenta de la correspondencia oficial de la semana, Boletines y Gacetas ordenándose su cumplimiento y archivo.

Por el Sr. Presidente se dio cuenta del telegrama recibido del Excmo Gobernador Civil de la Provincia dando normas para clasificar el local destinado al público que asista a las sesiones a fin que la comisión en su vista acordase lo procedente.

La Comisión previa lectura de dicho telegrama bien informada acordó: que por los concejales don Eladio Bellón Nares y  D. Cándido Ortega García, se proceda al aforo del Salón de sesiones destinado para el público la mayor parte posible con independencia del local que se necesita para los señores concejales.

Seguidamente se efectuó por dichos concejales el aforo resultando que el salón tiene una longitud de 11 metros de largo y tres metros setenta centímetros de ancho siendo de parecer se destine para el público cinco metros diez centímetros de largo por tres metros setenta centímetros de ancho.

Los señores de la Comisión considerando suficiente la parte del local destinado al público prestan su aprobación, acordándose puesto se consideran existentes ocho partidas, la parte señalada para el público se divida en ocho partes iguales adquiriéndose los bancos necesarios para hacer la separación, bancos que se adquirirán, y una vez presentada la cuenta para su aprobación se abonará con cargo al capítulo que corresponda.

El  Sr. Presidente  dio cuenta de que para cumplimentar la comunicación recibida del Sr Jefe de la Sección Provincial de Estadística del que se había dado cuenta había recibido un oficio de la alcaldía de la Puerta de Segura invitándole en unión del Secretario para asistir a una reunión para dar cumplimiento a lo dispuesto por el Sr Jefe de Estadística.

La Comisión se da por enterada y acuerda concurrir a dicha reunión el Presidente y Secretario al objeto antes expuesto.

El  Sr. Presidente manifestó: que sería conveniente practicar la liquidación de cuentas con la Puerta de Segura para saber la cantidad que es acreedor o deudor este municipio por la parte de ingresos y gastos que le corresponda.

La Comisión acuerda que al objeto de practicar la liquidación correspondiente se requiera al Ayuntamiento de la Puerta para que señale una fecha al objeto de que una vez conocida por esta comisión se designen los señores que han de asistir a la práctica de dicha liquidación.

Por la Presidencia se dio cuenta del oficio recibido del Sr. Ingeniero Jefe de Montes de la Provincia para la subasta del aprovechamiento del monte “Catenilla”. Examinada por la Comisión el proyecto de anuncio que se acompaña se presta su aprobación ordenándose se emita para su inserción en el Boletín Oficial de la Provincia.

Seguidamente se dio cuenta de la declaración presentada por lo herederos de D. Roque Frías vecinos de Beas de Segura, en este término municipal por la que resulta que dicha declaración da como recolectadas treinta arrobas de aceite, pero practicadas las investigaciones necesarias por esta Comisión resulta que la cosecha obtenida en este término son ciento dieciséis capachos de aceituna con una equivalencia de ciento diez arrobas de aceite correspondiéndoles por tanto la cuota de noventa y tres pesetas cincuenta céntimos acordándose señalar dicha cuota a contribuir en el repartimiento del producto de la tierra. Se acuerda además que si bien esta Comisión puede sancionar con la multa hasta el quíntuplo de la cantidad en menos declarada siguiendo el espíritu de benevolencia que ha tenido con todos los contribuyentes en igual caso que no sea sancionada en dicha cuantía, pero sí que abonen los gastos ocasionados en las investigaciones ascendentes en diez pesetas.

Seguidamente se dio cuenta de que por Comisión involuntaria había dejado de incluirse como contribuyente a Leonor Gómez (herederos) que han obtenido en este término ochenta y dos arrobas de aceite correspondiéndoles una cuota de sesenta y nueve pesetas setenta céntimos acordándose su inclusión al repartimiento con dicha cuota.

Seguidamente fue dada cuenta del escrito dirigido por Juan Pedro Muñoz Robles por el que se reclama la cuota fijada de 17 pesetas y examinada por la Comisión y encontrándola justa acuerda reducirla a 6 pesetas que le corresponde por su utilidades como bracero.

También se acordó aumentar en 12 arrobas los productos obtenidos por Dña Engracia Robles, y así mismo que la cuota con la que figure sea la de 19 pesetas 55 céntimos en vez de las 9 ptas, 35 céntimos que por error se había fijado.

Seguidamente fue dada cuenta de la solicitud dirigida por Sofía Ortega Monge reclamando al cuota que le había sido fijada,  acordándose se practique averiguaciones para venir en conocimiento si es cierto en cuanto se manifiesta dejando pendiente para otra sesión la resolución que proceda.

Seguidamente fue dada cuenta del escrito dirigido por Juan Martínez Herreros, y como quiera que el aceite recolectado según los datos de la fábrica han sido 98 arrobas en la fábrica del Tamaral y 38 arrobas en la fábrica de la Vicaría, con un total de 136 arrobas recolectadas se acuerdan desestimar dicha instancia.

Seguidamente fue dada cuenta del escrito dirigido por Juan Ramón González Ruíz,  y como quiera que solo le han sido señalados los productos obtenidos de 18 arrobas de aceite en este término se acuerda siga con la cuota que le ha sido consignada.

También fue dada cuenta de la solicitud dirigida por doña Teresa Jiménez Cuadros, y como quiera no coincide la cantidad de arrobas que declara con los datos adquiridos la Comisión acuerda dejarla pendiente la resolución para otra sesión haciéndose las investigaciones necesarias.

Seguidamente fue dada cuenta del escrito dirigido por D. Juan María Idañez Frías, acordándose por la Comisión dejarla pendiente de resolución, practicándose las investigaciones necesarias para en su día resolver lo que proceda.

Fue dada cuenta del escrito y certificación que el mismo acompaña presentado por D. Alejandro Jiménez  Segundo, solicitando sea dado de alta como vecino de este pueblo.

La Comisión bien informada de los efectos del párrafo segundo del artículo 36 del Estadillo municipal, acuerda dejarla pendiente de resolución notificando al interesado acredite el tiempo que lleva residiendo en este Municipio.

Dada cuenta por el Sr. Presidente de la necesidad de fijar la forma de cobranza del repartimiento sobre productos de la tierra, y su complementario, teniendo en cuenta que el artículo once de la Ordenanza para la exacción de dicho reparto preceptúa, que la cobranza se realice por administración o por subasta considerando debe fijarse por le Ayuntamiento en que forma se ha de fijar, lo expone a la Comisión para que esta acuerde lo conveniente. La Comisión bien informada y creyendo más conveniente la forma de arriendo en subasta, acuerda que así se efectúe formándose el oportuno pliego con arreglo al Reglamento de contratación de obras y servicios municipales, dándose cuenta al Ayuntamiento para su aprobación.

Y no habiendo más asuntos de que tratar se dio por terminada la presente que firman los señores asistentes.



domingo, 15 de septiembre de 2013

UN VERANO EN 30 IMÁGENES

Nos asomamos otra vez a esta ventana que nos permite, a través del blog "historia puente de génave", mostrar un pedacito de realidad, vivencias, costumbres o historia de nuestro pueblo. En esta ocasión pretendemos repasar, a través de las imágenes, diversos instantes que han caracterizado la vida cotidiana de Puente de Génave durante el pasado verano. A fotografías que, por mucho que vemos o repetimos, no dejan de emocionarnos ya que muestran diversos lugares o paisajes del pueblo que nos transportan a momentos de nuestras vidas; queremos unir otras que muestran diversos actos que han caracterizado este pasado verano. Cabe mencionar como destacado el hecho de que la figura de D. Faustino Serrano nos dejara, así como la exposición de fotografías antiguas que coordinó nuestro amigo Andrés, la impresionante actuación de nuestro gran cantante Juan Luís Martínez Campayo, el magnífico concierto que la banda de música San Isidro Labrador ofreció en la programación de fiestas, la puesta en escena del grupo folklórico Fuente Vieja, la entrega del premio literario Domingo Henares, o actos competitivos como las cucañas, el fútbol femenino o la carrera nocturna.
Esta recopilación de imágenes ha sido posible gracias al interés que algunos puenteñ@s han puesto en recoger en sus cámaras fotográficas o a través de su teléfono móvil esos aspectos cotidianos que, también en su conjunto, nos identifican y caracterizan. Desde estas páginas agradecer a  Inocente Sánchez, Alex Valiente, Eusebia Carrión, Manuel Villar, María Jesús Serrano, Charo Flores, Inma Romero, Pedro Moya, Mila Garcia, Manolo Samblas, Alicia Serrano y José Antonio Molina, su interés por captar esas imágenes y por permitir su publicación en este blog. No hemos querido describirlas, bueno...tan sólo la primera que muestra un precioso amanecer a este caluroso verano y la última en la que ese sol protagonista del tiempo estival agoniza sobre la Terrera en un precioso atardecer...del resto ocuparos vosotros con vuestros comentarios. Esperamos que las disfrutéis....... 




























sábado, 7 de septiembre de 2013

La transparencia de los carámbanos. 2ª parte

Sabéis que como inicio de esta nueva temporada estamos publicando el relato ganador de la segunda edición de los premios de relato histórico Domingo Henares convocados por el Ayuntamiento de Puente de Génave que correspondió al titulado "La transparencia de los carámbanos" de José Agustín Blanco Redondo. Completamos, por tanto, con esta segunda parte, la totalidad del relato, ofreciendo el desenlace del mismo.
Aprovechamos para volver a indicaros que esperamos contar con vuestras aportaciones, vuestros escritos, que serán siempre bien recibidos y por supuesto, siempre publicados. Sabéis que la forma de enviarlos es utilizando los links de la parte superior del blog "añadir escrito/artículo" y "formulario Puenteñ@s", o también utilizando nuestro correo electrónico "historiapuentedegenave@gmail.com". Venga..animaros, esto es tarea de todos, vuestra participación es necesaria.

La transparencia de los carámbanos. 2ª parte.
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          Descendieron del poblado los dos solos, mientras, encaramados a lo alto de la muralla y también desde la puerta, las miradas ansiosas de los miembros de la tribu seguían cada uno de sus pasos, sus gestos, las escasas palabras que, arrastradas por el viento áspero del mediodía, lograban escuchar. Padre e hijo llegaron a los pies de un enebro majestuoso hincado entre dos rocas albarizas, rocas de cal, blandas y erosionadas por el hielo y los aguaceros. El árbol sagrado se erguía en una vertical perfecta alcanzando una altura de más de seis hombres y sus hojas aciculares destellaban ante el último sol que conseguía asomarse por entre las nubes de aquella tarde del fin del invierno. El Gran Moliz tomó de las ramas seis frutos del mismo color de un cielo de tormenta y los depositó sobre una laja horizontal de piedra de cal. Quemó luego un puñado de hojas en el interior de un cuenco de cerámica bruñida que ardieron embargando el aire de una humareda delgada, tenue, impregnándolo de un agradable olor a resina. Cerró entonces sus párpados, alzó levemente los brazos y entonó un cántico lánguido que Astil no logró entender. No le importó desconocer el significado de aquella melodía triste donde las palabras se arrastraban como en un lecho lúgubre, angosto, ya tendría tiempo de formarse en los rudimentos de hechizos, conjuros y plegarias. Sólo le preocupaba el extraño comportamiento de su padre, que no parecía encontrarse en este mundo, junto a un enebro centenario, junto a su propio hijo, sino en ese otro solar extático reservado sólo para los encuentros entre el espíritu trémulo de los hechiceros y la aquiescencia a menudo esquiva de los Dioses.
  
                                       Río Segura.
          Cuando el Gran Moliz retornó de su tránsito místico, su hijo descubrió en sus pupilas las huellas de la satisfacción y en sus labios el rastro inequívoco de la esperanza. El contacto con los Dioses había resultado provechoso, por ahora no habría que buscar augurios favorables en las entrañas congestionadas de los cuervos, en las de una culebra bastarda o en la ceniza que dejan las ramas del acebuche tras arder durante una noche de luna nueva. Su padre habló entonces igual que las madres susurran a sus vástagos en los primeros días de su vida, con una dulzura quizá impropia de su cargo, con esa serenidad que pergeñan las certezas:
- Astil, muéstrame ahora lo que trajiste de la Sierra Umbría.
          El muchacho abrió su morral y extrajo con las dos manos un envoltorio de hojas de helecho, lo depositó sobre la laja de piedra caliza y lo abrió muy despacio, la mirada, las palabras demoradas, un reflejo de galena en sus pupilas, también en las de su padre, en los labios trémulos, replegados por detrás de sus dientes, en ese temblor apenas perceptible que embadurnaba sus manos. Los minerales de cobre quedaron expuestos ante la última claridad del crepúsculo que se desleía en ocre, y en púrpura y, en el mismo rojo intenso de los frutos del acebo, por entre unas nubes lóbregas, oscuras como turba calcinada. Tenían forma irregular, como de rocas recién arrancadas de las entrañas de la tierra a golpe de pedernal y un color pardo con vetas azuladas, y verdosas, y rojizas.
          No eran muy diferentes a los acarreaban aquellos mercaderes del sur que, dos, quizá tres veces entre un invierno y el siguiente, se acercaban al poblado para, junto a diademas y arracadas de plata, brazaletes de marfil, cuentas de nácar y anillos de oro, intercambiarlos por productos elaborados por su tribu, aceite de acebuche, pieles curtidas de cabra, esteras de esparto, hoces de dientes de sílex y queso curado de oveja. Sin embargo, el Gran Moliz sabía que estas rocas, además de cobre, llevaban en sus adentros algún ingrediente capaz de conferir mayor resistencia a las alabardas, a los puñales y espadas, a los cascos de los guerreros.
          Y eso, en tiempos de sequía extrema y de merodeos de bandidos hambrientos por su territorio, podía constituir la diferencia entre continuar viviendo y yacer sepultado en una tumba de piedras mampuestas.
          El Gran Moliz cerró los párpados, hundió la cabeza en el pecho y se despidió agradecido del enebro sagrado, consciente de que aquel árbol, en virtud de sus raíces hondas y de su afilada copa, transmitiría sus plegarias a los dioses del subsuelo y a los del firmamento. Cuando tuvo a bien abrir sus ojos, el látigo de un relámpago desgarró con su luz la corteza del cielo. El trueno espantó el primer sueño de los grajos y una lluvia sosegada en gotas gruesas, pesadas, se trocó súbitamente en torrencial, mientras continuaba el parto de resplandores por entre esas nubes empeñadas en rozar la tierra, mientras padre e hijo retornaban apresuradamente al poblado, mientras Sabina, la madre de Astil, le esperaba en la cabaña para abrazarle, me tenías tan preocupada, hijo mío, qué delgado estás, pero si estás empapado, vamos, ponte estas prendas de lino que he hilado para ti... Mientras su madre le esperaba junto a la lumbre encendida, con una pierna de oveja asada para cenar y el jergón de esparto dispuesto para el descanso que tanto necesitaba.
                     Río Guadalimar cerca de su nacimiento.
         Amanecía. Nada más levantarse, Astil acudió a la cabaña del maestro fundidor con el envoltorio de minerales de cobre. El maestro era ya un anciano y caminaba con la espalda encorvada, en silencio, sólo algún gruñido cuando le parecía que la curiosidad de los demás se trocaba en impertinencia. Su mirada trasminaba un extraño reflejo rojizo, como el fruto maduro de los madroños y decían que sus manos estaban provistas de un pellejo inmune a las quemaduras. Machacó el mineral sobre una gruesa laja de piedra utilizando un martillo de pedernal con mango de madera. Introdujo luego los pedazos en una olla de cerámica con la embocadura muy abierta que depositó sobre el fuego. El maestro había oído hablar de aquel cobre especial, cobre arsenicado lo llamaban los metalúrgicos de la Sierra Umbría, pero no terminaba de creer que su mayor dureza pudiera compensar los trajines y acarreos del mineral a tan larga distancia. Avivó el fuego con un fuelle de pellejo de cordero y al cabo de un tiempo el mineral se trocó en una masa informe de escoria entreverada de goterones de cobre. El maestro fundidor rompió la olla con un golpe de martillo y machacó pacientemente la escoria para recuperar los nódulos de metal.
          Trasladó luego éstos a un crisol de barro para que el cobre se fundiera lentamente, en el mismo fuego, alumbrando una colada de metal del mismo color del ámbar que vertió sobre el molde en piedra de un puñal. Al enfriarse y una vez fuera del molde, el anciano enmangó el arma remachándola sobre dos cachas de asta de ciervo y se la ofreció a Astil, mientras arrancaba de lo hondo de su pecho el estertor de sus palabras:
-Sólo resta forjarlo y pulirlo. Compara su resistencia con la de tu antiguo puñal, enfrenta sus filos, golpea sus hojas, talla con ellos un fémur de ciervo, intenta clavarlos en un tocón de encina. Sólo así podrás comparar la dureza de los dos metales.
          Astil siguió las indicaciones del maestro fundidor y el resultado no pudo ser más determinante. El filo del puñal antiguo se melló al arrancar esquirlas del hueso y su punta se quebró al hincarla en el tocón de encina. El puñal de cobre arsenicado era más tenaz y superó sin daños todas las pruebas. No cabía ninguna duda. Era el metal que estaban buscando.
          El anciano preparó otra remesa sobre la laja de piedra. Martilleaba el mineral con la misma obsesiva precisión con que rehuía a los charlatanes y su mirada rojiza permanecía clavada en el resultado de cada uno de sus golpes de muñeca, en ese desmenuce concienzudo que tal vez le servía para olvidar sus penas, para olvidarse durante unos instantes de su mujer, muerta de calenturas hacía ya tres inviernos. La única persona que sabía cómo despertar palabras desbastadas de rencor de lo hondo de su pecho era Áura, su hija, una muchacha de piel blanca y cabello pajizo que resguardaba en su sonrisa todo el dulzor del aguamiel, toda la transparencia de los carámbanos, el color escarlata de los pétalos de amapola. Astil no sabía cómo dejar de tartamudear cuando coincidía con ella en el almacén del trigo, en el horno de cocer el pan, en la estancia utilizada como quesería, junto a los establos de las cabras. Era algo natural, inevitable, como el balido de un cordero lechal reclamando las atenciones de su madre. Se le trababa la lengua, le sudaban las manos, su mente pergeñaba frases que quizá pretendían resultar ingeniosas pero que una vez recluidas tras sus labios se trocaban en una sarta endurecida de incoherencias recibida siempre por la muchacha con un discreto fruncido de nariz y una condescendiente sonrisa.
          Tras informar a su padre de la calidad del nuevo mineral, el Gran Moliz ordenó una expedición de tres carros tirados por caballos a la Sierra Umbría. Seis guerreros escoltarían aquella misión comandada por Astil, en la que intercambiarían mantas de lana, capachos de esparto y pieles curtidas de oveja por el cobre arsenicado. Una gran sequía se avecinaba tras el invierno, así lo habían vaticinado los dos chamanes que asistían al Gran Moliz en los menesteres adivinatorios. Las hojas de las encinas emitían un murmullo premonitorio sólo audible por los entrenados sentidos de aquellos hechiceros avezados en reconocer los mensajes herméticos de los dioses. Debían acumular grano en los silos, bellotas en las despensas y forraje seco para el ganado. También necesitarían agua. Improvisarían una presa con bloques de piedra en un remanso del río Agua Segura, no lejos de su nacimiento.
                 Nacimiento Río Segura

          Quizá fuera suficiente para aguantar un par de inviernos. Pero para el Gran Moliz, lo más importante era disponer de armas suficientes para sus guerreros, armas forjadas con el mejor cobre, el más resistente, el más fiable. Un cobre que se hallaba a unas seis jornadas al noroeste, en las estribaciones de la Sierra Umbría. 
          Áura se echó la capa de lana negra por los hombros y aprovechó el cambio de guardia en la puerta de la muralla para salir sin ser vista. No deseaba preocupar a su padre y, además, había órdenes de no abandonar la seguridad del poblado hasta que regresara la expedición a la Sierra Umbría. Hacía un frío de nieve, un frío arrastrado por el viento del norte, un frío que se restregaba por las zonas desnudas de su rostro y cristalizaba en una levísima capa de escarcha, en los labios, en las mejillas, en la delgada piel de sus párpados. La muchacha descendió hasta el enebro sagrado y depositó su ofrenda sobre la laja de piedra caliza, un lebrillo que contenía hojas de tomillo y de romero maceradas en aceite de acebuche. Recitó luego la plegaria que le enseñó su madre antes de que aquellas malditas fiebres la arrebataran de su lado, mojó su dedo índice en el brebaje y lo ungió en espirales sobre su frente.
          Con la mirada prendida en la copa del enebro esperó en vano una señal, una respuesta, algún indicio sobre el futuro de su pueblo, de la tribu a la que siempre pertenecería, pero su espera resultó vana.
          Sólo el gemido helado del viento por entre las hojas aciculares del árbol parecía acompañarla. Cuando se percató de su error, de que no estaba sola, ya era demasiado tarde.
          El lobo de pelaje de ceniza la derribó sobre la laja de piedra. Áura pudo incorporarse con dificultad, aturdida por la violencia del ataque. El lobo reculó para tomar impulso y lanzarse sobre la garganta de la muchacha, pero Áura saltó desde la piedra al tronco del enebro, quedando colgada de una de sus ramas. Elevó luego las piernas para cruzarlas sobre la misma rama que sostenía sus manos, pero la espalda quedó entonces oscilando en el crepúsculo, enfrentada a la tierra, enfrentada a las fauces de aquella bestia que trocaba su capa de lana negra en calandrajos, que saltaba una y otra vez con el ánimo de desgarrar a dentelladas la carne de su joven presa humana.
          El brazo se cerró sobre el pescuezo del lobo mientras un reflejo rojizo hendía su costillar en busca del tercer espacio intercostal. El filo del puñal de cobre alumbró un torrente bermejo que embadurnó el pelaje de ceniza. El filo del puñal de cobre encharcó de sombras densas las pupilas del lobo. El puñal de cobre arrancó un gañido hondo, destartalado, un aullido de dolor, quizá también de derrota, que se mantuvo estático en la espesura de las tinieblas hasta hacerse evanescente y desaparecer arrastrado por aquel viento escarchado, por entre la laja de piedra caliza, por sobre la copa afilada y centenaria del enebro sagrado, tras los primeros silencios del crepúsculo.
          Áura se arrojó a los brazos de Astil, consciente de que era allí, en su regazo, donde deseaba reposar el resto de sus días. Bajo la demacrada luz de la luna, el muchacho contempló en su sonrisa la transparencia de los carámbanos y el escarlata de las amapolas.
          Durante aquel abrazo, Astil no tartamudeó cuando le aseguró que nada, que nadie podría ya separarlos.