viernes, 30 de septiembre de 2022

10º Premio Domingo Henares. LA MEMORIA INCIERTA (1ª parte)

Dando continuidad a la publicación de las obras ganadoras en el concurso de relato histórico "Domingo Henares" patrocinado por el Ayuntamiento de Puente de Génave, reproducimos el relato obra de Carmelo Cañete Rubio, en el que se hace referencia a los recuerdos de aquellas vivencias que nuestros mayores sufrieron durante la Guerra Civil Española y lo que supuso de alteración de vidas en los años que después vinieron. Un relato entrañable que nos acercará a aquel tiempo de la mano de los momentos que nieto y abuelo comparten en un viaje hacia el pasado.

  LA MEMORIA INCIERTA

 

      Día uno

    ¿No me dijiste que ahora se llamaba Santiago Pontones?

    ¿Cómo dices, abuelo?

    No... preguntaba porque me dijiste que ahora el pueblo se llama Santiago Pontones. Antes Pontones era un pueblo y Santiago de la Espada otro... Acabo de ver el indicador de Santiago de la Espada igual que antes.

    No sé, abuelo. En internet ponía que se habían fusionado los dos pueblos y ahora el municipio se llama Santiago Pontones. No sé más.

El anciano apenas había despegado los labios desde que salieron de Madrid, casi siete horas atrás, lo que no era una novedad para su nieto. Su abuelo nunca había sido una persona de hablar demasiado.

Carretera de acceso a Marchema (Santiago-Pontones)

El navegador decía que era una ruta que se podía cubrir en algo más de cinco horas, pero, entre que los navegadores suelen ser bastante optimistas y que el anciano tenía que parar a menudo para ir al lavabo, el viaje se había prolongado más de lo que el conductor había previsto.

No les importó. Tenían tiempo. Ya no quedaba mucho camino, unos cuarenta kilómetros según el navegador, y tenían contratado el alojamiento a pensión completa en Casa Chelo, en la propia aldea de Marchena, su destino final.

La carretera era mucho más estrecha desde que dejaron atrás Santiago. Tanto que cuando venía algún vehículo de frente tenían prácticamente que detenerse.

La estrecha franja gris ascendía con una pendiente moderada, bordeada por árboles frutales que se alternaban con frondosos bosques de pinos, por contraste con los inmensos campos de olivos que habían dejado atrás.

Las cunetas estaban tan alfombradas de flores de mil colores, y el cielo era tan azul, que parecía que estuvieran andando por un camino de cuento.

    Es curioso que aquí no haya olivos también. ¿No, abuelo?

    No, es normal. Aquí estamos a mucha altitud. El olivo no se lleva bien con el frío que hace aquí en invierno.

La ladera de la montaña se extendía hacia arriba a su izquierda, mientras que se precipitaba con una buena pendiente a la derecha.

Pronto el trazado se retorció. Por suerte el firme era bueno y no había muchos baches, pero el gran número de curvas ralentizó aún más la marcha.

Los árboles frutales dieron paso a un tupido bosque a ambos lados de la carretera. Después de casi una hora de camino retorcido, envueltos en interminables bosques entre los que a ratos se distinguían algunos prados con ganado lanar o vacuno, el navegador les indicó que habían llegado a su destino.

Aparcaron el coche a la izquierda de la carretera, junto a una de las primeras casas, que, a pesar de no tener ningún distintivo, parecía ser su alojamiento.

Después de comer, el nieto preguntó al abuelo si le apetecía dar una vuelta por el pueblo.

    No, hijo. Estoy cansado. Mejor mañana.

    Ok, abuelo. Como quieras.

Mientras que el nieto salía a estirar las piernas, el anciano se sentó en uno de los sillones del salón desde donde tenía una espléndida vista de la depresión que formaba el arroyo de Marchena.

La encargada del alojamiento le ofreció encender la televisión, pero el anciano negó agradeciendo el ofrecimiento. Quería estar a solas con sus pensamientos.

Imaginó el arroyo, allá abajo, ruidoso y transparente, juguetón en aquellos días de primavera. Aunque su caudal, como siempre, no fuera demasiado grande, la estrechez del lugar y la pendiente hacían que el agua se precipitara alegre y juguetona hacia abajo.

Al poco, evadiendo la mente del recuerdo del arroyo, levantó la vista para fijarla en el pico de El Calarico, imponente y majestuoso, e imaginó el Cerro de los Franceses a su espalda.

No lo había identificado cuando llegaron, a pesar de haberlo bordeado. Estaba un poco desorientado porque, según le parecía recordar, habían llegado al pueblo en dirección contraria a lo que la lógica le decía.

“Será por el trazado de la carretera”, pensó sin dar más importancia al asunto.

Mientras esperaba que su nieto acabara su paseo. “Magro paseo, me temo”, dijo pensando en que, si cuando él era un crío el pueblo eran cuatro casas, ahora no serían más de cinco.

Aldea de Marchena

Rememoró la Navidad pasada, cuando en Nochebuena, reunida toda la familia -bueno, toda no, faltaba su mujer; esa era su primera Navidad sin su compañía en muchos años-, sus hijos le preguntaron casi a coro:

    ¿Qué vas a querer de regalo de cumpleaños, papá? -su cumpleaños era apenas unos días después de las fiestas.

No contestó. No lo había pensado. A su edad, pocas cosas podía desear ya.

Al cabo de un rato, cuando los demás parecían haber olvidado la pregunta formulada, dijo sencillamente:

    Volver.

    ¿Cómo dices, abuelo? - preguntó su nieto mayor.

    Volver. He dicho volver. Tus padres y tus tíos me han preguntado qué quería de regalo para mi cumpleaños... Pues quiero volver.

Se hizo un pesado silencio mientras todas las miradas convergían en él, sentado a la cabecera de la mesa.

    ¿Volver? ¿Dónde? - preguntó su hija mayor.

    ¿Dónde va a ser? -dijo él con la mayor naturalidad-. A mi pueblo.

    ¿A tu pueblo?

Las miradas incrédulas de todos sus hijos y nietos le hicieron sentir un cierto poder que le hizo sonreír para sus adentros. “Los has dejado paralizados”, pensó. Pero su pensamiento fue interrumpido por la más pequeña de sus nietas, Almudena:

    ¿El abuelo tiene un pueblo?

El comentario de la niña, de apenas cinco años, relajó un tanto el momento y provocó un alud de sonrisas.

    No, hija -intervino la madre de la niña-. El abuelo no tiene ningún pueblo, pero nació en uno. No lo hizo aquí en Madrid como nosotras, aunque nunca hemos tenido claro qué pueblo es o dónde está -esto último sonó como un reproche.

    Marchena. Mi pueblo se llama Marchena, junto a Santiago de la Espada, en Jaén -aclaró el anciano sonriendo a su nieta.

    Yo te llevaré -intervino su nieto mayor, Alfredo, de veinticinco años-, pero tendrás que esperar a que tenga unos días de vacaciones.

    Claro, hijo -dijo el anciano. Tampoco son buenas fechas las de ahora para ir allí. Hace mucho frío. ¿Sabes?

    ¡Esa no es la cuestión! -dijo la madre de Alfredo, la que había intervenido primero-

¿Por qué narices quieres ir allí, papá? Has mostrado tan poco interés por ese sitio que tus hijos apenas sabemos de su existencia. Porque le preguntamos a mamá y ella nos dijo dónde habías nacido, pero nunca hemos sabido nada de ese sitio porque tú nos lo hayas dicho. ¡Y ahora, a tu edad, te descuelgas con que quieres ir a tu pueblo!

¡Francamente, no lo entiendo! Mamá nos dijo que era algún lugar perdido por los montes de Jaén. ¿No?

    Que yo sepa no has vuelto allí nunca. ¿Me equivoco? -preguntó su otra hija más joven, igualmente molesta.

    No -dijo el anciano-, no te equivocas. Nunca he vuelto y nunca he tenido el más mínimo interés en volver, pero ahora... no sé... es complicado.

    ¡Pues no creo que sea una buena idea, papá! -intervino de nuevo su hija mayor-. Dentro de pocos días cumples ochenta y cuatro años...

– ¿Y?

- Que es un viaje largo y probablemente pesado. Ni siquiera sabemos si hay comodidades allí. Por lo que nos dijo mamá, no es más que una aldea con cuatro casas, en medio de un monte perdido de la mano de Dios o, por lo menos, es lo que tú le dijiste a ella, y eso las pocas veces que le hablaste del lugar.

    Es cierto. Eso es lo que era, pero ahora se puede averiguar todo eso con el ordenador. ¿Me equivoco?

    No te equivocas, abuelo. Yo averiguaré si el pueblo existe y si hay algún sitio donde podamos alojarnos –dijo Alfredo, al que la idea de conocer ese lugar le motivaba para hacer un viaje que, por otra parte, podría acabar siendo pesado e incómodo de hacer acompañado por su abuelo.

    Bueno. Si hay alguna posibilidad de encontrar un alojamiento decente, estudiaremos la cuestión -dijo su hija pequeña.

    ¡Me parece que no tengo que pedirte permiso! -contestó el anciano visiblemente molesto -ni a ti ni a ninguno de vosotros.

    Papá tiene razón -intervino por primera vez su hijo, que había mantenido un prudente silencio.

    ¿Por qué tiene razón? Sabemos que está muy bien, que usa el bastón más como adorno que como ayuda, pero va a cumplir ochenta y cuatro años. No es una edad para ir por ahí haciendo el tonto y viviendo aventuras. Además, ya sabéis que el corazón no lo tiene para tirar cohetes, que digamos.

La discusión se había prolongado durante media hora larga, durante la que sus tres hijos y sus nietos mayores habían argumentado a favor y en contra, hasta que un poco harto intervino él de nuevo pidiendo silencio y paz para acabar la noche.

    ¡Tengamos la fiesta en paz! Estamos en Nochebuena y yo voy a hacer lo que me parezca, que ya soy mayorcito, al fin y al cabo. Si Alfredo quiere llevarme, bien. Si no, alquilaré un coche para que me lleve.

La entrada de su nieto en el salón de vuelta de su paseo lo sacó de sus pensamientos.

    ¿Qué tal el paseo? -preguntó.

    Bien. El pueblo se acaba pronto, pero la vista es impresionante.

                     Día dos

El sol pintó el amanecer con una franja estrecha y dorada por el costado de El Calarico, sobre la lejana Loma Marchenica. Mil pájaros piaban al sol naciente, dando los buenos días a la promesa de un nuevo día.

– Había olvidado el color y la música del amanecer – dijo para sí.

Estaba solo, de pie y apoyado en su bastón junto al edificio de Casa Chelo. Su nieto y, probablemente, el resto de personas que estaban en el hotel, dormían y los grillos aún seguían con su serenata nocturna.

Estuvo allí detenido varios minutos, como dando tiempo a que el sol venciera a la mortecina luz de las, pocas, farolas que alumbraban la noche de la sierra.

Cuando vio aparecer la luz poderosa del sol dejando paso, sin lugar a dudas, al nuevo día, bajó por la calle y recorrió las todavía silenciosas cuatro calles que conformaban la aldea.

Unas pocas luces en el interior de las casas daban fe de que la jornada empezaba para algunos.

A lo lejos le pareció oír los balidos de algunas ovejas y el resonar de los cencerros.

Se detuvo y aguzó el oído mientras algo se retorcía en su interior.

Se sentó en un poyete adosado a la fachada de una casa, silenciosa y vacía, a juzgar por sus persianas cerradas y a la chapa metálica que aparecía en la parte baja de la puerta de entrada a modo de escudo protector.

El piar de varios pollos de golondrina lo hizo desviar la mirada hacia el alero de la casa y contemplar las bocas abiertas en el nido. Se entretuvo un rato viendo cómo los progenitores se afanaban en la alimentación de sus crías, otra escena familiar olvidada entre las brumas de otra vida.

Desde que tomó la decisión de volver, aquella Nochebuena pasada, algo que hizo sin haberlo meditado antes, sin pensarlo ni tan siquiera cinco minutos, se había planteado mil veces cómo sería, qué sentiría al notar el aire frío del amanecer en el rostro, al oír los balidos del rebaño, los cencerros, el piar de los miles de pájaros.

Aspiro profundamente el aire del monte. El olor a pino, a tomillo, a jara y romero inundó su nariz y lo transportó a otra época, tan lejana que apenas podía verla con la ayuda de su imaginación.

Se arrebujó en el chaquetón que había traído previendo las mañanas frías de la sierra y dedicó su atención a ver cómo el sol iba cubriendo primero los montes, como si fuera una amorosa manta que diera calor a la fría noche, y luego invadiendo de luz el cortado en el que se despeñaba el arroyo.

Trashumancia de las ovejas segureñas por Pontones

Aquella mañana, tan lejana, también había amanecido despejada, fría y olorosa, solo que, mezclado con los olores del monte, aparecía el del ganado, ovejas y cabras. Ovejas segureñas, blancas la mayoría, algunas moras, más oscuras y con colores uniformes y otras más rubiscas, con sus cabezas y extremidades manchadas de un tono rubio, como para hacer honor al nombre con el que las designaban.

Casi cien ovejas y veinte cabras componían el rebaño, si no recordaba mal.

Las había sacado del corral justo al despuntar el día y habían alborotado, con sus balidos y cencerros, el descanso de las ultimas casas del pueblo.

Bajó con el ganado bordeando el Cerro de los Franceses, con el sol a la espalda y el arroyo a su izquierda, hasta llegar al puente que cruza el arroyo en un cerrado giro. Entonces se desvió del camino a la derecha hasta alcanzar a los pocos metros un amplio prado moteado de árboles viejos y copas amplias, chopos unos, fresnos la mayor parte, que proporcionaban buena sombra y frescor a las horas en que el sol aprieta.

Hacía quince días que habían vuelto de la trashumancia desde los pastos de Linares, habían cruzado el río Guadalimar y subido por el cordel de Hornos el Viejo para encaminarse luego cada rebaño a su lugar.

Un corral y un establo, que ahora permanecía vacío y que él utilizaba, a veces, para encerrar al ganado rompía la monotonía a la derecha del prado.

El ganado se dedicó a pastar mientras que él, a sus once años, se sentó en la fresca hierba y sacando un trozo de madera del zurrón y una navaja, se dedicó a tallarlo tratando de arrancarle la imagen de una cabra montesa.

Al mediodía dirigió al ganado hacía el arroyo para que bebiera y después a la sombra de los árboles para el sesteo. Cuando se estaba acomodando para comer, algo antes de hacer lo propio y regalarse con una siesta, escuchó un ruido en el establo.

Se armó con el garrote y se dirigió hacia allí temiendo que algún lobo estuviera por los alrededores y le matara alguna oveja, aunque era muy raro que hubiera podido meterse en el establo. Quizás estaba por detrás.

Se acercó con cuidado, seguido por el mastín, y miró primero dentro del corral, encaramándose para ello sobre la alta valla de piedra, subiéndose sobre un murete medio derruido, pero no había nada anormal. Luego se dirigió a la puerta del establo, situada en el lateral izquierdo de la edificación y, cuando estaba llegando, oyó una voz que procedía de dentro:

    No tengas miedo. No te haré nada.

Extrañado se detuvo, pero mantuvo firmemente asido el garrote con la mano derecha, en prevención de que alguien pudiera querer hacerle daño.

La puerta se entreabrió y pudo distinguir el cañón de una escopeta que asomaba por el filo de la puerta. Se puso tenso, pero la voz no le dejó demasiado tiempo para pensar.

    Acércate y no tengas miedo.

    ¿Quién eres? -se atrevió a preguntar.

    ¿Estás solo? -fue la respuesta.

Meditó su respuesta atentamente. Si decía que sí, el que lo amenazaba podía envalentonarse, pero si decía que no, y el otro comprobaba o ya sabía que sí lo estaba, la cosa se podía poner aún peor.

    Sí -dijo al cabo de un minuto-. Estoy solo con las ovejas. ¡Calla! -ordenó al mastín, que había empezado a ladrar.

La puerta se abrió un poco más y pudo distinguir a un hombre. Se tocaba con una boina parecida a la que él mismo llevaba, solo que aquel hombre la usaba calada casi hasta las cejas. También vio que le crecía una barba de varios días y un poblado bigote de pelo negro e hirsuto. Vestía un abrigo de paño grueso, ajado y manchado en varios puntos.

Pensó que hacía demasiado calor para ir tan abrigado. Además, llevaba un correaje sobre el abrigo, compuesto por un cinturón, del que colgaba una cartuchera con una pistola y otra para munición, y una correa en bandolera. Tanto el correaje como las cartucheras eran de cuero negro y se veían viejas, muy gastadas.

La puerta se abrió un poco más y el hombre saliendo a medias recorrió el entorno con el cañón de la escopeta por delante y la vista por detrás. Solo entonces dijo “parece que no hay nadie”, y salió abiertamente dejando el paso expedito para que salieran detrás de él tres hombres más, todos armados con armas variopintas e igualmente vestidos muy abrigados y con correajes.

Una vez en el exterior bajaron las armas y el que había hablado con él se adelantó y le tendió la mano.

    ¿Cómo te llamas, chaval?

Él le contestó, pero no se atrevió a estrecharle la mano.

    Vale -dijo el hombre retirándola y mirándosela-. No te lo reprocho. No es que esté muy limpia que digamos… Yo me llamo Sixto y estos son Juan, Manuel y ese otro también se llama Juan ¿Podemos confiar en ti?

Él asintió subiendo y bajando la cabeza.

    ¿De qué familia eres? ¿Quién es tu padre?

    Mi padre se llamaba Pascual, pero hace varios años que murió. De hecho, yo ni lo conocí.

    ¿Pascual?

    Sí, Pascual.

    ¿El que se casó con Antonia?

    Sí. Creo...

    Yo conocí a tu padre, era un buen hombre – cortó el extraño.

El niño hizo un gesto que lo mismo podía denotar esperanza como sorpresa.

    ¿Y cómo está tu madre?

    Mi madre murió hace varios años ya.

    Vaya. Lo siento, chaval ¿De qué murió?

    ¿De qué iba a morir...?

    Ya… perdona. A veces parezco idiota. ¡Estos mierdas de fascistas han acabado con la vida y la decencia de este país! ¡A los que no mataron a tiros los dejan morir ahora de hambre y necesidad!

    ¿De qué conocía usted a mi padre? -se atrevió a preguntar.

    Del pueblo. Yo también soy de aquí, ¿sabes?

El chaval se quedó pensativo un instante. Decía que era del pueblo, pero él nunca había oído hablar de ningún Sixto.

–¿Y sabe usted cómo murió mi padre?

    No estoy seguro. Yo no estaba. Tan solo me llegó la noticia. Creo que le alcanzó la metralla de una bomba en el frente de Pozoblanco. Eso debió de ser...

– En el treinta y ocho - remachó el niño

    Sí, eso, en el treinta y ocho.

    ¿Y con quién vives?

    Con mi hermano. Es mayor que yo, pero no me hace mucho caso. Menos aún desde que se casó.

    Vaya, vaya… Así que estás más solo que la una... Mira, nosotros no te vamos a molestar, solo queremos refrescarnos un poco en el arroyo y comer algo. Luego seguiremos nuestro camino.

    Vale.

    ¿Puedes vigilar que no venga nadie mientras nos aseamos?

    Claro. Voy a vigilar el camino. El ganado está tranquilo ahora. Si viene alguien, silbaré.

    Vale. Gracias, chaval. ¿No tendrás algo que comer...?

    No, solo lo que llevo para mí...

    Vale. No te preocupes. Nosotros llevamos algo. Ya  sabes,  si  viene  alguien  silba - contestó Sixto guiñándole un ojo.

    Vale.

El niño se retiró un poco hasta una zona donde pudiera ver el camino mientras que los hombres bajaban hasta el arroyo. Al cabo de un rato, el hombre se acercó y lo llamó en voz baja. Comieron juntos y charlaron mientras los demás fumaban, hasta que dijo:

    Chaval, nosotros nos vamos ya. Oye, gracias por todo.

    ¿Volveréis?

    Seguro.

    Es que no sé si estaré por aquí o estaré en otros pastos, a estos...

    No sufras, te encontraremos. Gracias otra vez.

Carmelo Cañete Rubio

La voz de su nieto lo sacó de sus pensamientos.

    ¡Abuelo! Me he asustado al no encontrarte. Pensé que te había pasado algo.

    No te preocupes. Solo he salido a ver el amanecer.

    ¡Ya, pero no sabía dónde buscarte! He recorrido todo el hotel...

    Creo que no hay muchos sitios por aquí donde perderse. ¿No?

    ¡El bosque!

El anciano rio de buena gana.

    No te preocupes. Ya no tengo edad para irme al bosque a perderme. Anda, vamos a desayunar que tengo hambre -dijo el anciano levantándose del poyete.

Ambos recorrieron, a paso lento, el camino de vuelta disfrutando del aroma y el frescor de la mañana. Las primeras chicharras parecían afinar sus cánticos, con los que tenían pensado amenizar el paisaje serrano hasta la puesta del sol.

    No me habías dicho que hacía tanto frío por aquí.

    Sí te lo dije. Por eso llevas esa cazadora. Recuerda que querías venirte solo con pantalones cortos y camisetas.

    Sí, es verdad. Menos mal que te hice caso.

    No te preocupes. En una hora ya hará calor.

    ¿Dónde vivías cuando estabas aquí, abuelo?

–¿Vivir? Sí... supongo.... -contesto el anciano más para él mismo que para su nieto-. Por ahí abajo. No creo que exista ya la casa. Las que veo son todas nuevas o muy reformadas. No, seguro que ya no existe. No habría llegado en pie hasta ahora.

    ¿Y... tus padres? ¿Qué edad tenías cuando te marchaste de aquí?

    ¡Uy, uy, uy! Preguntas demasiado. Anda, vamos a desayunar. Tiempo habrá...

Desayunaron hablando de nimiedades. El anciano no parecía querer que la persona que les servía el desayuno oyera lo que tuviera que decir y el nieto aceptó su silencio. Además, sabía que su abuelo era una persona de pocas palabras.

Después de desayunar el anciano preguntó si podrían ir a un lugar con el coche.

    Claro, donde tú quieras. ¡Vamos, a eso hemos venido! ¿No?

    No. Lo digo por si podrá pasar el coche. Es un camino de tierra...

    No sufras. Probamos. Si podemos pasamos y, si no podemos, pues no.

 

----------------continuará.................


viernes, 16 de septiembre de 2022

UN PROYECTO QUE SIGUE SIENDO ILUSIONANTE

 

HACE YA 10 AÑOS……

“BIENVENIDOS”.

Si, bienvenidos al blog de historia puente de génave. Se ha creado este blog para apoyar al perfil del facebook y así que se puedan contar historias de nuestro pueblo, anécdotas y muchas más cosas de las que ya os iremos informando.”


Así, de esta forma tan escueta, aparecía un 27 de septiembre de 2012 la primera publicación del blog “Historia Puente de Génave” que reproducimos literalmente. La verdad sea dicha, y es de justicia reconocer, la idea de crear un blog que viniera a recoger las historias, particularidades, hechos, costumbres y tradiciones de Puente de Génave y de la Sierra de Segura, surgió a la sombra de la página de Facebook denominada “Historia Puente de Génave”, creada por Andrés Martínez Avilés y que recogía fotografías de otro tiempo en las que se mostraban a personas y lugares de Puente de Génave. De esa forma, y en una conversación informal desde Guadalinfo Puente de Génave, surge la idea de complementar a nivel escrito todo ese amplio abanico de posibilidades que se pierden en la historia de nuestros pueblos.


De esa forma fue tomando cuerpo, primero en diferentes aspectos de ámbito técnico como la maquetación y estructura, para pasar rápidamente a centrarse en los contenidos. Y aunque los inicios no fueron nada sencillos, se fueron concretando todos los esfuerzos en un proceso de recopilación de datos e historias que se iban desarrollando y redactando para, de esa forma, ir de una forma lenta y paulatina, llegando cada vez a más lectores.


La ilustraciones del presente artículo corresponden al proyecto que en su día se planteó de recopilación y documentación histórica, de tradiciones y costumbres que surgió desde Guadalinfo Puente de Génave, y a día de hoy podemos decir que bastantes de los objetivos que se pretendían se han cumplido, si no de forma total, si con la suficiente dimensión como para seguir en dinámicas de trabajo con renovada ilusión.


 

No llena de orgullo poder decir que a día de hoy es un blog conocido y consolidado, que ha alcanzado las 250 publicaciones y más de 300.000 entradas registradas. Está, por lo tanto, demostrado que el esfuerzo ha merecido la pena. No obstante, somos conocedores que aquellas primeras publicaciones no contaron con el suficiente grado de conocimiento y difusión por los que, ahora sí, son asiduos y nos siguen en cada una de nuestras publicaciones; por tal motivo vamos a iniciar un proceso de reedición de algunas más importantes que contarán con una nueva oportunidad para ser compartidas y conocidas, evitando así se pierdan entre las numerosas publicaciones editadas, haciéndolas llegar nuevamente a todos.


Ahora que llega una nueva temporada, ahora que abandonamos el feliz tiempo estival y volvemos a nuestras rutinas, queremos deciros que iniciamos esta nueva temporada con renovadas ilusiones y nuevos proyectos de publicaciones que vendrán a ir llenando ese aspecto de carácter cultural que cada pueblo, que cada territorio tiene como propios, porque los identifica y diferencia respecto a otros, al tiempo que profundiza en sus particularidades.