jueves, 30 de noviembre de 2023

EL RECOVERO. UN OFICIO DE OTRO TIEMPO

 

En nuestra sierra, las economías familiares estaban basadas en el autoconsumo, se intentaba producir todo aquello que se necesitaba y los ingresos monetarios eran escasos, se limitaban a los esporádicos jornales que se prestaban al señorito o terrateniente local, a la propia administración o a una eventual venta de un pedazo de tierra o vivienda. Por otro lado, los salarios eran muy bajos, y el trabajo no estaba valorado; en algunos casos no cubrían las necesidades básicas de las familias. Como ejemplo nos cuentan que en estos pueblos había familias que, tras la temporada de recolección de la aceituna en las zonas bajas de la sierra, en los profundos valles, volvían a sus casas debiéndole aun dinero al llamado “recovero”.

Los recoveros eran personas que, desde la época de la posguerra española se dedicaban a recabar artículos y hacer mandados de pueblo en pueblo, así como revender en el vecindario todo aquello que la tierra ofrecía a los aldeanos, ya que se utilizaba, con bastante frecuencia, el trueque para pagar sus compras, siendo los huevos de ave y productos de temporada los más utilizados. Se dedicaban a la venta ambulante generalmente comerciando con paños, telas, menaje o pescado en salazón. Para muchas familias que vivían en zonas rurales aisladas era casi el único contacto con un mundo exterior que no dejaba de crecer y desarrollarse. No sólo se dedicaban a vender o intercambiar productos, ya que hacían también las veces de recaderos llevando encargos, cartas o productos a determinadas personas de los pueblos cercanos; y todo ellos por caminos, a veces, intransitables.

Existían algunos artículos que las unidades familiares no producían directamente como tejidos, calzado, alimentos especiales…, y tenían que adquirirlo de otros vecinos o desplazarse a los comercios de las poblaciones cercanas. La única posibilidad de obtenerlos era mediante el trueque con sus excedentes. Cualquier producto era bueno para la transacción: huevos, trigo, lana, gallinas y pollos, pellejos de animales (pieles), productos de la huerta, etc.

Para facilitar el intercambio los productos que intervenían siempre se valoraban en la moneda en curso legal, la peseta o el real, aunque esta no interviniera físicamente. Hubo algunos productos que debido a su oferta y a su demanda llegaron a convertirse en verdadera moneda de cambio. En torno al intercambio de huevos se llegó a crear todo un negocio. Bien los recoveros o bien los comercios iban recogiendo los huevos, los embalaban cuidadosamente en jaulas o cajas de madera envueltos en paja o virutas, y los almacenaban hasta la llegada de los camiones que semanalmente los transportaban hasta las grandes ciudades para su posterior venta.

Fue tan grande la demanda que algunos vecinos de la parte alta de la Sierra de Segura vieron la oportunidad de negocio e intentaron en cierto modo industrializar el proceso, construyendo algunas modestas granjas, quedando todavía algunas en Santiago-Pontones como vestigios de aquellas primarias explotaciones. A finales de los años 60 empezó el declive, ya que se construyeron explotaciones cerca de las ciudades, consiguiendo un producto más barato al reducir los costes, entre otros el del transporte, y estas granjas se transformaron o acabaron por desaparecer.

También era muy común en las transacciones las pieles de animal, y se hacía a través del pellejero, que valoraba y controlaba la calidad de las pieles. Por esta comarca comerciaban pellejeros que remanecían principalmente de las poblaciones cercanas a nuestra sierra de la provincia de Murcia, donde destacaba especialmente el municipio de Archivel, de Albacete y algunos incluso de tierras levantinas.

Otro producto que se utilizaba para trocar era la leña, único combustible de la época, destacando en esta actividad los habitantes de la aldea de Los Pinares eran los que más intercambiaban usando la madera como moneda de cambio.

La escasez y el trueque, aunque de forma obligada, también contribuía, al ahora tan de moda, reciclaje y al aprovechamiento de los recursos. Las alpargatas y ropa vieja se intercambiaban por otros productos y prendas nuevas. Esta mercancía era transportada a las fábricas de Alcoy, donde se transformaba en nuevas.

Localidad de Archivel

Servicios como la cocción del pan en hornos privados, o la molienda del trigo, se pagaban en especie, es decir con los propios panes o la propia harina. La cantidad de harina que se le entregaba al molinero se le denominaba maquila y era descontada de la molida total. Los molineros más pícaros vestían prendas de puños anchos de modo que al recoger la harina que les correspondía por sus servicios, obtenían el extra del producto que se quedaba en sus mangas; de aquí la expresión: tener la manga ancha.

Estamos ante una figura clave en el comercio de este tiempo. El recovero eran meros intermediarios, que a cambio de un pequeño margen recorrían la sierra a lomos de sus caballerías, más tarde pequeñas furgonetas con la mejora de caminos y carreteras, vendiendo el género en pequeñas aldeas, cortijadas y lugares recónditos. Adquirían las mercancías en los comercios de las poblaciones más grandes, como Puente de Génave, Orcera o Santiago de la Espada. Sus rutas duraban varios días y después de vender todos sus artículos volvían cargados con los productos que les habían entregado sus compradores, que les servían de medio de pago en los comercios. Los huevos era una mercancía delicada para su transporte por descuidados caminos, y siempre se corría el riesgo de perder lo ganado.

Fueron muchos los recoveros que comerciaron por nuestras aldeas, destacando José Flores, de Promaguillo; Máximo Rodríguez, de las Casas de las Tablas; su hermano Bautista, de Los Anchos; Serafín Carrillo, de Las Espumaredas; Ángel Fernández de Las Canalejas; José el Chotero de Los Goldines o Florencio de Fuente Segura. En Pontones hubo una recovera, Presentación Molina “la Gorda” que además de la dureza del oficio tenía que añadir la condición de ser mujer. Junto con su madre recorrieron durante 25 años las aldeas más próximas a Pontones vendiendo telas. Cuando llegaban a algún cortijo exponían su mercancía en la casa de alguna vecina, y allí mismo realizaban la venta, siendo su beneficio determinado por la compra de tela en metros y la venta al mismo precio en varas, ya que una vara era igual a 0,8 metros.

Los medios de comunicación fueron mejorando y las infraestructuras fueron permitiendo que los vecinos de las aldeas pudieran acceder a las poblaciones más grandes. De esta manera el recovero, poco a poco, fue perdiendo su función de intermediario y acabó por desaparecer o se convirtió en lo que en la actualidad llamamos vendedor ambulante.

Aldeas de Los Anchos

Fue una época difícil y dura, en la cual vivir en las aldeas serranas suponía un gran sacrificio, siendo los recoveros los únicos que podían aportar esa pequeña dosis de bienestar a sus habitantes, siendo el nexo de unión con poblaciones cercanas. Un reconocimiento y homenaje a todas las personas que hicieron la vida más fácil y llevadera gracias a su esfuerzo y entrega, especialmente un reconocimiento a los últimos vendedores, carteros, peones camineros… y todos aquellos que llegaban a las aldeas de nuestra Sierra de Segura para aportar ese bienestar a sus habitantes, en muchas ocasiones, olvidados.


sábado, 18 de noviembre de 2023

EL FERROCARRIL BAEZA-UTIEL. CRÓNICA DE UN FRACASO.

EL PROYECTO Y SU DESARROLLO EN LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA, SEGUNDA REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL.


La línea férrea, Baeza-Utiel, concebida para conectar el valle del Guadalquivir con la región levantina, siguiendo un itinerario alternativo al que se había establecido a mediados del siglo XIX por el paso de Despeñaperros, cuando ya se encontraba prácticamente concluida, se paralizó primero, y abandonó definitivamente poco tiempo después. Así se frustraron, una vez más, las esperanzas de cuantos habían visto en este proyecto ferroviario un medio para sortear el aislamiento secular y contribuir al desarrollo socioeconómico de las provincias de Jaén y Albacete; una frustración que resultaba tanto más dolorosa y escandalosa por lo que suponía de despilfarro de varios miles de millones de pesetas. El ferrocarril Baeza-Utiel arranca tras la instauración de la dictadura de Primo de Rivera y se extiende hasta los primeros años de nuestra democracia en las postrimerías del S.XX poniendo así punto final a una larga historia plagada de sinsentidos y contradicciones.

Trazado de la línea Baeza-Utiel

1.      INICIO DEL PROYECTO.

La primera referencia que tenemos sobre un trazado similar al que luego seguiría la línea Baeza-Utiel la encontramos en el proyecto sobre ferrocarriles de Francisco Coello en 1855. Este geógrafo nacido en Jaén, concibió un plan ferroviario alternativo al diseño radial predominante, con un trazado de líneas transversales, mucho mejor adaptadas a las condiciones topográficas de la Península Ibérica y basado en la posibilidad de enlazar las costas atlántica y mediterránea. Desde su presentación, poco más se supo de este trazado hasta que a finales del siglo XIX, una serie de particulares, solicitaron autorización para el establecimiento de varios ferrocarriles de distinto ancho y diferente longitud que trataban de enlazar el valle del Guadalimar con la comarca de La Loma, o bien la Sierra de Segura con tierras manchegas, pero todos ellos acabaron desestimándose.

El primer precedente claro del ferrocarril Baeza-Utiel lo encontramos en el Plan de Ferrocarriles Secundarios recogido en una Ley de mediados de 1904. En ella se clasificaban los proyectos ferroviarios en aquellos sin subvención directa del Estado y los que tenían interés estatal. Dentro de estos últimos, en abril de 1905, se incluía un trazado que partía de la localidad valenciana de Requena, y por Casas Ibáñez y Albacete, finalizaría en Alcaraz, donde concluía también otro proyecto que partía de Valdepeñas y pasaba por Infantes y Villanueva de la Fuente. El centro ferroviario proyectado en Alcaraz sería una estación término sin ningún sentido aparente, por lo que el Plan se complementó, a finales de 1905, con un trazado desde Baeza hasta Alcaraz, pasando por Úbeda y Villacarrillo, un trazado más lógico y mucho más atractivo para los inversores ferroviarios.

D. Juan Isla Domenech. Ingeniero responsable del
Plan de Ferrocarriles Secundarios.

De esta forma, a mediados de 1910, se abrió concurso para adjudicar el proyecto sin que tuviera gran resonancia y aceptación porque las condiciones de construcción y explotación de la línea debieron ser muy poco atractivas, creando alarma social en las ciudades que atravesaría, especialmente en Albacete, donde se convocó asamblea para tratar tal circunstancia. De nada sirvió pues una segunda subasta, dos años después, arrojó el mismo resultado que la primera. Un nuevo fracaso que no hizo desistir a las instituciones y fuerzas políticas y sociales involucradas en la creación del ferrocarril. Se celebraron nuevas asambleas, se crearon comisiones integradas por miembros de todas las provincias afectadas y se incrementó la presión de fuerzas políticas y populares ante los poderes públicos para conseguir la ansiada línea que comunicaría Baeza con Utiel. Pero todo fue en vano.

2.      EL PROYECTO EN LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA.

Sin embargo, no fue hasta la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera cuando la persistente reivindicación de asociaciones y entidades colectivas se vio secundada por múltiples pronunciamientos a título individual de personalidades de reconocido prestigio social e intelectual de las dos provincias de Jaén y Albacete, utilizando incluso las páginas de la prensa nacional, con artículos claramente reivindicativos, exigiendo a los miembros del directorio militar que pusieran en marcha los mecanismos pertinentes para que la línea fuera una realidad después de más de dos décadas.

D.Rafael Benjumea. Conde de Guadalhorce
Ministro de Fomento en la Dictadura de Primo de Rivera 

No sabemos hasta qué punto fueron efectivas estas peticiones individuales y colectivas, pero lo cierto es que el Plan Preferente de Ferrocarriles de Urgente Construcción aprobado a comienzos de 1926, incluía una línea denominada en el texto legal como “Baeza a empalmar con la (línea) de Cuenca-Utiel”, o sea, la unión de las dos líneas de ferrocarriles secundarios que se habían propuesto en 1905, con la única modificación de la estación término de la línea, no siendo Requena sino la cercana localidad de Utiel. Aprobada oficialmente, las instituciones oficiales de Jaén y Albacete intensificaron las gestiones ante el Ministerio de Fomento para acelerar el inicio de las obras. En esta ocasión la delegación jiennense se mostró mucho más diligente que la albacetense, ya que sus vínculos políticos con el directorio presidido por Primo de Rivera.

El primer escollo serio que hubo de salvar el ferrocarril Baeza-Utiel estuvo relacionado con el establecimiento definitivo de distintas porciones del trazado tanto en la provincia de Jaén como en la de Albacete. En la primera, el problema radicaba en la dirección a seguir a partir de esa estación término. Inicialmente se había previsto seguir un itinerario similar al diseñado por Francisco Coello a mediados del siglo XIX, sin embargo, la fuerte presión de los grandes propietarios de la Loma de Úbeda, a la que muy pronto se sumó la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Jaén, obligó, después de muchas tiranteces, a modificar ese recorrido en su tramo inicial. Las opiniones de aquellos terratenientes se reflejaron perfectamente en los numerosos escritos de la Cámara, rubricados en ocasiones por el Presidente de la Cámara Agrícola provincial. En ellos se dejaba meridianamente claro que, reproducimos textualmente: “seguir el trazado por la cuenca del Guadalimar es la utopía más enorme que puede alimentarse, puesto que habían de cruzarse los ríos tantas veces como kilómetros haya de recorrido, en lo que se invertiría una enorme millonada tan perfectamente inútil, como lo sería la semilla tirada a boleo en tierra infructífera. En cambio, siguiendo el valle del Guadalquivir se atravesaban pueblos que sólo al nombrarlos dan la sensación de riqueza que poseen, riqueza que por falta de vías comunicativas no sale espontáneamente a los mercados, y cuando sale, lo hace en condiciones anormales y con un bajo precio, perjudicando de manera ostensible al productor e imposibilitando el desarrollo natural y lógico de la industria y el comercio”. Así pues, en lugar de discurrir por el valle del Guadalimar, el trazado se desvió por el valle del Guadalquivir y la cara sur de La Loma de Úbeda, con la consiguiente satisfacción de los propietarios agrícolas de La Loma y del conjunto de la población residente en todas las agrociudades que surcaba el ferrocarril, profundamente decepcionadas después de que a finales del siglo XIX se variara el recorrido de la línea Linares-Almería, alejándola definitivamente de estas tierras. Esa modificación originó una cierta polémica que resucitaría varias veces a lo largo de la historia de la línea: se acusaba al general Saro, y por extensión a los grandes terratenientes de la zona por la que discurría el nuevo trazado, de haber variado éste a su antojo, por puro interés personal, a sabiendas de que tal modificación suponía un encarecimiento de las obras y una mayor carga para las arcas públicas. En ese momento aún no se conocían las enormes complejidades técnicas que traía aparejada esa decisión, que acabó convirtiéndose en un verdadero lastre para el desarrollo del ferrocarril.

Monumento en Úbeda al Gral. Leopoldo Saro

En la provincia de Albacete aún se demoró más la decisión sobre el diseño definitivo del trazado, que también estuvo acompañado de una cierta controversia. Durante muchos años se contempló como solución más apropiada para enlazar este ferrocarril con la línea de Cuenca a Utiel, el desvío a la altura de Robledo, para buscar desde allí la dirección de La Roda y luego la de Iniesta y Minglanilla hasta desembocar en la línea de Cuenca. Semejante propuesta implicaba dejar al margen del Baeza-Utiel a la ciudad de Albacete, que tan activa se había mostrado siempre en la lucha por su consecución. Semejante propuesta no tardó en ser contestada por los detractores de este trazado, quienes advirtieron que era “una fantástica derivación propia para ser defendida por lo que saben poca geografía”. Para demostrarlo de manera fehaciente, elaboraron un pequeño estudio sobre ambas variantes en el que se demostraba que el trazado que pasaba por la capital de la provincia era más conveniente que el desvío por La Roda puesto que resultaba menos complicado desde el punto de vista topográfico y permitía un recorrido más extenso del ferrocarril por tierras albacetenses, con lo cual se ampliaban las perspectivas de desarrollo a más localidades y, en definitiva, podía beneficiar a un mayor volumen de población. Por otro lado, el trazado resultaba mucho más aconsejable desde el punto de vista económico, tanto por la importancia que a este respecto tenía la ciudad de Albacete, como por la mayor riqueza agrícola de las zonas por las que atravesaba. Con tales argumentos, apoyados mayoritariamente por la sociedad civil albacetense, el diseño del trazado se recondujo y acabó estableciéndose por la capital de la provincia, aprovechando para ello la misma estación que se había inaugurado en 1855 para acoger el ferrocarril de Madrid a Alicante; una decisión que volviera a suscitar una nueva polémica. En efecto, esta nueva “estación de conjunto” necesitaba una ampliación sustancial que chocaba de frente con la expansión del casco urbano, por lo que muy pronto se pensó en desplazar las instalaciones ferroviarias para que éstas no interfirieran con el desarrollo urbanístico. Sin embargo, la solución no era tan fácil como algunos habían previsto en un principio. De hecho, se formaron distintos anteproyectos durante la Segunda República y en los primeros años de posguerra, pero la solución era tan compleja que aun transcurrirían muchos años hasta que se adoptara una solución definitiva. Y entonces esa decisión ya no estuvo condicionada en modo alguno por el ferrocarril Baeza-Utiel.

D. Luis San Gil. Ingeniero Jefe del proyecto en 1927

La línea tenía una longitud total de 364,9 km, de los que 249,6 km correspondían al tramo entre la Estación de Baeza y Albacete, y 115,3 km al comprendido entre esta última ciudad y Utiel. En la provincia de Jaén la línea contaba con 8 estaciones y 10 apeaderos; en la de Albacete con otras 8 estaciones y 12 apeaderos, y en la de Valencia con 2 estaciones y 3 apeaderos. Como puede advertirse, el número de apeaderos era muy superior al de estaciones, lo que delata la fuerte presión que llegaron a ejercer las autoridades locales y algunos grandes propietarios agrarios para que la línea se acercara a sus municipios o a sus propiedades, a cambio de lo cual cedieron gratuitamente el suelo para el emplazamiento del viario y las edificaciones ferroviarias.

Además de esas edificaciones de mayor o menor envergadura, el establecimiento del viario en sus distintas fases históricas requirió de otra infraestructura mucho más potente y compleja, entre la que sobresalían los 107 túneles de distinta longitud y dificultad que hubo que excavar para salvar algunos de los principales obstáculos del trazado. Su extensión conjunta superaba los 28 km, lo que nos da una buena idea de la dificultad y encarecimiento de las obras. Así mismo hubo que levantar un total de 25 viaductos, también de muy variada extensión y complejidad. A todo lo anterior se sumaban las numerosas obras de cementación de trincheras, reforzamientos de taludes, etc., que en distintos tramos del recorrido resultaron tan complicadas y costosas como las anteriores. Téngase en cuenta que en algunas de esas partes del trazado existían graves problemas derivados de la inestabilidad de los suelos, que sólo era posible corregir mediante la construcción de enormes diques de cemento con capacidad para contener los deslizamientos y desprendimientos en masa.

Viaducto sobre el río Guadalimar

3.      INICIO DE LAS OBRAS Y PRIMERA PARALIZACIÓN.

Para la ejecución de todas esas obras de infraestructura, el trazado se dividió en cuatro grandes secciones de diferente longitud. A su vez, cada sección se subdividió en distintos trozos en razón de la mayor o menor complejidad y coste económico de cada uno de ellos. Los estudios técnicos de esas secciones se aprobaron escalonadamente entre principios de 1927 y mediados de 1928. Acto seguido se anunciaron las subastas de las obras de explanación, fábrica, edificios, túneles y accesorios correspondientes a cada sección. Tras la adjudicación, dieron comienzo las obras en los primeros trozos subastados a finales de septiembre de 1927. De inmediato, en la práctica totalidad de los municipios afectados, se incrementaron de un modo apreciable las expectativas de empleo, y en todos ellos se observó una mejora sustancial de los niveles de vida del conjunto de la población. Es más, en algunas localidades las necesidades de mano de obra crecieron de tal modo que se llegaron a generar corrientes inmigratorias hacia los mismas de una cierta relevancia demográfica. Así sucedió, por ejemplo, en Beas de Segura, donde el inicio de las obras del ferrocarril vino a coincidir con los primeros trabajos de levantamiento de la presa del Tranco, lo que originó una situación de pleno empleo nunca antes conocida en esta localidad serrana, o en Úbeda y Baeza, en los que las tasas de paro se redujeron sustancialmente y aminoraron la tremenda presión social que venían soportando estas dos agrociudades. Igual puede decirse de los pequeños municipios manchegos por los que discurría el ferrocarril, donde las obras actuaron como un auténtico revulsivo demográfico.

Desgraciadamente, ese bienestar social duró muy poco tiempo ya que a principios de agosto de 1930 las obras del ferrocarril se paralizaron por falta de consignaciones presupuestarias. Los Ayuntamientos y las Diputaciones provinciales de Jaén y Albacete iniciaron entonces todo tipo de movilizaciones ante el Ministerio de Fomento, pero no consiguieron que sus intensas gestiones dieran ningún fruto positivo, probablemente por la fuerte inestabilidad política de aquel momento de transición.

Trabajadores en la línea Baeza-Utiel

4.      EL PROYECTO EN LA SEGUNDA REPUBÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL.

Tras la proclamación de la segunda República en abril de 1931, lejos de mejorar, las perspectivas empeoraron de forma alarmante. Una Ley promulgada a comienzos de 1932, declaró nulo el Plan Preferente de Ferrocarriles de 1926 por el que se había creado la línea Baeza-Utiel, lo que vino a descartar cualquier posibilidad de relanzamiento de las obras paralizadas. Un poco más tarde el Ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, que ya se había mostrado partidario de no gastar ni una peseta más en la apertura de nuevas líneas, firmó un duro decreto en el que acusaba a los redactores de aquel Plan de haberlo acordado alegremente en un viaje entre Madrid y El Escorial “sin parar en las potencialidades económicas del país y sin estudiar siquiera el rendimiento económico de cada línea ni tener en cuenta indeclinables conveniencias nacionales”. En consecuencia, a partir de la entrada en vigor de esa norma todas las líneas que se encontraban en ejecución y no respondían a intereses generales, sino a deseos o aspiraciones locales, quedaban al margen de la financiación estatal, que en lo sucesivo sólo se comprometía a aportar un tercio del costo de las obras que quedaran por ejecutar.

Como era de prever, la reacción de las autoridades municipales y provinciales no se dejó esperar por mucho tiempo. En una coyuntura especialmente crítica desde el punto de vista social y económico, como la que se vivió durante los primeros momentos republicanos, la oportunidad que representaba el ferrocarril ya no residía tanto en su capacidad para romper el aislamiento, sino en su eficacia a la hora de generar empleo alternativo al que proporcionaba el sector agrario, que tampoco pasaba entonces por sus mejores momentos. Por esa razón, dirigentes socialistas de las provincias de Jaén y Albacete, aunque no desautorizaron públicamente a Prieto, e incluso se negaron a participar en algunos de los actos de desagravio programados a raíz de esta decisión, tampoco dejaron de maniobrar en la sombra para tratar de contrarrestar los efectos laborales de esta medida, que dejaba al partido y a las instituciones en las que gobernaba en una situación muy debilitada frente a la clase trabajadora, cada vez más radicalizada por la carencia de perspectivas de empleo.

D. Indalecio Prieto

Las muestras de la inquietud popular afloraron en la multitudinaria asamblea celebrada a principios de junio de 1933 en Albacete, a la que acudieron, además de centenares de personas a título individual, los principales representantes institucionales de esa provincia y de las de Jaén, Ciudad Real, Cuenca y Valencia. En ese acto multitudinario volvió a exigirse al gobierno que pusiera fin a esa paralización del ferrocarril que situación que tanto perjuicio económico y malestar social estaba acarreando. Para comunicar esa demanda, una comisión surgida de la asamblea se trasladó a Madrid a fin de conversar y entregar directamente al Ministro de Obras Públicas el escrito donde se recogían todas sus reivindicaciones. Éstas y otras acciones del mismo tenor, contribuyeron a la creación de un clima social muy similar al que había precedido al establecimiento del ferrocarril, dejando todo en manos de una decisión de índole político que viniera a dar satisfacción a las presiones recibidas.

Esa esperada decisión se produjo tras el primer gran cambio de gobierno que sucedió a las elecciones republicanas de finales de 1933. Un Decreto de febrero del año siguiente firmado por el nuevo Ministro de Obras Públicas, Rafael Guerra del Río, venía a reactivar las obras de todas aquellas líneas férreas en las que ya se llevaban invertidas una gran cantidad de caudales públicos, que un país como España no podía permitirse el lujo de despilfarrar, máxime si dichas líneas venían a completar el sistema radial de ferrocarriles, como era el caso de la línea Baeza-Utiel. De acuerdo con ello, el texto legal establecía que todas las líneas comprendidas en el Plan Preferente de Ferrocarriles de 1926, más aquellas otras acordadas por el Parlamento e iniciadas con anterioridad a esa fecha, cuyas obras se encontraran en curso de ejecución, proseguirían por cuenta exclusiva del Estado. Por el contrario, no se iniciarían obras en ninguna otra línea cuya ejecución no hubiera comenzado, aun cuando estuviera incluida en dicho Plan. De cara a la finalización de las obras, las líneas afectadas se clasificaban por “orden de urgencia para su terminación”, de acuerdo con lo que se hubiera invertido en cada una de ellas hasta ese momento (31 de diciembre de 1933), así como de lo que quedara por invertir. Aunque los datos que figuraban en los anexos que acompañaban al Decreto estaban equivocados, no cabe ninguna duda de que el ranking estaba encabezado por el ferrocarril Baeza-Utiel, en cuya ejecución se llevaban gastados, en la fecha citada, un total de 110,6 millones de pesetas del total de 227,6 millones de pesetas presupuestados inicialmente. Parecía lógico, en consecuencia, que una obra pública en la que ya se había invertido casi el 65 % de su coste total, no se abandonara y se malgastaran así unos fondos públicos que tanto esfuerzo había costado conseguir.

D. Rafael Guerra del Río

Consecuentemente, a partir de la promulgación de ese decreto las obras se retomaron en el mismo punto en el que se habían abandonado cuatro años antes. Pero la reactivación fue sumamente efímera, ya que, tras el inicio del levantamiento militar de julio de 1936, y el posterior desencadenamiento de la guerra civil, las obras sufrieron una brusca ralentización, si bien no llegaron a paralizarse por completo. El hecho de que la zona por la que discurría la línea hubiera permanecido leal al gobierno legítimo de la Republica, permitió seguir aplicando al trazado ferroviario distintas partidas presupuestarias hasta mediados de 1937, año en el que se aprobaron pagos por un valor cercano a los 6,5 millones de pesetas en las cuatro secciones del ferrocarril. Desde entonces, la acuciante asfixia financiera del gobierno republicano sólo permitió inversiones muy diminutas, incapaces por sí solas para sufragar las mínimas labores de conservación de las explanaciones y obras de fábrica que se habían ejecutado hasta ese momento.

Esa falta de consignaciones ocasionó enormes perjuicios derivados del deterioro que experimentaron algunos trozos del trazado, que obligó a rehacerlos casi por completo una vez concluido aquel episodio bélico tan absurdo como sangriento.


Eduardo Araque Jiménez.