lunes, 14 de diciembre de 2020

9º Premio Domingo Henares. EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA (2ª parte)

Desarrollamos la parte final de la narración de Pedro Pablo Cano Henares ganadora del IX premio de Relato Histórico Domingo Henares patrocinado por el Ayuntamiento de Puente de Génave, en el que se nos describe a través de un relato ágil centrado en las luchas y combates, que en estos parajes de la Sierra de Segura, se pudieron realizar durante la época medieval entre los habitantes cristianos de la serranía y los musulmanes del cercano reino de Granada. Continúen disfrutándolo.

Mapa de situación y extensión de los Campos de Hernán Pelea

EL ORIGEN DEL NOMBRE DE LOS CAMPOS DE HERNÁN PELEA.

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    No llegó a la hora de estar allí amagantado cuando escuchó el inequívoco sonido del trote de los caballos enemigos; cuando pasaban junto a él, espoleó a su brioso caballo que subió al trote la pared de la hoya en la que se encontraba y, súbitamente, apareció sobre sus enemigos. Estos, al verlo, no les dio tiempo a pensar, salvo preguntarse quién era ese demonio que surgía de las entrañas de la tierra, y, antes siquiera de poder tener otro pensamiento, ya el joven Hernán había asestado un mandoble mortal al jinete más cercano, que lo desmontó y dejó tendido cual largo era sobre la tierra; sin tiempo siquiera a reaccionar se lanzó sobre el segundo jinete y, con el brío de su caballo, lo arrasó, derribando a su oponente, al que asestó un espadazo que le abrió la cabeza en dos. El tercer jinete, al contemplar lo que ocurría, quedó paralizado con los ojos desorbitados; ya no le dio tiempo a más pensamientos, lo último que contempló fue el largo brazo del zagal atravesándole el pecho con su espada.

Paraje de la Majada de Calles

    Tras esta hazaña, el joven Hernán recogió las bellas cabalgaduras, todas ellas bien enjaezadas al estilo árabe con ricas monturas, eran buenos caballos árabes pero pensó que no eran comparables a sus magnifico ejemplar, los dejo atados y escondidos en la hoya de la que surgió y pensó ya solo quedaban once enemigos; visto lo visto, pensó que si él fuera su jefe habría dejado a dos caballeros guardando el corral de la Raja y habría mandado de tres en tres a su tropa para recoger lo mejor de los ganados y, como había acertado en que se dirigirían a Cueva Paria, las otras tres tropas se dirigirían una a Majá las Calles, que era donde estaban las yeguas, otra a el Pozo Purga, en donde estaban las ovejas primalas y los carneros, y el último a Monterilla, donde había otra paridera; las vacas pensó que las dejarían tranquilas, ya que al hacer el camino con ellas bregarían mucho más y lo que les interesaba era hacer rápido la vuelta. Como era el Pozo Purga lo que más a mano le quedaba, se dirigió hacia allí consciente de que sus enemigos ya habrían llegado y esperando que los mastines que guardaban a las primalas hicieran su trabajo, entorpeciendo y distrayendo a los moros, lo que le daría su oportunidad. A galope tendido no tardó en llegar y, como esperaba, los mastines estaban haciendo frente a los saqueadores; estos inteligentes y valientes perros no se amilanaban ante nada, ya habían descabalgado a un moro que, pie en tierra, maldecía su sino, sus compañeros trataban de lancear a los mastines, mientras primalas y carneros se desperdigaban aterrorizadas del espectáculo que contemplaban.

Paraje del Pozo de Purga

    Sin parar de galopar, se dirigió hacia el moro descabalgado y, antes de que este pudiera darse cuenta de lo que ocurría, fue lanceado, tras lo cual dos mastines se abalanzaron sobre él y solo se le escuchó pedir clemencia a su Dios; los otros dos atareados, como estaban tratando de lancear a los mastines y que estos no los descabalgaran, ni lo vieron venir, solo se percataron de su presencia cuando lo tenían encima; el segundo jinete ni tiempo tuvo de volver la lanza contra el furioso joven que lo atacaba: de un certero lanzazo lo descabalgó y lo dejó malherido.; no se paró a rematarlo, sabía que este era trabajo de los mastines, como así fue. Al tercero ya no lo pilló desprevenido, ya que había contemplado la anterior escena, y volvió rápidamente grupas contra el joven, el encontronazo fue bestial pero la fortaleza de nuestro joven y su caballo habían tirado por tierra a su enemigo que, dando trompazos, voltearon a tierra jinete y caballo, sin darle tiempo de reaccionar se abalanzaron sobre él los mastines que trataba de lancear y, tomando justa venganza, acabaron sin contemplación con él.

   Tras apaciguar y agradecer a sus mastines su bravura, como había hecho anteriormente, recogió los caballos de los moros, no porque pensara en que escaparan de aquel paraíso de ricos pastos, lo hacía para que si alguno de ellos iba en busca de su natural carencia en su careo, no pudiera alertar al resto de su enemigos de lo que estaba ocurriendo; en sus pensamientos se decía: “ya solo quedan ocho”. Volvió a lomos de su caballo, llamó a varios de los mastines y, junto a ellos al galope, enfiló hacia el camino que va a Monterilla, pensando cómo emboscar a sus siguientes rivales. No tardó en llegar a Monterilla y allí se encontró un cuadro parecido al anterior, los moros bregando con los mastines que, a dentelladas, se aferraban a las patas de los caballos de los intrusos, de tal manera que ya habían descabalgado a dos de ellos que, empuñando sus kabilas, daban estocadas al aire intentando alcanzar a los mastines, que se defendían con bravura y sin temor, a pesar de recibir alguna que otra cuchillada que ya había acabado con tres de estos poderosos perros, mientras tanto el tercero galopaba en la distancia tratando de coger los caballos de sus compañeros que, como alma que lleva el diablo, habían salido pies en polvorosa.

Paraje de la Monterilla

    La visión del joven guerrero a galope tendido acercándose a ellos montado en su pequeño pero valioso caballo, con sus largas piernas colgando que a lo lejos parecía que ayudaban al caballo en su galope impulsándolo con más brío, escoltado por cuatro grandes mastines a la carrera con la boca llena de espumarajos blancos que resaltaban aún más si cabe en su inmensa cabeza negra, ya no solo asombraba, daba verdadero pánico; los moros, al verlo más, pensaron en el mismo diablo que venía hacia ellos con sus perros del averno, y así era, pero este diablo era de carne y hueso y tan solo tenía diecinueve años. Al llegar a ellos, tanto jinete como perros se abalanzaron; el joven dio una estocada que arrancó de cuajo la mano de unos de los moros, volando por los aires la mano y la kabila que empuñaba. El moro, gritando de dolor, maldecía al tiempo que saltaron sobre él dos de los mastines que llegaban a la carrera; el otro moro no corrió mejor suerte, acabó con el cuello partido de un mordisco de estos poderosos canes; en cuanto al tercero, lo había perdido de vista en su loca carrera tras los caballos de sus compañeros, días después apareció sus caballo medio cojo y tuvieron que pasar varios meses antes de encontrarlo muerto en el fondo de un sima: en su loca carrera habían tropezado caballo y jinete con la boca de esta sima, con tal mala suerte que el caballo rodó con una pata malherido y el jinete en la caída se partió el cuello al caer en ella.

    El joven Hernán pensó que ya no era hora de sigilos ni celadas, sabía que su padre se acercaba y no debería de andar ya muy lejos, como así era, ya solo quedaban cinco de los intrusos, ya que el que dejaba atrás por el camino que cogió, o bien se tropezaría con los refuerzos que su padre traía o terminaría perdido, como así fue, por lo que no suponía ningún peligro para él. Se dirigió a trote corto, acompañado de sus cuatro mastines, a los que se les habían unido otros tres de los que allí estaban, tranquilamente, hacia Majá las Calles, sabía que allí no sería posible contar con la distracción de los mastines, ya que estos no eran especialmente amigos de las yeguas, que recelaban de ellos, por lo que no se hermanaban como con ovejas y cabras y dejaban a las yeguas pastar tranquilas con sus potrillos, pero pensó que solo quedan cinco y nosotros somos ocho, los siete mastines y él, más y con ventaja.

   Su empeño ya no era derrotar a sus enemigos, su objetivo era impedir que estos huyeran llevando consigo algunas yeguas, ya que del resto de ganado sabía que ya no les quedaba ni tiempo ni hombres para poder hacerlo y las gentes de su padre estarían al caer; tomando un respiro, caminó hacia su destino, siempre mirando a su izquierda por si veía a sus enemigos emprender la huida hacia el puerto que por ahí caía. Llego a la entrada de Majá las Calles y, a lo lejos, contempló como los cinco jinetes que quedaban revoloteaban alrededor de las yeguas que habían juntado; él los vio y ellos a él, su figura desgarbada se exageraba, montado sobre su pequeño caballo produjo grandes carcajadas a los moros que contemplaban cómo se acercaba. De los cinco, uno era el sobrino del alcaide de Baza, Aben-Zaid, y jefe de la expedición, por su tío conocía de la gran rivalidad que tenía con un gigantesco caballero de aquellos lares pero también sabía que ya había muerto, por lo que dedujo que debería de ser algún pariente el gigante que se acercaba, ya más cerca contempló el hermoso ejemplar que a lomos lo traía y recordó la historia que su tío le había contado sobre su viejo enemigo, y cómo éste, en la entrada y toma de Huéscar, había robado un semental y tres yeguas que eran propiedad del alcaide de esa villa, descendientes de las yeguas Saglawieh que al califa de Córdoba le entregaron como tributo los beduinos africanos; era esta estirpe de caballos la más sagrada para los sarracenos de al-Ándalus, por lo que la afrenta de su robo aún era recordada.

Alcazaba de Baza

   Desconociendo todo lo acontecido y pensando que sus nueve compañeros ausentes estarían al caer, pensó que sería gran honra matar a aquel imberbe y recuperar el semental que montaba, a buen seguro descendiente de aquellos robados en Huéscar, y lavar de paso el honor de todos los buenos musulmanes que entonces fueron agraviados; seguro estaba de su victoria, él que se había criado en la corte de Granada y había tenido los mismos maestros de armas que los hijos del Emir, él que montaba un hermoso caballo también de la sangre de los Saglawieh y portaba una espada jineta bellamente engalanada con rubíes y zafiros regalo del mismísimo Emir granadino, ¿qué tenía que temer de aquel destartalado joven de apenas barba en la cara?

   Al llegar a tiro de ballesta de ellos, el joven se paró desafiante y les grito: “¡quietos donde estáis bandidos sarracenos, pues no he de permitir que de aquí partáis con alguna de mis yeguas o ganados!”. Por respuesta sonaron unas risotadas de los sarracenos y el reto desafiante de su jefe a singular combate campal; él, sin descomponerse, aceptó dicho desafío diciendo su nombre y su estirpe, que su abuelo había derrotado a los moros de Baza en más de una ocasión con la misma espada que ahora él portaba, de lo acontecido a sus camaradas, y como él y sus mastines los habían derrotado y dado muerte, y cómo pensaba hacer lo mismo con ellos cinco; al oír esto ya no se antojaba tan fácil la pelea, pero como buen caballero ya no podía retrasarse y no le quedaba más que vencer o morir, mientras sus compañeros escuchaban asombrados lo que el joven relataba, a la vez que miraban a los perros gruñendo con las bocas aún machadas de la sangre de sus compañeros, temían una señal del valiente joven y que estos se abalanzarán sobre ellos.

   Establecidos los términos del duelo hicieron un gran círculo, en una parte de este se encontraban los cuatros jinetes que acompañaban al caballero nazarita, enfrente de ellos los siete mastines que obedientemente había dejado al acecho nuestro joven, en el centro los dos contendientes a lomos de sus respectivos caballos; el duelo comenzó y en la primera acometida espadas y jinetes chocaron en el aire, con tal virulencia había lanzado su golpe el joven Hernán que dobló el brazo de su oponente quebrándolo y lanzándolo lejos de su cabalgadura, no le dio tiempo a levantarse al joven emir bastetano cuando el largo brazo del cristiano le asestó un terrible golpe que le seccionó la cabeza de su tronco, volando esta con los ojos descompuestos del desgraciado mahometano; sus compañeros de correrías al ver esto volvieron grupas y picarón espuelas camino del puerto, con tal celeridad partieron que no pararon hasta llegar a la ciudad de Baza para enfrentarse a la ira de su caudillo Aben Zaid. Acabada ya la gran Pelea que el joven Hernán Martínez había tenido en solitario con los moros de Granada, poco a poco fueron apareciendo los mozos y peones que corrieron a esconderse en los covachos de la zona y, asombrados, contemplaron lo acontecido. No tardaron mucho tiempo en llegar los refuerzos al mando de su padre que seguían el reguero de sangre y muerte que tras de sí había dejado su hijo, cuando por fin se encontraron y tras comprobar que estaba de una pieza le espetó: “Bien puedes decir que eres nieto de quien eres”.

   Esta hazaña pronto recorrió toda la frontera entre moros y cristianos. De la gran Pelea de este Hernán contra moros de Granada, el joven, de todo el botín, solo conservó la silla y los jaeces del caballo que llevaba el joven emir bastetano, todo lo demás lo donó y repartió entre sus mozos y peones. Es a partir de ese día cuando a aquel lugar se le empezó a llamar los Campos de la gran Pelea de Hernán primero, para quedar posteriormente como Campos de Hernán Pelea. Estos hechos no pasaron desapercibidos para el comendador de Segura, que nombró al joven Hernán, al igual que a su abuelo Caballero de Sierra, a los pocos años ya comenzada la definitiva reconquista del reino de Granada, fue llamado por el maestre de la Orden de Santiago Alonso de Cárdenas junto a él, y en esta hueste coincidió con un pariente que era originario como él de la villa de Siles, Aparicio de Segura, con el que hizo gran amistad y se hermanaron en la lucha, de tal manera que el Maestre solía decir que de tener más caballeros como los primos de Segura, la guerra de Granada se ganaba en una sola campaña.

   Al terminar la guerra de Granada volvió el guerrero a su hogar de El Hornillo, donde ejerció como Caballero de Sierra hasta el fin de sus días, fue respetado y admirado por su singular Pelea y por sus hazañas en la guerra de Granada. Su espada se guardó por gran tiempo en la sede del concejo de la ya villa de Santiago de la Espada, y se dice que ésta tomo nombre “de la Espada”, por esta espada que tan bien defendió su territorio.

Santiago de la Espada. (El Hornillo)

   Epílogo: cuando los cuatro supervivientes de la Pelea de los Campos llegaron a Baza, con gran temor contaron lo ocurrido a su emir Aben-Zaid, éste, a punto estuvo de mandar cortarles las cabeza por haber abandonado el cuerpo de su sobrino, al que quería como a un hijo, pero se contuvo y pensó que gran parte de culpa era suya por haber pensado que, habiendo muerto su viejo enemigo, la victoria sería fácil y el botín grande; recordó como las tierras de la Encomienda de Segura estaba habitada por rudos montañeses, hombres libres apegados a sus montañas y privilegios, descendientes a su vez de los duros montañeses leoneses que tantos quebraderos de cabeza habían dado a sus ancestros musulmanes, en las duras luchas en este paraíso que era al-Ándalus.

   A fin de cuentas, fue él quien decidió esta entrada a Segura en vez de al Adelantado, habitado por siervos blandos y sin apego a un territorio, que era de un arzobispo al cual le preocupaban más los rezos que el bienestar de sus siervos; si bien el botín hubiera sido menor, habría evitado el ridículo de la derrota y de cómo un solo montañés había podido con catorce de sus mejores caballeros. A esto le vino a la mente la advertencia que le había hecho un adivina, una noche loca de su juventud, en una taberna del Albayzín, donde le predijo “guárdate de quien se llame Hernán”, había pensado que con la muerte de sus viejo enemigo esta había acabado, y, mira por donde, el nieto del mismo nombre lo había vuelto a perjudicar; pensó en tenerlo en cuenta y de momento no molestar más a la encomienda de Segura.

Pedro Pablo Cano Henares

Posdata: el maleficio no acabó aquí como pensó Aben-Zaid, tan solo siete años más tarde murió a manos de Hernán Pérez del Pulgar y García Osorio, en la Toma de la ciudad de Baza.

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