viernes, 1 de noviembre de 2013

NOCHE DE ÁNIMAS. NOCHE DE CANDELAS SOBRE ACEITE

Con la publicación de este artículo de nuestro paisano Pablo García González, quien durante muchos años ocupó cargos de responsabilidad en RTVE, se demuestra que aquellos que sienten vinculación con nuestro pueblo, tienen en el blog una ventana abierta para aportar toda una serie de vivencias y conocimientos que dan dimensión al desarrollo cultural y el mantenimiento de nuestras raíces. Está claro que en el blog nos congratulamos de esta aportación y animamos a que sean más las personas que lo utilicen como demostración de vinculación y arraigo a nuestro pueblo. En este caso, la colaboración de nuestro amigo Pablo, se centra en esa celebración que asoma a nuestras vidas cuando los primeros fríos hacen aparición y que está muy arraigada dentro de nuestras costumbres y tradiciones. Nos referimos a la celebración del día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos. Nuestra tradición siempre ha tenido una alta consideración hacía estos días, pues son días de recuerdos y de sentimientos. No obstante hay que mencionar que no están exentas, estas celebraciones, de cierta superstición y misterio, especialmente por provocar una vinculación entre este mundo y el del más allá, lo cual queda representado de manera singular el día de las Ánimas.

NOCHE DE ÁNIMAS: CANDELAS SOBRE ACEITE, NARRACIONES Y LEYENDAS.

Por Pablo García González.

            La inescrutable separación entre la vida y la muerte quedaba rota la noche de Ánimas, la noche entre el uno y el dos de noviembre. Con las tinieblas era posible, momentáneamente, la comunicación entre los vivos y los espíritus de los difuntos. Y esa era una creencia aceptada, o temida, en una sociedad donde se mantuvo una colonia espiritista hasta que el franquismo acabó con cualquier doctrina heterodoxa.

          La celebración de las ánimas ha ido desapareciendo de sus últimos reductos en las sociedades rurales, al tiempo que arraigaba entre los niños y jóvenes de las modernas sociedades urbanas su equivalente anglosajona: halloween. La versión americana de lo que no es sino una arcaica tradición europea se va imponiendo convenientemente importada entre hamburguesas y coca colas. Todos los pueblos desde tiempos remotos han rendido culto a sus muertos. Los celtas que vivieron en el occidente europeo desde España a las Islas Británicas, pasando por Bretaña, celebraban su fin de año, que coincidía con el fin del verano y de la recolección, con una fiesta a finales de octubre. Los muertos estaban asociados a esa fiesta porque aquellas gentes creían que durante esa noche les era permitido volver a sus antiguas casas. Pero los celtas también creían que espíritus malignos, fantasmas y otros monstruos, aprovechaban las tinieblas para aterrorizar a los hombres; para aplacarlos, encendían hogueras, y para camuflarse y pasar desapercibidos se disfrazaban, pintaban su rostro o se cubrían con máscaras tan terroríficas como el semblante que imaginaban en aquellos espíritus bestiales.

            El emperador romano Constantino declaró al cristianismo religión oficial del Imperio en el siglo tercero y dictó leyes que obligaban a convertirse bajo pena de muerte. Los papas y los obispos tuvieron siempre claro que era mejor apropiarse de las costumbres de los paganos y cristianizarlas, que prohibirlas, así que los panteones o templos dedicados a todos los dioses fueron consagrados a todos los santos cristianos y en el siglo VIII, la fiesta de todos los santos se situó en el día uno de noviembre. En el siglo X, San Odilón, abad de Cluny, añadió la celebración del dos de noviembre para conmemorar a los difuntos, muy probablemente, porque en muchos lugares se mantenían los antiguos ritos de los muertos: así que ya tenemos mezclados los antiguos ritos con las nuevas ceremonias. Las viejas creencias con los renovados credos. Las gentes siguieron visitando los lugares de enterramiento de sus muertos y en muchos lugares mantuvieron las creencias de la noche de ánimas, cuando los espíritus de los antepasados vuelven a sus parroquias y a sus casas.

            En muchos pueblos de España, todavía en los años cincuenta del siglo pasado, doblaban las campanas durante toda la noche de difuntos y en los hogares se encendían candelas en recuerdo y ayuda de las almas de los fallecidos. Recuerdo que en casa de mis abuelos se contaban historias en torno al fuego que evidenciaban la facilidad con que los difuntos nos visitaban en circunstancias establecidas por el más allá. Entre los más viejos de los presentes siempre había alguien que refería alguna experiencia propia, o se daban nombres de personas que habían protagonizado encuentros casi siempre benévolos con los muertos. Mientras, los irlandeses llevaban a EEUU la parte más festiva de los viejos ritos, las lámparas, las luces, las salidas nocturnas y la juerga que el Imperio ha devuelto a nuestros adolescentes como otro producto de consumo, mientras nosotros, abandonado el viejo ritual, celebramos el puente, la playa y los atascos.

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