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La gente menuda disfruta pero me
sorprende ver cómo los padres y amigos tampoco se quedan atrás y no tienen el
menor reparo en hacer un poco el gamberro. Se lo pasan pipa jugando al
“abejorro”. Uno se coloca de espaldas y delante del resto con una mano bajo la
axila contraria, mientras con la otra se tapa la mitad de la cara. Cualquiera
de los hombres de atrás golpea la mano de debajo de la axila del que está
delante y este se gira y tiene que averiguar quién ha sido a la vez que todos
imitan el zumbido del abejorro, de ahí el nombre del juego. Si acierta, cede su
sitio en la delantera. Pero yo recuerdo verles arrearse buenas “guantás” en
plena cara, supongo que alegres por la "bebía" y el cachondeo generalizado…
Otro juego con el que también disfrutan
de lo lindo, ya metidos en faena, es “la
pita”; para lo que era necesario negociar un palo pequeño, con una punta
afilada y otro grande, como de un metro, llamado “el cirre”. Al palo pequeño,
apoyado en una piedra para mantenerlo alzado, le daban un “golpecico” en una
punta para que se elevara y entonces le endiñaban otro golpe más grande para
mandarlo lo más lejos posible. El ganador era el que en cuatro golpes lo
alejara más.
Las mujeres, después de organizar un
poco el cotarro, también se animan a jugar a “la gallinica ciega”; y a allí que
acudimos todas las chiquillas encantadas de participar en un juego con nuestras
madres, hermanas, vecinas o amigas… Y después a “andurrear” un poquito por el
campo para disfrutar de la hermosura de la primavera entre amapolas, margaritas
blancas y amarillas, me quiere…. no me quiere…., el espliego, la jara y no
pocas ortigas, ¡cuidado que pinchan….!
Los hombres siguen a lo suyo y ahora
prueban con “la piola”, metidos de lleno en la niñez, saltan como chiquillos chicos sobre el que
permanece a caballito, a la vez que recitan una jerga rara y sin sentido como
garabato, rojalata y maisa…
¡Cómo pasan las horas de rápido cuando
se está tan bien! Con tanto trasiego entra cierto desconsuelo de estómago y hay
que visitar de cuando en cuando el lugar donde la intendencia ha desplegado las
viandas. Cuando eres chico, no sé por qué te atrae siempre más lo que las otras
madres llevan pero a mí lo que me apetece es un buen vaso de gaseosa fresquita Francusan,
la gaseosa del Puente, ¡solo faltaba! y un “puñaillo” de torraos; no le quito
ojo a esas botellas que flotan en un barreño entre trozos de hielo, junto a los
tercios de cerveza El Alcázar que serán para los hombres y los Nik de
naranja y limón que consumirán las mujeres.
En mis "sanmarcos" la música es una parte esencial del
programa del día y no necesitamos echar mano del radiocassette a pilas para
animar a la peña. Siempre hay una guitarra a mano o un laúd y las ganas
de todos de cantar están garantizadas, aunque sea a ritmo de las jotas del
Puente, o las de Siles, o….. al son de cualquier jotilla serrana que, con su
carga de no poca picardía, consiguen que alguna pareja se arranque y se marque
un baile.
Y así pasan las horas entre juegos y
risas y comiendo, siempre la comida de por medio, hasta que al caer la tarde y,
antes de iniciar el regreso a casa, tanto hombres como mujeres nos disponíamos a cumplir con el ritual,
culpable de esta estupenda peregrinación campestre anual; y que consiste en buscar algún junco, retama o enea para rodear
cualquier mata de hierbas y hacer tres nudos fuertes formando un perfecto haz
que simbolizará que el diablo estará bien “amarrao”, quedando así, con este
simple conjuro, prisionero de nuestros deseos y no será un estorbo a la hora de
disfrutar de una buena cosecha, parabienes y salud hasta el próximo año.
Y al caer la noche, el regreso, que se
realizaba con la tranquilidad del deber cumplido; un año más habíamos “espantao
al diablo”.
Desde las Moreas.
Autor.- Anónimo
Gracias por hacernos rememorar, con tanta precisión, uno de los días más importantes de nuestra infancia.
ResponderEliminarUn abrazo