Pregón de las fiestas de San Isidro 2011
por Andrés Llavero Sánchez.
por Andrés Llavero Sánchez.
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En la sociedad actual, con una expectativa de vida es cada vez
mayor, no podemos dejar de referirnos al lugar, que por derecho, deben ocupar
los mayores. No solo les debemos respeto y consideración, es nuestra obligación
incentivar su actividad el mayor tiempo posible, tanto física como mentalmente.
Son los vigías de nuestras tradiciones, albaceas de nuestra cultura y
costumbres más antiguas. Destacar la función que realiza la Escuela de Adultos
en este sentido manteniendo más inquietas y activas sus mentes, más ágiles sus
corazones.
Llegado el momento en el que las limitaciones sean más importantes,
el poder contar con el apoyo de la Unidad de Estancia Diurna es motivo de
reconocimiento y gratitud hacia los responsables. El envejecimiento es un
proceso natural que requiere ser tratado con respeto y abordado con la mayor
dignidad por todos los agentes implicados.
Un vecino a destacar, también más perdurable que todos los presentes,
es el Sacrificador de Bujalamé. Bujalamé es un cerro próximo a los Llanos de
Arriba, junto al río Guadalimar, puede verse desde la carretera, entre el
Puente y La Puerta, se conoce también como el cerro de las Torres.
Desconocemos por el momento el topónimo con el que se conocía este
lugar en época ibérica. El Sacrificador es una estatuilla de bronce, de unos 15
cm, encontrada por mi madre, Andrea, con 7 años de edad, en 1929; se resistió a
desprenderse de ella durante 40 años. Cuando se casó con mi padre, Ruperto, el
Sacrificador pasó a ser hijo adoptivo y hermano político de mi hermano Ramón y
mío. Hasta los primeros días de 1970 formó parte de la unidad familiar, aunque
no llegó a estar empadronado en Puente de Génave, fue cedido al Museo
Arqueológico Nacional. Mi madre sufrió una enfermedad tras la separación.
La intermediación con el Museo la inició D. Pedro, el cura párroco
de aquel entonces. Tristemente fallecido, de forma repentina, en días previos
al viaje a Madrid que habían proyectado para entregar la figura al Museo. Ante
esta pérdida, D. Martin Almagro, director del Museo Arqueológico, vino a
recoger este bronce catalogado como ÚNICO.
La iconografía ibérica no suele mostrar de forma explícita el ritual
del sacrificio. Por eso resulta tan excepcional esta figurilla de bronce.
Representa a un varón, héroe o sacerdote, dispuesto a degollar con su cuchillo
curvo, afalcatado, el pequeño carnero que se apoya en su rodilla. El personaje
va vestido con túnica corta ceñida a la cintura con un cinturón, y peinado con
largos mechones ondulantes. La sangre de la víctima fecundará las corrientes
del manantial que fluye a los pies del sacrificante, purificará sus aguas. El
varón ha introducido en el arroyo una pierna hasta media pantorrilla, el otro pie
lo apoya sobre la roca de la orilla. El pequeño bronce es en sí mismo un
microcosmos cultural, un símbolo para esta tierra que fue la suya y es ahora la
nuestra.
El oppidum o meseta fortificada de Bujalamé es considerado como
uno de los más importantes asentamientos ibéricos del Alto Valle del
Guadalimar, estamos hablando de unos 400-500 años a.C. Del Sacrificador de
Bujalamé, existe una réplica, de tamaño algo mayor del original, en el Centro
de Interpretación Segureño de Siles. En los círculos académicos y asociaciones
culturales se le tiende a considerar como un referente identificativo de la
comarca Sierra de Segura.
Su potencialidad como símbolo comarcal no está aun suficientemente
desarrollada, y es parangonable a la Dama de Elche o la Dama de Baza. De
nosotros depende convertirlo en nuestro emblema. En el desarrollo de esta
idea, si la consideran interesante, sepan las instituciones públicas,
asociaciones culturales,… que pueden contar tanto con mi apoyo como con el de
mi hermano Ramón.
Arañando la tierra, labrándola, descubrimos los vestigios que en ella
dejaron los que nos precedieron. Pero ninguno mejor que este paisaje, una
fusión armónica de la acción del hombre con la naturaleza. Aún es posible maravillarse
contemplando la belleza de estas tierras, descubriendo con emoción la magnífica
obra del hombre en el transcurso de los siglos. Desde el lejano antepasado íbero,
hasta el vecino que cuida con esmero sus olivas preparándolas para la próxima
campaña.
Todos ellos, toda su industria y laboriosidad, están en los llanos
y en los cerros, en las fuentes y en los ríos, en las calles y en las plazas. Y
es este paisaje cultural de naturaleza, oficios y tradiciones, el que ha
forjado la identidad individual y colectiva de cada ciudadano de este pueblo. Estamos
adscritos vitalmente a un espacio geográfico y la consciencia de esa
integración nos sigue como una sombra de memoria, nos imprime una especie de
marca genética difusa, que condiciona nuestra vida en estos pagos o en los
lugares en que hemos sido trasplantados.
Confío mucho en el poder de este fenómeno. El archivo de experiencias
y acontecimientos que ha forjado la identidad de Puente Génave, y de sus
habitantes, seguirá creciendo y labrando su futuro. Como el Santo que hoy
honramos, tenemos alma de labradores, sabemos esculpir con cuidado la belleza
de un paisaje que no es para nosotros una estampa, sino el sustento de nuestros
hijos.
La conservación del ecosistema no es aquí exigencia de la Ley, es una
cuestión de vida. Cuanto nos rodea no está ahí para ser contemplado, sino para
ser vivido. Otros se conformarán con “amar” la tierra, nosotros debemos
exigirnos “quererla”, usando este verbo poderoso que significa a la vez amar y
buscar. Porque nuestra relación con el paisaje debiera ser siempre esa búsqueda
que consiga mejorarlo y mejorarnos.
Nuestros mayores sabían querer la tierra que labraban, respetaban
su entorno, ellos inventaron lo que ahora se conoce como “Economía Sostenible”
en el medio agrario.
En el espacio leemos el tiempo, proyectamos el futuro. Me considero
un afortunado de estar hoy aquí, rodeado de buena gente, en mí pueblo. Soy de
aquí, de aquí quiero seguir siendo, aquí me crié, aquí me eduqué y aquí quiero
siempre volver. Recordaros que si alguna vez me buscáis, no olvidéis buscarme entre
las olivas, allí paso muchas horas, bien realizando las labores propias, bien
mirándolas en una sombra, en silencio, recordando y recreándome en mis raíces o
proyectando mi futuro.
Tras este recorrido sentimental y nostálgico, evocando a quienes nos
faltan, quiero animaros a disfrutar y a participar de las Fiestas de San
Isidro.
Hemos terminado cosecha. Recogida la aceituna, arregladas las olivas
y preparada la tierra, es el momento de celebrarlo.
¡Ahora toca divertirse!.
En este ambiente festivo hay que salir, pasear, compartir, hablar con
vecinos, saludar aquellos amigos que vuelven con motivo de las fiestas.
Bailemos, cantemos, celebremos con la mayor intensidad de que seamos
capaces el hecho de estar vivos. Son los días grandes de Nuestro Pueblo y como
tales los debemos vivir.
¡Viva San Isidro!
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