UN ZAPATERO QUE NO ARREGLABA
ZAPATOS.
En primer lugar quisiera mostrar
mi más sincera consideración hacia la persona de la que os voy a hablar. No es
que tuviera mucho trato con él, la barrera de la edad era insalvable y mis
recuerdos se remontan y limitan a cuando mi preocupación se centraba en ocupar
un buen pupitre en la escuela de D. Pedro “el cura”. Aunque sin llegar a
conocerlo, no puedo ocultar mi respeto hacia una persona que mantuvo una
estrecha relación con mi familia en el Puente.
La persona en cuestión es
Secundino, “el zapatero”, aunque en el Puente él fue dando y proporcionando día
a día a ese apodo de “Zapatero” la categoría de nombre, ya que este apelativo
le acompañó siempre como identificación personal, e incluso puede resultar
difícil que alguien, salvo los más allegados, conociera que su verdadero nombre
era Secundino.
Es cierto, todo el mundo le
llamaba cariñosamente “El Zapatero”, pero jamás arregló un zapato. ¿De dónde viene
entonces ese cariñoso apelativo que servía para identificarlo?. Pues eso es lo
que os quiero relatar.
Es evidente que en el pueblo
cualquier circunstancia servía para rebautizar a una persona, otorgando un
apodo o mote que identificaba a un individuo y así diferenciarlo. Esta
particularidad te acompañaba de por vida, pudiendo incluso alcanzar a hijos y
nietos. La circunstancia no fue en esta ocasión que su oficio fuera el de zapatero,
sino ser ahijado de un zapatero.
Efectivamente, fue mi abuelo
Secundino el que junto a su mujer, Dolores, accedieron a la solicitud
de Mercedes “La Esuella” del Cortijo las Ánimas a que fueran los padrinos de
bautizo de su hijo recién nacido. La humildad, y por qué no decirlo, la
precariedad en la que algunas familias vivían en el pueblo, hacía que se
buscara fuera del ámbito familiar a personas que apadrinaran a recién nacidos,
para, de esa forma, asegurar cierta protección futura. Mis abuelos Secundino y
Dolores –siempre para mí Papanino y Mamalola- fueron, en esta ocasión, los elegidos para tal
fin, accediendo a condición de ser ellos los que pusieran nombre a la criatura,
y, cómo no, el nombre elegido fue el de Secundino. Es lógico pensar que en el
pueblo, tanto por su nombre como por su afinidad y cercanía familiar, pronto
empezara a recibir el apodo de “Zapatero”, sin haber llegado nunca a serlo en
su profesión.
Desde siempre, y aunque no
era hijo, el pequeño Secundino contó con el afecto y protección de la nueva
familia, compartía muchos momentos con mis tíos, llamaba a mis abuelos comadre
y compadre, y siempre fue aceptado, pese a sus problemas y debilidades
personales, como uno más. Incluso después de haberse casado con Dolores “La Virgen”
del Cortijo de Rojas, siguió vinculado de una u otra forma a la familia. Y
siempre con esa frasecilla en la boca…. “pobre de mí, Secundino, qué irán a
cenar hoy los pobres…..”
Lo cierto es que “El
Zapatero” fue más conocido por sus desmanes y debilidades, pero no podemos
ocultar que estamos hablando de una gran persona, carismática en el pueblo, sí, pero que
encerraba en su interior siempre buenos y nobles sentimientos.
José Antonio Molina Real.
José Antonio Molina Real.
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