miércoles, 17 de octubre de 2012

Un zapatero que no arreglaba zapatos.

UN ZAPATERO QUE NO ARREGLABA ZAPATOS.
En primer lugar quisiera mostrar mi más sincera consideración hacia la persona de la que os voy a hablar. No es que tuviera mucho trato con él, la barrera de la edad era insalvable y mis recuerdos se remontan y limitan a cuando mi preocupación se centraba en ocupar un buen pupitre en la escuela de D. Pedro “el cura”. Aunque sin llegar a conocerlo, no puedo ocultar mi respeto hacia una persona que mantuvo una estrecha relación con mi familia en el Puente.
La persona en cuestión es Secundino, “el zapatero”, aunque en el Puente él fue dando y proporcionando día a día a ese apodo de “Zapatero” la categoría de nombre, ya que este apelativo le acompañó siempre como identificación personal, e incluso puede resultar difícil que alguien, salvo los más allegados, conociera que su verdadero nombre era Secundino.
Es cierto, todo el mundo le llamaba cariñosamente “El Zapatero”, pero jamás arregló un zapato. ¿De dónde viene entonces ese cariñoso apelativo que servía para identificarlo?. Pues eso es lo que os quiero relatar.
Es evidente que en el pueblo cualquier circunstancia servía para rebautizar a una persona, otorgando un apodo o mote que identificaba a un individuo y así diferenciarlo. Esta particularidad te acompañaba de por vida, pudiendo incluso alcanzar a hijos y nietos. La circunstancia no fue en esta ocasión que su oficio fuera el de zapatero, sino ser ahijado de un zapatero.
Efectivamente, fue mi abuelo Secundino el que junto a su mujer, Dolores, accedieron a la solicitud de Mercedes “La Esuella” del Cortijo las Ánimas a que fueran los padrinos de bautizo de su hijo recién nacido. La humildad, y por qué no decirlo, la precariedad en la que algunas familias vivían en el pueblo, hacía que se buscara fuera del ámbito familiar a personas que apadrinaran a recién nacidos, para, de esa forma, asegurar cierta protección futura. Mis abuelos Secundino y Dolores –siempre para mí Papanino y Mamalola-  fueron, en esta ocasión, los elegidos para tal fin, accediendo a condición de ser ellos los que pusieran nombre a la criatura, y, cómo no, el nombre elegido fue el de Secundino. Es lógico pensar que en el pueblo, tanto por su nombre como por su afinidad y cercanía familiar, pronto empezara a recibir el apodo de “Zapatero”, sin haber llegado nunca a serlo en su profesión.
Desde siempre, y aunque no era hijo, el pequeño Secundino contó con el afecto y protección de la nueva familia, compartía muchos momentos con mis tíos, llamaba a mis abuelos comadre y compadre, y siempre fue aceptado, pese a sus problemas y debilidades personales, como uno más. Incluso después de haberse casado con Dolores “La Virgen” del Cortijo de Rojas, siguió vinculado de una u otra forma a la familia. Y siempre con esa frasecilla en la boca…. “pobre de mí, Secundino, qué irán a cenar hoy los pobres…..”
Lo cierto es que “El Zapatero” fue más conocido por sus desmanes y debilidades, pero no podemos ocultar que estamos hablando de una gran persona, carismática en el pueblo, sí, pero que encerraba en su interior siempre buenos y nobles sentimientos. 
José Antonio Molina Real.

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