VENTURA.... UNA TABERNA, UNA TIENDA, UNA VIDA.
Por José Ant. Molina Real ( j t)
Que nuestro pueblo, Puente de Génave, ha sido un lugar de estratégico e importante para las comunicaciones terrestres a lo largo de la historia es algo que todos conocemos al contemplar su puente romano que atraviesa, ahora ya remodelado, las aguas del río Guadalimar. Desde esa época todos los caminos confluían en este lugar que era punto básico de la vía que comunicaba Cástulo (cerca de Linares) con Carthago Nova (actual Cartagena), siendo una importantísima vía para la actividad comercial introduciendo hacia el interior productos que llegaban por mar y siendo el lugar por donde gran cantidad de minerales tenían su vía de salida del interior hacia todo el Mediterráneo. Posteriormente fueron otras culturas las que utilizaron esta infraestructura provocando que en sus inmediaciones aparecieran pequeñas cortijadas y molinos harineros, que a la postre serán el núcleo inicial de la aparición, ya en épocas más recientes, de nuestro pueblo.
Ventura Sánchez Bueno |
Este papel tan destacado en las comunicaciones y en el comercio entre las tierras de nuestro entorno con las costas levantinas se afianzó considerablemente al realizarse el trazado de la carretera nacional, la actual N-322, que hizo preciso la ampliación y construcción de un nuevo u moderno puente allá por el año 1889, que dio servicio con un intenso tráfico de mercancías entre Andalucía y la costa Mediterránea a través de Albacete hasta los años finales del siglo pasado cuando fue inaugurada la carretera de circunvalación que evitó el intenso tráfico por el interior de la población.
Inauguración de la circunvalación de la carretera N-322 |
Queda pues constatado y claro que Puente de Génave ha ido estructurándose, a lo largo de la historia, a la sombra de la carretera nacional y esa particularidad le ha proporcionado la posibilidad de ser centro de actividad y referente comercial para los pueblos del interior de la Sierra de Segura, así como lugar de servicios para aquellos que transitaban por esta importante vía de comunicación a lo largo de todo el siglo XX. Esta situación estratégica facilitó que afloraran numerosos negocios y actividades de ámbito familiar dedicados al comercio y a la hostelería, especialmente desde los años cincuenta del siglo pasado hasta nuestros días, con numerosas tabernas, bares, posadas, fondas y lugares donde los transeúntes podían reponer fuerzas o descansar. Si tenemos que recordar entre las más carismáticas estaría la taberna de Ventura.
Publicidad en el programa fiesta de 1960 |
Ventura Sánchez Bueno desde siempre se había dedicado a la venta de productos y utensilios para la agricultura, al igual que su padre y hermanos, principalmente arreos para los animales de carga, así como también de legumbres y todo tipo de vinos y licores, por lo que a principios de los años cuarenta del siglo pasado, junto con su gran amigo Pedro Vázquez “Pedrete” decidió ampliar su actividad comenzando a servir bebidas en la parte inferior de su casa situada en la calle Calleja número 6 de Puente de Génave, muy cerca de la carretera nacional, complementando así enormemente sus precarios ingresos. Pronto Pedrete decidió buscar nuevos caminos para probar fortuna emigrando a Barcelona dejando al frente de la taberna a Ventura, que así le conocía popularmente la gente, y que pronto fue muy conocida gracias al boca a boca entre arrieros, representantes, transportistas, jornaleros, trabajadores de la serrería de traviesas que tenía RENFE en La Vicaría y residentes en el pueblo. En ella se vendía vino básicamente que procedía de tierras cercanas de la Mancha, en especial de localidades del Campo de Montiel, como por ejemplo Cózar de la bodega de los Hermanos Prieto, o vino de Tomelloso transportado por los llamados Moragos. El vino venía en odres, más conocidas como ¨pellejos¨, o en barricas de madera, primero en carros de arrieros y después ya camiones de pequeño tonelaje que después regresaban cargados de aceite para distribuirlo en tierras manchegas.
Odres o "pellejos" para el transporte de vinos |
El vino lo extraía de los ¨pellejos¨, se colocaba en damajuanas y de ahí se embotellaba en recipientes de medio litro que servía a sus clientes, acompañados siempre con una simple tapa de garbanzos tostados con yeso, los llamados ¨torraos¨, alcahuetes, patatas cocidas con pimiento, pececillos fritos cogidos en el mismo río del pueblo o sardinas saladas que venían en cubas redondas hechas de madera procedentes de Isla Cristina y servidas por el fabricante Demófilo Vitorique Merino.
Cuba de sardinas |
El local no era demasiado amplio, con algunas mesas a ambos lados y un mostrador a modo de barra de unos 4-5 metros al frente, sobre el cual, y a un lado, estaba una báscula donde pesaba los productos que vendía y que tenía en sacos detrás del mostrador, donde también había una estantería con los diversos cuartillos de vino preparados para servirlos, y en un lateral una puerta que permitía el acceso a un pequeño corralillo donde había un rudimentario retrete. No obstante, cuando el clima lo permitía, era normal sacar las sillas bajas de enea y alguna mesilla a la calle y allí incluso se podía contemplar como un espartero de Beas de Segura, llamado Mateo, que solía ir con frecuencia por la taberna, se sentaba a confeccionar serones, no sin dejar de degustar un chato de vino tras otro, para confeccionarlos con esparto que procedía de la zona de Cieza en Murcia que después se los quedaba Aniceto para venderlos a 125 pesetas.
Francisco López Pascual "Serranete" con su nieto Luciano López Moya en la taberna de Ventura |
Entre los asiduos del local se hallaba un arriero procedente de Almansa llamado Blas Pérez que solía traer fruta a los pueblos de la Sierra de Segura y se llevaba huevos, conejos y gallinas. También frecuentaban el local los Miguelillos, padre e hijos, que trabajaban de arrieros transportando leña de chaparro que conseguían en las estribaciones de Sierra Morena a escondidas de la Guardia Civil para venderla por las casas; así como los llamados Célebres, los Yeseros, los Herreros y el Tío de las Cañas. Otros, más asiduos y que tenían más confianza, como eran Pepefolla o el Tío Pío, le pedían a Esperanza Jiménez, esposa de Ventura, algo más consistente para comer y, muy gustosamente, le preparaba unos huevos fritos con chorizo, eso los días que no tenía pisto o ajoatao. Muchos conocían la maestría de Esperanza en la cocina y no dudaban en parar a comer en este lugar en sus viajes cuando iban de paso por Puente de Génave. Además, aquí se pudo degustar la primera cerveza El Alcazar que llegó al pueblo que venía en el autobús de la Alsina en barriles de madera.
Esperanza Sánchez y Ventura Sánchez "Venturilla", a las puertas de la taberna |
Ventura Sánchez era un hombre muy querido en el pueblo, afable, noble y de muy buen corazón, no siendo extraño dejar beber a muchos clientes de fiado e incluso no llegar a cobrar si entendía momentos de necesidad. Pero también era hombre de palabra y criterio. Ejemplo claro fue su rifirrafe que tuvo con José Bullón del cual recibió un engaño relacionado con una carga de aceitunas y al que prometió que nunca sería bien recibido en su casa ni en su taberna y así lo cumplió, negándose a servirle ni un solo chato de vino, aunque acudiera a su local acompañado del cura o del mismísimo alcalde.
Esperanza Jiménez |
Los tiempos fueron cambiando, y mucha
de la gente del pueblo, ante la precariedad de sus vidas, no tuvo más remedio
que coger el camino de la emigración. La clientela escaseaba, las condiciones
de la sencilla y entrañable taberna no podían competir con algunos bares que se
pusieron de moda como el Bar Nacional o el Bar del Pintor y Ventura, aunque fue
haciéndose mayor, nunca dejó de estar día tras día abriendo las puertas de su
tienda y sirviendo cuartillos de vino a esa clientela fiel que siempre le
acompañaba. Ni tan siquiera a su muerte la taberna cerró sus puertas. Su hijo,
Ventura Sánchez Jiménez, conocido por todos como “Venturilla”, que se había
marchado como tantos otros a buscar su futuro por tierras catalanas, regresó al
pueblo para ayudar a su madre en las tareas propias de mantener abierto el
negocio familiar, pero era bastante complicado poder subsistir con los pocos
ingresos que generaba y, tras un tiempo decidió regresar a Barcelona, aunque Puente
de Génave no quedó huérfano de un lugar donde la tradición de un pueblo se
podía sentir en cada uno de sus rincones, porque Esperanza Jiménez, fiel al
sueño de su marido y tratando a perpetuar su memoria, siguió abriendo día tras
día las puertas de la taberna, no ya con finalidad económica, siendo la carga
emocional la que motivaba a muchos viejos clientes a seguir con la tradición de
hacer su liga diaria en este entrañable lugar con sabor a pueblo.
P D.- Agradecer la colaboración en la elaboración de este artículo a Antonio Sánchez Casas y Marisol Sánchez Jiménez.
Muy interesante,realista y completo relato de una persona, que además sus "compañeros de viaje", dieron vida a nuestro pueblo en una época Enhorabuena José Antonio y un abrazo apretao.
ResponderEliminarPedro aRuiz Avilés
Perfecto relato (como siempre) de José Antonio Molina, reflejando con todo tipo de detalles la historia de "La taberna de Ventura" poniendo de manifiesto el trabajo de investigación realizado para conseguir la información reflejada.
ResponderEliminarTengo la ventaja de conocer de primera mano muchos de los detalles reflejados por 2 motivos principalmente:
Vivía en el número 8 de su misma calle y mi padre Eusebio García Jiménez era primo de Esperanza, su esposa.
Recuerdo siendo muy niño que me presentaba diariamente a la Taberna y siempre salía con algo, un caramelo, unos cacahuetes etc.
Tuve una buenísima amistad y relación con todos sus hijos especialmente con "Venturilla,' un pintor excelente.
Un abrazo a todos