viernes, 28 de septiembre de 2018

7º Premio Domingo Henares. MELODÍA PATRIÓTICA DE UN TRISTE VIOLÍN (2ª parte)

Para completar el relato "Melodía patriótica de un triste violín" de María José Toquero del Olmo, pasamos a publicar la segunda parte del flamante premio Domingo Henares de Relato Histórico convocado por el Ayuntamiento de Puente de Génave. En este ocasión se describe como se produjo la ocupación de las tropas napoleónicas en nuestra comarca y la oposición y enfrentamientos que mantuvieron con diversos grupos de guerrilleros que impidieron se hiciera efectiva la ocupación de la población de Beas de Segura.
Mª José Toquero y Domingo Henares durante la ceremonia de entrega del premio

MELODÍA PATRIÓTICA DE UN TRISTE VIOLÍN  (2ª parte)

(……………..continua)

Torres fue el primero en levantarse. Se lavó la cara en la fuente de la plaza, se atusó el pelo y se dirigió a casa de don Francisco. En el camino se encontró con Juan Laureano Sandoval, un rico hacendado jaenés que se instalaba en Beas cuando llegaba la primavera y que tenía fama de afrancesado entre los vecinos. Era un hombre grave, ventrudo y de calva reluciente, que vestía a la francesa, pensaba a la francesa y presumía de ser muy amigo del Duque de Berg, cuñado y poderoso lugarteniente de Napoleón. Y qué decir de su flamante esposa, Rosalía Ventura, una dama enjuta de ojos glaucos y rostro cerúleo, más afrancesada que su marido, fiel seguidora de la moda de París y asidua a los banquetes y bailes que celebraban los franceses en Jaén. Una pareja que, con su desapego y su inmodestia, despertaba la inquina de todos aquellos beatenses que albergaban dudas sobre las intenciones de los franceses.
Joaquin Marat. Duque de Berg
– ¡A usted quería yo verle!– dijo Sandoval, saliendo al paso de Torres.
– ¿Y qué se le ofrece a usted, don Laureano? – preguntó Torres.
– Se acerca ya el calor – dijo Sandoval–. Esta temporada espero más visitantes que los de costumbre y voy a necesitar más hielo que otros veranos. Pásate por casa y ajusta precio con doña Rosalía.
– Agradecido– dijo Torres, mascando para sus adentros cierta preocupación, porque se le presentaba una oportunidad inmejorable de negocio, pero no quería que en el pueblo le criticaran por sus relaciones con los afrancesados.
Molina y Torres volvieron a coincidir en casa de Mariblanca el día primero de junio. En Beas se hablaba de los diferentes edictos que se habían pregonado por toda Andalucía. Ante el temor de una sublevación, se protegían las casas y las vidas de los franceses residentes en el territorio, se imponía el toque de queda, de manera que a partir de las ocho de la tarde se prohibía transitar en grupos de tres o más personas, y se hacían rondas con gente armada para evitar incidentes. En el pueblo transigían con la presencia de afrancesados como Sandoval y su esposa, aunque con muchas reticencias.
– ¿Has bajado a vender hielo a los franceses?– preguntó Molina a Torres con ironía.
– No– respondió de manera tajante Torres –. He bajado para invitarte a una jarra de vino y celebrar la abdicación del rey Carlos en su hijo Fernando.
– Te la acepto– dijo Molina– Aunque seas amigo de los afrancesados.
– También he bajado al pueblo para decirle a don Laureano que el hielo que me queda en el nevero lo tengo reservado y no podré servirle de hoy en adelante.
– ¡Eso me gusta más, amigo Torres! Con gusto me tomo la jarra contigo y brindo por Fernando VII y España.
Carlos IV
Los hombres que extraían el hielo en el nevero de Torres y la preparaban para repartirla en Beas fueron los primeros en tener noticia de que una avanzadilla del ejército galo se dirigía a Beas. Se lo dijeron dos guerrilleros de la partida de Hermenegildo Bielsa, Comandante de las Guerrillas de Jaén, que se habían escondido en la Sierra de Segura y vigilaban los movimientos del enemigo. Dijeron que sería conveniente dar la voz de alarma a la población y evitar que instalaran una guarnición el pueblo, pues esas eran las órdenes de los militares franceses.
Torres apremió a sus hombres para que llenaran lo más pronto posible los serones en los que se transportaba el hielo. Habitualmente, cargaba las caballerías hasta hacerlas reventar; pero, en aquella ocasión, quería llegar lo más pronto posible a Beas para avisar a los vecinos y se permitió el lujo de aligerar a la mitad su cargamento. A medida que avanzaba la caravana de la nieve y se tenían noticias de la invasión francesa, más serranos se unían a la reata de acémilas. En el silencio de la noche y a la luz de las teas y farolillos que guiaban la recua, parecían un paso procesional de la Semana Santa.
Al amanecer, cuando llegaron a Beas, eran un ya tropel vociferante. Los beatenses se asomaron a las puertas y ventanas y, ante la amenaza de los ejércitos de Napoleón, se echaron a la calle. A las diez de la mañana, una multitud enardecida ocupaba la plaza y exigían a Sandoval y a Rosalía que se unieran a ellos en la defensa de Beas.
Asalto de las tropas francesas
Torres y Molina volvieron a encontrase en medio de la turba. Sandoval y su esposa permanecieron un tiempo atrincherados en su domicilio. Hubo momentos angustiosos en los que la muchedumbre que rodeaba la casa amenazaba con echar el portón abajo y cobrarse venganza por lo que iba a suceder en los afrancesados. “¡Laureano y Rosalía, hay que darlo todo por vuestra tierra, que no es Francia, sino Andalucía!” gritaba el gentío en un crescendo cada vez más enardecido.
El portón se abrió y Laureano Sandoval pidió silencio para pronunciar unas palabras.
– Habéis de saber, apreciados amigos, que doña Rosalía y yo mismo apoyamos vuestra causa y nos unimos a vosotros.
Y así fue cómo los únicos afrancesados que había Beas hicieron piña con el resto del pueblo en defensa de la soberanía española.
La rebeldía se extendió en la comarca de la Sierra de Segura como la tinta en el papel secante. Lo accidentado del terreno y el conocimiento exhaustivo que los hombres tenían de él fueron las armas más eficaces en la lucha contra el francés. Así, lo que puso traba a la invasión, además de las navajas que los patriotas blandieron en las calles y los trabucos en ristre con los que los guerrilleros se echaron al monte, fue lo escarpado de las cumbres montañosas, inaccesibles a los batallones galos y lo angosto de los desfiladeros en los que se emboscaban los guerrilleros para caer como una maldición en el corazón de las huestes napoleónicas. Las sendas montañosas eran como dédalo enloquecedor para unas tropas bien pertrechadas, pero acostumbradas a batirse en terrenos abiertos e incapaces de acceder a las guaridas en las que se escondían las cuadrillas que luchaban contra el ejército más poderoso del mundo.
Documento firmado por Hermeregildo Blesa

Torres no volvió a ver a Molina desde el levantamiento de Beas, que impidió que el destacamento galo tomara posesión del pueblo; pero tuvo noticias de que había formado una cuadrilla de guerrilleros y de que campaba a sus anchas por los pagos de la Sierra de Segura.
            La partida de Rafael Molina era una banda de ochenta hombres, la mayor parte de a píe, armados unos con trabucos antañones, otros con fusiles roñosos, vestidos como su fortuna, siempre escasa, les permitía, con un pañuelo descolorido por el sol en la cabeza, la manta al hombro y calzados con alpargatas o con botas tan zarrapastrosas que mejor hubieran ido descalzos. Al grito de "¡Viva Fernando y vamos robando!", ora se enfrentaban con las tropas napoleónicas, ora confiscaban las cosechas y el ganado de los lugareños, y lo que era peor para los franceses, incitaban a sus paisanos a armarse y a seguirlos.
 Fernando VII
Las órdenes de José Napoleón fueron tajantes. Los tenientes coroneles al mando de los destacamentos franceses acantonados en las provincias andaluzas debían poner orden a los desmanes cometidos por los guerrilleros. La cuadrilla de Molina, emboscada en un desfiladero próximo a las Cumbres de Beas, acabó con un pelotón de Dragones del ejército francés. El coronel Bellangé, ansioso de revancha, concentró a todos sus hombres y marchó a Beas. Su objetivo era desmantelar la partida de Rafael Molina y capturar vivo o muerto a su cabecilla.
Vana pretensión, pues los guerrilleros, sabedores de las intenciones del francés, se dispersaron y quedaron en encontrarse, pasados unos días, cuando hubiera amainado la tempestad, en el cortijo de José Torres.
Bellangé era un buen estratega, capaz de vencer en batalla franca a cualquier enemigo, pero muy poco hábil con los guerrilleros.
– ¿Qué noticias tenemos de la banda de Molina?– preguntó a sus exploradores.
– Se han esfumado – fue la desesperante respuesta.
– ¡Malditos fantasmas! ¡Se nos ha mandado a España para cazar alimañas que desaparecen en las montañas no para luchar contra soldados de verdad!– exclamó Bellangé
El coronel, dolido en el orgullo por la burla de los brigands, que así llamaba a los guerrilleros, se dirigió a la plaza de Beas y amenazó con quemar el pueblo, si no recibía noticias que le condujeran a la guarida donde se ocultaba Molina.
Los vecinos juraron y perjuraron que nada tenían que ver con las andanzas y fechorías de la partida de Molina y suplicaron el perdón del coronel Bellangé.
– No soy yo quien puede salvar de las llamas a Beas- dijo Bellangé con altanería- Sois vosotros los que tenéis que convencer a Molina y a su banda de que se entreguen. Disponéis de veinticuatro horas para ello, que empiezan a contar desde este momento.
– Ya le hemos dicho que desconocemos el paradero de Molina– replicó el alcalde.
– ¡No es mi problema!– contestó Bellangé.
– No se ponga usted así– dijo el alcalde–. Trataremos de encontrar a Molina lo antes posible. Mientras tanto, les invitó a ustedes a comer en la taberna de Mariblanca, que es la mejor del contorno.
Guerrilleros en la Sierra de Segura
A Bellangé, que llevaba muchas horas sin descansar, persiguiendo a los escurridizos guerrilleros no le desagradó la idea.
– ¡Saca las mejores viandas para nuestros huéspedes! – ordenó el alcalde a Mariblanca, señalando al coronel y a sus hombres– No te preocupes por precio. Todo corre a cargo del Ayuntamiento.
– Les trataré lo mejor que pueda – dijo Mariblanca, dirigiéndose con una inclinación de cabeza a Bellangé–. Tenemos buen vino y les puedo ofrecer aceitunas machacadas y aliñadas con limón y tomillo, potaje de garbanzos con todos sus avíos y migas al estilo de Beas, además de embutido y lomo de orza. Y de postre, mistela y rosquillas de anís.
– ¿Y para divertirnos?– preguntó Bellangé.
– ¿A qué se refiere usted, coronel?– preguntó Mariblanca, atemorizada por la posible respuesta.
– ¡Música, mujer!– rió Bellangé– ¿En qué estabas pensando?
– Tenemos un violinista que, de no haber estado ciego y tullido de cintura para abajo, habría hecho carrera en una buena orquesta – dijo Mariblanca y añadió: – ¡Con su permiso, voy a buscarlo!
Mariblanca les sirvió la comida y llenó sus jarras cuantas veces le pidieron y el violinista tocó para ellos sin concederse el menor descanso. Mientras, el alcalde, fue en busca de Torres, pues sospechaba que era el único vecino de Beas que podía conocer el paradero de Molina y convencerle de que se entregase.
– Sé que hace unos días atacaron a los franceses en el desfiladero y que se dispersaron. No sé en qué guarida se ha escondido y un día no es mucho tiempo para buscarlo – fue la respuesta de Torres.
– ¿Y qué podemos hacer?– preguntó el alcalde.
– Darme un par de buenos caballos – contestó Torres–. Daré el aviso a las tropas de Juan de Uribe, que sé que vienen hacia Beas, para que agilicen el paso y nos ayuden a defender el pueblo.
– ¡Así sea! – contestó el alcalde.
Emboscada guerrillera
Expiraba casi el plazo dado por Bellangé cuando los hombres de Uribe tomaron las alturas de Beas con la intención de emboscar a las tropas francesas. Se dividieron en tres partes y la comandada por Valeriano Rodríguez, teniente de Dragones de Sagunto, se dirigió al pueblo. Al aproximarse al pueblo, vieron que lo estaban incendiando y la tropa se arrojó sobre ellos disparando. Los vecinos se unieron a los soldados y consiguieron desalojarlos de Beas. Las huestes apostadas en el monte los persiguieron durante más de cinco leguas, de camino a Villanueva del Arzobispo, mientras los militares al mando de Valeriano Rodríguez ayudaban a los vecinos a apagar los incendios.
Nada pudieron hacer por la iglesia consagrada a Nuestra Señora de Gracia, que se vio reducida a cenizas, ni por el violinista, al que degollaron, cuando en el instante en que se cumplió el plazo dado, y expusieron en la plaza para que los vecinos vieran con sus propios ojos lo que esperaba a los pueblos que desobedecían sus órdenes.
Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. (Antigua Ntra. Sra. de Gracia). Beas de Segura

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