Una vez finalizado el periodo estival, más adecuado al disfrute de unas merecidas vacaciones, reemprendemos nuevamente nuestra dinámica de publicaciones en el blog "Historia Puente de Génave". En esta ocasión hemos recogido un documento, que por su extensión lo dividimos en dos entregas, de bastante actualidad ya que ha sido elegido como ganador del 5º Certamen Literario de Relato Histórico "Domingo Henares". Nos estamos refiriendo a la narración titulada "Corazón de Hierro", del que es autora Salomé Guadalupe Ingelmo. Este relato viene a contarnos desde dentro como pudo haber sido la vida de un artesano en aquel poblado íbero de Bujalamé, situado entre La Puerta de Segura y Puente de Génave, y de cuyas manos salió la obra más importante y significativa de la antigüedad procedente de nuestra comarca, el llamado "Sacrificador de Bujalamé".
CORAZÓN DE HIERRO. Teutates
Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.
Abraham
Lincoln
Si gobernáis injustamente y, en lugar de suspirar por la verdadera luz, os fijáis en lo que está sin Dios y lleno de tinieblas,
no haréis, sin que pueda ser de otra manera,
sino obras de tinieblas, porque no os conoceréis a vosotros mismos.
Platón, Alcibiades
Tengo la persuasión de que la respetabilidad del gobernante le viene de la ley y de un recto
proceder, y no de trajes
ni de aparatos militares propios sólo para
los reyes de teatro.
Benito Juárez, Apuntes para mis hijos
Agosto acaba de finalizar y el sol aún resulta
despiadado en las horas de más intenso calor. Andrea se incorpora echando mano
a los doloridos riñones. Mientras descansa brevemente, carga todo el peso de su
cuerpo sobre el mango del azadón. Contempla la superficie reseca que tanto le
está costando cavar. La tierra se ha compactado mucho durante las últimas
semanas. Las plantas crecerán saludables y vigorosas, casi podría asegurarlo.
Nada que ver con las de cuatro años atrás, cuando el encharcamiento ocasionado
por las abundantes lluvias otoñales asfixió buena parte de las raíces y los hongos, favorecidos por un
verano tórrido, acabaron definitivamente con los escasos supervivientes. Mala cosa, la rabia del garbanzo, piensa
para sus adentros mientra suspira. Sí, la cosecha será buena; el año ha venido
poco lluvioso y moderadamente cálido. Ya lo dice el refrán: “al garbanzo, el
agua al nacer y al cocer”.
Y sin embargo, igual que cualquier otra planta, si bien
poco amigos de los excesos, también los garbanzos necesitan suficiente agua
para prosperar. Por eso Andrea procura
llevar a cabo la labor con meticulosidad, removiendo la tierra para crear una
capa profunda, capaz de almacenar agua en otoño e invierno que servirá de abastecimiento
a las plantitas mientras crecen. Así Andrea se afana en arrancar las pocas malas hierbas que han brotado fingiendo
ignorar la sequía y en machacar, hasta obtener una tierra fina y suelta, los
terrones en los que el terrero reseco se fragmenta.
Entonces repara en uno, insólitamente firme, que despierta
su natural curiosidad. Ha resistido imperturbable, aparentemente intacto, la
arremetida del apero de labranza. Estimulada por esa forma maciza e incitante,
la alpargata tantea buscando inocente entretenimiento. Tras horas de fatigoso
trabajo, cualquier excusa que permita abandonar unos segundos el tajo parece
buena; cualquier menudencia puede convertirse en un entretenido pasatiempo. El
puntapié ha sido ligero. Como cabía esperar dada su irregularidad y el poco
empeño puesto en la empresa, no rueda. El improvisado balón no se aleja demasiado. No le asombra. Sin
embargo su desproporcionado peso sí llama su atención. Está habituada a
trabajar el campo desde niña, y sabe bien que esos terrones resecos siempre
resultan mucho más ligeros. Pero ese no parece un terrón vulgar. Como si su
núcleo no encerrase quebradiza tierra sino duro hierro.
Frunce el ceño y, entornando los ojos, se esfuerza por
enfocar más cuidadosamente el objetivo. Entonces, en efecto, comienza a
distinguir una figura.
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Altiplanicie de Bujalamé |
***
Sus rasgos resultan equilibrados, delicados y
atractivos. El rostro es alargado. La nariz, recta y afilada, separa dos
enormes ojos almendrados. Sus finos labios esbozan un enigmático gesto que
podría interpretarse como una sonrisa. Su cuerpo parece perfectamente
proporcionado: estilizado y musculoso a un tiempo. Sin duda no pasa
desapercibido.
“Personaje masculino ‒probablemente un guerrero-sacerdote‒ representado en el acto de sacrificar un carnero. Habitualmente conocido como «El Sacrificador de Bujalamé». Pieza número 1970/14. Fechado a principios del siglo V a.C. ‒Cultura Ibérica‒. Figura en bronce a la cera perdida encontrada por doña Andrea Sánchez Fernández el 2 de septiembre de 1962, mientras realizaban tareas agrícolas en la denominada «Explanada de las Torres», perteneciente al actual término municipal de La Puerta de Segura(Jaén)”, lee la muchacha, inadvertidamente, en voz alta.
“Personaje masculino ‒probablemente un guerrero-sacerdote‒ representado en el acto de sacrificar un carnero. Habitualmente conocido como «El Sacrificador de Bujalamé». Pieza número 1970/14. Fechado a principios del siglo V a.C. ‒Cultura Ibérica‒. Figura en bronce a la cera perdida encontrada por doña Andrea Sánchez Fernández el 2 de septiembre de 1962, mientras realizaban tareas agrícolas en la denominada «Explanada de las Torres», perteneciente al actual término municipal de La Puerta de Segura(Jaén)”, lee la muchacha, inadvertidamente, en voz alta.
Esa figurilla ejerce una fascinación evidente sobre
ella. Es la primera vez que se le ofrece la oportunidad de hacer prácticas en
el Museo Arqueológico Nacional y muchas
piezas han llamado su atención; pero ninguna otra parece haberla impresionado
tan profundamente como esa, en realidad modesta en comparación con otros
tesoros de la colección mucho más populares entre los visitantes, tales como la
famosa Dama de Elche o la no menos famosa de Baza.
Se trata de una obra extremadamente delicada y
atractiva. Sin duda desprende un encanto especial que depende, en buena medida,
del realismo con el que el artesano logró retratar al personaje. A pesar de la
relativa esquematización exigida por el modesto tamaño de la figura, de poco
más de quince centímetros de altura, el fundidor no renunció a esbozar algunos
detalle de su vestuario y, sobre todo, se mostró especialmente hábil a la hora
de plasmar el movimiento, de capturar esa fracción de segundo, breve soplo que
divide la vida de la muerte, inmortalizando al personaje en plena acción.
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Entrega del V Premio de Relato Histórico Domingo Henares |
***
El protector de cuero que le resguarda de las rozaduras
ocasionadas frecuentemente por el casco resalta aún más la armonía de su
despejado rostro, enmarcado por la espesa cascada de rizos que le cubren los
hombros. Un ancho cinturón ciñe la corta túnica a su esbelta figura. Es una
imagen realmente deliciosa. Y al tiempo ha logrado representar al héroe mítico
en todo su masculino esplendor. Las piernas musculosas contrastan con el
estilizado cuerpo. La elegancia de su porte y el rito que ejecuta en su faceta
sacerdotal para nada disminuyen su virilidad guerrera, sugerida por la espada de
frontón que porta
en su costado,
una de esas
armas cuyos filos ‒extraordinariamente resistentes‒
tanto llegarían a elogiar los griegos.
El artista observa embelesado su obra. Se trata de lo
más bello que ha concebido y ejecutado desde que dio con sus huesos en esa
aldeucha provinciana. Él, que había sido aprendiz del artista más reputado de
la floreciente y refinada Focea, que había visitado las más deslumbrantes polis
de toda Jonia… Qué lástima. Un prometedor porvenir prematuramente truncado.
Remiso como muchos de sus compatriotas a someterse al yugo persa y atraído por
la esperanza de un futuro próspero en una tierra pintoresca, seductora y en
buena medida aún virgen, que se decía llena de oportunidades, se había dejado
engatusar. Decidió probar fortuna, embarcándose en la aventura hacia occidente
con otros colonos. Y tras unos cuantos tumbos nada halagüeños, recaló precisamente
allí. Nada más llegar, ante las toscas construcciones, dispersas y escasas,
descubrió que sólo un incauto da crédito a las leyendas que circulan entre los
marinos, chusma fanfarrona y embustera. Sin embargo también tuvo ocasión de
constatar que la célebre belleza de las íberas era cierta, e inmediatamente se
unió a una de ellas. Ahora, resignado a su suerte, ve cómo tan gran talento
agoniza en un agujero ignorado por la verdadera civilización: con mujer y dos
hijos, considera su futuro irremediablemente
sellado.
“Llamad al jonio, tengo un trabajo para él”, fue lo
único que dijo el rey. El artista
recibió el encargo de representar al héroe fundador de la estirpe real en una
pieza que pudiese engastarse sobre un bastón, pero se le concedió libertad a la
hora de escoger la escena y el tratamiento. Se trata un profesional de técnica
depurada y reconocido ingenio; goza de la confianza de su señor. Por otro lado,
el arte esclavo inevitablemente produce frutos menos dulces, inmaduros.
El soberano admira la pieza en silencio. La gira entre
sus manos, sopesándola y escudriñando cada detalle. De vez en cuando, el duro
guerrero pasa delicadamente las yemas de sus dedos sobre las superficies más
tersas de la figurilla, disfrutando de su suave tacto.
No lo ha representado –como él habría supuesto– durante
la batalla, sino en el acto de sacrificar un carnero.
–¿Qué es eso sobre lo que apoya su pierna izquierda,
esas siete líneas onduladas que corren paralelas? –pregunta con vivo interés.
–Se trata de agua, majestad. Es un río. El río que
separa esta orilla de aquella otra de la
que nunca se regresa. En efecto constituye frontera entre vivos y muertos, pero también se convierte a veces en puerta
de acceso al inframundo. Por eso aparece entre esas volutas, que representan al
Árbol de la Vida y cuya presencia en la pieza dotan a esta, sin duda, de
sacralidad. He pretendido ensalzar el carácter heroico y divino de vuestro
antepasado –explica sin poder disimular su orgullo-.
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Trabajo artesanal metalúrgico íbero |
Llevado por su creciente entusiasmo, el artista parece a
punto de explicar algo más. No obstante se queda con la boca abierta, pensativo
por un momento, y finalmente decide ser prudente. No debe revelar ese género de
secretos. Naturalmente todos conocen el significado de esas volutas tan comunes
en otros trabajos de artesanía egipcia
y, sobre todo, en las placas de marfil fenicias cuya belleza él mismo ha tenido
ocasión de contemplar en alguna ocasión; pero sólo los iniciados saben que esos
símbolos con forma de dobles espirales, que se inspiran en la cornamenta del
carnero, en realidad se identificaron en
origen con el útero femenino, el útero de la Gran Diosa, de la Diosa Madre, y
que por eso pasaron a representar después al Árbol de la Vida, símbolo de
fecundidad al tiempo que de la inmortalidad vinculada a la divinidad. O más bien símbolo de su capacidad, negada al
hombre, de renacer ‒como la
semilla‒ de una
aparente muerte para regresar del más allá. Pues esas parejas de volutas
representan también, herméticamente, las jambas del temido ingreso en el Hades.
No, definitivamente, el rey no necesita tanta información sobre los orígenes
del símbolo.
–¿Y esa cabeza que sale del agua? Pareciera de animal
–indaga cada vez más intrigado. Resulta evidente que el argumento ha logrado
capturar toda su atención.
–Es un lobo. ¿Lo reconocéis ahora? Mirad bien, fijaos en
los ojos saltones y las orejas puntiagudas. Y ese morro afilado resulta
inconfundible, ¿no os parece? Naturalmente el reducido tamaño me ha obligado a
representar sólo los rasgos esenciales, los más característicos.
–No os disculpéis. Ahora que observo mejor, veo que
habéis captado a la perfección la verdadera naturaleza de la bestia.
El artista, enardecido, continúa su exposición con redoblada vehemencia.
–Se apresta a beber una ofrenda de sangre, la sangre del carnero degollado que, desde la superficie, transporta el río de los infiernos.
–El rey le mira estupefacto–. Naturalmente el lobo no es un lobo de verdad. Quiero decir que no es un lobo cualquiera; no es sencillamente un lobo. Se trata se una epifanía del espíritu del antepasado: su nefesh, convertido ya en una divinidad de ultratumba, que se asoma a los límites de su nuevo reino para saciarse con la sangre ofrecida.
El artista, enardecido, continúa su exposición con redoblada vehemencia.
–Se apresta a beber una ofrenda de sangre, la sangre del carnero degollado que, desde la superficie, transporta el río de los infiernos.
–El rey le mira estupefacto–. Naturalmente el lobo no es un lobo de verdad. Quiero decir que no es un lobo cualquiera; no es sencillamente un lobo. Se trata se una epifanía del espíritu del antepasado: su nefesh, convertido ya en una divinidad de ultratumba, que se asoma a los límites de su nuevo reino para saciarse con la sangre ofrecida.
Muchas veces ha visto cabezas de lobo, representando al
espíritu del ancestro heroizado en el más allá, diestramente pintadas sobre la
superficie de las páteras íberas destinadas a los sacrificios funerarios. E
incluso sobre alguna que otra urna funeraria. Mientras el artista habla del aspecto
lobuno con el que esas gentes que le han acogido entre ellos conciben a la
divinidad catónica y a los espíritus de los muertos, no puede evitar pensar en
Cerbero, el guardián de las puertas del Hades, al que también su pueblo de
origen da forma canina. Incluso ha oído que los celtas veneran a dioses
infernales lobunos, como un tal Sucellus al que rinden
culto los galos. Que, dicho sea de paso, mucho se parece al dios que los
romanos llaman Silvano. En cualquier caso el carnívoro representa ‒qué triste
sino‒ al muerto: condenado a vagar
siempre hambriento, a la espera de nuevas ofrendas con las que calmar temporalmente su
permanente ansia.
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El Sacrificador de Bujalamé |
–Sobrecogedoramente audaz –murmura el soberano, tan
abstraído que ni siquiera repara en la interrupción-.
–Me pedisteis que representase al fundador de vuestra
estirpe y eso he hecho, sencillamente –responde el jonio simulando modestia–.
Es él, sin duda, en el acto de instaurar el muy justo culto a los antepasados
muertos. Pero también es al tiempo, no lo olvidéis, vos. Pues en vuestro
cuerpo, como en el de cada uno de vuestros predecesores desde los orígenes, se
ha reencarnado el Primer Rey.
El soberano observa cómo la pierna izquierda del
guerrero que ofrece el sacrificio queda oculta por el río hasta la altura de la
pantorrilla, como si este hubiese empezado a engullirlo. Y eso le desconcierta
y le turba. Tiembla imperceptiblemente. El fundidor parece conocer mucho sobre
los misterios asociados a la otra orilla. Dicen que los artistas poseen una
mirada penetrante. Que a menudo han sido tocados por los dioses y estos les han
limpiado los ojos: de forma similar a los profetas y los locos, pueden ver más
allá que la mayor parte de los mortales. Quizá, en efecto, el jonio sepa algo
que él ni siquiera intuye. Por eso
precisamente decide no pedir explicaciones sobre ese detalle. Para el hombre,
incluso cuando se trata de un rey, resulta preferible no conocer el propio destino antes de tiempo. Si los dioses
han trazado ya sus planes respecto a él, lo que haya de ser, será igualmente.
***
Es un bravo guerrero, no se ha rendido. Ha luchado
valerosamente durante muchos años contra la enfermedad. La ha mantenido a raya
igual que a los enemigos de su
pueblo. Como experimentado cazador que es, esperaba el momento oportuno;
esperaba a que su hijo estuviese preparado. Ahora siente que finalmente ha
llegado el momento de recibir la recompensa, de descansar sabiendo que el cetro
queda en manos de su sucesor. Él, haciendo honor a sus antepasados, sabrá
conducir a su gente.
‒Sé justo y misericordioso. Reina con rectitud. El poder que no ennoblece, envilece.
No lo olvides nunca. No existen sendas intermedias. A partir de ahora te
convertirás en el nuevo Padre del Pueblo. Los protegerás con las armas y serás
su guía espiritual. Cumplirás también todas las funciones rituales e
intercederás por ellos ante los dioses. Te comportarás como un bravo guerrero y
un sacerdote solícito y observante. Los gobernarás con disciplina, pero también
con amor. Como haría un verdadero padre. Sólo así te convertirás en un buen
rey. Sólo así conseguirás que tu pueblo prospere. Sólo así podrás ser
recordado. Que los hijos de los hijos de los hijos de tus hijos sigan libando ofrendas en abundancia sobre tu tumba
hasta el fin de los tiempos, hijo mío. Que tu espíritu no conozca nunca la
indigencia. Yo estaré siempre contigo. De ahora en adelante me uniré a nuestros
antepasados y velaré por ti. Hasta el día en que tú también dejes de ser un
simple mortal y te reúnas con nosotros, y entonces velemos todos por tu
heredero.
Ten, lo mandé fabricar al poco de que mi padre partiese
para la otra orilla. Tú aún no habías nacido. Es el símbolo de los pilares que
sustentan nuestro orden. En él se condensa el principio y el fin. El resumen de
nuestra historia. Por él tenemos sentido y a él se lo damos. Con lo que hacemos
en vida, y también con aquello en lo que nos convertimos tras la muerte.
El joven, con manos temblorosas ante la visión del
objeto que su padre le tiende, avanza hacia el lecho del soberano.
--------------- continuará.......................
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