Fernando González Delgado nació el 1
de febrero de 1947 en Santa Cruz de Tenerife, licenciado en periodismo por la
Universidad Complutense de Madrid logrando ser considerado como uno de los más
destacados periodistas de los últimos tiempos así como un prestigioso escritor
español. Desde el año 1967 en el que ingresa en Radio Nacional de España,
llegando a ser director Radio 3 de RNE en 1981 y de la propia RNE de 1982 hasta
1986, año en el que pasa a ser miembro del Consejo de RTVE hasta 1990, para
volver a la dirección de RNE hasta 1991. Posteriormente pasó a ser un habitual
de nuestros hogares al ser el presentador de los Telediarios del fin de semana
en TVE. Ya en 1996 volvió a medio radiofónico al incorporarse como director del
espacio “A vivir que son dos días” de la Cadena SER con el que llegó a ser
líder de audiencia de las mañanas de sábados y domingos. En este medio
radiotelevisivo ha obtenido el Premio Ondas y la Antena de Oro por su labor al
frente del Telediario.
En 2005 se aparta parcialmente de su
actividad periodística, pues sigue colaborando en diarios como Informaciones,
Levante o El País, para dedicarse plenamente a su otra gran pasión, la
literatura. Fernando Delgado publicó su primera novela “Tachero” en 1976, consiguiendo
el Premio Pérez Galdós de novela en 1980 con “Exterminio en Lastenia”; para
después, en 1995, con “La mirada de otro” obtener el Premio Planeta,
convirtiéndose en un prestigioso escritor y un asiduo de nuestras librerías.
Alguno de vosotros estará ahora
preguntándose qué hace aquí este personaje aunque atesore tan brillante currículum,
qué relación tiene con nuestro pueblo, el por qué aparece en una página
dedicada a Puente de Génave y más en las puertas de nuestras fiestas patronales. Os tengo que decir que este prestigioso
personaje está estrechamente vinculado a nuestro pueblo pues durante mucho
tiempo ha compartido una extraordinaria relación con un puenteño de pro
conocido por todos, Pablo García González, al que, además de su profesión, le
ha unido una profunda amistad. Y ya sabemos que una característica que todo
puenteño tiene es la de difundir, allá donde se encuentre, las grandezas y maravillas
de nuestro Puente de Génave. Fernando Delgado, así, se convirtió en un asiduo
visitante y en un enamorado de nuestro pueblo, tanto así que aceptó gustoso a
ejercer como pregonero de las fiestas de San Isidro de 1976, siendo este uno de
los primeros pregones que se realizaron en Puente de Génave y que a
continuación pasamos a reproducir.
PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SAN ISIDRO
PUENTE DE GÉNAVE. MAYO 1976.
Por Fernando G. Delgado
Quizá sea esta la noche en que
despierten de su letargo de doce meses más campanas dormidas. Las pequeñas
esquilas y los campanones roncos se desperezan en las espadañas, en las
humildes torres del campo español. Esta noche del 14 de mayo anda en vísperas
toda una larga lista de pueblos en España que tienen por patrono a San Isidro,
sacan la imagen al pórtico de las ermitas y prenden las ruedas de fuego y las
bengalas de artificio. En San Isidro se hermanan hoy hombres y mujeres de los
más diversos lugares de la España rural, del norte y del sur, del este y del
oeste y hasta de la España de las islas, bien sea por Baleares o por Canarias.
Ante la figura humilde de un labrador de la meseta de Castilla, los que
sostienen la lucha con el campo, los que entienden los signos de las nubes,
temen a las tormentas o anhelan las lluvias, los naturales hombres envueltos por
la filosofía de la tierra, se hermanan todos, se identifican todos. La figura
de San Isidro es algo más para ellos que un ejemplo de santidad, porque incluso
aquellos no demasiado interesados por la santidad ven el él el ejemplo de una
natural entrega que les es familiar, el testimonio acaso de una vida sencilla,
precaria en pretensiones y solidaria en un humano quehacer.
San Isidro es uno de esos santos que
rebasan los marcos de los templos, que incluso parecen hechos para las ermitas
y no para las catedrales, para los altares del campo y no para aquellos que se
adornan con oropeles, ajenos al corazón sencillo de los hombres que trasiegan
en los surcos. Hoy, amigos de Puente de Génave, estamos hermanados con un
montón de españoles que han desempolvado guitarras por esos campos de Dios y se
han puesto a cantar con la voz de nuestro pueblo al que tan fácilmente se le
sale el llanto. En los campos abandonados de Castilla, en las tierras áridas de
nuestro Sur, las cosas que tendrá que oír este San Isidro, si es que todavía le
llegan las súplicas y no nos ha desconectado los comunicadores cielo-tierra,
sabedor como debe ser de los descuidos de los que tienen que dar al mazo de la
eficacia para que nuestro campo sea algo más que el ininterrumpido esfuerzo de unos
hombres a los que no se les agota la esperanza. Uno quisiera que las canciones
populares que se escuchan por nuestros pueblos fueran algo más, o en todo caso
algo distinto a una expulsión de penas, porque querer eso es querer una
realidad distinta para un pueblo al que no le ha faltado nunca el sentido del
humor y la exacta valoración de la alegría. Pero bien sabemos todos cómo canta
y reza nuestro pueblo, a veces con la fé en un puño, bien convencido de que
todo no viene del cielo ni todo nos va a ser dado por añadidura. La fiesta
tiene la hermosa y radiante cara de la evasión porque sí y tiene la otra cara,
más humana si se quiere, pero también más inquietantes, de la necesidad que el
hombre siente de aligerarse de cargas y aliviarse el camino. Y sí, la fiesta es
así y tiene esas caras, lo mismo en las ciudades que en los pueblos, lo mismo
en el campo que en los medios urbanos, porque el dolor es cosa nuestra; también
es cierto que este respiradero que para el hombre es la fiesta, cobra en los
pueblos del campo una especial significación, pues pocos medios como el rural
han sufrido en la sociedad moderna y en la España de los últimos años los
desajustes de todo proceso de transformación.
La agricultura ha sido, y esto lo
sabéis mejor que yo, la gran cenicienta del desarrollo. El hombre del campo se
ha encontrado, de pronto, con los nuevos ritmos y las nuevas imposiciones y las
nuevas querencias de una sociedad transformada no siempre para bien. Ha
comparado la retribución de su trabajo en tierra ajena y propia, y cuantas
veces más en tierra ajena, con el trabajo de la industria, del comercio, de los
otros servicios que nuestra sociedad ha ido incorporando, y se ha encontrado
con las manos vacías. Han surgido los nuevos instrumentos, los medios más
eficaces para el campo, y lo han encontrado clamando por una ayuda que no
siempre llega; que a veces llega tarde. El hombre del campo se ha visto arrasar
sus tierras para negocios distintos a la agricultura o instalar en ellas, sin
contar para nada con su sentimiento, industrias nocivas o en todo caso
consideradas por él como inconvenientes. El hombre del campo, de nuestro campo,
de este campo andaluz, que sabe quizá como ningún otro de entregas y
esclavitudes, ha visto marcharse a los suyos a cumplir con otros sueños y
aventuras o ha tenido que marchar él cargando con la incómoda mochila del
emigrante, para hallar el pan y la vida que en su propia tierra tenía el
derecho de haber encontrado, en otras tierras donde se hablan otros idiomas o
se entienden con otros acentos , donde la nostalgia es propicia y el corazón
está sometido a resignaciones y así este hombre del campo se nos ha hecho un
escéptico. Quizá pocos pueblos como el andaluz hayan tenido que soportar sobre
sus espaldas más tópicos infundados y con menos sentido de la realidad. Y en el
origen de muchos de esos tópicos estás el escepticismo, porque el andaluz es un
pueblo que a fuerza de desengaños ha aprendido a burlarse de sí mismo, a
caricaturizarse, a llevar por dentro una cierta incredulidad. El sentido del
humor del andaluz tiene más hondura que la que transparenta el chiste fácil y
su apatía no está reñida en nada con su laboriosidad, sino más bien relacionada
con la desesperanza. Su cordialidad y su extraversión y hasta su fantasía
tienen más que ver con la necesidad de salir de sí mismos, con la bien probada
generosidad, con su característico universalismo, que con la palabrería
facilona o el “déjame entrar” interesado. El tópico de la mentirijilla, el bulo
o la exageración, no es sino el resultado de juzgar al andaluz por el
aventurero que en otras tierras hemos encontrado y que ha sido unas veces de la
Meseta o de Extremadura o del Norte o de Galicia. Nada de eso tiene que ver
directamente con el esencial carácter andaluz al que, por otra parte, no le ha
faltado imaginación ni capacidad para salir de los letargos a los que, los
vaivenes de la historia, ha sometido a su pueblo.
Continuará..............................
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