viernes, 9 de marzo de 2018

EVOLUCIÓN DE LA MUJER DE LA SIERRA DE SEGURA

EL PAPEL DE LA MUJER EN LA SOCIEDAD RURAL.

Por José Ant. Molina Real

La mujer rural andaluza, y por consiguiente, la mujer de la Sierra de Segura también, ha dejado de ser una fotografía fija en blanco y negro para convertirse en un personaje con dinamismo que irradia color, que ha sido capaz de trasformar su realidad a base de esfuerzo, preparación y cualificación, lo que le ha permitido romper estereotipos y avanzar hacia una sociedad más igualitaria, contribuyendo así decididamente al desarrollo de este territorio que es la Sierra de Segura. Para esta labor es estrictamente necesario, la aportación, a través de la creación de programas específicos, por parte de la administración de una política igualitaria que regule, dentro del marco social, las relaciones de fomento y asociacionismo femenino en beneficio del desarrollo social y económico de nuestro territorio.
La historia del S. XX ha dejado en toda la España rural, en Andalucía y también en nuestra sierra, un sinfín de historias tejidas a base de trabajo, voluntarismo, dedicación y mucha lucha personal; esas microhistorias de mujeres que han ido forjando y conformando la realidad de nuestra comarca, pero con aportaciones poco reconocidas debido al papel secundario al que le relegó una sociedad marcadamente machista, especialmente en el marco rural en el que se ha desarrollado la historia de la Sierra de Segura.
Mujer serrana con su habitual vestimenta.
Hubo, por lo tanto, excesivos periodos de sombras, donde la vida fue extremadamente dura en nuestra Sierra de Segura, donde el hambre llegaba a visitar a demasiados hogares, con excesivo trabajo que no repercutía en el bienestar de sus gentes que se acostumbraron a vivir con escasez de recursos y con prácticamente nulos servicios básicos, empujando a sus jóvenes a la emigración y, por consiguiente, a un recambio generacional inexistente que condenó al olvido y abandono a muchas aldeas que salpicaban nuestro paisaje serrano. Y todo esto en una época donde la mujer desarrollaba una importante, pero silenciosa y silenciada, labor familiar y social, infravalorada por un arraigado costumbrismo carente de igualdad; donde las mujeres no podían elegir modelos de vida a seguir, siendo la sumisión, al padre en un primer momento y después al marido, la característica de vida.
Mujer y familia. Foto 1933
La mujer de nuestra sierra no tenía acceso a la formación ni a las posibilidades de independencia ni progreso personal, por lo que nacer mujer era siempre sinónimo de dedicación a los demás, cuidando hermanos más pequeños primero, al servicio de padres después, para pasar después con el matrimonio al cuidado del marido y de los hijos. Por esta razón no resulta exagerado considerar a la mujer como un pilar fundamental en el desarrollo de la vida social y económica de nuestra sierra, aportando un trabajo, tanto fuera como dentro del hogar exento de horarios ni descanso, dando ejemplo de continua fortaleza, lucha, ánimo y tesón que es justo que esta sociedad moderna reconozca y valore.
Trabajo infantil femenino 
Para apreciar algunos cambios respecto a las dinámicas igualitarias, si exceptuamos el corto tiempo vivido en la II República, donde las determinaciones legales promulgadas en la Constitución de 1931, tendentes a propiciar una sociedad más igualitaria no llegaron a tener resonancia, por el corto periodo que abarcó y lo complicado que resultaba asimilar todos esos conceptos en una sociedad rural sumida en el subdesarrollo arraigado en tradiciones que pesaban socialmente más que las leyes; los debemos buscar en el periodo inicial de nuestra actual democracia para apreciar nuevos modelos sociales que afectaron positivamente en los derechos y vidas de las mujeres tendentes a la igualdad, aunque cabe decir que después de casi cuarenta años, y ya en el S. XXI, aún queda bastante camino por recorrer.

Cuando hablamos de cambios en los modelos nos referimos a la transformación y modernización consolidada a raíz del cambio democrático y la apertura a la sociedad de una mujer reforzada por una formación y una preparación que le permitió asumir nuevos retos y metas hasta conseguir la plena ciudadanía. Pero no podemos olvidar que esa igualdad formal no deja de ser eso, formal y nada más, pues en la práctica la mujer tiene que seguir luchando por la obtención de la plena igualdad, cuestión que hace necesaria una concienciación e implicación de toda la sociedad, principalmente de la clase política al promulgar diversas leyes de protección de hecho diferenciador femenino en un mundo donde el predominio masculino es visto con toda naturalidad.
Segregación en la escuela tradicional del franquismo.
Un factor determinante que ha contribuido a mantener a la mujer en este papel de ostracismo y marginación ha sido el educativo, donde la formación básica a la que tenía acceso la mujer de nuestra sierra era exclusivamente referida a la dependencia respecto al hombre, manteniéndola al margen del acceso a la escolarización por lo que históricamente el analfabetismo ha sido mucho mayor porcentualmente entre la mujer, cuestión a la que contribuía con claridad el hecho de la enorme dispersión en aldeas y cortijadas existente en la Sierra de Segura, y caso de producirse esa escolarización es lógico pensar en un alto grado de absentismo, en una escuela donde la mujer aprendía básicamente a leer y escribir y unos valores religiosos que la condicionaban y estigmatizaban. Este aspecto, que ni tan siquiera cambió con la llegada del liberalismo en pleno S. XIX, tampoco cambió durante el S. XX, acrecentándose incluso más durante los años de postguerra, lo que unido a un estricto tradicionalismo, más acentuado en el mundo rural, supuso una clara marginación social de la mujer de la Sierra de Segura.
Escuela rural durante los años 50.
La vida social de la mujer de aquel tiempo se limitaba a la ofrecida, previo permiso paterno o del marido, a las ofrecidas por el Régimen Franquista y la Iglesia, siempre enfocadas como práctica de sumisión y dedicación que las mujeres debían practicar. La Sección Femenina de la Falange Española se convirtió en un instrumento, como también lo fue la Acción Católica Femenina que controlaban los párrocos de los diferentes municipios serranos, para realizar actividades folclóricas, participación en diferentes campañas formativas y tradicionales, desarrollo de acciones religiosas, etc…; en las que solían participar mucho más las jóvenes ya que las mujeres más adultas no podían descuidar las obligaciones laborales de ayuda y complemento al varón y las familiares que le mantenían perennemente ocupada. Participar en cursos de cocina, de costura o de bordado era algo habitual y que se complementaba con la participación en actos religiosos como procesiones o en el coro parroquial; por lo que la mujer rural, durante el régimen franquista, debía siempre anteponer su funcionalidad hogareña y de defensa de los intereses familiares a su formación integral de valores y capacidades personales, pasando de la etapa de control y servicio marcado por el padre al control y servicio del marido.
Partido baloncesto de la Sección Femenina. Puente de Génave-Siles. 1959
Pero en nuestra comarca, con una actividad económica basada en la producción agraria, la participación de la mujer no se limitaba al trabajo en el hogar, convirtiéndose en pieza esencial, ya desde muy niñas, en los trabajos del campo, sobretodo en el olivar y en especial en la etapa de la recolección, donde no sólo tenían que arrodillarse en un suelo castigado por las bajas temperaturas del invierno serrano para ir cogiendo una a una las aceitunas, sino que además tenían que ocuparse de elaborar y preparar la comida para todos los participantes en dicha recolección. Y cuando participaban en tareas del campo por cuenta ajena, como jornaleras, siempre percibían salarios inferiores a los de sus compañeros varones bajo el criterio de la fuerza, lo cual significaba una manifiesta infravaloración de su trabajo y de su persona.
El duro trabajo de las aceituneras.
Además era normal contar con animales domésticos como gallinas, conejos o cerdos que suponían una importante fuente de sustento familiar, siendo su cuidado y alimentación tarea exclusiva de la mujer de nuestros pueblos. Esa mujer de nuestra sierra que buscaba la ocasión y el tiempo para desplazarse al arroyo o río cercano primero, y lavaderos públicos después, para, cargada con grandes cestos de mimbre llenos de ropa, realizar la colada en esas aguas frías, incluso gélidas en invierno, junto con ese jabón casero que ellas mismas habían elaborado a base de reutilizar el aceite usado. 
Lavando la ropa en el lavadero.
El lavadero era un lugar de cierta privacidad femenina, era un clásico momento de escape del control formal de una sociedad machista, donde la comunicación se convertía en más íntima y fluida, y los comentarios e inquietudes femeninas, no exentas de la crítica e ironía, mostraban con mayor claridad la personalidad  y las inquietudes individuales; siendo el lavadero un importantísimo centro exclusivo de expresividad en libertad pues otros posibles lugares de reunión como bares o tabernas eran prohibitivos sin la compañía masculina. También la mujer rural realizaba una tarea sorda e inapreciable como era la del cuidado del entorno del hogar. Ella encalaba la fachada de la casa de forma periódica, ella llenaba de macetas y plantas ese entorno para dar color y alegría al hogar y ella también se encargaba cada día de mojar con una rústica regadera antes de pasarle la escoba al trozo de calle que le correspondía para mantener “aseado y curioso” ese entorno próximo.
Barriendo la calle.
En un tiempo de enorme carencia, de cierto aislacionismo y de mucha penuria, por lo que la atención social era también trabajo de la mujer; ella se encargada del cuidado de nuestros mayores, proporcionándoles los cuidados y atenciones necesarios, incluso en la enfermedad, y que se extendía tanto a sus propios padres como a los padres de sus maridos, intentando llegar allí donde la enorme carencia de servicios sociales, propios de aquel tiempo, nunca llegaban. Proporcionar afecto, cariño, lavar o coser la ropa, cocinar para ellos, mantener sus hogares que nunca solían estar muy lejos del propio especialmente en las aldeas, gestionar su día a día o incluso convivir con ellos, en casos necesarios, bajo el mismo techo, era algo extremadamente normal.
Amasando el pan.
Otro aspecto que debemos destacar en esa mujer de la Sierra de Segura es como ha sabido aprovechar los recursos del entorno para aportar a la familia el sustento y alimentación. Su inventiva e imaginación, a través de los productos que la tierra ofrecía, elaboraba día a día, no sólo el pan que iba a cocer al horno comunitario, sino infinidad de suculentos platos y conservas que nosotros guardamos dentro de la tradición más arraigada. Las patatas, los ajos y diversos productos de la huerta, junto con los derivados del cerdo y de animales de corral, aportan numerosas recetas que dieron sabor a nuestros mayores y que ahora podemos degustar. Los diversos platos a base de ajo como son el ajoharina, el ajopringue, el ajoatao o el ajomulero son esquisitos, así como también los son las migas y gachamigas, el fritao o los galianos, y, como no, toda una enorme variedad de guisos y carnes domésticas o de caza que la sierra siempre ha ofrecido. Además la repostería de tradición es amplia en surtido: flores, hojuelas, enredos, borrachuelos ó panetes son nombres dulces y populares; también son tradicionales las tortas dormías, de garbanzos, sobás o de nueces; los roscos de naranja, roscos feos, y las típicas gachas para Todos los Santos. También las mujeres colaboraban en la elaboración de licores que surgían del alambique, dando lugar a un aguardiente de gran calidad, que además sirve de base para diversas bebidas que se elaboran desde tiempos remotos, como la gloria (mediavida ó zurracapote), la mistela, el licor de café y las ratafías que se obtienen mediante maceración de diversos ingredientes.
Cocina tradicional serrana.
Debemos mencionar que si hay un momento estelar en cuanto a la preparación del sustento familiar ese es sin lugar a dudas el momento de la matanza. Hay que destacar que entre las carnes domésticas, la del cerdo, ocupa papel principal y la mujer serrana ha resultado imprescindible en el proceso de la matanza, desde los preparativos previos con la compra de especias necesarias, el lavado de calderas con vinagre y sal hasta el pelar y cocer la cebolla que, después del lavado de tripas, se utilizarán en el embutido de chorizos, salchichones y morcillas; sin dejar de olvidar que ellas debían preparar las correspondientes comidas para todos los que participaban y ayudaban, que eran muchos, al ser un evento claramente de reunión familiar.
Embutiendo en la matanza.
Pero las dinámicas de la mujer en nuestra sierra no pudieron abstraerse de las penalidades y la subsistencia que contrarrestaban con los cantos de sirenas que llegaban desde puntos tan distantes como Cataluña, Baleares o Valencia. Aquellos serranos pioneros que tuvieron el atrevimiento de iniciar la aventura de la emigración, con sus cartas, ejercían un poderoso poder de atracción para otros muchos serranos que no tuvieron más remedio que abandonar sus aldeas y cerrar sus casas para imitar el camino que, a finales de los años cincuenta y todos los sesenta, siguieron muchas familias para intentar dar nuevas expectativas a sus vidas. Y ya no eran migraciones temporales como lo fueron la vendimia en Francia o el tomate y la naranja en la costa levantina, eran ya movimientos de familias que decidieron establecerse para servir de mano de obra abundante a la industria y al sector servicios de una zona mediterránea que ejercía un gran poder de atracción económica. De esa forma, casas, calles y caminos de nuestra sierra se fueron quedando vacíos, aunque las dinámicas de los que se quedaron cambiaron muy poco pese al proceso de modernización que a nivel nacional trajo consigo el desarrollismo económico de los sesenta.
Emigración desde la estación de tren de Jaén.
Las familias que decidieron quedarse siguieron dependiendo casi en exclusiva del trabajo del campo, aprovechando los recursos precarios de la sierra, y aunque a su entorno comenzaba a llegar los primeros símbolos de la modernidad con el estruendo de algún vehículo o el poder ir al centro parroquial para ver la televisión, la vida en la sierra seguía siendo difícil. Las comunicaciones mejoraron, se podía mandar telegramas y algún teléfono cercano nos permitía la comunicación con los familiares que estaban lejos, incluso el autobús que recorría la sierra desde Santiago hasta Puente de Génave se convirtió en elemento dinamizador, que permitía enlazar para viajar a Jaén, con la Alsina, a Madrid, con la Pava, o Albacete, con el Terne, y desde allí, con el tren a cualquier otro lugar de España. 
El Terne. Línea Puente de Génave-Albacete
Algunos negocios familiares empezaron a proporcionar de todo aquello que podría calificarse de primera necesidad, y en las tiendas del pueblo se podía comprar desde una aguja, los novedosos yogures e incluso muebles. Las tendencias hacia lo moderno, ya implantadas en las zonas urbanas, invadieron las dinámicas de vida de la Sierra de Segura, a través de la televisión y de lo que aportaban aquellos emigrantes que regresaban en verano a sus lugares de partida para pasar unos días de vacaciones en medio del entorno y las gentes que les habían visto nacer, aportando una visión más amplia y abierta a los cambios y una mayor capacidad de asimilación respecto a nuevas formas de vida. Las gentes empezaron a solicitar y disfrutar de servicios, algunos de ellos públicos, de los que habían prescindido durante toda su vida y la de sus antepasados, que ahora se consideraban imprescindibles; los electrodomésticos empezaron a verse en algunas casas, los taxis dejaron de resultar necesarios por la proliferación de transportes públicos y vehículos particulares; las tiendas se diversificaron y apareció una intercomunicación más ágil y directa entre las diferentes aldeas y pueblos de la comarca.
Casa del médico. Puente de Génave
Y en medio de estos cambios, la mujer, que pudo, gracias a ellos, conseguir mayor grado de autoafirmación y estima personal; bien es cierto que limitado especialmente a la población más joven, que pudo romper las fronteras de la comarca para iniciar estudios de grado superior en Úbeda o incluso acceder a la universidad en Jaén o Granada, ya que las mujeres más adultas siguieron sufriendo el modelo segregador y machista imperante durante tanto tiempo, pero que pretendían dar a sus hijas la oportunidad de romper con los estereotipos sociales tradicionales de ser hija, madre y esposa, intentando una aventura formativa que les proporcionara una oportunidad en el mercado laboral. Es por tanto, este el comienzo del camino hacia la emancipación de la mujer de nuestra comarca, el momento en el que la mujer empezó a romper las fronteras que la delimitan, cuando la mujer serrana pudo salir y observar que otros modelos de convivencia eran posibles y cuando las dinámicas sociales, con la llegada de la democracia, permitieron una apertura hacia la consideración social de la mujer en un plano de igualdad de derechos y de deberes. Efectivamente, desde el departamento del Instituto Andaluz de la Mujer creado por la Junta de Andalucía en 1989, la propia Diputación de Jaén o desde los diferentes ayuntamientos de los trece municipios de la Sierra de Segura, se han propiciado iniciativas favorecedoras de una igualdad real y no tan sólo teórica de la mujer de nuestra comarca, se ha desarrollado el asociacionismo entre las mujeres que han podido desarrollar y desarrollarse, dentro de programas específicos, el debate sobre experiencias favorecedoras de la igualdad entre géneros, incrementando notablemente la concienciación social y posibilitando la realización de estudios y diagnósticos en los distintos municipios desde una perspectiva de género.
Actividad organizada por GDR Sierra de Segura
Ahora es habitual la realización de programas formativos para preparar a la mujer para la integración social, con pautas y asesoramiento sobre problemáticas que los nuevos tiempos han ido introduciendo, y laboral, con instrucción y formación básica en este ámbito. A ello se ha contribuido especialmente desde los ayuntamientos al establecer servicios de atención a la infancia hasta los 3 años, lo cual ha liberalizado a la mujer de cierta carga de trabajo doméstico, al quedar mucho trecho que recorrer en cuanto a la corresponsabilidad entre hombres y mujeres en torno al cuidado de los hijos y respecto a las tareas domésticas.
Curso de formación en los encuentros de Asociaciones de Mujeres de la Sierra de Segura.
Hoy en día, y aun siendo conscientes del mucho camino que todavía queda por recorrer, nos encontramos una mujer que en la Sierra de Segura es una mujer activa e integrada en dinámicas sociales, una mujer preparada y conocedora de sus objetivos porque sabe de sus carencias, con amplia participación en todos los ámbitos a los que puede acceder desde sus municipios como pueden ser la política o el asociacionismo, en definitiva, una mujer abierta a las demandas que la sociedad moderna plantea en un entorno social ruralizado.

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