viernes, 11 de abril de 2014

LA TRADICIONAL SEMANA SANTA PUENTEÑA. El Prendimiento



Hemos tenido acceso a un escrito de nuestro paisano Pablo García González en el que se nos ofrece la fiel descripción de las celebraciones de nuestra Semana Santa, tal y como nuestros padres y antepasados las vivieron en otras épocas. 
Nos vamos a centrar en esta ocasión en el primero de los tres actos procesionales que se representaban, el del Prendimiento de Jesús Nazareno en el Cortijo de la Ánimas, o “Emprendimiento” que era como ellos lo solían popularmente llamar, dejando los otros dos, la procesión del Encuentro y la del Domingo de Resurrección, para posteriores publicaciones. Es cierto que nuestra Semana Santa ha evolucionado, es cierto que nuevos aires de modernidad la han invadido, sin saber bien con qué intencionalidad, es cierto que sus actos pueden haberse enriquecido; pero no sería nada desdeñable que sus máximos responsables, indudablemente encabezados por nuestro cura párroco, volvieran la vista atrás y recuperaran, total o parcialmente, la escenificación que dio personalidad y particularidad, durante tanto tiempo, a nuestra tradicional Semana Santa. 

Todo es posible y además compatible, sólo hace falta capacidad de adaptación y voluntad de esfuerzo para crear una extraordinaria Semana Santa Puenteña, que con base en la tradición, evolucione con paso firme hacia el futuro. En Puente de Génave hay mucha gente que se ocupa y se preocupa por nuestra Semana Santa, y desde el blog estamos convencidos que estos planteamientos que nos acercan más a nuestras raíces culturales, serán comprendidos y entendidos, desde el diálogo y el trabajo, para, sin dejar de progresar con las diversas iniciativas que se han llevado a cabo, no dejar en el olvido aquello que nos caracterizó y dió personalidad a nuestra Semana Santa.

La Semana Santa en Puente de Génave.

Por Pablo García González.

            La celebración folclórica de la Semana Santa se basa en las procesiones con las imágenes o pasos de la Pasión de Jesús, que serán más vistosas cuanto mayor número de cofrades participen, vayan vestidos de nazarenos o de romanos. Por eso, la “Semana Santa” de los pueblos pequeños suele ser poco vistosa: procesiones de vecinos más o menos despreocupados, portando imágenes de escaso valor artístico e indumentario. Puente de Génave, que no es una excepción a lo dicho, mantuvo hasta los años setenta, una original costumbre que mejoraba la calidad de la celebración: una suerte de auto sacramental en tres escenarios, donde se representaban otros tantos misterios de la Pasión. El primero la noche del Jueves Santo con la escenificación del prendimiento de Jesús Nazareno; la segunda con el encuentro entre la imagen de la Virgen Dolorosa y la de Jesús Nazareno con su cruz que se realizaba en la madrugada de Viernes Santo y la tercera en la mañana del Domingo de Resurrección que se realizaba en el mismo templo parroquial. Eran funciones muy sencillas, de gran llaneza e ingenuidad, y por ello más válidas y pegadas a la naturaleza arcaica de los acontecimientos.
 

EL EMPRENDIMIENTO

            La Semana Santa se abría, la noche del Jueves Santo, con la representación del prendimiento de Jesús en el monte de los olivos: la procesión salía de la iglesia con el Nazareno, una imagen de madera, con pelo natural, hábito morado y brazos móviles, que llevaba caídos y libres. Cruzaba el río por el Puente Viejo y subía hasta una gran explanada en el Cortijo de la Ánimas, el barrio más antiguo del pueblo, junto con Pedronares. Las andas se dejaban en el suelo y la imagen del Cristo adquiría una dimensión humana, situándose a la misma altura de todo el mundo; la gente se iba colocando alrededor en silencio, como para escucharlo, en un ambiente mágico, sin otra luz que la de la luna, blanqueando aquella extraordinaria comitiva. De pronto, en la parte más alta del barrio comenzaban a oírse voces y, con gran estruendo, aparecía una caterva de individuos vestidos de romanos, con antorchas encendidas, que corrían cuesta abajo hacia donde se encontraba el Cristo.
La gente se apartaba para no ser atropellada por aquella horda vociferante que, lanza en mano, salpicaba pez ardiente de sus hachones. Los esbirros rodeaban al Nazareno y se producía un silencio sobrecogedor; la luz trémula de las teas iluminaba la cara de las gentes y a la imagen patética y sola, a quien el centurión preguntaba con un grito: ¿eres Jesús de Nazaret? Una voz próxima contestaba: sí, yo soy. El jefe de los romanos volvía a realizar la misma pregunta y obteniendo la misma respuesta, y cuando formulaba por tercera vez la pregunta, la voz respondía más fuerte y rotunda: ¡Sí, os he dicho que soy yo! La respuesta del centurión se convertía en orden al resto de romanos ¡Prendedle! Inmediatamente procedían a rodear la imagen del Cristo al tiempo que, con voz potente, gritaban en medio del silencio de la noche, ¡Matadle, pegadle, crucificadle…! En ese momento, el que ejercía como jefe, amarraba por las muñecas al Nazareno.
El silencio que ese acto imponía, tras el tremendo barullo, permitía escuchar el chisporrotear de las antorchas y los sollozos mal contenidos de sencillas mujeres enlutadas. Quedaba la imagen maniatada y custodiada por la guardia. Acto seguido se elevaban las andas, miraba el Cristo ya desde arriba a la gente sobrecogida, que poco a poco, iba formando las filas de una ordenada procesión, que iniciaba su camino para retornar a la iglesia, aunque ahora ya, la imagen iba custodiada por la guardia de romanos que lo acompañaría durante el resto de recorrido procesional.

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