viernes, 28 de febrero de 2025

UN REFERENTE PARA PUENTE DE GÉNAVE Y LA SIERRA DE SEGURA

 LA POSÁ DE PEPE U Y LA MARÍA.

Por José Ant. Molina Real ( jt ) 

Juan Francisco Molina era un honrado trabajador que, desde Baeza, su lugar de origen, se había trasladado a Úbeda cuando contrajo matrimonio con Dolores Aragón, allí encontraron formas de subsistencia y allí nació, el 28 de octubre de 1913, su primer hijo al que llamaron José, después vinieron otros dos, Manuel y Josefa, e iniciaron una vida tranquila y humilde para sacar adelante a esa familia. Pero el destino quiso que Dolores cayera enferma y falleciera a mediados de los años veinte. La situación para Juan Francisco se complicó enormemente pues hacer compatible el trabajo y el cuidado de sus hijos era imposible, por lo que aceptó sin dudarlo el ofrecimiento de su hermana Visitación de trasladarse a Puente de Génave, donde ella, junto a su marido Juan de Dios, regentaban una posada que daba servicio a los diversos transeúntes que circulaban por la carretera Jaén-Albacete. A Juan Francisco no le resultó complicado encontrar trabajo e, incluso, su hijo mayor podría ayudar en las tareas que el negocio precisaba.

Pepe U Molina Aragón y María Sánchez Bueno

De esa forma un tanto circunstancial José Molina Aragón recaló en Puente de Génave y se involucró, ya de adolescente, en las necesidades de la posada. Hacer amigos no le resultó nada difícil y los momentos de diversión y tonteo con las muchachas del pueblo abundaban. De hecho de uno de esos momentos saldrá el apelativo con el que se le conocerá ya para siempre en Puente de Génave y en toda la Sierra de Segura, el de Pepe U. Parece ser que un día de buen ambiente y de cuadrilla, coincidieron cinco amigos que se llamaban José, a lo que el amigo gracioso de aquel momento no tardó en llamarlos por su nombre, “Pepe” y añadir una vocal para diferenciarlos, así surgió desde el Pepe A hasta nuestro Pepe U.

Son momentos difíciles pues los aires revolucionarios de la II República lo inundaban todo, pero eso no impidió que conociera a Julia Campayo Martínez, siete años más joven, y ya desde muy jóvenes sus simpatías, confianzas y conocimiento mutuo fraguaría en un noviazgo reconocido. Eran años duros porque el golpe militar que originó la Guerra Civil restringieron todo posibilidad de negocio para la posada. La actividad comercial que la carretera había ofrecido hasta ese momento dejó de tener efecto y, en la práctica, se convirtió exclusivamente en nudo básico de comunicación entre el frente de Andalucía y el Levante libre, siendo muchos los vehículos y camiones cargados de soldados que atravesaban el pueblo, pero sin detenerse en él, por lo que no hubo más remedio que buscar alternativas a la posada para poder subsistir.

Libro de familia numerosa de Pepe U

Una vez acabada la guerra había que intentar reemprender nuevamente la actividad del negocio familiar, pero por aquel entonces, con un Juan de Dios y Visitación ya muy mayores, el único que mostró interés y ganas de dar continuidad a todo el esfuerzo que requería recuperar el servicio que ofrecía la fonda sería el sobrino mayor, Pepe U, quien renegoció el contrato de arrendamiento de la posada y del enorme espacio que suponía el patio posterior y que era utilizado como cocheras, convirtiéndose en propietario del negocio. Pero esta actividad requería de una mujer que pudiera ordenar tanto el servicio de las habitaciones como el de las comidas, por lo que decidió formalizar su relación matrimonial con querida Julia Campayo, encontrando en ella el perfecto complemento para llevar con soltura un negocio que requería tanto esfuerzo en cuanto a limpieza, arreglos de habitaciones y, por supuesto, en la cocina para servir exquisitas comidas a los clientes.

Tarjeta de visita

Al poco tiempo, y con un negocio que poco a poco se iba levantando y consolidando a pie de una carretera que volvía a tener a viajantes, transportistas, vendedores ambulantes y todo tipo de transeúntes como protagonistas, Julia quedó embarazada, y lo que podía haber sido una nueva alegría para la familia se convirtió en una verdadera pesadilla para la Posá de Pepe U, pues en el parto de una preciosa niña, Julia sufrió un trombo que le causó unos problemas irreversibles que le provocarán la muerte apenas tres semanas después del parto, a la edad de 24 años; era el año 1944.

Pepe U, María y Encarna la del Surtidor

La situación de Pepe U, con un nuevo negocio y ahora viudo y al cargo de una niña a la que llamaron Dolores, aunque todos denominaron como Julia en honor a su madre, resultaba bastante complicada. No obstante, contó pronto con la colaboración familiar, en especial de la tía de Julia, María Sánchez Bueno, hija de Gabriel Sánchez y Elena Bueno, que en esos momentos ayudaba a su hermano Juan José que había iniciado la aventura de regentar el Bar Iberia situado justo al lado de la posada. La buena marcha del negocio hacía necesaria la contratación de asistentas que ayudaran en el servicio y eso hacía que María fuera poco a poco adquiriendo responsabilidades en el negocio, y eso, unido al afecto, cariño y amor que fue surgiendo entre ambos, les llevó a formalizar con su matrimonio el 1 de octubre de 1946.

En la puerta de la Posá Juan José y Joaquín Sánchez Bueno
 junto a su hijo Joaquinito

Ambos negocios, el bar Iberia, que pronto pasaría a llamarse Bar del Pintor pues en las tareas del bar a Juan José se le unió su hermano Joaquín que tenía una enorme habilidad en la confección de cuadros y retratos; y la Posá de Pepe U no llegaban a cerrar al público prácticamente nunca, siendo un perfecto complemento al servicio de Puente de Génave y toda la Sierra de Segura. Allí tenían su parada todos los autobuses, destacando el llamado “El Terne” que salía todos los días a las 6 de la mañana hacia Albacete en un recorrido que se hacía eterno pues las carreteras no tenían las condiciones actuales y realizaba parada en todos los pueblos y aldeas del recorrido, utilizando las cocheras de la posada para descansar después de su viaje diario de ida y vuelta a Albacete, por lo que conductores como Federico, Diego o Segundo pernoctaban en las habitaciones de la posada antes de iniciar un nuevo recorrido hacia la capital manchega. También la “Alsina” que iba a Jaén, la llamada “Pava” que atravesaba los pueblos cercanos de La Mancha hasta Valdepeñas para seguir hasta Madrid, y también el autobús de “la Sierra” que tenía su origen en Santiago de la Espada y llegaba al Puente de Génave, después de recorrer todos los pueblos y aldeas de la Sierra de Segura.

El "Terne" en las cocheras de la Posá

La Posá de Pepe U tenía tres espacios bien diferenciados. En la parte baja se encontraba un enorme portal con suelo empedrado atravesando el cual se tenía acceso a un enorme salón que hacía las funciones de comedor junto al que se encontraba la cocina. Entre ambos espacios una escalera daba acceso al piso superior y a las nueve habitaciones, situadas las cuatro primeras en la parte derecha del edificio que eran de uso familiar, mientras que las cinco habitaciones restantes, situadas a la izquierda del edificio, eran de uso público con tres dobles, una triple y una individual; siendo el tercer espacio la parte posterior utilizada como cocheras, donde “El Terne” y coches de viajantes podían estar a buen recaudo. Así que durante esos años cincuenta y sobretodo en los años sesenta, la Posá de Pepe U, junto con el bar del Pintor, se convirtió en el referente y lugar de partida de la emigración masiva que tuvo que sufrir la Sierra de Segura hacia Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana y Baleares principalmente.

Reunión familiar en el portal de la Posá

También la posada se fue haciendo famosa y reconocida entre transeúntes, viajantes, vendedores ambulantes, operarios de reparación de la carretera e incluso muchos trabajadores de los que participaron en las obras de la vía Baeza-Utiel próximas al pueblo, llegando a adquirir una clientela fija entre los que destacan los conocidos Sevilla, Valcárcel o Pajarito, así como el General de la Guardia Civil llamado Luís Marzal Albarrán quien, por mediación de Pepe U, ayudó a muchos puenteños a ingresar en la Benemérita. También se alojaban en la Posá durante largas temporada D. Ramón Ruiz Frías y D. Carlos Morales, médico y practicante del pueblo, quienes la utilizaron durante largas temporadas llegando a convertir la Posá en un verdadero hogar. Debemos nombrar a nivel anecdótico que existía un personaje llamado Manuel “el Bizco” al cual se le dejaba dormir en un rincón del portal para que, a cambio de alguna propina, avisara a los clientes para despertarlos.

El general de la Guardia Civil, Luís Marzal,
contesta a una recomendación realizada por Pepe U.

María se convirtió muy pronto en la verdadera alma de la posada, cuestión que tenían que compaginar con el cuidado de sus hijos que fueron viniendo de forma continuada en los años siguientes, primero fue José, después vinieron María Elena y Lola, y finalmente los más pequeños Maite y Francisco Gabriel. Esto hacía necesaria la contratación de asistentas que ayudaban a dar un correcto servicio, siendo diversas mujeres las que pasaron por la posada realizando diversos menesteres, pues María, nunca dudaba en acoger a transeúntes o indigentes sin posibilidades económicas que sabían que un plato caliente y un rincón donde dormir a cobijo en la posada de Pepe U no les iba a faltar. Destacar el caso de la llamada “la Baldá”, mujer a cargo de dos hijos y que había perdido sus piernas y que siempre tenía un plato en la mesa enviado por María cada día. La familia iba conformándose de una forma humilde y sencilla y a base de esfuerzo y trabajo, siendo sus dinámicas de vida enmarcadas en una cierta normalidad, como cualquier familia de Puente de Génave, con María luchando por ella y por la atención a los clientes, así como Pepe U que siempre estaba atento al cuidado del negocio, aunque también tenía tiempo  para tomarse un vino con sus amigos Luís Real “el Zapatero” y su cuñado Antonio Molina, con Juan Antonio “el Barbero” y con el llamado “Santiaguete”, así como María compaginaba sus obligaciones familiares con el cuidado del negocio de la Posada.

Foto familiar. Pepe U, María y
Ma. Elena, Fco. Gabriel, Lola y Maite

No obstante, a pesar de todo el esfuerzo, el peso de tanta emigración y la disminución de población provocaron que se redujera enormemente la capacidad de económica que generaba la posada. La actividad económica en la Sierra de Segura y en la provincia se detuvo y con ello menos transporte, menos viajantes y menos venta de mercancías y por lo tanto menos clientes, incluso los hijos mayores de Pepe U y María iniciaron también el camino de la emigración marchando a Barcelona y Alicante. Y en medio de toda esta recesión surge una verdadera desgracia que afectó al mismo Pepe U, al cual se le detecta un cáncer de garganta que acabará con su vida el 7 de abril de 1973, siendo un verdadero golpe emocional, no solo para toda la familia sino para todo el pueblo pues Pepe U era muy apreciado por su bondad, honradez y su carácter afable y buen corazón.

En la puerta de la Posá. Reunión familiar

La posada se convierte en el único sustento de María que todavía tiene bajo su responsabilidad a sus dos hijos más pequeños, con un negocio que en esos momentos no era demasiado boyante, pero a base de esfuerzo y sacrificio pudo aguantar hasta alcanzar su merecida jubilación en 1983, en el que, la ya en ese momento Posá de la María de Pepe U, cerró definitivamente al público, quedando el edificio dedicado a uso de vivienda familiar exclusivamente. La vida de María se convirtió en la de cualquier jubilada del pueblo, recibiendo visitas de sus hijos y pasando también alguna temporada en sus domicilios, todo ello mientras el edificio de la posada se iba deteriorando.

María Sánchez Bueno

La muerte le llegó a María con 82 años, concretamente el 13 de octubre de 2000, siendo ese el momento en el que el contrato de arrendamiento del edificio expiró, y aunque haciendo uso de derechos contractuales su hija Lola intentó su compra para rehabilitarlo, la falta de acuerdo provocó que los herederos de Rufo Martínez, propietarios del edificio ya en práctica ruina y con solo uso para derribo, lo vendieran a Emilia Hornos y Antonio Muñoz en el año 2006, para iniciar inmediatamente la construcción de unos modernos apartamentos y locales comerciales en el solar que su demolición había dejado.

Fachada del edificio de la Posá una vez cerrada
Nuevo edificio construido junto al Bar del Pintor

Esta es la historia de unas buenas personas y de su Posá, que dio servicio a su pueblo y a toda la Sierra de Segura, servicio que siempre estuvo marcado por el esfuerzo y el sacrificio por y para la gente, siendo solo así como la Posá de Pepe U y la María se convirtió en un referente de Puente de Génave y su edificio, cargado de historia y simbolismo, en algo emblemático y conocido no solo en la Sierra de Segura y Jaén sino en las provincias colindantes, dando un servicio con una perfecta atención a muchísimos clientes, algunos que lo utilizaban por largas temporadas, y que sirvió para que el bueno de Pepe U y su mujer la María de la Posá pudieran desarrollar sus ilusiones con mucho esfuerzo y trabajo, formar una familia y darles a sus hijos caminos de futuro. En el Puente de Génave fueron un referente y en la vida todavía permanecen en el recuerdo, grato recuerdo, de muchísimos vecinos.

Hijos de Pepe U. Lola, Maite, Julia, Pepe, Fco.Gabriel y Ma.Elena



viernes, 14 de febrero de 2025

UN GIENNENSE QUE PUDO SER PAPA.

MARTÍN PÉREZ DE AYALA. UN SERRANO-SEGUREÑO EN LA CORTE DEL EMPERADOR.

Por José Ant. Molina Real ( jt )

Quizás si nombramos a Martín Pérez de Ayala muy pocos lleguen a conocer la relación que tiene con la Sierra de Segura y la enorme dimensión histórico política que alcanzó este personaje durante el Renacimiento español en pleno S. XVI en la época en la cual España dominaba el mundo con su Emperador Carlos V. Pues sí, este personaje clave en el S. XVI en el reinado de Carlos V, Martín Pérez de Ayala nació en Segura de la Sierra el 14 de noviembre de 1503, llegando a ser uno de los más destacados eclesiásticos y teólogos del renacimiento español, que llegó incluso a ser capellán real para el Emperador Carlos V, especializado en gramática y humanidades por lo que, por encargo del Emperador, participó en el Concilio de Trento. Fue nombrado obispo de Guadix por el papa Pablo III (1548-1560) y, por el papa Pío IV, de Segovia (1560-1564) así como arzobispo de Valencia (1564-1566), ciudad en la que falleció el 5 de agosto de 1566.

Monumento a Martín Pérez de Ayala
 en Segura de la Sierra

Pronto su familia se desplazó a la vecina localidad de Yeste donde pasó toda su infancia, donde recibió una educación dirigida por el bachiller Mercado, aprendiendo latín cuando tan solo tenía cinco años, formándose en las letras y en el desarrollo matemático a la vez que ayudó como escribano a su madre viuda y a otros vecinos, ya que era experto en redacción caligráfica. Con mucho esfuerzo y gracias a su buena relación con diversas familias adineradas del lugar, se trasladó a Alcalá de Henares para comenzar a estudiar Gramática y Filosofía, en el colegio de San Eugenio, graduándose en 1518, teniendo por maestro a Fernando de Encina. Después se graduó de bachiller en Artes en 1525 y tomó los hábitos de la Orden Militar de Santiago el 16 de julio de ese mismo año en Uclés; tres años después la Orden lo mandó con otros compañeros de la misma a la Universidad de Salamanca para licenciarse en Teología, donde escuchó a Francisco de Vitoria explicar la Secunda Secundae; aunque al año siguiente hubo de regresar a Alcalá prosiguiendo su formación filosófica y teológica entre otros junto a Juan de Medina, hasta que en 1532 licenció y recibió el grado de maestro en Artes. De inmediato marchó a Granada porque su arzobispo, Gaspar de Ávalos, quería que regentara una cátedra de Artes; para ese cometido escribió sus "Comentarios a los universales de Porfirio", y después desempeñó otra cátedra de teología según las doctrinas nominalistas de Gabriel Biel que había recibido de su maestro Juan de Medina. En Granada también se licenció y doctoró en teología el 24 y el 25 de agosto de 1538.

Imagen de Martín Pérez de Ayala

En 1540 el obispo de Jaén D. Francisco de Mendoza lo llamó a su diócesis como confesor y vicario general. En 1537 el papa Pablo III convocó un concilio en la ciudad de Trento como forma de frenar el protestantismo e iniciar una Contrarreforma en la Iglesia Católica, pero no fue hasta 1543 cuando se formalizó esa compleja reunión eclesiástica a la que acudió el Obispo de Jaén siendo Martín Pérez de Ayala parte integrante del séquito real que acompañó al Emperador Carlos V a Trento; pero el concilio no acababa de arrancar, siendo en ese momento cuando el Obispo Mendoza encontró la muerte a la espera del inicio de la reunión en Trento y, habiendo llamado la atención del Emperador, fue nombrado Capellán de la Corte. Como el concilio no acababa de comenzar aprovechó para viajar a Lovaina, donde perfeccionó sus conocimientos de hebreo y griego y se informó sobre la teología protestante; estos conocimientos propiciaron que el emperador Carlos V, lo tomara como consejero en teología y escribiendo por esta época su estudio “De tratidionibus divinis et apostolicis”. El concilio finalmente comenzó, en la ciudad de Trento, norte de Italia, en 1545, aunque debemos considerar que tuvo tres sesiones principales que tuvieron lugar en 1545, 1551 y 1562, lo que provocó sesiones prolongadas y largas demoras entre ellas hicieron que los representantes cambiaran a lo largo del consejo.

Emperador Carlos V

Empezado ya el concilio en 1545, fue designado por el Emperador como representante, tomando parte decisiva en la defensa del catolicismo en varias fases de su desarrollo, siendo la más importante la de agosto de 1546 intervino en la sesión de justificatione y rechazó por completo la teoría seripandiana de la justicia imputativa que era la base del protestantismo. Una vez finalizado el Concilio de Trento y gracias a su importante papel en el mismo, fue invitado a visitar Roma por el representante imperial ante el Papa Pablo III, no sin visitar de paso diversas ciudades italianas, como Venecia, Milán, Bolonia y Florencia. En abril del 1547 regresó de nuevo a Trento, camino de Alemania a donde le llamaba el Emperador, y, tras una estancia de dos meses en aquella ciudad, se dirigió a Augsburgo.

Estudio publicado por Pérez de Ayala
cuando era Arzobispo de Valencia

El 16 de mayo de 1548, y gracias a las buenas relaciones gestionadas en la sede papal, fue preconizado obispo de Guadix, pero Carlos V le ordenó hacer acto de presencia nuevamente en las deliberaciones que seguían en Trento hasta nuevo aviso. Pero su estancia en aquella ciudad fue muy corta, pues ante la inactividad a que se veían reducidos los allí asistentes al Concilio, pidió y obtuvo del Emperador la autorización de ir a su diócesis. Se dirigió entonces a Milán, en cuya iglesia de San Ambrosio quiso consagrarse el 30 de septiembre de 1548; pero, no atreviéndose a pasar por Francia, hubo de esperar casi tres meses hasta poder embarcar en Génova a mediados de diciembre. Arribando por fin a Peñíscola, siguió por tierra a Valencia y entró en Guadix el 30 de enero de 1549. Dos años más tarde, acudió de nuevo a Trento, para asistir, ya como obispo, a la segunda etapa del Concilio que fue desde el 16 de marzo de 1551 al 28 de abril de 1552. Su excelente formación teológica y su estancia en Lovaina y en Alemania le habían dado una excelente información sobre los problemas más candentes de los protestantes. Y, aunque por su temperamento agudo y a veces apasionado, se había creado bastantes enemigos durante la primera etapa conciliar, sin embargo, disfrutó de mucho prestigio y alcanzó gran influjo a lo largo de esta segunda etapa en la que tuvo dos destacadas intervenciones de relieve sobre la Eucaristía y el sacrificio de la misa; concretamente, como profundo conocedor de la doctrina protestante, refutó brillantemente las diversas teorías de los innovadores contra la presencia real de Cristo en la Eucaristía y contra las teorías que niegan la transubstanciación. Luego fue nombrado para tres diputaciones conciliares, todas ellas doctrinales, e hizo esfuerzos en materia de reforma, prolongados en la gran oposición y en la protesta que al final de este período suscribió en contra de la suspensión del Concilio. Decretada ésta el 28 de abril de 1552, regresó a su diócesis a finales de enero de 1553 y se dedicó al ministerio pastoral, centrado en la visita canónica, que le duró todo aquel año. A principios de 1554 convocó un sínodo con el fin de aplicar el tridentino y estructurar, dentro de las normas conciliares, la vida de la diócesis: instituyó parroquias, erigió templos, reguló la disciplina, saneó la conducta de los clérigos, visitó la Catedral y dio nuevos estatutos al Cabildo.

Papa Pablo III

Con la abdicación del Emperador Carlos V, su sucesor, Felipe II le siguió teniendo en la misma consideración, proponiéndolo como responsable, en 1560, del Consejo de Órdenes, que se hallaba en Toledo, para coordinar las deliberaciones de la Corte sobre la reanudación del Concilio en Trento. Mientras tanto, fue nombrado obispo de Segovia el 17 de julio de 1560, pero no pudo entrar en esta ciudad hasta un año más tarde, el 12 de julio de 1561, comenzando a visitar su diócesis ante la firme oposición de los canónigos por su carácter reformista, pero la inminencia de la reapertura del Concilio en Trento y su segura presencia en el mismo le movieron a no tomar decisiones como Obispo de Segovia, aunque no dudó en ordenar la encarcelación en el castillo de Turégano y en la cárcel de Fuentepelayo del escribano y del notario de la catedral. De hecho, el 9 de marzo de 1562 salió para Trento, donde tuvo nuevas intervenciones en la tercera etapa de este Concilio que superaron a las de etapas precedentes en defensa del catolicismo frente a un protestantismo cada vez más intenso y en auge. Su prestigio y autoridad se impusieron al tratarse grandes problemas doctrinales, siendo estas intervenciones las que le consagraron como uno de los mejores teólogos del Concilio de Trento. Los mismos conatos de refutación que algunos intentaban, eran prueba de la importancia que esas ideas revestían o que, de hecho, se les daba. Sus opiniones no siempre prevalecieron, pero su relevante personalidad, su intrepidez e independencia le merecieron justamente un reconocido prestigio entre los padres conciliares, basado en su erudición teológica y en su sólido pensamiento. Fue al Concilio acompañado por Benito Arias Montano, uno de los hombres más eruditos de su tiempo y primera autoridad en estudios bíblicos.

Felipe II

Clausurado definitivamente el Concilio, regresó a Segovia el 25 de abril de 1564. Inmediatamente se aplicó a urgir la residencia de sus clérigos y girar la visita canónica a la diócesis, que le ocupó algunos meses. A finales de agosto, celebró en Segovia un sínodo y acometió la fundación del Seminario. Para entonces hacía ya varios meses que le había propuesto el Felipe II, agradecido por sus servicios, para arzobispo de Valencia. Aceptada por Roma, dada la influencia del Rey español, el nombramiento el 6 de septiembre de 1564, partió para la nueva sede, pasando antes por Madrid, para entrevistarse con Felipe II, y así otorgarle la responsabilidad de la celebración de los concilios provinciales dentro del Imperio y tratar de la instrucción de los moriscos. Llegó a Valencia a finales de marzo de 1565, aunque se detuvo en Alacuás durante las celebraciones de Semana Santa dada su enorme amistar con la familia Aguilar regentes del Señorío de Alacuás, para entrar solemnemente en la capital el 23 de abril, segundo domingo de Pascua. Aunque sólo residió en la archidiócesis valentina quince meses, visitó las parroquias de la ciudad y muchas de los pueblos; confirió órdenes sagradas, predicó al clero y al pueblo y celebró un concilio provincial en 1565, que fue un jalón decisivo en el arduo camino de la renovación espiritual. Asistieron a él el obispo de Mallorca y el titular de Cristópolis, en representación del de Orihuela. El arzobispo lo convocó para cumplir el mandato que salió de Trento, que disponía que un año después de la terminación de la ecuménica asamblea se celebraran concilios provinciales para aplicar las decisiones tomadas en Trento y también para corregir las costumbres del pueblo y del clero, y para legislar sobre diversas cuestiones eclesiásticas. Este concilio se ocupó de los moriscos convertidos o cristianos nuevos, que burlaban continuamente las leyes de la Iglesia y los sacramentos.

Ilustración que representa el Concilio de Trento

Dictó normas sobre los candidatos al episcopado, a canonjías, arcedianatos y parroquias y sobre las cualidades que deberían reunir para cada uno de estos ministerios, eliminando los abusos y prebendas que habían marcado durante toda la Edad Media el nombramiento de la jerarquía eclesiástica. Legisló también sobre la provisión y delimitación de las parroquias, por lo que los nuevos sacerdotes y parroquias deberían hacerse mediante concurso o examen ante los examinadores sinodales designados por el arzobispo y en aquellos lugares donde los fieles tuvieran dificultad para recibir los sacramentos.

El concilio provincial, empezado el 11 de noviembre de 1565, terminó el 24 de febrero del año siguiente, y el 25 de abril del mismo año convocó el arzobispo un sínodo diocesano para aplicar en Valencia los acuerdos de dicho concilio provincial. A las actas sinodales añadió las “Ordinationes pro choro”, dadas por santo Tomás de Villanueva para las iglesias de la diócesis, y las célebres “Instruccions e ordinacions” de Jorge de Austria para los moriscos convertidos. Las disposiciones adoptadas por el Arzobispo Martín Pérez de Ayala en 1566 sobre la disciplina del clero fueron la obligación de llevar hábito talar y la prohibición de ostentar anillos en los dedos, lechuguillas en cuellos y mangas de la camisa, llevar armas, salir a escenas, acudir a festines, tener en casa mujer sospechosa, acompañarla por las calles a pie o a caballo y tener en la propia casa mesa de juego y obediencia plena a la jerarquía de la Iglesia empezando por el Pontifice, es decir, purificar una Iglesia que había derivado hacia caminos poco ejemplificadores, según lo estipulado en Trento. A propósito de la celebración de este concilio provincial hay que decir que el Concilio de Trento, en su última sesión del 3-4 de diciembre de 1563 había mandado la recepción pública de los decretos tridentinos en el primer concilio provincial que había que celebrar al terminar la asamblea, así como la promesa de obediencia al Pontífice, y el rechazo y condena de las herejías. El acto de recepción de los nuevos religiosos significaba confesar o profesar las definiciones dogmáticas del Concilio y prometer obediencia al Pontífice, que en el caso de los profesores de escuelas y universidades se haría bajo juramento.

Retrato de Martín Pérez de Ayala en el
Arzobispado de Valencia

Martín de Ayala reanudó los planes de evangelización de los moriscos con mayores ambiciones e ideas más originales, pues, antes de llegar a Valencia, participó en Madrid, en 1565, en la junta encargada de estudiar el problema encargada por el propio Felipe II y, apenas tomó posesión del arzobispado, publicó un catecismo de la Doctrina Cristiana, en lengua arábiga y castellana para la instrucción de los nuevamente convertidos del llamado Reyno de Valencia, que fue impreso en 1566 por Juan Mey con el título “Doctrina cristiana en lengua arábiga y castellana para instrucción de los moriscos”. Dejó otro catecismo en borrador, que no pudo completar, pero fue editado en 1599 por San Juan de Ribera arzobispo de Valencia, llamado “Catechismo para los nuevamente convertidos de moros”. Cuidó con esmero la formación del clero, de modo particular el Colegio Mayor Seminario de la Presentación, fundado por Santo Tomás de Villanueva en 1550. Aquí en Valencia sentó cátedra de las fórmulas a emplear por la Iglesia en todo el Imperio Español para contra restar las tendencias protestantes en claro auge en Europa, aplicando las directrices marcadas por el Concilio de Trento y ganándose por ello la confianza plena tanto del Emperador como del entonces papa, Pío IV. Fue aquí, en Valencia, donde la muerte le sorprendió el 5 de agosto de 1566, con apenas 63 años, siendo enterrado en la capilla de la Trinidad de la Catedral de Valencia, cuando era un claro referente ya en la Iglesia, lo que posiblemente hubiera apuntado en un futuro a ocupar cargos de mayor responsabilidad y por qué no decirlo, claro candidato al ser sumo pontífice como ya lo fueron desde el Arzobispado de Valencia Calixto III y Alejandro VI, los dos únicos papas de origen español, además de estar bajo la influencia del Emperador Felipe II, dominador político de media Europa, dado que en aquella época la política también era algo a considerar en los nombramientos papales.

Tumba de Martín Pérez de Ayala en la Catedral de Valencia

Nuestro paisano, nacido en nuestra Sierra de Segura, fue una de las figuras más vigorosas del episcopado español del siglo XVI, gran intelectual y referente eclesiástico, aunque no perteneciera a ninguna escuela teológica, pero estuvo siempre abierto a las preocupaciones intelectuales de su tiempo, influidas por fecundas corrientes dogmáticas y espirituales y por la evolución provocada por la Reforma Protestante y después por el Concilio de Trento. Percibió la crisis de la teología decadente heredada de la Edad Media y la necesidad de renovar los estudios y las formas de la Iglesia, subrayando el valor de la tradición católica, basada en los estudios bíblicos y patrísticos, y escribió la monografía más completa sobre este tema en su época, llegando a publicar hasta veintisiete estudios sobre las tendencias y formas que la Iglesia debía adoptar para mantenerla viva frente a los peligros reformistas y cismas de la época. En resumen, fue un gran constructor de la Iglesia y de su modernización, por lo que fue reconocido referente dentro de la historia eclesiástica del Renacimiento en España y en toda Europa.