lunes, 30 de septiembre de 2024

12º Premio Domingo Henares. ADELFAS Y DIGITALES (1ª parte)

Presentamos, algo ya habitual en nuestro blog después del tiempo veraniego, la publicación de la narración ganadora del concurso literario de Relato Histórico Domingo Henares convocado por el Ayuntamiento de Puente de Génave. En esta edición correspondiente a 2024, resultó ganador el relato de D. Miguel Ángel Carcelén Gandia, que nos transporta a la Edad Media donde la relación entre caballeros, servidores de la fe de Dios y los villanos, no siempre fácil, dentro de la Encomienda de Segura bajo el control de la Orden de Santiago en tierras de frontera con la Granada musulmana. Dividimos por su extensión en dos partes este relato que seguro os cautivará. 

ADELFAS Y DIGITALES.


“Pero el poder -como el amor- es de doble filo:

se ejerce y se padece”

Gabriel García Márquez

 

-Dios os guarde, mi señora.

-Quedad en paz, capitán.

Reverencia del renombrado soldado, vuelo gentil de una mano más acostumbrada a empuñar pica y espada que a besar dedos de cera de damas altivas. El silencio que engrandece las pisadas desiguales y siempre serviles del hombre que ahora se retira todavía inclinado. Cuando el criado coloca la aldabilla y se apaga el eco lejano de madera entrechocada, Isabel de Osuna se sonríe un instante para pasar a ensayar un gesto de hastío.

Miguel Ángel Carcelén 

-¿Os fijasteis en sus andares de oca? -comenta a su preceptor.

-Me fijé. El mal del hueso ha conseguido lo que ningún caballero logró, doblegar el brío del capitán.

-Reuma lo llama el galeno. Asegura que cura con emplastos de agua caliente y baños templados. El buen capitán, a juzgar por su hedor, no debe ser amigo de semejantes remedios.

-No os burléis de hombres que os han servido bien...

-¿Quién se burla? No es burla, sino referencia. Vos mismo lo habéis dicho, me ha servido bien, ya no. Decoroso sería que colgase su loriga y envejeciese con dignidad. Debe ser motivo de befa para los enemigos divisar la contrahecha figura del jefe de mis fuerzas.

-De jabalí viejo libre Dios nuestro pellejo. No hay lugar para la mofa tratándose del capitán ni hueco para soldado que no anteponga el respeto a las canas a sus bríos de combate. Preguntad allende Villanueva si existe quien menosprecie la espada de don Fernando.

-Así lo haré, no quiero confiarme en héroes de barro; mucho me dejó mi padre para exponerlo alegremente a la rapiña de bandas de facinerosos o traicioneros muslimes. Mi respeto a las canas no se deja deslumbrar por hazañas añejas. Por cierto, preceptor, ¿qué canas hay que respetar en don Fernando?

Fortaleza de Segura de la Sierra

Doña Isabel medía al anciano; gustaba de tensar su paciencia con observaciones envenenadas. Tanto el capitán como él habían quedado completamente calvos a causa de la epidemia de muermo que asoló muchos lustros antes de nacer ella la sierra de Segura, especialmente en Orcera y en Puente de Génave, extendiéndose con saña hasta la no muy distante Alcaraz. La muchacha se entretenía con tan peligrosos pasatiempos:

-Decidme, preceptor, ¿qué crédito he de dar a las habladurías acerca del capitán?

-¿A qué os referís?

Ella sonreía, dos hoyuelos preciosos que se le dibujaban en las mejillas mitigaban, en parte, la mala sangre de sus palabras:

-¿A qué ha de ser? Las piedras de mis aposentos hablan y me cuentan que la cojera de a quien tanta veneración profesáis es legado de unas malas fiebres contagiadas por meretrices de la villa de Siles.

-¡Basta! -lo que debiera haber sido un grito imperativo no llegó siquiera a protesta resignada- Hacéis muy mal en dejaros aconsejar por las piedras de vuestros aposentos, la gente está empezando a murmurar, no es fácil encubrir que esas piedras tienen forma de mancebos complacientes.

La sonrisa se le heló, un instante, en el rostro. Sólo un instante, enseguida se recompuso y contraatacó:

-La lozanía precisa ciertos débitos. ¿Se os ha olvidado que en según qué épocas hay que apagar los ardores del cuerpo?

-Habláis como una zafia lavandera, ¿eso aprendéis de ese mozo de caballerizas?

-¿Qué mozo? -repuso con fingida inocencia doña Isabel, lo que acabó de vencer la resistencia del anciano.

-Ningún mozo, no existe ningún mozo y el renqueo del capitán se debe a un lance de sus combates en Hornos por defender vuestras tierras y ganados, ¿convenimos en eso?

Castillo de Hornos

No esperó respuesta, por aquel día ya se había dejado humillar demasiado. Con una desganada inclinación de cabeza se dirigió hacia la puerta.

-¿No me acompañáis en el despacho? -aguijoneó una vez más la muchacha.

-Haré venir a fray Pedro, me siento demasiado anciano para escuchar cuitas de labriegos y zagales.

El preceptor se ausentó rumiando para sus adentros que de mucho tardar la señora en sentar la cabeza, todo el territorio de la sierra de Segura no sería sino una sombra caricaturesca de su pasado. El anciano todavía recordaba lo que oyera a sus padres acerca de la creación del territorio y de su engrandecimiento por parte de las míticas y temidas huestes de Abdelmaiman, la época en la que la sierra alcanzó el mayor de sus esplendores y gozó de gran renombre en todo el sur de la península, levantándose la mayoría de las fortificaciones existentes. El preceptor se había criado escuchando relatar las batallas entre cristianos y árabes, en cómo la Orden de Caballería de Santiago fue ocupando, una a una, todas las fortalezas habidas por el territorio hasta reconquistar la sierra de Segura en su totalidad. Para él no era extraño el nombre del Maestre don Pelayo Pérez Correa, quien le concedió a la nueva comarca arrebatada a los infieles el Fuero de Cuenca en 1242, ni el del rey Fernando III, que donó la Sierra a la Orden de Santiago en justa correspondencia con su esfuerzo batallador contra las tropas africanas. ¡Qué sinrazón que tan rico legado custodiado en su tiempo por sus nunca lo suficientemente ponderados antecesores, peligrase ahora en manos de una adolescente caprichosa! ¡Qué ruina que una zona tan prometedora, con unos cimientos relativamente recientes, se viera abocada a la degradación por el desgobierno de una irresponsable! ¿De qué serviría que en 1580 las villas del Común de Segura hubiesen adquirido la prerrogativa de dictar órdenes para la conservación de los montes -para lo cual fueron elaboradas las "Ordenanzas del Común de la villa de Segura y su tierra"- si se desatendía el gobierno de privilegio tan destacado? El preceptor había contemplado con sus propios ojos tales ordenanzas, cuyas copias se custodiaban en la sacristía del Monasterio de Santa María de la Peña, en las afueras de Orcera. Lo que para él suponía materia casi de reverencia, a su señora doña Isabel la dejaba indiferente.

Maestre D. Pelayo Pérez Correa

Fray Pedro, dominico coranvobis venido a Orcera desde el sur de Francia, llegó apresurado espantando migajas de pringoso candeal de su rostro barbirrucio. Hábito maculado de ceras retestinadas, cilicio en el antebrazo -turgente por poco ajustado- y sandalias de trabajados cordobanes desmintiendo su voto de pobreza. Buena mesa, añejo vino y hogares de chimeneas generosamente atizados en las noches de invierno compensaban con creces los madrugones de maitines, las Gregorianas ininterrumpidas en sufragio por el alma de los difuntos de la Casa y la cercanía de la lúbrica y licenciosa joven que la gobernaba desde que faltase el señor.

Si el capitán renqueaba con andares patituertos, el fraile desplazaba sus nada livianas carnes con gracilidad de fémina.

-¡Cómo admiro vuestra célibe existencia! -fue el saludo de Isabel-, ¡renunciar a carnal ayuntamiento para mayor gloria de Dios...!

El dominico no contestó, el tono de la bienvenida y su experiencia confirmaron que, de una u otra forma, la señora estaba al tanto de su inclinación hacia los púberes acólitos y los no tan púberes novicios.

-Cuando gustéis daré orden para que hagan pasar a la chusma.

-¿Chusma? Poca caridad reflejan vuestras palabras, fray Pedro -reprochó afectando gravedad la señora.

-Digo chusma y digo bien, no de otra forma cabe calificar a una caterva de aparceros y menesterosos incapaces de guardar silencio durante la celebración del oficio divino. Desde las siete de la mañana alborotan en las puertas del coro, por toda la Plaza Mayor redoblan sus escandaleras.

-No entienden de latines gregorianos y sí del crujido de sus tripas. El hambre es muy desconsiderada, deberíais saberlo por vuestros ayunos.

-Sí, eh... sí, por los ayunos..., bien, bien, ¿comenzamos el despacho?

Emblema de la Orden de los Dominicos

A una viuda que reclamaba varias gavillas de leña prometidas por uno de los hombres del capitán a cambio de pespuntar su poco decoroso uniforme le siguió una pareja de mesegueros enfrentados por la posesión de corambres extraviadas en boyerizas comunes cercanas a los cortados de Benatae. Los más fueron tullidos e indigentes solicitando el amparo de la Casa, aunque no faltaron las habituales querellas contra los rebaños por parte de pegujaleros hartos de que sus escasos y abruptos labrantíos fuesen tomados por cordeles o galianas. La extravagancia la aportó un mercachifle gafo a quien la mismísima Madre del Redentor, en su advocación de Virgen de la Cabeza, le revelaba provechosos arcanos. La muchacha, aburrida de tanto pleito, quiso entretenerse un rato:

-¿Y qué podrías decirnos para que te creyésemos? Tened presente que fray Pedro entiende tanto de religiones como de embustes.

-Por ventura diré que el dómine que os acompaña no es agradable a los ojos de Nuestro Señor Jesucristo y no os reportará sino calamidades. Por una caridad acorde con la belleza que os adorna y la munificencia que se os supone podría confiaros la fecha del fin del mundo.

Isabel de Osuna calibró con la mirada el gesto sañudo del religioso, nada nuevo le desvelaba el buhonero. Ignorándolo, habló al fraile:

-Aventuro que su gracia no tiene gran predicamento entre la feligresía. Me apena comprobar que el resquemor es mutuo. Por cierto, ¿tenéis interés en saber cuándo acabará el mundo? No, ¡qué pregunta!, supongo que a un hombre de recia fe tales cuestiones le parecerán baladíes. Socorredlo con una limosna y despedidlo.

El dominico se tragó la humillación, y el tintineo de las monedas sobre el suelo hizo inaudible el final de la fecha que profirió el socorrido: “Veinticinco de abril de mil seiscientos...”.

Un pensamiento de alivio nubló la mente de fray Pedro, quien murmuró para sus adentros: “Paciencia, es sólo cuestión de paciencia y de aprovechar el momento adecuado”.

-¿Decíais? -inquirió Isabel.

-No, nada, que acaso fuese conveniente buscar solución para las incursiones de los ganados en tierras de labor. Según vuestro preceptor y por lo comprobado hoy mismo menudean las quejas al respecto.

-Si los hombres del capitán se dedicasen a señalizar y vigilar las cañadas en lugar de estafar a viudas no habría necesidad de escuchar reclamaciones -por primera vez en toda la jornada el enojo en ella no era simulado.

-Los soldados se sienten humillados y rebajados en esa función.

-¿Qué soldados? Si no hay guerra, no hay soldados, y si no les satisface la misión de evitar enfrentamientos entre mis gentes sólo tienen que renunciar. Mis buenas soldadas me cuesta sostener tanta holgazanería. Debería ajustarme con jornaleros para que vigilasen a mis vigilantes, ¡qué sinrazón!

-Tal vez haya otro modo de solucionarlo. Se me antoja que empeñarse en mantener a los... -ahí dudó un segundo en emplear la palabra soldados- vigilantes señalizando cañadas no sea inteligente...

La joven estuvo tentada de ironizar sobre la contradictio in terminis en que incurría el fraile al profanar con sus labios la palabra inteligencia, pero se abstuvo por conveniencia.

-...Dejadme madurar el asunto con el preceptor y en breve os presentaré una formal propuesta.

Imagen del Monasterio de Santa María de la Peña

Los ecos de la casa no conocían de secretos y, si bien las murmuraciones domésticas tardaban un tiempo en tomar forma, las cuestiones de cierta importancia se transmitían aún antes de formularse. Por eso, cuando el preceptor y fray Pedro expusieron a Isabel su sugerencia, la joven señora los sorprendió con la noticia de que el capitán se les había adelantado con otra no menos interesante. Antes les dejó que se explicaran:

-De vuestros labios oímos que en tiempos de paz huelgan demasiados hombres armados y ociosos. Entretenerlos orientando pastores no satisface a nadie, los hechos hablan. El capitán puede seleccionar a los mejores y prescindir del resto, los dineros que se ahorren bien pueden emplearse en la contrata de brazos fuertes para la siega, la poda y la vendimia, son muy extensos los campos olivareros que vuestro padre os dejó, no lo olvidéis, y Orcera no es falta de recursos si se le antoja prosperar; antes que faltar le sobra secano y tierra bien regada por ríos y embalses. El preceptor ha calculado que entre las dos cañadas y los varios cordeles y galianas que cruzan vuestras tierras se suman los dieciséis días de camino, a razón de cuatro indicadores por día las cuentas arrojan sesenta y cuatro. Desde los límites de la antigua Castam, la frontera de Meintixa y...”

-Por favor -interrumpió la muchacha-, dejad los latines para las laudes y hablad en román paladino, que mi aritmética alcance a saber multiplicar cuatro por dieciséis no os haga presuponer que mi lenguaje reconozca más allá del castellano. Y sed más explícitos, fray Pedro.

-Está bien. La idea es colocar sesenta y cuatro cruces labradas en piedra que señalicen los caminos desde Villarrodrigo a Santiago-Pontones y desde Siles a Beas de Segura, escindiendo un más decoroso ramal hasta Puente de Génave para el camino de Huertas. Servirían para el fin que nos ocupa y preocupa a la par qué para catequizar, con sencillas figuras y representaciones bíblicas, a los caminantes.

-Y darían sensación de unidad a vuestros dominios -puntualizó el preceptor-; las cruces, a modo de seña distintiva, servirían para encontrar lo que separan.

                                            --------- continuará......................

1 comentario:

  1. Cómo leyenda puede pasar, pero cmo referencia histórica contiene importantes errores

    ResponderEliminar