lunes, 30 de mayo de 2022

UN SAN ISIDRO PARA OTRO TIEMPO.

Cuando todavía saboreamos en el recuerdo los recientes festejos en honor a San Isidro Labrador en Puente de Génave, recuperamos un artículo de Ramón Gallego, en el que hace un repaso a los actos y costumbres más tradicionales vividas, ficticiamente, por un San Isidro que quiere vivir en primera persona todo aquello que los puenteñ@s organizan en su honor, paseando por aquellos lugares más significativos de la población, al tiempo que saborea los ricos manjares que, tradicionalmente, sus gentes preparan para estas fechas tan singulares.


LA "COCINA" DE SAN ISIDRO.

Los mayores placeres de la vida son el yantar y el folgar, misticismos aparte. Viene a cuento porque San Isidro siempre ha sido generoso en el arte culinario, que es de lo que vamos a hablar por si alguno se ha espantado de manera prematura. Decíamos que nuestro santo patrón era especialista, por su origen, en preparar, y posteriormente zamparse, un magnífico cordero segureño asado, crujiente por fuera y jugoso en su interior. Cuando el fin del otoño anunciaba la inminente llegada del invierno, ayudado por los suyos, se enfrascaba en el sagrado ritual de la matanza, nunca mejor dicho. Como resultado colgaban del techo de su cocina en rectilíneas varas de roble, olorosas morcillas, rojos chirizos, rosados salchichones… y los aromáticos jamones salados y curados con pimentón, limón, ajo y pimienta. ¡Huele que alimenta!... decía cuando en fiestas les empezaba un pernil a sus familiares recién llegados. Sus recetas eran famosas y hubo discípulos aventajados como Herminia Idáñez de la que conservamos un magnífico recetario que debería ser asignatura obligatoria en la enseñanza.

Imagen de San Isidro

Si San Isidro decidía darse una vuelta después de desayunar café con picatostes acompañado de roscos de revoltón o alguna torta de patata, de esas que se inflaban como las de San Marcos, e iniciaba su andadura por la carretera deteniéndose en la fuente al lado de la carnicería de Benito para ver como el tío Vicente Vela y su mujer Sacramento creaban sus magníficas roscas de churros sobre un hornillo de barro. En la puerta de Genaro Sánchez ya había saludado a otra churrera ilustre, Ambrosia Marín, que también vendía helados cuando apretaba el sol. Al entrar en la calle Calleja aún se toparía con dos churrerías más, la de Santiaga Cabellos y la de los Calabria de Beas. Esta devoción del pueblo por los churros solo se entiende cuando la materia prima es excelente, aunque sea pobre y las manos del churrero están a la misma altura.

Rosca de churros

En la calle San Isidro alternaban los terraques con las turronerías, siendo la oferta de los primeros, a hora tan temprana, bastante exigua y compuesta de coñac, anís, aguardiente o las combinaciones de cada cual. Nuestro protagonista prefería el carrasqueño para que ayudara a su estómago a digerir los picatostes, o eso se le oía decir.

Turroneros ambulantes

Al mediodía, la calle era un hervidero de gente arremolinada sobre todo en los puestos de Ventura y Pedrete y de Isidro García y Juan Manuel Ortega, bebiendo recio caldo manchego y rubia, pero fría, cerveza; acompañados de garbanzos torrados con yeso, sardinas saladas y habas verdes. En el pueblo aún no había bares, solo tabernas como la de Malasganas, al principio de la Calleja; la de la Tía Juana, la de las Quebradas en la calle San Isidro y, por supuesto, la de Ventura, en la que un servidor ha tomado muchas Pepsi-colas con torraos.

Fachada de la taberna de Ventura

Los familiares de nuestro protagonista que no podían alojarse en su casa, podían disfrutar de los encantos de la posada de Pepe U que entonces la regentaban sus padres, o también irse a la Posada del Tío Maceo en la que su mujer y sus hijos realizaban auténticas obras de arte en la cocina. También podrían pernoctar en la posada del Tío Kabila que, posteriormente, dio origen a la célebre Fonda de la Manuela. 

Carretera N-322 con la Fonda la Manuela a la derecha

Lástima que como dice nuestro entrañable Manolo “El Zapatero”, San Isidro tuviera que irse a Madrid, como tantos otros emigrantes, porque lo cierto es que San Isidro era del Puente ¿o no?...

Ramón Gallego Martínez


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