miércoles, 11 de septiembre de 2019

8º Premio Domingo Henares. LA CUESTA (1ª parte)


Con la llegada del mes de septiembre iniciamos una nueva temporada de publicaciones, son ya 7 años con vosotros y más de 190 publicaciones las que os hemos hecho llegar. Como va siendo ya tradicional, las dos primeras serán las dos partes del relato que ha conseguido alzarse con el premio del concurso de relato histórico Domingo Henares organizado por el Ayuntamiento de Puente de Génave, este año en su octava edición. El relato en cuestión tiene como autor a Andrés Guardia y como título "LA CUESTA", en el que se hace un recorrido por la vida de las aldeas serranas de Bujaraiza y Pontón Alto en tiempos de postguerra cuando se estaba concluyendo la construcción del embalse de El Tranco, haciendo una notable descripción de paisajes, costumbres y dinámicas de vida de aquellas gentes.  


LA CUESTA

CAPITULO I

   Aquella mañana del mes de mayo de 1941 un sol radiante, de los que anuncian tormenta vespertina, iluminaba la Sierra de las Lagunillas y las empinadas Lanchas de Mojoque. María y Justo habían salido de Pontón Alto un poco antes del amanecer y llevaban el paso todo lo vivo que la vieja mula les permitía.

-¡María, no vaya usted tan rápido, que a la mula no le cunde tanto!
-¡Hay prisa, Justo, tira de la mula!
Panorámica del Tranco desde las Lanchas de Mojoque
   María, a pesar de decir esto, aflojó un poco el paso. Estaban en lo peor del descenso hasta Arroyo Montero y no era cosa de que la mula se lastimase. María era consciente de la importancia del tiempo para el cometido que llevaban. Aunque la solución de aquello, como de tantas otras cosas, estaba en manos de Dios o de la suerte, según se mirase. Su hija Vicenta, la tarde de antes, le había dado la mala noticia.

-¡Madre, ha muerto la Adelaida!
-¿Del sobreparto?
-Sí… Han mandado a un vecino de Bujaraiza para traernos el aviso… añadió Vicenta mientras se secaba las lágrimas.

   La noticia apenó a María pero, a su edad, a sus sesenta años, ya le quedaban pocas lágrimas por derramar. Adelaida era sobrina suya y hacía unas semanas que había dado a luz.

-¿Y la niña? -preguntó María
-Está bien, pero el hermano ha dicho que en Bujaraiza no hay ninguna mujer que tenga pecho para darle…
-Bien, avisad a Justo que se prepare, mañana al amanecer bajaremos a Bujaraiza.
Pontón Bajo
   María sabía que detrás de aquel aviso estaba la llamada para socorrer a la niña de Adelaida. Por casualidades de la vida, Vicenta había dado a luz unas semanas antes, también una niña, y podría amamantar a ambas. Adelaida dejaba a cuatro hijos más, dos varones y dos hembras, pero ya más mayores, su marido se llamaba Andrés Guardia, era cantero de profesión y vivían en la aldea de Bujaraiza. Andrés era un hombre venido de fuera y reservado, nadie sabía su lugar de origen, había sido un cantero errante hasta que llegó a Bujaraiza. Allí conoció a Adelaida y, tras un breve noviazgo, se casaron, a pesar de los recelos del padre de Adelaida, por la diferencia de edad y por el misterio en torno al origen de él. Andrés, unos años atrás, había reconstruido los dos puentes de Pontones, el del Alto y el del Bajo frente a la fábrica de lana; había reforzado los estribos y las bóvedas sustituyendo las viejas tobas por piedras de cantería. Muchas de estas piedras las recuperó de una vieja torre arruinada que había en un sitio llamado Castilla la Vieja. Y como le habían enseñado sus maestros dejó su firma y un mensaje labrado en los puentes.
Puente del Carralón en Pontón Alto
   El camino entre Pontón Alto y Bujaraiza era todo cuesta. En distancia solo había unos veinte kilómetros pero el desnivel entre ambos era de casi mil metros. Una hora más tarde, cuando María y Justo llegaron hasta el fondo del valle de Arroyo Montero, se encontraron que el camino hasta Bujaraiza ya no existía; las aguas del nuevo pantano lo habían inundado. Contrariados, se acercaron hasta un cortijo próximo llamado El Madroñal, allí, tras los saludos y las explicaciones sobre el motivo de su viaje, les dijeron que para ir hasta Bujaraiza tendrían que dar un rodeo por encima de Cabeza de la Viña y cruzar por los llanos del Castillo, o también podían, si llevaban prisa, montarse en una almadía que los cruzaría hasta la orilla de enfrente, donde se asentaba la aldea de Bujaraiza.

-¿Una almadía? ¿Qué es eso? -preguntó Justo.
-Es una balsa hecha de troncos, la usan los pineros y los trabajadores de la presa, te cruza el pantano como si fuera un puente. Hay gente que la llama almadía pero a nosotros nos suena mejor almadía.
Justo y María se miraron un instante sin mediar palabra.
-La mula podéis dejarla aquí y recogerla a la vuelta.
Isla de Cabeza de la Viña y de Bujaraiza
   Como ir a pie les suponía un rodeo de varias horas, decidieron montarse en la balsa. Un poco más tarde, mientras esperaban en la orilla, contemplaban sorprendidos el cambio tan grande que aquel paisaje estaba dando; las extensas tierras de labor y de pastoreo a orillas del río estaban desapareciendo bajo el agua, hasta la vieja torre de Bujarcaiz iba a quedar sumergida.

   Cuando llegó la almad                                ía subieron a ella con desconfianza. María y Justo eran gente de secano, María nunca había visto el mar ni subido en ninguna embarcación. El artefacto aquel no era otra cosa que dos hileras de troncos atados y gobernados por dos remos. A María no le gusto aquella experiencia, no sabía nadar, y no quiso pensar lo que ocurriría si aquello se hundía, pero estoica, no dijo nada. Justo, vencido el recelo inicial, fue charlando con los dos remeros sobre la construcción del pantano y las expropiaciones de las tierras. Bujaraiza era una aldea grande y algo desparramada que contaba con su propia iglesia, con abundante agua y su molino de grano. Su situación en el fondo del valle del río Guadalquivir y en un cruce de caminos hicieron de ella un lugar estratégico en la antigüedad, como daban fe el Castillo, la torre de Bujarcaiz y una casa fortificada dentro de la misma aldea. Aquel rincón de la sierra había sido durante muchos siglos, en tiempos de cartagineses y romanos, de godos y moros, una frontera dentro de la frontera, tierra de nadie y tierra de paso, siempre peligrosa e incierta. Durante la dominación musulmana fue un refugio de mozárabes y muladíes, que al parecer cultivaron viñas y elaboraron vino, aprovechando el encubrimiento de los montes. Tras la Reconquista cristiana fue una dehesa boyal de la Orden Militar de Santiago que el rey Carlos I, en cuanto pudo, enajenó. Con el paso de los años se fue parcelando y vendiendo a gentes humildes, aunque las mejores tierras aún pertenecían a familias aristocráticas comarcales.
Castillo de Bujaraiza
   Los vecinos de Bujaraiza vivían del cultivo de las huertas y secanos, y de sus pequeños rebaños de ganados, la única diferencia en aquellos días era la construcción de la presa en el estrecho del Tranco. Durante la Guerra Civil la obra había estado detenida pero ahora se había retomado y marcaba de forma inexorable la desaparición de la aldea. Bujaraiza tenía dos cementerios, uno muy antiguo junto a la aldea pero abandonado hacía tiempo, y otro, en uso, al otro lado del río y que iba quedar cubierto por las aguas. Los vecinos, por iniciativa propia, estaban construyendo uno nuevo. Andrés, de forma altruista, trabajaba en la terminación de su muro.

   Al llegar a la aldea, María y Justo fueron hasta la casa de Andrés. En la cocina estaba el modesto féretro de tablas con el cuerpo de Adelaida y a su lado su marido, sus hijos y algunos vecinos. Justo y María les dieron el pésame. Maria preguntó a Andrés por las circunstancias de la muerte de Adelaida y sobre la niña. Una vecina que la tenía en brazos se la entregó a María. La criatura estaba dormida y apenas se removió con el cambio de brazos.

-Andrés ¿has pensado algo sobre la niña?
-Bueno, aquí no hay nadie que la pueda criar… Adelaida me dijo que os avisara, que Vicenta quizá…
-Sí, no te preocupes, Vicenta puede criarla. Si te parece bien nos la llevamos, y cuando pueda comer subes a por ella, o nos avisas y te la bajamos nosotros.
-Muchas gracias, María, se lo agradezco de todo corazón.
-No tienes que agradecernos nada… ¿Cuánto tiempo lleva sin comer?
-Ya un día, le hemos dado agua con azúcar.
-¿Qué nombre le habéis puesto?
-María, se llama María.
Ruinas de la iglesia de Bujaraiza
   Tras una breve misa en la pequeña iglesia, Adelaida fue enterrada en el nuevo cementerio de Bujaraiza, fue su primera ocupante. Tras el sepelio, Justo y María con la niña en brazos se montaron en la balsa de nuevo e hicieron la navegación de vuelta. En esta ocasión, todos fueron en silencio, solo se escuchaba el chapoteo de los remos sobre el agua. Los remeros observaban en silencio la llamativa estampa de María, vestida todo de negro con su rostro requemado y cuarteado por los años, sosteniendo a la recién nacida envuelta en paños blancos, parecían un trasunto de la vida y de la muerte. María observaba a la criatura y, de vez en cuando, miraba los nubarrones que se estaban formando por encima de la Piedra de Peñamujo.

   Más tarde, ya recogida la mula y retomado el camino hacia Pontones, María se subió al animal con la niña en brazos en el trayecto llano del camino, pero al empezar la cuesta descabalgó y se puso la niña a la espalda. Hicieron la subida sin detenerse, María delante y Justo detrás tirando de la mula. Al llegar al sitio que llaman el Collado de Martín Cano, ya superado lo peor de la ascensión, Justo propuso que parasen un poco para descansar.

-No, Justo, la niña tiene que mamar lo antes posible, está demasiado quieta y eso me preocupa, además no me gustan esas nubes.
Pontón Alto
   A Justo no le quedó más remedio que tirar de la mula y preguntarse de dónde sacaba María el ímpetu y la ligereza de sus pies, siendo como era un saco de huesos, un espíritu vestido de negro. Caminaron a buen ritmo hasta que, al coronar la cuerda y dar vista al Llano de la Escaña, tronó y empezaron a caer las primeras gotas de agua. Apretaron más el paso y, entrando a Pontón Alto, comenzaron a caer bolas de granizo que rebotaban con violencia sobre la tierra reseca.

   En cuanto entraron a la casa, Vicenta tomó a la niña, pasó a su cuarto y le ofreció uno de sus pechos, la niña lo rehusó pero Vicenta, con su experiencia como madre nodriza, insistió hasta que la pequeña comenzó a mamar con ganas.

...............continuará.

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