Las formas y dinámicas económicas de los habitantes de la Sierra de Segura ha mantenido, hasta la mitad del S. XX, una profunda base en la tradicional explotación del territorio. La dificultad de su orografía propició una ocupación del mismo a través de un hábitat disperso que fue el primero en ser abandonado al producirse los flujos migratorios de los años 60, dando paso a un largo tiempo de inmerecido olvido, propiciado por la carencia de comunicaciones, que nos ha mantenido alejados de las nuevas dinámicas de desarrollo económico. Con el trabajo del profesor Eduardo Araque se hace un repaso a ese pasado próximo donde la economía de los serranos era exclusivamente agraria. Este artículo nos presentará diferentes consideraciones sobre la extraordinaria riqueza natural de la Sierra de Segura y la forma en la que sus gentes han ido adaptándose a su explotación en un tiempo no muy lejano, dando clara muestra de las posibilidades económicas y formas de vida rural en nuestro entorno.
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Municipios de la Sierra de Segura |
TERRITORIO Y PATRIMONIO RURAL EN LA SIERRA DE SEGURA.
Tres han sido históricamente las
formas de explotación que los habitantes de nuestra sierra han
instrumentalizado como actividad económica, siendo la explotación maderera la
fórmula más arcaica de extracción de recursos naturales en nuestro entorno,
cuestión que ya abordamos en la anterior publicación. Es por tanto necesario
mostrar otras formas de explotación que a lo largo del tiempo se han producido
en nuestra sierra.
La segunda de las actividades, según
criterio cronológico, ya que se inició de forma masiva como base económica en
el último tercio del siglo XIX, es la explotación de una cabaña ganadera
integrada mayoritariamente por ejemplares de ovino y caprino. Esta actividad
fue, poco a poco, ganando peso específico en la mayor parte de los municipios
serranos hasta llegar a convertir a toda esta zona montañosa en uno de los
principales enclaves ganaderos de la región andaluza por su abundancia y
diversidad de pastos. No obstante se debe mencionar que se ha sostenido en el
tiempo por el establecimiento de un sistema estacional de desplazamiento de
pastores y ganados entre las altas cumbres de la Sierra de Segura y las más
bajas estribaciones de Sierra Morena Jienense.
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Oveja de la variedad Segureña |
Frente a la importancia de las actividades
silvo-pastoriles, la tercera y última actividad económica ha sido la
agricultura, que ha ocupado secularmente un plano secundario, en parte por los
propios condicionantes naturales a los que se enfrentaba la expansión del
terrazgo, y, en parte, por las restricciones jurídicas que aquí se daban a la
posesión y disfrute de la tierra. Es necesario recordar que esa es otra de las
grandes singularidades que ofrecen estos ámbitos montañosos de nuestra sierra,
su extraordinaria prevalencia de la propiedad municipal y estatal frente a la
propiedad privada. Ambas formas de propiedad pública alcanzaron desde antiguo
cotas realmente espectaculares que condicionaron sobremanera la libertad de uso
de un bien tan escaso en la montaña mediterránea como la tierra apta para el
cultivo, cuestión que se afianzó en el proceso desamortizador de Madoz a
mediados del S. XIX, que privatizó
tierras en las zonas fértiles de los valles andaluces y, por el contrario,
sirvió aquí para afianzar la propiedad pública de los montes, que no sólo se
mantuvieron al margen de la almoneda, sino que se deslindaron y amojonaron para
reforzar el dominio que sobre ellos poseían el Estado y los ayuntamientos,
procurando excluir de sus dominios toda clase de uso agrícola. Ambas merecen un
análisis más detallado.
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La Sierra, núcleo de actividad silvo-pastoril |
ACTIVIDAD ECONÓMICA GANADERA. Los últimos trashumantes.
El segundo sostén en importancia de
la economía agraria serrana fue la ganadería de ovino y caprino, explotada en
régimen extensivo mediante un peculiar sistema de trasterminancia, o lo que es
lo mismo, una trashumancia de corto recorrido, plenamente implantada ya en el
siglo XVI a baja escala, tal y como atestiguan las relaciones topográficas de
Felipe II. Según la información contenida en esta fuente, el municipio que con
los años llegaría a alcanzar una mayor importancia ganadera, no ya sólo en
estas sierras sino en toda Andalucía, fue Santiago de la Espada, también
conocido como Puebla de Santiago o El Hornillo, se había fundado por ganaderos
procedentes de Siles y Segura de la Sierra que todos los años se desplazaban
con sus rebaños hasta estas altas tierras para que los animales pudieran
aprovechar los abundantes pastos que se les ofrecían durante la estación
veraniega.
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Feria tradicional de ganado en La Puerta de Segura a mediados S. XX |
Disponemos de muy pocos datos
desagregados por municipios sobre los efectivos que históricamente integraron
la cabaña ganadera serrana, considerando que el volumen de los rebaños iría
aumentando con el paso de los años, llegando hasta principios del S. XX,
considerando como centro referente a Santiago de la Espada. Se debe hacer
reseña que en este municipio serrano, en la primera década del siglo XX, había
más de 50.000 cabezas de ganado ovino, pertenecientes en su mayoría a la raza
autóctona de ovino segureño, a las que había que unir otras 10.000 cabezas de
caprino muy mezcladas y alrededor de un millar de cabezas de vacuno. Una década
después el ganado lanar ya superaba ampliamente las 63.000 cabezas mientras que
el ganado caprino se había duplicado alcanzando las 21.000 cabezas en 1922 y el
vacuno se acercaba ya a las 5.000 cabezas. Desde estos momentos de comienzos de
los años veinte el censo de las tres especies comenzó a reducirse
paulatinamente hasta tocar fondo a principios de la década de los sesenta,
cuando se contabilizaban poco más de 19.000 ejemplares de ovino, alrededor de
tres centenares de caprino y menos de un centenar de vacuno.
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Pastoreo de vacuno en Santiago-Pontones |
En una proporción muy elevada, si
pudiéramos cuantificarlo, semejante estado de decadencia se explicaba por la
profunda crisis en la que se hallaba inmerso el sistema de explotación
trashumante que se siguió históricamente entre los pastaderos de las porciones
más elevadas de las sierras de Segura y el secular invernadero que conformaba
toda la cara sur de la porción jiennense de Sierra Morena, completamente
privatizada tras la desamortización y consagrada a este uso tan rentable,
siendo sólo un reducido grupo de ganaderos los que preferían tierras murcianas.
Con la llegada de los primeros fríos
otoñales, generalmente a finales de septiembre, se producían los
desplazamientos de ganados desde las cumbres de la Sierra de Segura hasta los
lugares cercanos de la Sierra Morena, donde los pastores eran conocidos como “los
pontoneros”. El calificativo respondía al hecho de que Pontones era la cuna del
segundo grupo más importante, tras el de Santiago de la Espada, de los pastores
y rebaños que hacía cada año este trayecto en busca de pastos. Iniciaban a pie
el camino que les conducía hasta las fincas de la porción jiennense de Sierra
Morena, cuyos pastaderos habían contratado previamente con sus dueños para toda
la invernada, o sea, hasta los últimos días de abril o los primeros de mayo. En
ese momento del año se producía el regreso hacia los pastos de altura de los
respectivos términos de procedencia de los rebaños. Así un año tras otro hasta
que el sistema comenzó a resquebrajarse por la concatenación de varios factores
de distinta naturaleza e importancia, siendo el principal el notable
encarecimiento que experimentaron los pastos de estas invernadas.
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Inicio de la trashumancia hacia los pastos de Sierra Morena |
El encarecimiento vino provocado por
el aumento de la demanda de estos pastos de las montañas de la Sierra Morena
jienense pues la política de repoblación forestal que comenzó a ejecutarse en
toda la Sierra de Segura después de la guerra civil, redujo de un modo
apreciable las superficies abiertas al pastoreo en los montes y de ahí la
creciente demanda de pastos en otros lugares y su correspondiente alza de sus
precios a la que no podían hacer frente la mayor parte de los ganaderos
segureños.
Por otro lado, no conviene desdeñar
el importante papel que desempeñó la escasa capacidad de reemplazo generacional
que caracterizó a la actividad ganadera a partir de los años sesenta, motivada,
esencialmente, por la alta tasa de emigración, que se cebó de un modo muy
especial sobre la fracción más joven de la población serrana, pero también por
la dureza del modo de vida pastoril y por los pocos visos de futuro que ofrecía
la explotación ganadera extensiva, incapaz de competir con los modernos
sistemas de cría intensiva del ganado que tanto se expandieron en España en
esos momentos. Para completar este cuadro decadente hay que hacer alusión a la
invasión que sufrieron muchos de los caminos ganaderos tradicionales por los
que se desplazaban los ganados y formaban parte sustancial del sistema de
explotación. Tanto la repoblación forestal como el avance de los campos de
cultivo y otros elementos como la conversión de muchos caminos en pistas
asfaltadas para facilitar las comunicaciones terrestres, vinieron a interceptar
esos caminos sin que ninguna autoridad pública hiciera nada por evitarlo, lo
que dificultó enormemente el mantenimiento de la cabaña ganadera serrana, que
por estrictas razones meteorológicas tenía que estar desplazándose
continuamente a lo largo del año.
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La cabaña trashumante cruzando el Puente Mocho |
Sólo las fuertes inyecciones
económicas en forma de primas ganaderas que introdujo la Política Agraria Común
a partir de 1986 fue capaz de conseguir el reverdecimiento de la actividad
pecuaria en nuestra sierra. Tal circunstancia no se tradujo, sin embargo, en la
recuperación del viejo sistema de explotación trashumante, que se redujo hasta
límites testimoniales, sino en la implantación de uno bien distinto en el que
los movimientos estacionales de hombres y ganados quedaron circunscritos a
radios muy cortos que no solían traspasar, generalmente, los límites de la
localidad donde estaban censados los ganados.
En los últimos años se ha avanzado de
forma considerable en el reconocimiento y cartografiado de la fracción más
importante del patrimonio territorial al que dio origen el régimen de
explotación extensiva de la ganadería, por lo que hoy conocemos con precisión
la clase y distribución de las distintas vías pecuarias a través de las cuales
se desplazaban hombres y animales. Incluso se han puesto en marcha algunas
acciones encaminadas a experimentar la dureza del peculiar modo de vida de los
ganaderos trashumantes, acompañando en su recorrido a los últimos pastores que
actualmente realizan la trashumancia. Pero aún quedan otros muchos aspectos
sobre los que hay que seguir profundizando para tener una visión integral del
verdadero significado de este peculiar sistema de explotación ganadera y de
todos los elementos patrimoniales asociados a él.
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Pastando en las tierras altas de Segura de la Sierra |
ACTIVIDAD ECONÓMICA DE EXPLOTACIÓN AGRÍCOLA Y LA OCUPACIÓN
POBLACIONAL DEL TERRITORIO.
Como en el conjunto de la montaña
mediterránea andaluza, la expansión de la agricultura tropezó en estas sierras
con las consabidas dificultades topográficas, edáficas y climáticas que
imponían unas fuertes pendientes generalizadas, la debilidad agronómica de los
suelos y las bajas temperaturas mínimas imperantes durante la mayor parte del
año. Junto a ellas, desde mediados del siglo XIX se hizo patente una limitación
jurídica mucho más severa, la cual impedía la conquista agrícola del suelo a
todos aquellos que no demostraran fehacientemente su condición de propietarios
de la tierra sobre la que pretendían extender los cultivos. Los procesos de
delimitación y amojonamiento de los montes públicos a los que antes nos
referimos, muy tímidos e imperfectos en sus primeros momentos, fueron
perfeccionándose con el paso de los años hasta conseguir excluir casi por
completo las fracciones del terrazgo agrícola de estos espacios, que quedaron
vinculados exclusivamente a los aprovechamientos agrícolas y ganaderos.
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Ocupación agraria del olivar en el Valle del río Trújala |
La ampliación decimonónica de la
superficie labrada quedó limitada, por tanto, a las tierras de propiedad
privada, bien a las que desde antiguo gozaban de esa condición jurídica, bien a
las que se privatizaron tras la desamortización. Las situadas en las vertientes
de los valles, incluso en las porciones más escabrosas, se ocuparon de
inmediato por nuevas plantaciones de olivar, que quedaron así intercaladas para
siempre en las grandes masas pinariegas o en las zonas de pastos de los montes
de titularidad pública. La función del olivar en estos ámbitos no era tanto la
de proporcionar una raquítica cosecha como la de hacer visible y afianzar la
propiedad privada sobre esas tierras ásperas en las que muy pronto se hicieron
visibles los problemas erosivos. En los fértiles fondos de valle, de suelos
profundos y menos expuestos a los rigores climáticos, logró arraigar un
policultivo de subsistencia mediante el cual pudo afrontarse, no sin ciertos
episodios críticos, la fase de crecimiento demográfico de la segunda mitad del
siglo XIX.
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Arando zonas de cultivo próximas a la aldea |
Pero la delimitación estricta de usos
del suelo por la que tanto había peleado la naciente administración forestal no
pudo resistir el fuerte empuje que se derivó del extraordinario incremento
poblacional que se registró en la Sierra de Segura durante la primera mitad del
siglo XX, quedando establecido en un 85,5% entre 1900 y 1950. Excluida cualquier
posibilidad de intensificación de la agricultura, la única respuesta que cabía
a la pujante demanda de alimentos provenía de la ampliación del espacio
agrícola a costa de las superficies ocupadas por la vegetación natural, ya
fueran de uso ganadero o forestal. Y, desde luego, prescindiendo de cualquier
consideración sobre la naturaleza jurídica de las tierras susceptibles de
roturación y puesta en cultivo, buena parte de las cuales sólo eran capaces de
soportar un sistema de agricultura itinerante con largos periodos de descanso
del terrazgo entre un ciclo y otro de cosechas.
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Aldea de Poyotello |
De este modo surgieron las primeras
roturaciones arbitrarias de los montes públicos, pequeñas porciones de terrazgo
dispuestas entre las masas de arbolado cuya posesión no era reconocida por sus
legítimos propietarios, a diferencia de las roturaciones autorizadas por las
cuales los detentadores satisfacían anualmente un canon al Estado o a los
ayuntamientos. Mientras que estas últimas se mantuvieron más o menos estables,
sin grandes cambios en las superficies por las que se extendían, el número de
roturaciones arbitrarias se disparó al compás del incremento poblacional,
constituyéndose en el principal foco de conflictos y en el más grave de los
problemas a los que se enfrentó la gestión de los montes públicos durante la
primera mitad del siglo XX. No era para menos si tenemos en cuenta la enorme
extensión que llegaban a alcanzar las tierras roturadas en distintas porciones
de estos macizos en las que el uso agrícola se consideraba completamente
incompatible con la conservación del medio. Sirva como ejemplo que sólo en los
montes estatales de Santiago de la Espada y Pontones, así como en dos montes de
la misma pertenencia de Hornos de Segura, llegaron a contabilizarse tras la
guerra civil más de 2.000 roturadores que poseían en conjunto una superficie
ligeramente superior a las 3.000 ha, lo que arrojaba un promedio por roturador
que no alcanzaba las 1,5 ha.
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Explotación olivarera en tierras roturadas |
Muy próximas a las minúsculas
parcelas de cultivo ganadas al monte, los roturadores construyeron toda clase
de habitáculos elaborados con materiales provisionales, que se fueron
transformando con el tiempo en viviendas estables, más o menos precarias en
razón de las posibilidades económicas de cada roturador. Así se apuntaló
definitivamente una estructura del poblamiento única en Andalucía, integrada
por centenares de minúsculas aldeas que se dispersaban por cada uno de los
términos municipales serranos, que llegaron a aglutinar en algunos momentos un
mayor número de habitantes que la propia cabecera del término. En su
localización se tuvieron en cuenta las variadas posibilidades que ofrecía el
medio, y de una manera muy especial la proximidad a alguna fuente u otra
corriente permanente que les permitiera a los vecinos disponer de agua durante
todo el año. El nomenclátor que acompañaba al censo de población de 1930, uno
de los más exhaustivos que se conocen sobre estas sierras, daba cuenta de la
atomización extrema que alcanzaba el hábitat en gran parte de los municipios
serranos, particularmente en aquellos situados en el extremo nororiental de
estos macizos. Entre todos los municipios destacaba Santiago de la Espada
(484,7 km2), donde se contabilizaban 116 entidades de población, seguido de
Segura de la Sierra (224,4 km2), con 104 entidades y Pontones (197,4 km2), con
71 entidades.
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Aldea de la Capellanía |
Todo este entramado territorial entró
en crisis y se descompuso de una forma alarmante a partir del inicio de los
años cuarenta, coincidiendo con la puesta en marcha de los trabajos de
repoblación forestal que de forma sistemática se desarrollaron en estas sierras
en ésa y en las décadas siguientes para la explotación maderera destinada al
ferrocarril. A pesar de la fuerte conflictividad social que suscitó la
actuación reforestadora, por cuanto suponía la erradicación de viviendas y
tierras de cultivo que eran el único medio de habitación y de subsistencia de
multitud de familias serranas, nada pudo hacerse por evitar la desaparición de
centenares de esos caseríos, cortijadas y aldeas al desaparecer también la
posibilidad de explotación agraria. Como tampoco pudo frenarse el éxodo masivo
que de forma voluntaria emprendieron otros miles de familias en esos mismos
momentos, comenzando por aquellas que residían en las entidades de población
más pequeñas, donde las condiciones de existencia se habían vuelto realmente
insoportables.
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Aldea abandonada de Miravete cerca de Pontones |
Hay que considerar que de estos
núcleos de población, sólo una ínfima parte disponía de luz eléctrica, pero en
tan pésimas condiciones que apenas disponían de unas horas para disfrutar de
ella; el abastecimiento de agua se realizaba en las fuentes próximas a las
aldeas o directamente del río, cuyas aguas también servían para lavar y
asearse; la inmensa mayoría de las viviendas carecían de ventilación y en ellas
compartían un mismo espacio hombres y animales, dando origen a un clima de
insalubridad en el que eran muy frecuentes las enfermedades; en fin, un mísero
panorama vital en el que se carecía de los más elementales servicios a los que
tenía derecho cualquier ser humano, máxime bajo un régimen político que se
autoproclamaba defensor de la justicia social. Aunque no suele formar parte de
la causalidad general que se invoca a la hora de explicar la amplitud del fenómeno
migratorio en estas sierras, está claro que estas pésimas condiciones de
existencia, en muchos casos, pesaron bastante más que la falta de oportunidades
laborales a la hora de tomar una decisión individual de tanta trascendencia
como la emigración definitiva, lo que vendría a explicar que la Sierra de
Segura disminuyera a menos de la mitad su censo de población entre 1960 y 1986.
Ese abandono masivo de amplias
porciones del territorio serrano dio origen de forma súbita al florecimiento de
unos paisajes de absoluta desolación en los que las viviendas completamente
derruidas o semiderruidas se entremezclaban con los campos de cultivo y otros
elementos del sistema agrario como caminos, acequias, eras, etc…, en los que la
invasión de la vegetación espontánea avanzaba a un ritmo vertiginoso, señal inequívoca
de claro abandono. El mecanismo de la expropiación forzosa al que se recurrió
masivamente para dotar de mayor eficacia a la política de repoblación forestal
impidió conservar la propiedad del terrazgo agrícola y de sus viviendas
asociadas, de manera que en numerosas cortijadas y aldeas no fue posible, ni
siquiera, reconstruir y recuperar como viviendas secundarias esa fracción del
hábitat.
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Aldea abandonada de La Canaleja |
Para finalizar y a modo de conclusión,
decir que a pesar de que se han dado pasos muy importantes durante los últimos
años en pos del conocimiento científico de la Sierra de Segura, a día de hoy
quedan múltiples y variados aspectos sobre los que la investigación ha
progresado mucho más lentamente. Hasta ahora han primado los aspectos
naturalistas a la hora de explicar la excepcionalidad de nuestras montañas, en
lo que ha influido, sin duda, el establecimiento en 1986 de la figura de Parque
Natural. Se olvida muy a menudo que fue precisamente en el momento de la
declaración del espacio protegido cuando se apostó abiertamente por
compatibilizar la preservación del medio con el inexcusable desarrollo
económico que requería la población que más había contribuido con su generoso
esfuerzo a la creación de aquella figura. Era, sencillamente, una cuestión de
estricta justicia social.
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Delimitación del Parque Natural |
En este contexto de armonización de
intereses es en el que cobra todo su significado cualquier propuesta de
análisis y evaluación del patrimonio rural acumulado durante siglos en nuestra
sierra. Ante todo porque constituye una parte esencial de las señas de
identidad comarcales que no puede permanecer en el olvido por más tiempo
mientras asistimos impasibles a su deterioro y destrucción. Pero también porque
esa fracción patrimonial puede convertirse en un activo fundamental de
desarrollo a través de programas encaminados a su divulgación. A nuestro modo
de ver, ésta es una de las acciones prioritarias que deberían incorporarse con
urgencia a las nuevas propuestas de relanzamiento socioeconómico del espacio
protegido.
Por Eduardo Araque Jiménez (Adaptación)