Puede que sean cosas de la edad,
no lo sé… pero lo que parece inevitable es que a medida que los años se
acumulan en nuestras espaldas, el apego a lo tradicional, a las raíces y a los
recuerdos aumenta. No puedo dejar de mirar con cierta inquietud como ese apego
no es igual entre la gente joven. Vuelvo a decir aquí eso de que serán también
cosas propias de la edad, una edad más abierta y dinámica, que no tiene reparos
ni miedos, que aprende antes a manejar un móvil o cualquier otra tecnología que
los ríos o montañas de este país llamado España; que vive más al día, lo
cotidiano, que no se para a pensar en recuerdos o pasados que su memoria,
todavía virgen, no atesora y que mira al futuro sin muchas inquietudes, lo cual
no deja, en ocasiones, de ser preocupante.
Desde la perspectiva que nos da
el tiempo, es evidente que ha habido una evolución social y cultural que ha
propiciado unos cambios de comportamientos y de actitudes. Eso es lógico y
además tiene un nombre, ya que lo solemos llamar modernidad. Lo que quizás
deberíamos plantearnos es si merece la pena alcanzar esa modernidad a costa de
dejar en el olvido aquello que hicieron nuestros padres y abuelos, a costa de ir por las calles disfrazados de vampiros, brujas o monstruos. No quiero
entrar a valorar las motivaciones, pero es evidente que mucha culpa, por no
decir toda, la tenemos esta generación que ha vivido como este país rompía la
barrera del atraso económico y social en medio de un mundo que avanzaba
imparable bajo la seducción de la tecnología.
Se puede llegar a la conclusión
que nuestros niños y adolescentes están más predispuestos a asumir
innovaciones, vengan de donde vengan y sean de lo que sean, que a mantener o
conservar las tradiciones. En estas fechas próximas a la Navidad se hace
palpable ese enorme choque de tradiciones y modernidad. Ya no se suele enviar la
felicitación en tarjeta navideña, ahora es más usual el correo electrónico o
aún mejor… el whatsapp –qué modernidad-; resulta difícil encontrar casas con su
nacimiento montado pieza a pieza y disfrutar buscando donde se encontraba ese
pastor que fue traicionado por sus necesidades fisiológicas -vamos, lo que se
dice vulgarmente, cagando-; generalmente no comemos una buena carne o ese pollo
criado en el corral como antes y pensamos que el marisco, como que queda mejor;
incluso le damos oportunidad a Papa Noel que es alguien de tierras muy lejanas
en detrimento y correspondiente enfado de los Reyes Magos –pobrecitos y más
ahora desde que Benedicto XVI ha dicho que procedían de tierras andaluzas,
aunque el Papa desde que nos ha afirmado que en el portal de Belén no había ni
buey ni mula, y encima se pone a twittear, pues que queréis que os diga-.
Y como me podría olvidar de los
villancicos, siempre acompañados de pandereta y de zambomba. Sí, quién no
recuerda cuando se producía en las casas la matanza y los pequeños pedían a sus
madres que les consiguieran la piel de la vejiga de la orina del cerdo, para
después de limpia, utilizarla en la elaboración de una pandereta o una ruidosa
zambomba. Era el paso previo para reunirse toda la chiquillería durante las
vísperas de la Nochebuena e ir casa por casa, daba igual si era “calle San
Isidro pa arriba o calle el Arroyo pa bajo”, tocando a cada puerta para decir a
un solo grito eso de “se reza o se canta”, pues había que ofrecer esa opción por
si durante el año que estaba a punto de finalizar en esa familia se había
producido algún fallecimiento; y cuando se acababa de cantar ese villancico que
se repetía una y mil veces, recoger esas golosinas o dulces de elaboración
casera que después se repartían en perfecta armonía.
Sí, claro, eran otros tiempos,
diréis algunos…. ahora ya no se lleva eso, casi suena ridículo hacer eso; pero
tengo que mirar con perplejidad y casi sin explicación, como eso se ha ido
perdiendo al tiempo que costumbres de otras tierras como el Halloween se arraigan, ver a niños
disfrazados de brujas y monstruos paseando con sus calabazas iluminadas en la
mano bajar las escalerillas para cruzar el Puente Viejo para dirigirse a
cualquier esquina o rincón del pueblo repitiendo eso de “truco o trato”, no nos
resulta ya extraño; y total para qué, para hacer lo mismo que hacíamos nosotros
que no es otra cosa que ir casa por casa pidiendo dulces y golosinas.
Claro está que las cosas cambian,
que somos nosotros, los mayores, los que hemos ido propiciando que los pequeños
dejen de hacer determinadas cosas, como es claro ejemplo esa de ir pidiendo el
aguinaldo o “aguilando” que era como solíamos decir para simplificar tan
difícil vocablo, y comenzar a hacer otras que pueden resultar más modernas. Sí,
claro está, podréis decirme que todo y todos evolucionamos y no debe extrañar
que hayamos cambiando hábitos de actuación….pero que queréis que os diga, que
aparezcan prácticas culturales nuevas no tiene por qué significar que dejemos
caer en el olvido otras que acompañaron a nuestros padres y abuelos durante
mucho tiempo, tiempo que se pierde en nuestra memoria.
Por eso me permito recomendaros
que durante estas fiestas navideñas no perdamos el espíritu, el espíritu de la
Navidad, ese espíritu que te hace sonreír más, te hace sentir más cercano a los
demás, hace que tengamos el corazón más abierto y predispuesto a la
solidaridad….en definitiva, hagamos de la Navidad ese tiempo en el que
mantenemos en nuestra memoria a todos los que la distancia impide ofrecerles
directamente nuestra afectividad, mientras para aquellos que se encuentren a
nuestro lado, no dejemos que se pierda esa sana costumbre de repartir sonrisas
y abrazos para, de todo corazón, ofrecer nuestros mejores deseos de felicidad.
Gracias a la aportación que se hace a este blog desde
Guadalinfo en Puente de Génave, aquí tenéis un tradicional villancico propio de
nuestra tierra, cantado desde tiempo inmemorial por toda la Sierra de Segura y
recopilado por Guadalupe Armijo Sánchez.
Camina la Virgen pura
de Egipto para Belén
en la borriquita mansa
que le compró San José.
Lleva al niño entre los brazos,
el Santo camina a pie
a la mitad del camino
el niño tenía sed.
No pidas agua mi vida,
no pidas agua mi bien,
que los ríos viene turbios
y no se pueden beber.
Más arriba, en aquel alto
hay un rico naranjal,
el hombre que lo guardaba
es un ciego que no ve.
Por Dios te pido, buen viejo,
que si Dios te deja ver,
que me des una naranja,
que mi niño tiene sed.
Entre usted señora y coja
las que hubiera menester,
la Virgen como prudente
le cogió tan solo tres,
y el niño como era niño
no paraba de coger.
¿Quién ha sido esa Señora
que me hizo tanto bien?
Era la Virgen María
que caminaba hacia Belén.
Fuente:
Asociación Cultural Sierra de Segura.
Desde Alcadozo, FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS SEGUIDORES DEL BLOG.
PREFIERO NUESTRAS FIESTAS,
ResponderEliminarTODOS LOS SANTOS, NAVIDAD, REYES ETC. ETC