Dentro de la recopilación de los juegos más tradicionales practicados en la Sierra de Segura, y como complemento al artículo que hacía referencia a las características del juego de los bolos serranos, Alejandro F. Idáñez Aguilar, ha buscado las particularidades del juego de la bolea muy practicado y popular en los lugares de la parte baja de la Sierra de Segura que a continuación reproducimos.
EL JUEGO DE LA BOLEA.
Por Alejandro F. Idáñez Aguilar.
Así como los bolos es un juego o
deporte plenamente vigente, con competiciones reguladas, la bolea ha perdido su
presencia activa en los pueblos y aldeas donde se jugaba tradicionalmente, que
con mayor intensidad comprendía los pueblos de Génave, Villarrodrigo, Puente de
Génave, Arroyo del Ojanco y varias aldeas como Los Pascuales, La Gracea,
Bonache, etc., aunque antes se jugaba en pueblos como Orcera, Segura, La Puerta
de Segura, Siles y otros, es decir, lugares de la zona baja de la Sierra de
Segura, quedando constancia de este juego en la nomenclatura local al existir calles
llamadas “de la Bolea”, en localidades como Orcera, Arroyo del Ojanco o Puente de
Génave.
Este deporte se practicaba en todos los pueblos cercanos del sur de la provincia de Ciudad Real, como Torre de Juan Abad, Montiel, Albaladejo, La Puebla del Príncipe, Terrinches, etc., y otros en la provincia de Albacete, tales como Bienservida, Villapalacios, Salobre, Alcaraz, Cotillas, Villaverde del Guadalimar, Yeste y Nerpio, además de las zonas mencionadas de la Sierra de Segura.
La bolea es un deporte o juego estrictamente varonil que puede entrañar algún peligro para presentes y viandantes, sobre todos los niños, por lo que exige cierta vigilancia del campo de juego para evitar accidentes; conjugando perfectamente la fuerza física y la habilidad o la «maña» del boleador, y requiriendo hombres enjutos, templados y con fibra, ligeros, dotados de gran agilidad y tino o precisión en el tiro, para que la bola «pique» en el lugar preciso en busca del rebote más favorable, por lo que el conocimiento del campo o espacio de juego es fundamental para el jugador. Es lo que los viejos boleadores dicen que la persona ha de «tener gracia para tirar». La práctica de este juego comienza normalmente de los 16 a 18 años entre los jóvenes, y entre los mayores se llega a los 50 y más años.
El partido de bolea era actividad
indeclinable de jóvenes, mozos y adultos, solteros o casados, que en los días
festivos tenía lugar en sesiones de mañana o tarde, en cualquier época del año
con tal de que hiciera buen tiempo que permitiera la práctica del juego, y,
sobre todo los domingos y en las fiestas «señalás» (día de la Ascensión, Corpus,
fiesta del patrón del pueblo, como San Isidro en el Puente, o el Cristo de la
Veracruz en Orcera).
La asistencia de público al juego era habitual, y solían tomar partido por uno u otro de los contendientes, porfiando por este o aquel con apuestas que eran de vino, cuerva, cerveza, etc., que debería pagar el perdedor o el equipo derrotado, conforme el resultado final del juego, tras haber terminado éste y una vez jugada la revancha si así se había acordado.
En la localidad de Arroyo del Ojanco
se acostumbraba a beber mientras se jugaba, de acuerdo con el viejo aforismo
que establecía: «punta ganá, punta bebía». Los lugares donde se tomaba el
convite eran: en los Pascuales, en la tasca de Pedro Díaz; en Orcera, las
tabernas de Juana Mateo o de la Paca, que estaban en la calle principal de
Wenceslao de la Cruz, o en la de la Hermana Luisa, que abría sus puertas en la
calle del Calvario, junto a la ermita del Santo Cristo, y también en la tasca
de «Chisneja», de la calle Asunción. En Arroyo del Ojanco, la consumición tenía
lugar en el bar de Ricardo Tenedor, y en Génave se bebía vino de pellejo en
casa de Guerrita, en la taberna de Domingo Carrillo o en la de Perules,
acompañado a veces con garbanzos tostados o lirios secos, unos pescados salados
que había en la posguerra, mientras que en Puente de Génave la taberna de
Ventura era el lugar habitual.
El campo.-
La bolea se juega al aire libre, por lo general en los mismos extramuros de la población o callejuelas de aldeas o pueblos, casi siempre en caminos de tierra o carriles, o en las eras empedradas donde se trilla la mies. A veces se jugaba incluso «a campo traviesa», es decir, por barbechos o rastrojos en tierras de labor, sin lugar prefijado de antemano, para añadir dificultad a su desarrollo y a los tiros. Aunque no es preceptivo, el campo debe estar algo pendiente, tirándose hacia abajo una punta y la siguiente hacia arriba, según era costumbre. Siempre era esencial que la tierra estuviera seca y el suelo en buenas condiciones para que las bolas rodaran.
En Orcera se boleaba en lo que hoy es calle de La Bolea hasta el Llano Romero, y en el camino de Benatae, desde El Correo o el Convento hasta el Puente de los Curas, y a veces se llegaba hasta el mismo pueblo de Benatae. En Los Pascuales, desde la misma aldea a La Asomadla. En Arroyo del Ojanco, en la Bolea, que era el camino del cementerio, y hoy es una calle que se le conoce también como calle de los Muertos. En Puente de Génave, en La Bolea, paralela al río Guadalimar aunque en la actualidad ha pasado a desarrollarse en la zona del Cortijo de la Ánimas junto a la carretera a Los Pascuales; en Génave se boleaba en el camino del cementerio en el paraje de Los Mesaos, o en las Eras Hondas, sobre todo si se tiraba al pique. En la cortijada de La Gracea, tiraban en las eras de piedra, por encima del cortijo.
Las bolas.-
La bolea se juega con bolas de hierro —de acero al manganeso, de las usadas por los molinos trituradores de áridos y similares—, de gran dureza y resistentes al roce y abrasión de las piedras, en las que pica y resbala, saltando a veces chispas al fuerte y rápido contacto. Las bolas son de varios pesos y tamaños, por lo que se emplean pareadas, o lo que es igual, dos bolas iguales de peso y tamaño con las que tiran los jugadores o equipos del partido. Su peso varía entre los 500 gr., las más pequeñas, hasta las de 1300 gr. de las grandes; siendo las medianas son las de 700-800 gr., que eran las que se usaban para tirar más corrientemente. En Génave eran muy apetecidas las bolas tamaño pequeño o del «Pinche», y las medianas o de «coscorretes» por ser muy «manejeras».
Según su volumen o tamaño, las bolas
oscilan entre los 56 cms. a la de 1215 cms. de diámetro, designándose popularmente
a las bolas más chicas yemas de huevo o gállaras. Excepcional era en La Gracea,
donde las bolas grandes de 1500 gr. tenían un chafe, rebaje u pequeño orificio
para meter el dedo corazón e impedir que se escurrieran, al no poder abarcarla
bien con la mano por su excesivo diámetro.
Modalidades de juego.-
Son dos las modalidades de juego más
usadas, que hacen referencia a la manera de sacar o lanzar las bolas, y a la
forma de contar el recorrido de las mismas sobre el campo, ambas muy
entrelazadas como veremos. El lanzamiento de la bola desde la raya de salida ha
de hacerse de un modo uniforme por todos los participantes, para evitar
ventajas, siendo las modalidades más frecuentes:
-«A volapié».
Se ejecuta sin tomar impulso alguno y sin levantar el pie derecho del filo de la raya, pudiendo únicamente rajar la raya adelantando un paso con el pie izquierdo con la inercia del tiro y el otro puede deslizarse sin separarse del suelo un paso. Caso de separarse del suelo el pie derecho, se incumple la norma de rajar la raya, y el tiro de la bola era nulo, debiendo repetirse el saque o tiro. Es lo que se llama tirar a mata raya.
-«A carrera».
Consistente en hacer el lanzamiento
de la bola tomando impulso hasta la misma raya de salida o sitio acordado. Cuando
se permite traspasar la raya, se denomina tirar a cruza raya. El juego se
inicia siempre desde la raya que también se llama efarre, desde donde se
efectúa el saque o lanzamiento de la bola. Sacar es sinónimo de efarrar en
pueblos como Orcera o Puente de Génave, y lugares como Los Pascuales, La
Gracea, etc.
Las técnicas de tiro variaban entre jugadores, aunque lo más frecuente era lanzar la bola por debajo del brazo, parado o a la carrera, aunque otros lo hacían por encima, y algunos giraban una vuelta completa el brazo para ganar más impulso antes de lanzarla, todo lo cual estaba permitido, ya que cada uno era libre de hacerlo a su estilo; sin embargo, predominaba la modalidad de tirar a palma, es decir, abriendo pronto la mano y soltando los dedos con habilidad para despedir la bola, pues de lo contrario se agarraría y saldría un tiro defectuoso. A la cagarrilla, se dice burlonamente de la bola que se tira al rule dejándola caer para que siga el curso del terreno, o buscando un pique cercano adecuado. Se considera otro del jugador poco capaz, y su uso era infrecuente.
En cuanto a las formas de contar el
espacio recorrido por las bolas en cada tiro o lanzamiento, dos son las más
usadas: las denominadas al pique, llamada también al hueco, y la otra modalidad
al rule o al raso. Como se colige de los nombres, el recorrido de la bola se
cuenta en la primera modalidad por el lugar exacto desde la bola cae o pica por
primera vez en la tierra, sin considerar el espacio que recorra después. La
segunda, por el contrario, tiene en cuenta la totalidad de la distancia que la
bola recorre en su curso hasta el punto del terreno donde quede completamente parada.
Las reglas del juego son muy simples pues la bolea se juega de forma individual, entre los jugadores en un mano a mano clásico, o por equipos, formados siempre de dos en adelante y sin límite alguno en cuanto al número de componentes o jugadores, aunque lo habitual eran los equipos formados por tres miembros, «trés para trés» en el argot de los boeladores. El jugador más hábil solía ser el capitán o jefe de cada equipo, que llevaba la voz cantante de su conjunto.
Existen dos modalidades de contar el tanteo en el juego: la normal y más común del partido, y la de puntas corrías. El juego se denomina partido, y cada partido consta de cuatro puntas. La punta se compone de tantos tiros como jugadores hay en cada equipo se juegue por equipos o individuales; en este último caso la punta es de dos tiros. La bolea se juega a dos o cuatro partidos ganados, como norma general, a menos que se convenga otra cosa, siendo su extensión un punto previo a fijar. Si el vencido pide la revancha, es potestativo del ganador concederla o no, jugándose a continuación o al día siguiente si era tarde o se hacía de noche. La puntuación se lleva por puntas, iniciándose de nuevo en cada una de ellas, no arrastrando los tantos el perdedor. El sistema de «puntas corrías» se jugaba casi siempre a 5 ó 6 puntas, ganando quien antes llegue al número propuesto, y se diferencia del partido en que el perdedor mantiene la puntuación o tantos ganados hasta el final.
Las tiradas se inician desde la raya
de salida, no pudiéndose «rajar» la raya, siendo nulo el tiro y debiendo
repetirse caso de rajarla, si así se había convenido, o por el contrario,
debiendo rajarla al hacer el tiro, para añadir dificultad al lanzamiento, cometiendo
falta el que no la raje según lo acordado, siendo ésta última la modalidad más
empleada sobré todo tirando al volapié. Los tiros nulos pueden repetirse hasta
tres veces como máximo, en algunas localidades. El juego suele iniciarse tirando
la bola por el sistema denominado «a volapié» o sin tomar impulso; la segunda
punta se tiraba «a carrera», aunque todo ello dependía del jugador primero o
mano, que puede elegir sistema o modalidad de juego a seguir. En el juego
participan todos los boleadores de cada equipo, que tiran la bola alternativamente.
El lugar de saque lo elige el mano (jugador o equipo) que tira primero. Los segundos y posteriores tiros han de realizarse desde el lugar donde ha quedado parada la bola del tiro anterior, salvo que se convenga otra cosa. El segundo partido se saca donde se ha terminado el primero y, por tanto, en sentido inverso al anterior. Caso de empate de un tiro, dirimido según la «seña», los jugadores han de repetirlo. Completada una punta, el equipo ganador saca bola, empezando la segunda punta de regreso hasta completar el partido. Si se juega «a campo traviesa», se tira seguido sin volver a la raya de salida hasta terminar el partido.
El origen de un partido tiene dos vías: el de la apuesta que se formaliza entre dos o más boleadores, o la simple porfía o desafío, entre dos «esafiaos» en el léxico del boleador. En cualquier caso, siempre mediaba la apunta de una consumición en la cantidad acordada, que era por tanto requisito esencial del juego. La formación de los equipos se convenía entre los jugadores apostantes, o bien se procedía a su selección entre los presentes, tratando de que cada equipo se formara con jugadores de características o facultades parecidas, para que las fuerzas de cada uno resultaran lo más equilibrada posible. Una vez formados los equipos, sus cabezas acuerdan los criterios que han de regir el juego, empezando por la elección de la «seña», o referencia para dirimir los casos de duda entre bolas igualadas. Otro detalle a convenir es si se permitía o no hacer «pasillo», o mover el pie derecho al tirar la bola cruzando la raya de salida, cuando se tira al volapié. Asimismo, se podía establecer la modalidad del juego, forma de saque, etc., y a falta de acuerdo las imponía el que sacaba primero. Se acuerda también el número de partidos del juego, siendo la norma general de dos partidos y un tercero en su caso para desempate, o de cuatro partidos ganados; si se daba o no revancha, clase de tanteo a seguir, etc.
Otro punto importante era ajustar la
potencia inicial de los contendientes individuales, compensando al más débil o
jugador más flojo dándole uno varios cosos, izquierdos o derechos, que son unos
tiros libres complementarios que se lanzaban con la mano agarrada atrás o a la
espalda, tirando por debajo de la pierna sin levantar el pie del suelo, e
incluso corriendo. Estos tiros se sumaban a los normales del juego que hacía el
mismo jugador beneficiado con ellos, y se daban en el mano a mano. Esta compensación
era usual en Génave. En otros lugares se hacía dando tiros o alguna punta al
contrario como ventaja inicial compensatoria. Puede también acordarse sacar la
bola tras cada tiro, en vez del lugar en que haya caído, desde otro lugar más
apacible como una carretera, carril, etc., y en sitio equivalente de acuerdo
con la «seña» establecida.
Por último, se decidía el equipo que iniciaba el saque y por consiguiente el juego, para lo que se echaba al aire un tejo de dos caras, en una de las cuales se había escupido, eligiendo los cabezas de equipo entre pan o vino, según fuera la superficie seca o mojada la elegida. El acertante se convertía en el mano, con las prerrogativas de tirar primero eligiendo la modalidad del saque que ha de regir en la punta que se iniciaba, y que los demás jugadores tenían que seguir obligatoriamente, a menos que se hubiera pactado otra cosa, y a continuación de su tiro lo hace otro del equipo contrario, tirándose luego desde la nueva raya o punto donde hubiera quedado parada la bola. El ganador de una punta tiene también la facultad de elegir el sistema de saque o tiro que ha de regir en todos los jugadores en la siguiente, cuyo principio no pueden transgredir los contrarios. En La Gracea y Puente de Génave, se permitiría que, aunque se hubiera estipulado otra cosa, un jugador pudiera tirar la bola o volapié voluntariamente, pero nunca a la carrera. En casos dudosos sobre la posición de una bola, se resolvía de acuerdo con la «seña» puesta antes, o establecida por común acuerdo de los jugadores como sabemos, que casi siempre era un accidente geográfico del terreno, por ejemplo, en Génave era el Picarzo, un monte situado al este del pueblo, con cuyo punto se confrontaban las bolas para determinar la ganadora o el empate y repetición del tiro.
Las técnicas del tiro son muy variadas, dependiendo de multitud de factores como las características del jugador o boleaor, el campo o lugar donde se juega, viento dominante, situación de los piques o rebotes, tiempo atmosférico, condiciones del recorrido, etc. Del mismo modo es importante tener la mano de salida, pues el primero señala el lugar del saque, que con frecuencia es factor muy influyente para el curso del partido, dándose casos en que se ha sacado desde un pozo, una cueva o subido encima de una pared, o en sitio insuperable para el contrario por imposición del mismo, ya que los demás jugadores habían de hacerlo en el mismo sitio y de igual forma, procurando que la bola del contrario caiga en sitio inaccesible, y creando en definitiva toda clase de trabas e inconvenientes al contrincante. Finalmente, el cabeza de equipo o jugador mejor de cada conjunto contendiente, podía reservar su intervención en el juego para tirar en último lugar, conociendo la marcha del juego y de la punta disputada, decidiendo muchas veces el resultado con su tiro, aunque ello dependía de cada cual, y otros seguían criterios diferentes, puesto que la norma general era la libertad individual en el orden de tirar los boleaores, que no era fijo y podían hacerlo por el que quisieran.
Siendo la finalidad del juego de la bolea cubrir la mayor distancia posible sumados todos los tiros de un jugador o equipo, es obvia la necesidad de utilizar las técnicas más adecuadas a tal fin, que mejor se adapten al campo y condiciones del juego, y que cooperen al alargamiento máximo del trayecto recorrido por la bola en cada lanzamiento, debiendo evitarse en todo momento incurrir en algunos de los defectos más usuales, cuales son el de colgar la bola, enchinarla o reventarla. Colgar la bola, es lanzarla tan alta que su recorrido se ve por ello mermado, quedando siempre un tiro corto al perder impulso longitudinal la bola. Bola reventa, es aquella que sale despedida en sentido transversal al de su lanzamiento, al tocar mal o defectuosamente en el pique, raso, etc., por lo que no avanza hacia adelante al desviarse su trayectoria. Esta anomalía sólo puede producirse cuando se tira al rule, y no existe nunca tirando al pique o al hueco. Bola enchiná, es la que pica en terreno blando, china, etc., y queda muerta en el sitio no saliendo despedida. Error frecuente es que se escape o resbale la bola de la mano del jugador al lanzarla, lo que corrigen los boleadores enrollándose entre los tres dedos de la mano una cuerda fina que llaman cordelillo. El error contrario es cuando la bola se agarra, lo cual suele ocurrir a algunos boleadores, saliendo la bola hacia arriba con gran peligro para los presentes y suponiendo un tiro defectuoso.
Al finalizar el partido, los boleaores, y a veces algún seguidor, se disponían en amigable camaradería a consumir la apuesta, que podía ser media arroba o una cuartilla de vino o cuerva acompañada de garbanzos tostados u otras menudencias, y rara era la vez en que de la alegre libación, entre discusiones y bromas, no surgía el concierto de un nuevo partido de bolea entre los presentes, que de esta forma iban perpetuando en sí mismos los viejos principios o fundamentos del juego, que cada tarde se revivían en ellos al empuñar airosos y gallardos las bolas en las «raya» o «efarre».
Todavía se bolea en las fiestas
patronales de San Isidro en Puente de Génave, o el día del Señor (Corpus
Christi), tirando ahora en el cortijo de Las Ánimas, por la carretera de Los
Pascuales. Algunos encuentros de rivalidad entre pueblos fueron muy notables,
por la calidad de los boleaores, como el que enfrentó a Manuel Zorrilla y
Manuel «Zancas» de Los Pascuales, contra «El Follón» y «El Herrero», que tuvo
lugar en Puente de Génave, y que ganaron los primeros, o el celebrado a doble
vuelta entre Casiano Pérez y José Pascual de La Gracea, contra Eduardo Zorrilla
y Joaquín Samblás, de Génave.
Entre los últimos practicantes de
este varonil deporte o juego destacan como buenos boleaores los que aparecen
como informantes de Génave, debiendo mencionar entre los antiguos a Paco
Solano, tirador muy seguro al hueco; Eugenio Rodríguez «Sopas», fijo y muy
limpio de ejecución, y Adolfo Muñoz Zorrilla «El Mudo de Plumas», inigualable
tirando al rule o raso; Crescenciano Sánchez, el herrero; Venancio Rodríguez,
«El Cerpudo», y tantos otros. En la última época destacó sobre todos Salomón
Garrido (más conocido por «Salomoncillo»), ya fallecido y modelo de tirador
certero, limpio y de una gran seguridad.
En la aldea de La Gracea,
perteneciente al término de La Puerta de Segura, sobresalen los hijos de
Casiano —Francisco, Pedro, José María, Fortunato y Casiano Pérez Idáñez—, y más
antiguos fueron Eladio Alarcón, Casiano Pérez y Segundo Idáñez, tiradores de
casta. En la también porteña aldea de Los Pascuales descollaron entre otros, Gregorio
Muñoz, especialista al rule; Juan María Zorrilla al volapié; Noveno y Miguel
Muñoz, Manuel «El Zancas» y Manuel Zorrilla Santoyo, campeón al pique y rule,
que han sido los últimos boleaores. En el pueblo de Arroyo del Ojanco, fueron
muy nombrados como boleaores, Eugenio Soriano, de Guadalmena; José Llavero y
José María León, como también los apodados «Los Posaores». En Orcera hubo
siempre boleaores de clase, como el apodado «Tartaja», Manolico el de Pinacho,
los «Zarzas» y los hijos de Gregorio Robles.
En Puente de Génave fueron buenos boleaores «Los Bilorios» o Tiburcio Ortega, y antes Manuel Jiménez Vázquez «Trujillo».
La bolea se debate hoy al borde mismo
del precipicio del tiempo y su desaparición entre nosotros es desde los años
cincuenta ya un hecho triste y real, y sólo se mantiene arrinconada en la
esporádica celebración de algún concurso de bolea, como una actividad más del
programa de las fiestas patronales de algún pueblo. Ojalá y resurja otra vez
del olvido de sus propias cenizas, y el metálico choque de las bolas contra las
piedras de los caminos vuelva a resonar en las callejuelas y carriles de
nuestros pueblos.