miércoles, 30 de abril de 2025

PANETES DE JAÉN.

 POSTRE TRADICIONAL DE SEMANA SANTA.

Convencidos estamos que, en muchos de los hogares, en estos días pasados de las celebraciones de Semana Santa, se ha disfrutado con la degustación de un postre típico de Jaén. Nos referimos a los tradicionales “panetes” que con tanto esmero y cuidado elaboran por estas fechas nuestras madres y abuelas para seguir una tradición que endulza los paladares de grandes y pequeños. Para ello reproducimos un artículo de Alfonso López Alonso publicado por el periódico ABC.

La receta de panetes, nunca falta en la Semana Santa de poblaciones de Albacete y Jaén, en especial en los pueblos de la Sierra de Segura (Puente de Génave, Beas de Segura, Siles, Bienservida, Villapalacios y alrededores). Los panetes o panecillos, como los llaman en algunas localidades, son un dulce perteneciente a la repostería tradicional popular.

Quienes viven en estas zonas y los conocen bien y saben que es difícil encontrarlos en las pastelerías o panaderías, ni se encuentran en las cartas de postre de restaurantes. Los panetes suelen elaborarse en las casas y para elaborarlos, cada persona guarda su particular secreto para conseguir la mejor elaboración.


Rivalizan en Jaén directamente con otros dulces maravillosos de estas fechas, los cuáles podéis encontrarlos en todas las pastelerías destacando los tradicionales papajotes dulces, el hornazo de Jaén o los ochíos dulces. Con esta variedad resulta difícil una recomendación por lo que seleccionamos los panetes de elaboración casera.

Es un dulce muy fácil de hacer. Sus ingredientes son humildes, económicos y básicos: miga de pan, huevo, azúcar, naranja, anís y aceite. Seguro que los tenéis en casa, así que os recomendamos que leáis la receta y os pongáis a hacerlos ya. En apenas una hora los tendréis listos y los podréis servir como postre de la comida. Los vuestros os lo agradecerán porque son deliciosos y están ¡de rechupete. Detallamos más sus ingredientes.


Para la masa del panete:

-3 rebanadas de pan de molde sin corteza o 90 g. de miga de pan seco, de un par de días.

-2 huevos.

-45 ml. de agua.

-1 cucharada sopera de azúcar.

-1 cucharadita de anís en grano.

-1 naranja grande.

-Aceite de oliva virgen extra suave en abundancia.

Para el almíbar:

-1 rama de canela.

-600 ml de agua.

-180 g de azúcar.

-1 naranja.

Si tenemos que entrar a detallar los pasos a seguir para su elaboración debemos diferenciar sus dos ámbitos, pues por un lado estar la elaboración del panete en sí y después cómo se elabora ese jugo o jarabe que denominaremos almíbar en el que después sumergiremos el panete para que se vaya empapando y así conseguir la perfecta unión de sabores.



Para confeccionar los panetes primero debemos rallar el pan con un rallador grueso o, en caso de contar con un robot de cocina, lo utilizaremos para picar el pan, pero teniendo en cuenta que tiene que quedar una picadura algo gruesa, no muy molido, pues en la textura se deben notar las migas. Añadiremos el azúcar, el anís en grano y la ralladura de media naranja a esa picadura de migas de pan y lo removemos bien. A continuación, añadimos los huevos y el agua y removemos de nuevo hasta obtener una masa espesa o papilla uniforme. Calentamos abundante aceite en una sartén y, con ayuda de una cucharita, dejamos caer porciones en forma de bola de esa masa resultante en su interior. Volteamos cuando estén doradas por la parte inferior para que se hagan por el otro lado, y así, cuando estén doradas por todos los lados las extraeremos.

Procuramos que todas las porciones sean de igual tamaño y que queden con igual color. Cuando estén listos, retiramos los panetes con una espumadera, dejando escurrir el aceite de la fritura. Los colocamos sobre un plato con papel absorbente y continuamos el proceso hasta terminar con la masa. Con las cantidades sugeridas nos ha salido un poco más de una docena de panetes, suficiente para cuatro raciones, aunque el número exacto dependerá del tamaño de los mismos.



Para elaborar el almíbar hay que tener en cuenta que lo debemos de preparar antes que los panetes y tenerlo listo para sumergirlos en él una vez fritos. Con esto nos ahorraremos un poco de tiempo. Ponemos el azúcar en una sartén honda y lo calentamos a fuego suave sin necesidad de mover la sartén ni remover el azúcar. Cuando la parte de abajo comience a caramelizar, añadimos el agua con sumo cuidado, muy poco a poco para que no salpique. Pelaremos la naranja, procurando no coger nada de la parte blanca pues le dará demasiada amargura al jarabe, y la introducimos en la sartén junto con la rama de canela. En este momento hay quienes le añaden piel de naranja seca de un par de días, pero si no lo tenéis previsto podéis usar la piel fresca pues el resultado será bastante similar. Llevaremos a ebullición y coceremos a fuego fuerte 10 minutos, para después bajar el fuego y cocer 30 minutos más.

Con el jarabe acabado y los panetes ya listos y escurridos debemos proceder a la terminación del proceso para su posterior presentación y degustación, para ello pincharemos los panetes con un tenedor por dos lados y los introduciremos en la sartén con el almíbar. Los agujeros del tenedor permitirán que el almíbar penetre en el interior y queden jugosos. Coceremos los panetes en el almíbar durante 10 minutos antes de retirar del fuego y dejar enfriar. Una vez finalizado este paso, debemos guardar los panetes sumergidos en el almíbar en la nevera hasta el momento de consumir, porque este es un dulce que se toma frío. Aunque también puede degustarse algo tibio pues le realza el sabor.

Está claro que este sencillo y rico postre, aunque es tradicional para la Semana Santa, se puede elaborar durante todo el año, especialmente en verano al servirse frío. Es un postre que entra dentro de lo tradicional, con unos ingredientes simples y que estaban y están al alcance de todos los bolsillos y que, sin duda, harán las delicias de mayores y pequeños; en definitiva, un postre que mantiene una tradición que refleja la esencia de nuestros pueblos.

martes, 15 de abril de 2025

SANTA TERESA DE JESÚS EN LA SIERRA DE SEGURA

LA FUNDACIÓN DEL CONVENTO DE BEAS DE SEGURA.

Por Adela Tarifa Fernández. (adaptación).

En 1515, cuando nace Santa Teresa, España no existía. Castilla y Aragón eran los dos reinos más poderosos, mientras Portugal se mantenía independiente. Aunque gobernados por el mismo monarca, aragoneses y castellanos se sentían extranjeros fuera de sus fronteras. Eso explica que para la Santa Teresa de Ávila la corona aragonesa quedara fuera de su proyecto reformador. Unos reinos, en pleno Renacimiento español, que en el S.XVI, estaba en plena crisis económica, porque los monarcas gastaban más que lo que suponían las riquezas que venían de América, provocando tremendos desequilibrios sociales entre los menos de 6 millones de habitantes contaba entonces España, 4 de ellos en Castilla, el reino más extenso, poblado y rico; dueño y administrador de los tesoros americanos. Los gobernantes gastaron sus recursos al servicio de una política exterior ambiciosa y con la idea imperialista de Carlos V, heredada por su hijo Felipe II. Una época con crisis religiosa marcada por la escisión luterana, el Concilio de Trento y la Contrarreforma católica. Se gesta entonces una nueva espiritualidad y preocupación por moralizar la vida del clero, surgiendo, en este Siglo de Oro español, ejemplos de vida edificantes, destacando junto a Santa Teresa y San Juan de la Cruz y, los de San Pedro de Alcántara, San Francisco de Borja, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, o Santo Tomás de Villanueva, por citar algunos.

Santa Teresa de Jesús

Fue el siglo XVI un tiempo de más guerra que paz, a causa de la política imperialista de Carlos V. Enfrentamientos en el Mediterráneo contra los turcos y en Europa contra Francia marcaron este S. XVI. Siendo fundamental la derrota contra los alemanes que, con la paz de Augsburgo en 1555, reafirman la escisión protestante en Europa. Es el tiempo en el que Santa Teresa redacta “las constituciones de la Orden Descalza” aprobadas por el Papa Pio VI en 1565. Entre la década 1567-78 Santa Teresa realiza nuevas fundaciones, y escribe algunas de sus grandes obras, como Camino de Perfección (1562-64) y Las Morada (1578); así como San Juan de la Cruz trabaja codo a codo con ella, como iniciador de la rama descalza masculina. Siendo el año 1575 en que el nuevo monarca, Felipe II, declara la bancarrota del estado, justo cuando llega a España el padre Tostado, con facultades de General de la Orden Carmelita, que no acepta las bases reformistas de la orden realizadas por Santa Teresa y decretará la persecución y encarcelamiento de sus seguidores, cuestión que sufrió San Juan de la Cruz y de la que pudo librarse Santa Teresa por su influencia en la misma Corte. Pero a pesar de todo este es el momento en el que el Carmelo Descalzo vive una etapa de intensidad y fundaciones creciente, aunque ya las fuerzas de la Santa de Ávila se acaban, muriendo en 1582, no sin antes conocer que el Papa Gregorio XIII publica la aceptación de separación entre los Carmelitas Calzados y Descalzos.

Reglas y normas en las fundaciones
de la Orden de los Carmelitas Descalzos

En esta época, donde las mujeres se sometían a las leyes de la tradición que las mantenían en un segundo plano social, donde el papel de sumisión también era asumido por la Iglesia, no iba a ser detalle menor el hecho que sea una mujer la que lidere la reforma.  Sabemos que todavía en la época que nos ocupa había padres que llevaban a sus hijas al convento sin pedirles su conformidad o también que algunas mujeres buscaban refugio en el convento huyendo de matrimonios impuestos, por lo que es posible que la vida conventual fuera la que más liberó a la mujer de una sociedad que la marginaba, elevada la monja a categoría social superior a la doncella y equiparable a la casada, porque los conventos permitía muchos contactos con el exterior a las monjas, prácticas prohibidas  por el papa Sixto V en 1589, así como garantizar la libre voluntad de ingreso. En todo caso el convento reflejaba los esquemas sociales de la época, y, aunque se hicieran votos de obediencia, castidad y pobreza, en este último punto surgían conflictos por las grandes diferencias sociales de las monjas que profesaban, cuestión que Santa Teresa contempló en su reforma, convirtiéndose en un movimiento claramente reivindicativo de la igualdad y de la dignidad espiritual de la mujer que debía ser integrada en derechos en la Iglesia, escapando de la marginación tradicional social y religiosa. En el caso que nos ocupa, la reforma carmelitana, fruto de las ideas de Santa Teresa, pretenden eliminar los obstáculos que impedían al alma la unión con Dios. Ideas que asumió San Juan de la Cruz, bastión fundamental de la reforma teresiana. Pero no fue tarea fácil pues las masas poco cultas protagonizan exaltaciones piadosas que molestan a la jerarquía eclesiástica, proliferando videntes o beatas a los que se persigue si se desvían por caminos no oficiales. También en ambientes cultos se sospechó de alumbrados y erasmistas, y de toda manifestación piadosa que se saliese de vías acordadas en Trento; y ahí entraba de pleno la Inquisición para infringir castigos por herejía.

Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz
fundadores de la orden del Carmelo Descalzo.

Para reconstruir el relato central de la fundación del Convento de San José en Beas de Segura, nos basamos en el “Libro de la Fundaciones” que Santa Teresa empezó a escribir en Salamanca en 1573, por mandato del confesor Jerónimo Ripalda, obra que acabó en Burgos en 1582, poco antes de su muerte, aunque esperó a ser editada hasta 1610; y en el escrito por el Padre Efrén Montalva titulado “Beas y Santa Teresa” basado en un manuscrito encontrado en la Real Biblioteca de El Escorial tras más de 400 años en el olvido, en el que se relata la fundación del Convento de Beas, uno de los conventos que más disgustos le dieron a la Santa de Ávila, y en el que mostró poco empeño inicial. Su fundación se realizó el día de San Matías, 24 de febrero, del 1574 gracias al mecenazgo de dos hijas del matrimonio formado por Sancho Rodríguez de Sandoval y Catalina Godínez, llamadas Catalina y María. La primera ya quería ser monja a los catorce años, cuando, según este relato, tuvo una revelación al mirar un Crucifijo. La chica, que “no era inclinada a casarse, que le parecía cosa baja estar sujeta a nadie”, con unos escrúpulos que la indujeron a hacer mucha penitencia, prometiendo a Dios ser siempre pobre y casta, entregada a Dios hasta que tomó el hábito a los diecisiete años, llegando a tener actuaciones propias de enajenaciones como el llegar a autolesionarse para desfigurarse el rostro con el fin de no atraer a pretendientes. Tampoco las duras disciplinas a que se sometía esta criatura, que no dormía para no parar de rezar, nos pueden apartar de la idea de que sufriera ciertos desequilibrios emocionales o mentales.

Portada del libro del Padre Efrén sobre
la fundación del Convento de Beas.

Al fallecer el padre, que se oponía a que Catalina fuese monja, ella y su hermana, apoyadas por la madre, ingresaron en el convento de Beas. Fue difícil conseguirlo porque la enfermedad crónica que padecía la joven era un impedimento: “havia casi ocho años que no se movía de la cama. Tenía acalentura continua... thifica, hidropesía, con un fuego en el higado, que le abrasaba... de suerte en aún sobre la ropa... le quemaba la camisa... tenía también gota artetica y ceatica...”. Luego llegó el milagro, que la hizo sanar de golpe, según testimonio de los médicos que la atendieron durante ocho años, teniéndola por incurable, porque “echaba sangre por la boca tan podrida que decían eran ya los pulmones”. Estos hechos “milagrosos” los recibió Santa Teresa por vía indirecta, pues pasó poco tiempo en Beas, no dándole excesivo eco pues consideraba muchas de estas actuaciones de determinadas monjas apartadas del sentido común y propias del fanatismo religioso.

Testimonio de las reliquias de la
Madre Catalina de Jesús Sandoval y Godínez

Tenemos que constatar que Santa Teresa nunca tuvo mucho interés por la fundación en Beas de Segura, feudo y señorío de la Orden de Santiago, pero en otoño de 1574, en un viaje a Salamanca para solucionar un asunto inmobiliario, recibió una carta de Dña. Catalina Godínez contándole que tenían una casa preparada en Beas de Segura (Jaén) para una fundación y que el propio rey, tras una audiencia con Dña. Catalina Godínez y el Consejo de las Órdenes Militares dieron su aprobación por lo que no tuvo más remedio que aceptar los mandatos reales trasmitidos por el visitador apostólico D. Pedro Fernández que le indicó a Teresa la obligación de ir a Beas. En ese momento Beas era una localidad próspera, con muchos molinos de aceite y harina, productos agropecuarios, e industria de paños. Dice que el lugar tenía hasta 45 casas con escudo de armas y título de hidalguía por sus relevantes servicios a la Corona de Castilla, lo que explica los fueros se disfrutaban, teniendo su iglesia parroquial advocación a su patrona “Nuestra Señora de Gracia”, hoy “de la Paz”.

Escudo Carmelita en la fachada de la iglesia
del Convento de San José en Beas

Cuando Santa Teresa tenía ya 60 años, y fruto de las presiones para realizar esta fundación en el corazón de la Sierra de Segura, partieron, en comitiva, el 14 de febrero de 1575 a las siete de la mañana, por el camino de Toledo, las nueve religiosas y los sacerdotes Julián de Ávila y Antonio Gaitán pasando por Malagón, donde Santa Teresa enfermó teniendo altas fiebres, para seguir a Daimiel, Manzanares y Membrilla, donde empezaban los dominios de la encomienda de Santiago, cuyo gobernador residía en Infantes, cabeza del Campo de Montiel. El estado de salud de la Santa en ese frío febrero, hizo necesario algún auxilio y reposo en los infernales mesones que se encontraban al paso, siendo el recorrido muy penoso por La Solana, hasta llegar a Torre de Juan Abad, donde se realizó una parada en la comitiva, el día 16 de febrero, miércoles de Cuaresma, en la iglesia parroquial de Santa María de los Olmos, para recibir la ceniza, al tiempo precisaron el socorro de guías pues llegaron a perderse al desconocer el terreno en sus pasos por la inmediaciones de Sierra Morena, ya con la esperanza puesta en la proximidad de Beas, de la que distaban siete leguas. Está constatado también una parada forzosa para descansar en la venta de Sancho Rodríguez de Sandoval, la llamada hoy “Ventilla”, que era hermano de las Godínez, principales mecenas de la fundación de Beas.

Iglesia de Santa María de los Olmos en la Torre de Juan Abad

Las monjas entraban en Beas el 16 de febrero, donde “recibiolas todo el pueblo con gran solemnidad y alegría y procesión…”. Así acompañada la comitiva por una multitud, en la que estaba la nobleza local, el clero y todos los habitantes, entraron en la iglesia parroquial, para después acudir en procesión hasta el edificio donde fundaron el convento. De esta forma tan particular​ fundaron el Convento de San José de este municipio el 24 de febrero de 1575, siendo momento en el que Dña. Catalina Godínez y su hermana María de Sandoval, benefactoras de esta fundación, tomaron los hábitos como Catalina de Jesús y María de Jesús​. Estamos en 1575 y serán nueve las monjas las que inicien su actividad tras la fundación, “e llevan dote las monjas que ha recibido, a cuatrocientos y quinientos ducados…tienen congrua sustentación, porque tienen un cortijo que les renta cien fanegas de trigo e ducientos ducados, o tres, de renta. Y ten, la casa e iglesia, en alguna manera bastante, aunque se va edificando para más ennoblecimiento de dicha iglesia. Está conjunto o cercano dicho monasterio de la dicha iglesia, donde tienen abiertas ventanas, con rejas e velos, que gozan de las misas e sacrificios e sermones que en la iglesia parroquial se hacen…”. Dato éste último más que relevante para constatar el poder que tenía la familia de las fundadoras porque estas ventanas a la iglesia provocaron ciertos pleitos; pero acabó por imponerse su voluntad, para que las dos hermanas profesas de esa familia tan poderosa pudieran estar cerca de la tumba de sus padres, que tenían capilla funeraria del linaje en dicha parroquia.

Fachada del Convento de San José en Beas de Segura.

Como se sabe, las fundaciones que realizó Santa Teresas centraron en la Castilla interior, con la excepción de dos andaluzas: Sevilla y Beas de Segura. En ello pesaron factores económicos y evitar conflictos con otras órdenes. Comenzaron en Ávila y Medina del Campo, en 1567, y finalizaron en Valladolid en 1568, con nuevos conventos femeninos reformados en vida de esta monja en Toledo, Segovia, Sevilla, Salamanca, Palencia, Soria, Malagón, Pastrana, Alba de Tormes, Beas de Segura, Villanueva de la Jara y Caravaca; básicamente gracias a benefactoras pertenecientes a familias nobles, ricas e influyentes. aunque en el día a día estos conventos padecieron precariedad. La vida de las monjas se basaba en la obediencia ciega, así como el aislamiento y la soledad, considerada camino hacia el recogimiento interior que evita la visita de los familiares, siendo la única visita aceptada la de los confesores, que influían mucho en ellas. Son muchas las advertencias a las monjas, particularmente a las prioras, para caminar hacia la perfección evitando los excesos en cuanto al refugio en la soledad o en ayunos y disciplinas excesivas, recomendando la Santa el refugio en el trabajo y la oración, cuidando el cuerpo y la mente para servir a Dios.

Retablo Mayor con las imágenes de San José, Santa Teresa
y la Virgen del Carmen en la iglesia del convento de Beas.