Existen, en ocasiones, iniciativas que por una simple
casualidad se concretan en aquello que se persigue. Este es el caso de la de Delphine
Marinó, quien sabedora de los orígenes puenteños de su abuelo José y exiliado tras la Guerra Civil, no dudó ni
un instante, aprovechando la notable influencia de las redes sociales, en
lanzarse en la búsqueda de la familia que pudiera todavía tener en la localidad
de Puente de Génave. Las circunstancias, la insistencia, encontrar personas que
le pudieran dar alguna referencia y también una pizca de fortuna propiciaron
que esta fuera una de esas iniciativas que, después de tanto tiempo, tuviera un
feliz final. Presentamos en este artículo la historia de José Marín-Marinó-, al
que la Guerra Civil arrancó de Peñolite y, después de un duro exilio como
refugiado en Francia, supo buscar un nuevo horizonte de vida en aquel país que
lo acogió ante la imposibilidad de retornar a una España franquista que se
empeñó en mantenerlo alejado de sus padres y demás familia.
JOSÉ MARÍN SÁNCHEZ. UNA VIDA EN EL EXILIO.
Por José Antonio Molina Real
Aquella mañana de abril no era diferente a las demás, Francisco Marín Samblás había ido a realizar una pequeña chapuza de albañilería a la zona alta de Peñolite, y su mujer, Ramona Sánchez Niño, había estado haciendo las tareas propias de la casa. La verdad es que, aunque eran tiempos de plena Guerra Civil, exceptuando algún que otro enfrentamiento entre patrullas de milicianos anarcocomunistas y algunos miembros de familias pertenecientes a la clase más adinerada y pudiente del municipio, la contienda era imperceptible para muchos de los lugareños que se refugiaban en su quehacer cotidiano como fórmula de evasión ante tan cruda realidad.
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José Marín Sánchez |
En ocasiones, la llegada de alguna noticia destacada aparecida en algún periódico o el comentario de algún convecino mostraba la realidad de una guerra que no había cambiado mucho las dinámicas de la aldea. Algunos pocos jóvenes habían marchado al frente y estaba claro que, junto a la esporádica visita de alguna camioneta de milicianos, las cartas que traían noticias era lo único que hacía vivir a los lugareños más de cerca la contienda. Sería a media mañana cuando las cosas iban a ser distintas, el cartero había llevado una carta a Ramona, una carta del Ministerio de Guerra con el requerimiento por el que se movilizaba a su hijo pequeño José, y aunque no sabía leer, no le resultó difícil adivinar su contenido ante la oficialidad del escrito y la mala cara que Andrés el cartero le puso. A Ramona no le resultaba agradable la visita del cartero, en cualquier momento podría traer malas noticias del frente de Cataluña donde Venancio, su hijo mayor, luchaba al servicio de la República desde hacía casi un año. Cuando Francisco llegó al hogar y se enteró que su hijo José, de apenas 17 años era movilizado, el silencio de impotencia y la indignación se dibujó en su rostro y tan sólo pudo balbucear un “pero si sólo es un chiquillo”. Efectivamente, la orden ministerial que procedía directamente, así lo atestiguaba la firma, del presidente de la República Manuel Azaña, era clara y se tenían que presentar en el ayuntamiento de Puente de Génave a primera hora del día siguiente para ser trasladado a Jaén.
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Miembros de la llamada "Quinta del Biberón" |
En aquellas fechas, las tropas nacionales
estaban a las puertas de Vinaroz, en Castellón, y eso no era buena cosa para la
República que, a partir de ese momento, vería una Cataluña aislada y el
territorio que controlaba dividido. La ofensiva sobre Cataluña era inminente y
su frente había de fortalecerse. La movilización de estos más de 30.000 jóvenes,
adolescentes incluso, conocidos irónicamente como “la quinta del biberón” se
hizo necesaria para reforzar, especialmente, la retaguardia del frente catalán.
Sus primeras labores fueron básicamente auxiliares o dedicados a la no fácil
actividad de cavar trincheras; aunque, con el recrudecimiento de la ofensiva en
la dura Batalla del Ebro, especialmente en los frentes de Lérida, Gandesa,
Balaguer, Tremp y Camarasa, se hizo necesario que, esas manos poco expertas,
empuñaran armas y combatieran con coraje frente al bando fascista. José no fue
una excepción y demostró en más de una ocasión coraje y valentía en combate, un
combate que resultó inútil ante el empuje del ejército nacional.
La derrota republicana en la Batalla del Ebro fortaleció el empuje del ejército nacional, que se hizo insostenible para un mermado y debilitado ejército republicano. Al amanecer del 26 de enero de 1939, apenas unos poco equipados batallones se preparaban para ofrecer algo de resistencia en la línea del río Llobregat para defender Barcelona. Todo intento fue inútil y al finalizar aquel día las tanquetas italianas llegaron hasta la plaza de San Jaime donde hicieron ondear la bandera rojo y gualda para lanzar desde el balcón del Ayuntamiento la bandera tricolor republicana que fue pisoteada, entre la euforia, por los soldados allí presentes. Para ese momento José Marín ya no estaba en la capital. Siguiendo indicaciones de soldados más veteranos se había encaminado hacia Girona para atravesar, el 11 de febrero de 1939, la frontera francesa. Apenas tenía dieciocho años y sabía que volver a casa era tarea prácticamente imposible. Allí quedarían sus padres y sus hermanas Felipa, Ambrosia y María Luisa, comprendiendo que debía de hacerse a la idea que era una quimera pensar en volver a verlos. Tampoco conocía la suerte de su hermano Venancio y teniendo claro que, para él, la guerra sólo había significado desastre y desgracia.
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Entrada de las tropas nacionales en Barcelona |
A los pocos días llegó a la población de Le Barcarès, en el
sureste francés, para ser confinado en un campo provisional de refugiados que
se sitúo sobre la arena de su preciosa playa. Allí las autoridades francesas
habían habilitado unos rudimentarios barracones que apenas si tenían las
condiciones mínimas de habitabilidad, para así, de esa forma, desmasificar
otros campos situados más cercanos a la frontera como eran los de
Argelès-sur-Mer y el de Saint-Cyprien. que ya estaban muy saturados. Hacía frío
y la humedad del mar no ponía las cosas fáciles para una persona que había
crecido correteando por las calles y caminos de Peñolite con un claro clima seco
de interior. Allí, en un primer momento,
había hasta cierta amplitud, sus 450 barracones estaban preparados para acoger
a 70 personas cada uno, por lo que incluso pudo llegar a celebrar, con algunos
conocidos de exilio y de barracón, el 18 de marzo, su decimonoveno cumpleaños.
Pero las cosas cambiaron a partir del mes de abril, ya que durante ese mes llegaron más de 60.000 refugiados, convirtiendo las instalaciones de ese campo de refugiados en precarias e insuficientes y, hasta cierto punto, insalubres e incómodas. Aquel era un campo diseñado para albergar a poco más de 30.000 personas, llegando a tener, en esos momentos, a más de 80.000 con lo que las ganas de salir de allí aumentaron en muchos refugiados. José era uno de ellos, no iba a asumir esa realidad, y la idea de salir de aquel campo de internamiento empezó a rondar con fuerza en su cabeza, cuestión que no era tarea fácil y entrañaba bastante dificultad debido a la enorme vigilancia que tropas francesas ejercían sobre su perímetro.
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Campo de refugiados de exiliados de la Guerra Civil en Francia |
La oportunidad se presentó a partir
del mes de septiembre de ese mismo año con el estallido de la Segunda Guerra
Mundial. El mismo campo fue foco de reclutamiento al ser puesto bajo autoridad
militar y servir sus instalaciones como centro de instrucción del que salieron
tres regimientos de soldados voluntarios, entre los que figuraba José, quedando
encuadrado en el 2º regimiento de infantería y llevado al frente para luchar
contra el invasor nazi alemán.
Realmente esta nueva aventura bélica duró poco, las tropas alemanas ocuparon Paris el 14 de junio del año siguiente y Francia se vio obligada a firmar un humillante armisticio en Compiègne por el que Alemania ocuparía toda la zona noroeste de Francia y dejaba bajo control de un gobierno sumiso francés la zona sureste estableciendo su capital en la ciudad de Vichy. Evidentemente la vida de José cambió de forma radical, abandonó las armas y se vio obligado a vivir en la clandestinidad para evitar ser arrestado como prófugo español e integrado en las Compagnies de Travailleurs Étrangers o, más tarde, los llamados Groupements de Travailleurs Étranger, porque la otra opción sería ser trasladado a algún campo de concentración alemán, posiblemente Mauthausen que era donde se recluía a los españoles, donde posiblemente hubiera corrido peor suerte.
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Ciudadanos españoles miembros de Compagnies de Travailleurs Étrangers |
Con un dominio básico del francés
pudo obtener documentación falsa en la que cambio su apellido por el de Marino,
que era como le llamaban en el campo de refugiados los guardias franceses que
no sabían pronunciar correctamente su apellido español y se estableció en una
zona rural apartada del control administrativo, realizando trabajos agrarios al
servicio de una buena familia que lo acogió y le dio cierta protección a cambio
de sus servicios y trabajo en las tierras que poseía. Podemos decir que esos
tiempos difíciles de guerra los acabó José entre el miedo a ser descubierto y
la fortuna de haber encontrado un lugar donde iniciar una aventura diaria.
Todo cambió cuando finalizó la contienda mundial. La victoria aliada sobre la Alemania nazi fue recibida con alivio y con verdadera ansia de libertad. Su integración a las dinámicas de vida francesas fueron totales, no sólo ya respecto a la lengua que dominó con cierta facilidad, sino por tener el claro propósito de establecerse definitivamente en ese territorio que le había proporcionado la oportunidad de seguir vivo. Por esa razón pidió ayuda en la Oficina Francesa de Protección a las Personas Refugiadas y Apátridas, donde se presentó manteniendo su nombre francés pues su integración, y por qué no decirlo, su agradecimiento a Francia y sus gentes fue total. Tuvo la fortuna de encontrar trabajo de albañil, profesión que conocía bien por haber ayudado desde bien joven a su padre Francisco en sus trabajos en Peñolite y Puente de Génave, ya que en una Francia, con un alto grado de destrucción tras la guerra, había mucho que reconstruir, especialmente las regiones del norte que habían sido más castigadas por la artillería y los bombardeos, por lo que buscó la posibilidad de llegar, después de atravesar y trabajar en otros departamentos, hasta la región del Somme, en el norte de Francia.
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Fotografia del pasaporte de Jose Marinó |
La suerte hizo que, en medio de unos trabajos rudimentarios en la construcción en la pequeña población de Pont Remy, conociese a una bellísima joven de la que quedó prendado y a la que, sin ningún miramiento, rápidamente pretendió. Aquella jovencita francesa, llamada Julienne Savary, robó su corazón y el amor consiguió lo que no había conseguido nadie hasta ese momento, que nuestro amigo José, ya apellidado Marino, decidiera establecerse y pensar en formar una familia. Trabajo por la zona no le iba a faltar y tras contraer matrimonio el 28 de marzo de 1948 podemos decir que, por una vez, volvió a saborear la felicidad que tuvo cuando correteaba por los campos y caminos de su añorado Peñolite. El recuerdo de aquella familia que había dejado atrás, aquella familia que la guerra le quitó, siempre estuvo presente y el consuelo de poder mirar las fotos que guardaba como tesoro no le resultaba del todo satisfactorio y creaba en él cierta desazón y ansiedad. Por esa razón siempre rondó por su cabeza la posibilidad de volver, no de forma definitiva, pero sí como culminación de un sueño, y eso lo pudo realizar a finales de los años 60, en medio de una dictadura franquista desgastada y caduca, y por supuesto, con los beneficios y ventajas que le otorgaba el haber adoptado la nacionalidad francesa y poseer pasaporte francés. Para esta aventura, para ese largo viaje de más de 1800 Km., contó con la ayuda de su tío Venancio, que le acompañó desde Barcelona en su trayecto hasta Jaén, para después utilizar la Alsina hasta Puente de Génave, donde le esperaba su familia. El reencuentro con su familia en Peñolite, aunque breve, estuvo lleno de emoción y recuerdo al tiempo que venía a saldar una deuda emocional que compensó tantos años de sufrimiento propio y de sus padres.
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Jose y Julienne junto a sus hijos |
Su vida en Pont Remy se fue llenando de satisfacciones, felicidad y también de hijos, hasta seis llamados Paquita, Francis, Rosita, Denis, Martine y Jean François, fueron llegando para aportar al seno familiar esa estabilidad y tranquilidad de vida que nuestro querido José se ganó a pulso. El esfuerzo y abnegación en el trabajo y su cordialidad pronto le hicieron tener el afecto de toda la población de Pont Remy, allí sus hijos fueron creciendo y él disfrutando, en plena integración, aunque siempre tuvo problemas para hablar bien francés, de las posibilidades de vida que aquellas gentes y su querida esposa le ofrecieron. Pronto llegaron más satisfacciones, más años y los primeros nietos. Ellos le aportaron la felicidad necesaria para suplir la ausencia y añoranza de su Peñolite natal, añoranza que se acrecentaba conforme iba conociendo las muertes de sus padres y alguno de sus hermanos y familiares, sintiendo dolor en la distancia y sufriendo en silencio su ausencia, pero al tiempo sintiendo el cobijo y cariño de una extraordinaria familia que le acompañó hasta sus últimos días. José Marino falleció en el mes de enero de 2007 y su recuerdo y huella quedó para siempre en esa pequeña población de la región de la Picardia francesa en el departamento del Somme, perdurando en la memoria de Julienne, su esposa, hasta su fallecimiento en 2018, pero quedando perenne en el corazón de sus hijos y nietos en la actualidad.
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Jean François Marino. Hijo de José Marín y padre de Delphine |
Tanto es así que sus hijos y nietos
no quieren que su nombre se pierda en la memoria de las gentes, en especial las
de sus orígenes. Y es por ese motivo que su nieta, Delphine Marino, hija de
Jean François, vecina de la población del norte francés de Clermont de l’Oise,
ha propiciado la búsqueda de esos orígenes indagando entra los posibles
familiares que José mantiene todavía en Peñolite y Puente de Génave, como forma
de saldar ese vacío que mantenía en su corazón y como merecido homenaje de
sangre hacia su abuelo por todo lo que sufrió en su obligado exilio.
La magia de las nuevas comunicaciones ha hecho posible el milagro después de tanto tiempo, y un sobrino nieto de José, Goyo Gallego, vecino de Puente de Génave, ante la aparición en las redes sociales ese requerimiento por parte de Delphine, recordó una vieja historia familiar que había escuchado numerosas veces de la boca de su madre, Pepa Ruiz que con 82 años reconoció perfectamente a su tío José, a lo que hay que sumar la coincidencia de los nombres de sus bisabuelos, Francisco y Ramona, propiciando que Goyo Gallego no tuviera ninguna duda sobre la posibilidad del parentesco familiar. Sólo la diferencia del apellido – Marino por Marín – generó ciertas dudas, que fueron rápidamente disipadas.
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Delphine Marino |
Ahora, y a través de Goyo, Delphine y otros nietos de José en Francia han podido contactar con la familia que permanece en Puente de Génave y otros lugares de España, como Madrid, Valencia, Barcelona y Málaga, contacto que se supone será un justo homenaje a la memoria de José Marín -Marino-.