Presentamos, algo ya habitual en nuestro blog después del tiempo veraniego, la publicación de la narración ganadora del concurso literario de Relato Histórico Domingo Henares convocado por el Ayuntamiento de Puente de Génave. En esta edición correspondiente a 2024, resultó ganador el relato de D. Miguel Ángel Carcelén Gandia, que nos transporta a la Edad Media donde la relación entre caballeros, servidores de la fe de Dios y los villanos, no siempre fácil, dentro de la Encomienda de Segura bajo el control de la Orden de Santiago en tierras de frontera con la Granada musulmana. Dividimos por su extensión en dos partes este relato que seguro os cautivará.
ADELFAS Y DIGITALES.
“Pero el poder -como el
amor- es de doble filo:
se ejerce y se padece”
Gabriel García Márquez
-Dios os guarde, mi señora.
-Quedad en paz, capitán.
Reverencia del renombrado soldado,
vuelo gentil de una mano más acostumbrada a empuñar pica y espada que a besar
dedos de cera de damas altivas. El silencio que engrandece las pisadas
desiguales y siempre serviles del hombre que ahora se retira todavía inclinado.
Cuando el criado coloca la aldabilla y se apaga el eco lejano de madera entrechocada,
Isabel de Osuna se sonríe un instante para pasar a ensayar un gesto de hastío.Miguel Ángel Carcelén
-¿Os fijasteis en sus
andares de oca? -comenta a su preceptor.
-Me fijé. El mal del
hueso ha conseguido lo que ningún caballero logró, doblegar el brío del
capitán.
-Reuma lo llama el
galeno. Asegura que cura con emplastos de agua caliente y baños templados. El
buen capitán, a juzgar por su hedor, no debe ser amigo de semejantes remedios.
-No os burléis de
hombres que os han servido bien...
-¿Quién se burla? No es
burla, sino referencia. Vos mismo lo habéis dicho, me ha servido bien, ya no.
Decoroso sería que colgase su loriga y envejeciese con dignidad. Debe ser
motivo de befa para los enemigos divisar la contrahecha figura del jefe de mis
fuerzas.
-De jabalí viejo libre
Dios nuestro pellejo. No hay lugar para la mofa tratándose del capitán ni hueco
para soldado que no anteponga el respeto a las canas a sus bríos de combate.
Preguntad allende Villanueva si existe quien menosprecie la espada de don
Fernando.
-Así lo haré, no quiero
confiarme en héroes de barro; mucho me dejó mi padre para exponerlo alegremente
a la rapiña de bandas de facinerosos o traicioneros muslimes. Mi respeto a las
canas no se deja deslumbrar por hazañas añejas. Por cierto, preceptor, ¿qué
canas hay que respetar en don Fernando?Fortaleza de Segura de la Sierra
Doña Isabel medía al anciano; gustaba
de tensar su paciencia con observaciones envenenadas. Tanto el capitán como él
habían quedado completamente calvos a causa de la epidemia de muermo que asoló
muchos lustros antes de nacer ella la sierra de Segura, especialmente en Orcera
y en Puente de Génave, extendiéndose con saña hasta la no muy distante Alcaraz.
La muchacha se entretenía con tan peligrosos pasatiempos:
-Decidme, preceptor,
¿qué crédito he de dar a las habladurías acerca del capitán?
-¿A qué os referís?
Ella sonreía, dos hoyuelos preciosos
que se le dibujaban en las mejillas mitigaban, en parte, la mala sangre de sus
palabras:
-¿A qué ha de ser? Las
piedras de mis aposentos hablan y me cuentan que la cojera de a quien tanta
veneración profesáis es legado de unas malas fiebres contagiadas por meretrices
de la villa de Siles.
-¡Basta! -lo que
debiera haber sido un grito imperativo no llegó siquiera a protesta resignada-
Hacéis muy mal en dejaros aconsejar por las piedras de vuestros aposentos, la
gente está empezando a murmurar, no es fácil encubrir que esas piedras tienen
forma de mancebos complacientes.
La sonrisa se le heló, un instante,
en el rostro. Sólo un instante, enseguida se recompuso y contraatacó:
-La lozanía precisa
ciertos débitos. ¿Se os ha olvidado que en según qué épocas hay que apagar los
ardores del cuerpo?
-Habláis como una zafia
lavandera, ¿eso aprendéis de ese mozo de caballerizas?
-¿Qué mozo? -repuso con
fingida inocencia doña Isabel, lo que acabó de vencer la resistencia del
anciano.
-Ningún mozo, no existe
ningún mozo y el renqueo del capitán se debe a un lance de sus combates en
Hornos por defender vuestras tierras y ganados, ¿convenimos en eso?Castillo de Hornos
No esperó respuesta, por aquel día ya
se había dejado humillar demasiado. Con una desganada inclinación de cabeza se
dirigió hacia la puerta.
-¿No me acompañáis en
el despacho? -aguijoneó una vez más la muchacha.
-Haré venir a fray
Pedro, me siento demasiado anciano para escuchar cuitas de labriegos y zagales.
El preceptor se ausentó rumiando para
sus adentros que de mucho tardar la señora en sentar la cabeza, todo el
territorio de la sierra de Segura no sería sino una sombra caricaturesca de su
pasado. El anciano todavía recordaba lo que oyera a sus padres acerca de la
creación del territorio y de su engrandecimiento por parte de las míticas y
temidas huestes de Abdelmaiman, la época en la que la sierra alcanzó el mayor
de sus esplendores y gozó de gran renombre en todo el sur de la península,
levantándose la mayoría de las fortificaciones existentes. El preceptor se
había criado escuchando relatar las batallas entre cristianos y árabes, en cómo
la Orden de Caballería de Santiago fue ocupando, una a una, todas las
fortalezas habidas por el territorio hasta reconquistar la sierra de Segura en
su totalidad. Para él no era extraño el nombre del Maestre don Pelayo Pérez
Correa, quien le concedió a la nueva comarca arrebatada a los infieles el Fuero
de Cuenca en 1242, ni el del rey Fernando III, que donó la Sierra a la Orden de
Santiago en justa correspondencia con su esfuerzo batallador contra las tropas
africanas. ¡Qué sinrazón que tan rico legado custodiado en su tiempo por sus
nunca lo suficientemente ponderados antecesores, peligrase ahora en manos de
una adolescente caprichosa! ¡Qué ruina que una zona tan prometedora, con unos
cimientos relativamente recientes, se viera abocada a la degradación por el
desgobierno de una irresponsable! ¿De qué serviría que en 1580 las villas del
Común de Segura hubiesen adquirido la prerrogativa de dictar órdenes para la
conservación de los montes -para lo cual fueron elaboradas las "Ordenanzas
del Común de la villa de Segura y su tierra"- si se desatendía el gobierno
de privilegio tan destacado? El preceptor había contemplado con sus propios
ojos tales ordenanzas, cuyas copias se custodiaban en la sacristía del
Monasterio de Santa María de la Peña, en las afueras de Orcera. Lo que para él
suponía materia casi de reverencia, a su señora doña Isabel la dejaba
indiferente.Maestre D. Pelayo Pérez Correa
Fray Pedro, dominico coranvobis
venido a Orcera desde el sur de Francia, llegó apresurado espantando migajas de
pringoso candeal de su rostro barbirrucio. Hábito maculado de ceras
retestinadas, cilicio en el antebrazo -turgente por poco ajustado- y sandalias
de trabajados cordobanes desmintiendo su voto de pobreza. Buena mesa, añejo
vino y hogares de chimeneas generosamente atizados en las noches de invierno
compensaban con creces los madrugones de maitines, las Gregorianas
ininterrumpidas en sufragio por el alma de los difuntos de la Casa y la
cercanía de la lúbrica y licenciosa joven que la gobernaba desde que faltase el
señor.
Si el capitán renqueaba con andares
patituertos, el fraile desplazaba sus nada livianas carnes con gracilidad de
fémina.
-¡Cómo admiro vuestra
célibe existencia! -fue el saludo de Isabel-, ¡renunciar a carnal ayuntamiento
para mayor gloria de Dios...!
El dominico no contestó, el tono de
la bienvenida y su experiencia confirmaron que, de una u otra forma, la señora
estaba al tanto de su inclinación hacia los púberes acólitos y los no tan
púberes novicios.
-Cuando gustéis daré
orden para que hagan pasar a la chusma.
-¿Chusma? Poca caridad
reflejan vuestras palabras, fray Pedro -reprochó afectando gravedad la señora.
-Digo chusma y digo
bien, no de otra forma cabe calificar a una caterva de aparceros y menesterosos
incapaces de guardar silencio durante la celebración del oficio divino. Desde
las siete de la mañana alborotan en las puertas del coro, por toda la Plaza
Mayor redoblan sus escandaleras.
-No entienden de latines gregorianos y sí del crujido de sus tripas. El hambre es muy desconsiderada, deberíais saberlo por vuestros ayunos.
-Sí, eh... sí, por los
ayunos..., bien, bien, ¿comenzamos el despacho?Emblema de la Orden de los Dominicos
A una viuda que reclamaba varias
gavillas de leña prometidas por uno de los hombres del capitán a cambio de
pespuntar su poco decoroso uniforme le siguió una pareja de mesegueros
enfrentados por la posesión de corambres extraviadas en boyerizas comunes
cercanas a los cortados de Benatae. Los más fueron tullidos e indigentes
solicitando el amparo de la Casa, aunque no faltaron las habituales querellas
contra los rebaños por parte de pegujaleros hartos de que sus escasos y
abruptos labrantíos fuesen tomados por cordeles o galianas. La extravagancia la
aportó un mercachifle gafo a quien la mismísima Madre del Redentor, en su
advocación de Virgen de la Cabeza, le revelaba provechosos arcanos. La
muchacha, aburrida de tanto pleito, quiso entretenerse un rato:
-¿Y qué podrías
decirnos para que te creyésemos? Tened presente que fray Pedro entiende tanto
de religiones como de embustes.
-Por ventura diré que
el dómine que os acompaña no es agradable a los ojos de Nuestro Señor
Jesucristo y no os reportará sino calamidades. Por una caridad acorde con la
belleza que os adorna y la munificencia que se os supone podría confiaros la
fecha del fin del mundo.
Isabel de Osuna calibró con la mirada
el gesto sañudo del religioso, nada nuevo le desvelaba el buhonero.
Ignorándolo, habló al fraile:
-Aventuro que su gracia no tiene gran predicamento entre la feligresía. Me apena comprobar que el resquemor es mutuo. Por cierto, ¿tenéis interés en saber cuándo acabará el mundo? No, ¡qué pregunta!, supongo que a un hombre de recia fe tales cuestiones le parecerán baladíes. Socorredlo con una limosna y despedidlo.
El dominico se tragó la humillación,
y el tintineo de las monedas sobre el suelo hizo inaudible el final de la fecha
que profirió el socorrido: “Veinticinco de abril de mil seiscientos...”.
Un pensamiento de alivio nubló la mente
de fray Pedro, quien murmuró para sus adentros: “Paciencia, es sólo cuestión de
paciencia y de aprovechar el momento adecuado”.
-¿Decíais? -inquirió
Isabel.
-No, nada, que acaso
fuese conveniente buscar solución para las incursiones de los ganados en tierras
de labor. Según vuestro preceptor y por lo comprobado hoy mismo menudean las
quejas al respecto.
-Si los hombres del
capitán se dedicasen a señalizar y vigilar las cañadas en lugar de estafar a
viudas no habría necesidad de escuchar reclamaciones -por primera vez en toda
la jornada el enojo en ella no era simulado.
-Los soldados se
sienten humillados y rebajados en esa función.
-¿Qué soldados? Si no
hay guerra, no hay soldados, y si no les satisface la misión de evitar
enfrentamientos entre mis gentes sólo tienen que renunciar. Mis buenas soldadas
me cuesta sostener tanta holgazanería. Debería ajustarme con jornaleros para
que vigilasen a mis vigilantes, ¡qué sinrazón!
-Tal vez haya otro modo
de solucionarlo. Se me antoja que empeñarse en mantener a los... -ahí dudó un
segundo en emplear la palabra soldados- vigilantes señalizando cañadas no sea
inteligente...
La joven estuvo tentada de ironizar
sobre la contradictio in terminis en que incurría el fraile al profanar con sus
labios la palabra inteligencia, pero se abstuvo por conveniencia.
-...Dejadme madurar el
asunto con el preceptor y en breve os presentaré una formal propuesta.Imagen del Monasterio de Santa María de la Peña
Los ecos de la casa no conocían de
secretos y, si bien las murmuraciones domésticas tardaban un tiempo en tomar
forma, las cuestiones de cierta importancia se transmitían aún antes de
formularse. Por eso, cuando el preceptor y fray Pedro expusieron a Isabel su
sugerencia, la joven señora los sorprendió con la noticia de que el capitán se
les había adelantado con otra no menos interesante. Antes les dejó que se
explicaran:
-De vuestros labios
oímos que en tiempos de paz huelgan demasiados hombres armados y ociosos.
Entretenerlos orientando pastores no satisface a nadie, los hechos hablan. El
capitán puede seleccionar a los mejores y prescindir del resto, los dineros que
se ahorren bien pueden emplearse en la contrata de brazos fuertes para la
siega, la poda y la vendimia, son muy extensos los campos olivareros que
vuestro padre os dejó, no lo olvidéis, y Orcera no es falta de recursos si se
le antoja prosperar; antes que faltar le sobra secano y tierra bien regada por
ríos y embalses. El preceptor ha calculado que entre las dos cañadas y los
varios cordeles y galianas que cruzan vuestras tierras se suman los dieciséis
días de camino, a razón de cuatro indicadores por día las cuentas arrojan
sesenta y cuatro. Desde los límites de la antigua Castam, la frontera de
Meintixa y...”
-Por favor -interrumpió
la muchacha-, dejad los latines para las laudes y hablad en román paladino, que
mi aritmética alcance a saber multiplicar cuatro por dieciséis no os haga
presuponer que mi lenguaje reconozca más allá del castellano. Y sed más
explícitos, fray Pedro.
-Está bien. La idea es colocar sesenta y cuatro cruces labradas en piedra que señalicen los caminos desde Villarrodrigo a Santiago-Pontones y desde Siles a Beas de Segura, escindiendo un más decoroso ramal hasta Puente de Génave para el camino de Huertas. Servirían para el fin que nos ocupa y preocupa a la par qué para catequizar, con sencillas figuras y representaciones bíblicas, a los caminantes.
-Y darían sensación de
unidad a vuestros dominios -puntualizó el preceptor-; las cruces, a modo de
seña distintiva, servirían para encontrar lo que separan.
--------- continuará......................
Cómo leyenda puede pasar, pero cmo referencia histórica contiene importantes errores
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