En nuestra sierra, las economías familiares estaban basadas en el autoconsumo, se intentaba producir todo aquello que se necesitaba y los ingresos monetarios eran escasos, se limitaban a los esporádicos jornales que se prestaban al señorito o terrateniente local, a la propia administración o a una eventual venta de un pedazo de tierra o vivienda. Por otro lado, los salarios eran muy bajos, y el trabajo no estaba valorado; en algunos casos no cubrían las necesidades básicas de las familias. Como ejemplo nos cuentan que en estos pueblos había familias que, tras la temporada de recolección de la aceituna en las zonas bajas de la sierra, en los profundos valles, volvían a sus casas debiéndole aun dinero al llamado “recovero”.
Los recoveros eran personas que,
desde la época de la posguerra española se dedicaban a recabar artículos y
hacer mandados de pueblo en pueblo, así como revender en el vecindario todo
aquello que la tierra ofrecía a los aldeanos, ya que se utilizaba, con bastante
frecuencia, el trueque para pagar sus compras, siendo los huevos de ave y
productos de temporada los más utilizados. Se dedicaban a la venta ambulante
generalmente comerciando con paños, telas, menaje o pescado en salazón. Para
muchas familias que vivían en zonas rurales aisladas era casi el único contacto
con un mundo exterior que no dejaba de crecer y desarrollarse. No sólo se
dedicaban a vender o intercambiar productos, ya que hacían también las veces de
recaderos llevando encargos, cartas o productos a determinadas personas de los
pueblos cercanos; y todo ellos por caminos, a veces, intransitables.
Existían algunos artículos que las unidades familiares no producían directamente como tejidos, calzado, alimentos especiales…, y tenían que adquirirlo de otros vecinos o desplazarse a los comercios de las poblaciones cercanas. La única posibilidad de obtenerlos era mediante el trueque con sus excedentes. Cualquier producto era bueno para la transacción: huevos, trigo, lana, gallinas y pollos, pellejos de animales (pieles), productos de la huerta, etc.
Para facilitar el intercambio los
productos que intervenían siempre se valoraban en la moneda en curso legal, la
peseta o el real, aunque esta no interviniera físicamente. Hubo algunos
productos que debido a su oferta y a su demanda llegaron a convertirse en
verdadera moneda de cambio. En torno al intercambio de huevos se llegó a crear
todo un negocio. Bien los recoveros o bien los comercios iban recogiendo los
huevos, los embalaban cuidadosamente en jaulas o cajas de madera envueltos en
paja o virutas, y los almacenaban hasta la llegada de los camiones que
semanalmente los transportaban hasta las grandes ciudades para su posterior
venta.
Fue tan grande la demanda que algunos vecinos de la parte alta de la Sierra de Segura vieron la oportunidad de negocio e intentaron en cierto modo industrializar el proceso, construyendo algunas modestas granjas, quedando todavía algunas en Santiago-Pontones como vestigios de aquellas primarias explotaciones. A finales de los años 60 empezó el declive, ya que se construyeron explotaciones cerca de las ciudades, consiguiendo un producto más barato al reducir los costes, entre otros el del transporte, y estas granjas se transformaron o acabaron por desaparecer.
También era muy común en las
transacciones las pieles de animal, y se hacía a través del pellejero, que
valoraba y controlaba la calidad de las pieles. Por esta comarca comerciaban
pellejeros que remanecían principalmente de las poblaciones cercanas a nuestra
sierra de la provincia de Murcia, donde destacaba especialmente el municipio de
Archivel, de Albacete y algunos incluso de tierras levantinas.
Otro producto que se utilizaba para
trocar era la leña, único combustible de la época, destacando en esta actividad
los habitantes de la aldea de Los Pinares eran los que más intercambiaban
usando la madera como moneda de cambio.
La escasez y el trueque, aunque de
forma obligada, también contribuía, al ahora tan de moda, reciclaje y al
aprovechamiento de los recursos. Las alpargatas y ropa vieja se intercambiaban
por otros productos y prendas nuevas. Esta mercancía era transportada a las
fábricas de Alcoy, donde se transformaba en nuevas.Localidad de Archivel
Servicios como la cocción del pan en
hornos privados, o la molienda del trigo, se pagaban en especie, es decir con
los propios panes o la propia harina. La cantidad de harina que se le entregaba
al molinero se le denominaba maquila y era descontada de la molida total. Los
molineros más pícaros vestían prendas de puños anchos de modo que al recoger la
harina que les correspondía por sus servicios, obtenían el extra del producto
que se quedaba en sus mangas; de aquí la expresión: tener la manga ancha.
Estamos ante una figura clave en el comercio de este tiempo. El recovero eran meros intermediarios, que a cambio de un pequeño margen recorrían la sierra a lomos de sus caballerías, más tarde pequeñas furgonetas con la mejora de caminos y carreteras, vendiendo el género en pequeñas aldeas, cortijadas y lugares recónditos. Adquirían las mercancías en los comercios de las poblaciones más grandes, como Puente de Génave, Orcera o Santiago de la Espada. Sus rutas duraban varios días y después de vender todos sus artículos volvían cargados con los productos que les habían entregado sus compradores, que les servían de medio de pago en los comercios. Los huevos era una mercancía delicada para su transporte por descuidados caminos, y siempre se corría el riesgo de perder lo ganado.
Fueron muchos los recoveros que
comerciaron por nuestras aldeas, destacando José Flores, de Promaguillo; Máximo
Rodríguez, de las Casas de las Tablas; su hermano Bautista, de Los Anchos;
Serafín Carrillo, de Las Espumaredas; Ángel Fernández de Las Canalejas; José el
Chotero de Los Goldines o Florencio de Fuente Segura. En Pontones hubo una
recovera, Presentación Molina “la Gorda” que además de la dureza del oficio
tenía que añadir la condición de ser mujer. Junto con su madre recorrieron
durante 25 años las aldeas más próximas a Pontones vendiendo telas. Cuando
llegaban a algún cortijo exponían su mercancía en la casa de alguna vecina, y
allí mismo realizaban la venta, siendo su beneficio determinado por la compra
de tela en metros y la venta al mismo precio en varas, ya que una vara era
igual a 0,8 metros.
Los medios de comunicación fueron mejorando y las infraestructuras fueron permitiendo que los vecinos de las aldeas pudieran acceder a las poblaciones más grandes. De esta manera el recovero, poco a poco, fue perdiendo su función de intermediario y acabó por desaparecer o se convirtió en lo que en la actualidad llamamos vendedor ambulante.
Aldeas de Los Anchos |
Fue una época difícil y dura, en la
cual vivir en las aldeas serranas suponía un gran sacrificio, siendo los
recoveros los únicos que podían aportar esa pequeña dosis de bienestar a sus
habitantes, siendo el nexo de unión con poblaciones cercanas. Un reconocimiento
y homenaje a todas las personas que hicieron la vida más fácil y llevadera
gracias a su esfuerzo y entrega, especialmente un reconocimiento a los últimos
vendedores, carteros, peones camineros… y todos aquellos que llegaban a las
aldeas de nuestra Sierra de Segura para aportar ese bienestar a sus habitantes,
en muchas ocasiones, olvidados.
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